PADRE LEONARDO CASTELLANI: PARÁBOLAS CIMARRONAS

Conservando los restos

EL BUEN SAMARITANO

(Lucas 10, 30-37)

“¿Quién es mi prójimo?” Jesús repuso diciendo: “Un hombre, bajando de Jerusalén a Jericó, vino a dar entre salteadores, los cuales, después de haberlo despojado y cubierto de heridas, se fueron, dejándolo medio muerto. Casualmente, un sacerdote iba bajando por ese camino; lo vio y pasó de largo. Un levita llegó asimismo delante de ese sitio; lo vio y pasó de largo. Pero un samaritano, que iba de viaje, llegó a donde estaba, lo vio y se compadeció de él; y acercándose, vendó sus heridas, echando en ellas aceite y vino; luego, poniéndolo sobre su propia cabalgadura, lo condujo a una posada y cuidó de él. Al día siguiente, sacando dos denarios los dio al posadero y le dijo: “Ten cuidado de él, todo lo que gastares de más, yo te lo reembolsaré a mi vuelta.” ¿Cuál de estos tres te parece haber sido el prójimo de aquel que cayó en manos de los bandoleros?” Respondió: “El que se apiadó de él.” Y Jesús le dijo: “Ve, y haz tú lo mismo.”

SACERDOTE. — ¿Está todo a punto?

LEVITA. — Ud. cree que las cosas se hacen solas.

SACERDOTE. — ¡Sapristí! ¿No está todo a punto?

LEVITA. — Casi todo. Pero ¡el trabajo que me ha costao …!

SACERDOTE. — ¿Y a mí nada, verdad? ¿Está adornada la Santa Gabia?

LEVITA. — Está adornada, están las flores, están las cintas, están las palomas, están los monaguillos, está el incienso, está la banda de música …

SACERDOTE. — ¿Y la Perpetua?

LEVITA. — Ha salido, vuelve al instante. Falta el guion …

SACERDOTE. — ¿Que no ha venido el Gran Cochifrito?

LEVITA. — Vendrá. Pero se hará esperar, porque para eso es el Gran Cochifrito …

SACERDOTE. — Que no nos vaya a fallar…

LEVITA. — Pues no; pero creo que sería una gran suerte. Hay gente que solamente porque él lleva el guion, no acudirá a la procesión.

SACERDOTE. — Sí, los sinvergüenzas.

LEVITA. — Y los pobres.

SACERDOTE. — Los que no tienen donde caerse muertos …

LEVITA. — Para caerse muerto nunca falta sitio. ¡Ah! Ahora que recuerdo …

SACERDOTE. — ¿Te has olvidado de alguna cofradía?

LEVITA. — No. Pero decía yo que hoy, cuando venía por el camino de Jericó …

SACERDOTE. — ¡Ah!

LEVITA. — Vi un hombre muerto …

SACERDOTE. — ¡Ah! ¿Estaba muerto?

LEVITA. — ¿Que lo vio Monseñor también?

SACERDOTE. — A mí me pareció demasiado vivo: borracho …

LEVITA. — Cosido a puñaladas …

SACERDOTE. — Todo puede ser … Un samaritano, de fijo. Esa gente se emborracha, se trenzan entre ellos, riñen, se matan, y después vaya Ud. a recogerlos, dejar su quehacer y enterrarlos …

LEVITA. — Es enteramente humano y razonable, Monseñor. Pero ¿no dice Ud. que lo vio vivo?

SACERDOTE. — Por eso mismo. Ya se arreglará, dije yo. Si tiene fuerzas para hacerme señas con la mano, ya se levantará, y se irá a ca’ otro Samaritano. Está lleno de Samaritanos. Esta gente tiene siete vidas como los gatos … y más hijos que los conejos.

