Conservando los restos
UNA EXCELENTE ITRODUCCIÓN A LA FILOSOFÍA
Dinámica Social N° 57
Buenos Aires, mayo de 1955
De la Universidad de Tucumán nos viene una muy buena Introducción a la Filosofía.
Cuando vigía el bachillerato tradicional —aquí abandonado y en otras naciones en proceso de abandono— no era necesaria esa cátedra: de hecho no existe en las universidades inglesas.
El muchacho que es educado en la penetración de las grandes obras maestras de la antigüedad clásica (en la tradición, en suma) es llevado naturalmente al pensar abstractivo supremo, si tiene capacidad para él.
El bachiller europeo que es dueño de su Virgilio, que ha analizado a fondo los discursos de Cicerón o las tragedias de Sófocles —desde la gramática hasta la cosmovisión— no solamente ha adquirido un depurado gusto artístico que puede hacerlo un buen escritor, una enorme cantidad de nociones que le abre el camino del buen erudito, y el dominio de unas lenguas que le abren los reinos de las más equilibradas literaturas, sino también el sentido y el planteo de los grandes problemas humanos, de que se ocupa la filosofía.
En suma, ha sido llevado al arx del pensamiento humano de la mano, como sin saberlo, y en la forma más natural posible.
Para adquirir el hábito de la Lógica, por ejemplo, el dominio de un idioma como el latín es mucho más eficaz que aprenderse de memoria el manual de Romero. Que Homero sea más lógico que Romero puede ser increíble, pero es verdad.
En nuestras universidades se encontró de golpe que había que ensenar literatura inglesa o latina o nórdica a quienes no sabían a punto fijo qué era literatura; historia argentina “científica”, a quienes estaban enteramente fuera de la historia general y aun de la crónica; y filosofía, a mentes enteramente afilosóficas.
Y entonces se crearon las cátedras de Introducción … a la literatura, la historia y la filosofía.
Pero resultó esto: que los cursos y los libros destinados a esa necesaria “introducción”, no introducían.
Resultaron de hecho dos clases de libros: unos, que desfloran la materia por arriba —como el famoso manual un poco cómico de Emile Faguet, Iniciation a la Philosophie— que no tienen más resultado que quitar a los “ iniciados” toda gana de estudiar mas filosofía —puesto que creen que ya la saben— y de formar por ende lo que nuestros padres llamaron “eruditos a la violeta” y nosotros llamamos simplemente “macaneros”, y otros libros que son tan difíciles e impenetrables como los mismos tratados de pura filosofía.
No se puede mostrar el interior de nada a uno que esta en el exterior; no se puede hacer ver la armería de un castillo a uno que no ha pasado el foso… Pero he aquí que ahora los alumnos se ahogan en el foso, o se quedan alrededor mariposeando y gambeteando con mucho entusiasmo. La “Iniciation a la Philosophie …” se convierte en “Autour de la Philosophie” … “!Autour!”. Turistas…
Ya que hay que resolver ese problema —que mejor sería no existiera— saludemos a un libro que a nuestro parecer lo resuelve, en lo posible; mejor que el libro de García Morente, que era hasta ahora de lo mejorcito que teníamos.
El profesor Manuel Gonzalo Casas ha escrito con el nombre modesto de apuntes de clase un libro que supone en él una inmensa cantidad de trabajo honesto, no ostentado ni exhibido sino simplemente usado en vista de este fin.
Como el fin es difícil, creemos sinceramente que no se puede hacer más.
Si el estudiante naufraga en este libro, entonces lo que hay que cambiar es el estudiante.
Casas ha presupuesto el principio evidente de que para ensenar a filosofar hay que filosofar: filosofar-delante de … Pero el filosofar delante de principiantes —o menos— exige una serie de requisitos diversos que son difíciles, aunque no insuperables.
Hay que referirse a la filosofía contemporánea, que es la que corre las calles y atrae la curiosidad; hay que tratar de los temas fundamentales y no de los subtemas; hay que preguntarse a cada momento de qué se trata; hay que acostumbrar al manejo de los tecnicismos; hay que dar finalmente una idea genuina de lo que es la filosofía, y eso haciéndola y no describiéndola, aunque no sea más que para desanimar y apartar a los que no son para ella.
Una cosa es que, como dice Heidegger, el modo más simple de vivir implica una filosofía y por tanto todos somos filósofos; otra, que todos podamos pensar nuestra filosofía en términos abstractos.
