Conservando los restos
EL QUE ERA
Narrado por Fabián Vázquez (once minutos)
Cada uno de los cuatro animales tenía seis alas,
y por afuera y por adentro estaban llenos de ojos,
y no reposaban ni de día ni de noche, diciendo:
Santo, Santo, Santo, es el Señor Todopoderoso,
EL QUE ERA, el que es, el que ha de venir.
(Apocalipsis, IV, 8.)
QUI ERAT
Decíase de Él que había aparecido como una cosa, pero que al examinarle más de cerca y a fondo se vio que en realidad era muy antiguo — qui novus apparuit et vetus inventus est.
Y, en efecto, si debe llenar todo mi espíritu, si debo unirme a Él por todas las fibras de mi alma, es menester que sea la luz y la realidad inquebrantable de todo mi pasado.
Teniendo que vivir en el presente, no puedo sin embargo extirpar los recuerdos, y los oigo que me llaman en los días de crisis y de tristeza, y entonces me siento inclinado a esconderme en esos retiros ocultos, como en cabañas de follaje en medio de los bosques silenciosos; estoy a punto de refugiarme en lo que no existe y mecerme al compás de canciones de otros tiempos.
Este pasado que no puedo abolir puede Él santificarlo penetrando con su presencia inmutable.
— Qui erat —; existía antes que yo tuviese principio; existía mientras se desenvolvía el hilo de mis días; se hallaba, omnipotente y sosegado como una constelación, sobre las olas, por encima de todo lo que cambia.
Y cuando contemplo mi pasado, con Él se encuentran mis ojos, con Él, deben encontrarse si es que no quiero ver torcidamente.
Mezclado en toda mi vida, desde mis más remotos recuerdos, Cristo me es una cosa familiar, tiene la dulzura serena de los antiguos, compañeros, con quienes se han compartido los momentos de angustia y de alegría, de peligro y de éxito.
Él es el único compañero verdadero, el único a quien puedo encontrar en el fondo de mis más recónditos pensamientos, de los que fue testigo; en el fondo de mis más íntimos deseos, de cuya confidencia le he hecho partícipe y que Él mismo me había inspirado.
¿Soy demasiado atrevido pensando que me ha servido, y me ha ayudado, y que mis recuerdos deberían estar impregnados de una reconocida delicadeza por la abnegación divina que día y noche ha derramado sobre mí ?
Ha sido mi seguridad y mi curación, y todo lo bueno que tengo me ha venido por sus manos. Por eso, ¡qué blasfemias tan enormes son las quejas que profiero sobre mis pretendidas desgracias, y qué ignorancia tan egoísta demuestro en las penas que refiero a cuantos me visitan, acerca de la aspereza de la suerte que me cupo!
Dejemos estas actitudes para los que nunca han creído en el Redentor, y que no saben que una misericordia diligente no ha cesado de velar por ellos.
Y yo le he servido, por mi parte, desde hace mucho tiempo. Mí pasado puede iluminarse con la luz de esta gracia, porque todo lo bueno que he hecho, también se lo debo a Él. Uno se apega a los que ha servido, aquellos a quienes ha dado mucho, porque en sus manos se vuelve a encontrar su ser y su vida, y porque han llegado a ser una sola cosa con nosotros.
Dios mío, yo te he dado mi tiempo y mis días. Mi tiempo, que en sí quizá no tenía gran valor, pero yo no tenía otro, y sobre su trama se ha tejido mi vida, y cuando te lo doy, sucede como con las moneditas de la viuda, te entrego toda mi fortuna. Mis días, Tú los has tomado, cada vez que la oración, la caridad, el trabajo, la enfermedad, me han impedido disponer libremente de ellos.
Todo esto te pertenece, y si me regocijo contemplando los años transcurridos, me alegro por todo lo que tienes y que, al tomarlo para Ti, has substraído a la muerte.
No se puede prescindir fácilmente de los objetos que una larga costumbre nos ha hecho familiares. Tienen un aspecto y un carácter que nos los hacen simpáticos, y tener que desprendernos de ellos nos pone a veces el alma en pena.
Mane nobiscum Domine, Señor, compañero y maestro de todos los cristianos de mi raza, Tú que has recibido las confidencias de mis abuelos el día de su primera Comunión, Tú que has santificado la muerte de todos los que me esperan allá arriba, Tú que has inspirado todo lo heroico o simplemente virtuoso que hay en tus fieles, Tú a quien no se ve, porque todo lo llenas, como el aire y como la luz, haz que me una a Ti con todas mis potencias, con todo el afecto de mi corazón, y santifica con tu presencia todos mis recuerdos.
El hombre sin recuerdos no tiene significado alguno. La nobleza se adquiere, y las cicatrices no son gloriosas más que cuando son recuerdos de los antiguos combates. No quisiera suprimir lo que ha sido obra tuya, pero tampoco quiero considerarte como un glorioso desaparecido.
El recuerdo, lleno totalmente de Ti, me impedirá despreciar el presente, y el impulso de mis días ya pasados me conducirá, así lo espero, hacia generosidades más completas todavía.
Tú te interesaste por mí, cuando aún era niño; y tus deseos se anticiparon al despertar de mi conciencia. Tú has vigilado celosamente mi voluntad, caprichosa y extravagante, impidiéndole poner por obra sus locuras hereditarias, y volver a empezar la eterna historia de los pródigos; Tú te has presentado en la encrucijada de todos mis caminos siempre que se apoderaba de mí la duda y la incertidumbre sobre el camino que debía seguir; busco algún momento en que hayas estado distraído o ausente, pero veo que todos mis instantes han sido colmados, como por el agua del lago, que no olvida ninguna oquedad.
Y te lo agradezco a Ti, el que eras. — Qui erat.
Haz que nunca vea en mi pasado lo que los paganos descubren en su vida; haz que no me irrite al enumerar las cosechas que no pudieron germinar, y las injusticias y las afrentas y las desgracias que han caído sobre mí.
¡Conozco a tantos que caen de ese modo en una vejez prematura y descontentadiza, y que se lamentan, como de una injusticia criminal, de los déficit de su dicha!
No permitas que me cuente entre esos rebeldes y descontentos, y haz que mi pasado, poblado únicamente de tu amor, alegre sin cesar mi juventud.
Te entrego ese pasado, a Ti, «al que eras» y que lo sabes todo; y libre ya del peso de toda inquietud, te saludo, rey inmortal de los siglos, vencedor de todas las cosas perecederas.
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