LEVITA. — Exactamente. Lo están llenando todo. Habría que prohibirles la inmigración. El Gobierno no sé qué hace. Vienen aquí como moscas. Viene uno, se acomoda, llama su familia, después se trae un primo o un vecino, esto se llena como alud. Viven amontonados como bestias en cualquier parte. Y yo digo: ¡si sobrase aquí trabajo! Pero falta el trabajo para los nuestros, y lo poco o nada que ganamos, aun trabajando como negros … Esto es una plaga viva …

SACERDOTE. — Y que se acomodan bien. Algunos andan llenos de plata, y lo peor es que no saben gastarla. En la Iglesia usté no verá ninguno. ¿Diezmos dice Ud.? A ellos no los obligan. ¿Colectas? Dan una miseria, si es que dan. Malcriados y basta. Borracheras y bailes. Bebedores y fumadores de lo peor. Con eso no me extraña que vayan a morir por los caminos …

LEVITA. — ¿Por qué no mandamos al camino dos jóvenes de la Acción Israelita? Tanto por ver. ¡Quién sabe si era Samaritano y quién sabe si está muerto? El muerto se mueve … es el título de una novela policial. No, déjeme pensar: El muerto mueve la mano… Muy buena la novela. Es de un inglés que se llama … déjeme recordar …

SACERDOTE. — Déjate de novelas. Te he dicho ya mil veces que un Levita no ha de leer novelas: Tienes el Talmud y el Targum …

LEVITA. — Yo casi me detengo, pero dije, digo: Detrás viene Monseñor, y si me encuentra aquí en el camino lidiando con un muerto, el día de la procesión de la Santa Gabia, ¡botones! Ya verá él si quiere. El que manda, manda …

SACERDOTE. — ¡Necuácuam! ¡Melocotones! ¡Enredos con la justicia, con la brigada número siete de guardia en la Vueltita de la Sangre, que el sargento es un bruto como no hay! Que se arregle la policía. ¡Gente de mal vivir! ¡A mí que no me vengan con historias de gente de mal vivir! ¡Cada caluznia que le sueltan a uno sin dar el menor motivo! Caluznieros como los saduceos no hay. ¡Con la gente de mal vivir que se arregle la policía!

LEVITA. — Verdad. Pero podía ser y no ser que a las vueltas de todo fuese un hijo de la Ley, mire Ud., que hubiese trompezado con la banda del Beneit: uno de los nuestros … El Beneit no respeta pelo ni marca.

SACERDOTE. — La caridad bien ordenada comienza por sí mismo. Que cada palo aguante su vela. A burro muerto la cebada al rabo. Zapatero a tus zapatos. El culto divino está por arriba de todo. Los romanos son la mar de buenos a poner multas. ¡Y el que se arrodea con gente de mal vivir! Bueno, encima tuvo que escoger un día de procesión mayor. Tú dirás.

LEVITA. — Es humano, Monseñor. Lo comprendo. Yo francamente, Monseñor, estuve en un tris de bajarme o no bajarme a la cuneta, el tipo se movía y era una sola mancha de sangre … La mancha de sangre: otra novela. Pero dije, digo: Procediendo detrás de mí Monseñor, no procede; él verá lo que se ha de hacer. Es un hombre razonable y humano … y además, tiene su genio, tiene.

SACERDOTE. — Pues yo dije: habiendo pasado el Levita, si no se ha detenido por curiosidad tan siquiera, o está borracho o está pasao del todo, quiero decir el otro, ojo, no se me soliviante, amigo. Para esto hay tiempo y la procesión no espera. A tu oficio, Paco. Los samaritanos no quieren saber nada con los sacerdotes.

LEVITA. — La verdad es, Monseñor, que no vestía como samaritano.

SACERDOTE. — Lo mismo da. ¿Dónde está mi capa pluvial?

LEVITA. — La llevó la Perpetua a coserle un broche.

SACERDOTE. — ¡Pues que la traiga inmediatamente!

LEVITA. — Monseñor, perdóneme, le voy a decir la verdá: la mandé a la Perpetua con dos monacillos al lugar del muerto. Mejor dicho, se fue ella misma lo mismo que un cohete, que la curiosidá la comía apenas le conté el caso.