Casas ha ordenado su marcha del modo más sabio: primero estatuyendo el punto de partida, el conocimiento; después delimitando las fronteras del conocimiento filosófico por comparación con las otras ciencias; luego presentando las grandes partes de la filosofía, es decir, su objeto material; y finalmente desembocando en una exposición fiel y clara de la difícil filosofía moderna contemplada como ejemplos en Husserl, Max Scheler, Heidegger; todo con material valioso y depurado.
Termina con un panorama muy completo de la “filosofía argentina” —que quizá hubiese sido mejor poner en un apéndice— un poco generoso, como es necesario al caso; y una bibliografía muy completa.
El resultado es exacto, límpido y hasta ameno si se quiere; no por amenidades añadidas, sino como consecuencia de su misma limpidez.
Casas es buen escritor, no sobran palabras en él, ni sobran adjetivos; el adjetivo, esa gran piedra de toque de los malos escritores.
Lo que hay de científico en su libro, aparte del pensamiento y del método —que es lo fundamental— es la rigurosa exactitud de los términos, la luminosa explicación de los textos, las enumeraciones completas, las definiciones y divisiones exactas, y el acierto de muchísimas formulas felices y realmente “acunadas” .
“Todo Heidegger es siempre eso: una dialéctica hacia abajo” (pág. 278). Su gusto literario corre parejas con una lógica muy segura y un gran sentido crítico.
Decimos esto para que nadie se engañe por la aparición de expletivos de estilo oral, paréntesis, digresiones, reservas, advertencias pedagógicas, que dan a la exposición por momentos un aspecto engañoso de charla descosida. El autor sabe lo que está haciendo y los límites de su trabajo. “Claro que aquí simplificamos mucho…” “Esto es como si dijéramos…” “En este punto no podemos entrar por ahora…” “Sin poder contestar a esa pregunta… creemos haber conquistado nuestro objetivo... etcétera.
Todas estas frases y otras están en el presupuesto de “apuntes de clase”; pero esos apuntes de clase están estilizados y asumidos en género literario; de modo que ninguna de esas frases sobran —o muy pocas, si acaso.
El último capítulo (Lección XXIII) es la piedra de toque de este libro.
Heidegger es difícil; y Casas ha conseguido un ensayo sobre Heidegger de la mejor calidad. Las dos observaciones que terminan el ensayo, expuestas con toda modestia y sin asomo polémico, son realmente fundamentales. El paso del análisis existencial a la ontología general, ¿es realmente posible en el planteo de Heidegger? —Para nosotros Heidegger concluye triunfalmente a Husserl; pero no creemos que vaya más allá—.
La otra observación es sobre los fundamentos metódicos de Heidegger: admirables como son por su rigor dialectico, no parecen aceptables del todo a causa de su falta de amplitud universal, requisito indispensable de una ontología.
Para nosotros Hegel, asumido como base por Heidegger, pesa demasiado sobre él a pesar de su innegable originalidad y poder mental; ha hecho un esfuerzo para superarlo, pero no lo habría conseguido. Si no es que sus últimas obras —que no conocemos— hayan roto el plafón hegeliano, Heidegger choca con él, retrocede, y gira sobre sí mismo en una interminable regresión a problemas “cada vez más hondos” en apariencia. Filósofo de un mundo ateo, no quiere cargar con Dios, es decir, hacerse cargo de Dios; al cual conduce necesariamente toda dialéctica del ser enteramente despreocupada.
Como dice muy bien Casas: “el ser se reduce a la nada irracional [Sartre] o si se pone a Dios toda la existencia es divina [Hegel]: sería el panteísmo existencial. Cierto, Heidegger sostiene la finitud de la existencia; pero [entonces] las cosas empeoran. Tendríamos, entonces, lo divino en la finitud: la finitud en lo absoluto” (pág. 291).
La Universidad de Tucumán trabaja bien; por lo menos en lo que conocemos, en la Facultad de Filosofía y Letras. Los libros que edita son buenos y los edita con modestia, sin inoportunos lujos; por lo demás, tiene su imprenta propia.
Nos preguntamos qué no harían nuestras universidades si tuviesen más recursos y movimiento: es decir, simplemente, más autonomía económica y política. Entonces se cumpliría el desideratum expresado por nuestro colaborador Jaime María de Mahieu en su artículo Productividad e “inteliguentsia”.
De rechazo y como subproducto de la actividad intelectual desinteresada, surgiría incluso lo tan codiciado hoy día, el progreso técnico y la invención de artefactos.