SACERDOTE. — ¡Desdichado! ¡En el momento de la procesión!

LEVITA. — No puede tardar mucho en volver. Vela aquí.

(La Perpetua muy alborotada)

PERPETUA. — ¡Dasastre! ¡Dasastre completo! ¡Barre-basada! ¡No era semaristano! El otro era semaristano, el que lo arrequijió. Un semaristano lo arrequijió y nojotro no. La arramos por el medio, como dicen, la arramos por el aje ¡por el ejo! En la fonda, muy enojao, no quiere ver a presona. No quiere saber nada, vamos.

SACERDOTE. — ¿Qué es eso? ¿Qué dice mujer? ¿De qué se trata?

PERPETUA. — Un semaristano levantólo en su mulo, y llevólo ca’ la Dela, a la fonda. Todo pegado … pagado, digo. Por adelantal pagó todo. Vandólo él mesmo, le puso un rimedio. Siete. Siete puñaladas como puños. Ni una menos. Era un concejá, un vecino muy visto de Jericó.

SACERDOTE. — ¡Dios nos valga! No será Mestre Llovet, que tenía que volver de Jeruslén, me figuro.

PERPETUA. — Eso. Me afiguro que sí: Mastre Llivet. Espere osté. Llivet, no. Una cosa ansí. Llavet, por un quizáes.

SACERDOTE. — ¡Maldición! ¿Y dices que era concejal?

PERPETUA.—  Concejá, no. Elcalde, cuasi, o algo ansí. Me lo dijo la Dela. Propietario jurao. Hombre de posibles.

SACERDOTE. — ¡Vestido de ese modo!

PERPETUA. — Pa’ que no los ladrones sospecharan … Pero fachao ya me lo teníen. Mucha carderilla l’han llavao. Mucha. Mejón lo hubían muerto del to’. Pero qué. Vandólo el otro. Duerme ahora y a denguno quié ver.

SACERDOTE. — Pues voy a verlo ahora mismo. ¡Aceitunas! Que no me haya conocido, eso es lo que pido a Dios.

LEVITA. — Están repicando la salida.

SACERDOTE. — Y tú, bruto inmenso, tenías que ser tú.

LEVITA. — ¿Yo qué?

SACERDOTE. — No haberte parao un minuto siquiera …

LEVITA. — ¿Y usté?

SACERDOTE. — Un hombre tirao en aquella cuneta como un perro, un levita que pasa … Ahora ¿qué va a decir la gente?

LEVITA. — Comienza la procesión.

SACERDOTE. — ¡Que espere la procesión! ¿Dónde queda la fonda esa? Es que podemos quedar muy mal. ¡Mire que haber ido a levantarlo justamente un samaritano! Ahí está lo que es tener levitas sin cabeza …

LEVITA. — Y usté, hombre sin corazón ¿me va a contar a mí que confundió un herido con un borracho?

PERPETUA. — ¡Calma! ¡Acálmensén ustés!

SACERDOTE. — ¡Déjame que te estrello! ¡Que no sé qué hacer!

LEVITA. — Bueno, ahora ya no hay nada que hacer.

PERPETUA. — ¡La capa prival!

SACERDOTE. — ¡Dejemén pensar!

LEVITA Y PERPETUA. (a coro) — ¡La capa prival! ¡Que se largó la procesión! ¡Que ya los ateletas sacan la Santa Gabia!

SACERDOTE. — ¡Que Dios maldiga la Santa Gabia! ¡Dasastre!, quiero decir ¡dasestre! Bueno ¡desastre! Pasen la capa. Ahora ustedes, de todo esto, ni mus ¿estamos? Otra vez que me encuentre un muerto o un borracho en el camino … será otra cosa. Pero ¿quién podía pensar …? ¡El Consejal Llovet, que puede quitarnos el impuesto y llevar el palio en las procesiones! Ahora lo único que nos falta es que nos falte también el Cochifrito …