P. CERIANI: SERMÓN PARA EL DOMINGO DECIMONOVENO DE PENTECOSTÉS

DECIMONOVENO DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOTÉS

En aquel tiempo habló Jesús a los príncipes de los sacerdotes y a los fariseos, diciendo: El reino de los cielos es semejante a un rey que celebró las bodas de su hijo. Y envió a sus siervos a llamar a los convidados a las bodas, mas ellos no quisieron venir. Entones envió a otros siervos, a los cuales dijo: “Decid a los convidados: Tengo preparado mi banquete; mis toros y animales cebados han sido sacrificados ya, y todo está a punto; venid a las bodas”. Pero, sin hacerle caso, se fueron el uno a su granja, el otro a sus negocios. Y los restantes agarraron a los siervos, los ultrajaron y los mataron. El rey, encolerizado, envió sus soldados, hizo perecer a aquellos homicidas: y quemó su ciudad. Entonces dijo a sus siervos: “Las bodas están preparadas, mas los convidados no eran dignos. Id, pues, a las encrucijadas de los caminos, y a todos cuantos halléis, invitadlos a las bodas”. Salieron aquellos siervos a los caminos, y reunieron a todos cuantos hallaron, malos y buenos, y la sala de las bodas quedó llena de convidados. Mas cuando el rey entró para ver a los comensales, notó a un hombre que no estaba vestido con el traje de boda. Le dijo: “Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin tener el traje de boda?” Y él enmudeció. Entonces el rey dijo a los siervos: “Atadlo de pies y manos, y arrojadlo a las tinieblas de afuera; allí será el llanto y el rechinar de dientes. Porque muchos son llamados, mas pocos escogidos.”

La Parábola del Banquete de Bodas, que trae el Evangelio de este Domingo, Decimonoveno de Pentecostés, fue pronunciada en el Templo, el martes anterior a la Pasión.

El Salvador, en una serie de instrucciones, acababa de reprochar a los judíos su odio criminal, que ya preparaba el deicidio, y les anunciaba la reprobación y el castigo que les esperaba. A ella vuelve en esta Parábola.

Esto explica los detalles nuevos y tan acentuados, que no encontramos en la otra, que hemos considerado el Segundo Domingo de Pentecostés, Infraoctava de la Fiesta del Corpus Christi.

La Parábola comprende dos partes bien diferenciadas.

La primera se refiere a los judíos, quienes, invitados en primer lugar y repetidamente llamados a reconocer al Mesías, Dios hecho hombre, se negaron a venir, e incluso mataron a varios de los enviados del Señor, y, por su obstinación, fueron expulsados del Reino de Dios. Se anuncia claramente su reprobación y la ruina de Jerusalén.

La segunda parte se refiere a los gentiles, invitados en masa en lugar de los judíos.

Sin embargo, Nuestro Señor también quiere instruirlos y mostrarles, por lo que le sucedió al que no tenía el traje nupcial, que no basta con ser recibido en la fiesta, ser bautizado y tener la fe…; todavía es necesario estar revestidos de la gracia santificante, es decir, tener la caridad, la santidad.

La Parábola predice, pues, el suceso más grande que ha habido en la Historia, tanto para las naciones, en primer lugar para el pueblo judío, como para cada individuo en particular.

Se trata del Llamamiento de Dios; primero, al Reino de Israel, y después a cada alma en particular: el primer llamamiento se vuelve figura y símbolo del segundo.

Anuncia el rechazo de los judíos del Reino de Dios (aunque no sea definitivo) y la entrada de los gentiles en el dicho Reino, hasta que llegue el tiempo del Juicio de las Naciones.

Se refiere primordial y claramente al desastre de la Casa de Israel por haber rechazado al Mesías; profetizando claramente la destrucción de Jerusalén.

Como dijimos, la predicó Nuestro Señor antes del Sermón Escatológico, en el Templo, a los fariseos y príncipes; junto con otras dos que tienen absolutamente la misma idea y la misma amenaza; a saber: «el Reino va a ser retirado de vosotros porque habéis rechazado la invitación del Rey», con la mención del asesinato de los Profetas y el anuncio de la destrucción por el fuego de Jerusalén.

Esta Parábola contiene en síntesis el drama de Cristo y la tragedia de los judíos; de Cristo, que está haciendo lo indecible para evitar la tragedia; y los judíos, que la están precipitando.

Después San Mateo añade un apéndice, otra pequeña Parábola, la del invitado que no tenía la túnica nupcial, y es arrojado fuera. La túnica nupcial es la gracia santificante, y el ser arrojado fuera es simplemente el Infierno.

El convite es la vida eterna; no entrar en ese convite es el Infierno.

La Parábola tiene, pues, dos partes, una sobre el rechazo nacional del pueblo judío, otra sobre el rechazo singular de un individuo.

Los motivos son diferentes: en el rechazo del pueblo judío, el relego es motivado porque ellos no oyeron a los Profetas; más aún, los mataron; el repudio de un individuo, se debe a que no tiene la vestidura nupcial y está en la sala del Convite; o sea, está dentro de la Iglesia, pero no tiene la gracia santificante, «no está en gracia».

Es decir, de los que se pierden, algunos rechazan la fe, no creen; y otros no la rechazan, pero no viven conforme a ella.

Hoy en día hay quienes, ciertamente, viven mal; pero ha surgido un problema más grave, porque estamos en los últimos tiempos… Y la fe es nuevamente cuestionada… Estamos tentados en la fe…, se duda, se lucha, se pierde la fe… Lo cual también está profetizado que sucedería…

El destino del pueblo judío, profetizado en la parábola con terrible precisión por Cristo, es una cosa actual y de suma importancia.

Este destino del pueblo judío es la tragedia más grande de la historia; Cristo mismo lo dijo, comparándolo con el Diluvio y también con la situación de los últimos tiempos, o sea con la Gran Apostasía.

La causa de la prevaricación judaica fue la corrupción de la religión, el fariseísmo.

Esta situación debe movernos a una gran compasión; pero también a un gran respetuoso temor, pues la judaización del Cristianismo, lo cual vemos hoy día, es simplemente una corrupción, que no es otra cosa que la apostasía anunciada por San Pablo.

Lo grave y lo actual del asunto es que, así como los judíos erraron respecto a la Primera Venida, los cristianos van a errar respecto a la Segunda Venida.

Está predicho que van a errar… La Gran Apostasía, profetiza San Pablo, antes de la Parusía.

Y lo más grave es que la Nueva Teología:

1º- No recuerda nunca la Gran Apostasía.

2° No tiene en cuenta la Segunda Venida.

3º- Tiene como un dogma inconcuso que la Iglesia y el mundo tienen que ir siempre adelante.

Todo esto no solamente es un error en la fe, sino un disparate ante la razón. No vale la pena substituir la esperanza en la Parusía, que es un dogma de fe, por semejante dislate.

Y por eso, el peligro actual no es tanto la vida inmoral que lleva la mayoría de los católicos (lo cual es bien cierto y lamentable), sino el peligro de flaquear en la fe.

Ahora bien, si está predicha la gran apostasía, entonces, ¿qué podemos hacer?

Está predicho que muchos van a flaquear en la fe; pero no está predicho que todos y cada uno tenga que flaquear en la fe… Eso depende de cada uno…

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Este Rey es Dios, Señor Todopoderoso, Rey del Cielo y de la tierra, que celebra las bodas de su amado Hijo, el Verbo Eterno.

Ahora bien, las Bodas del Hijo de Dios se realizan, según los Santos Padres, de varias maneras.

En primer lugar, por su Encarnación, se une hipostáticamente a la naturaleza humana en el seno purísimo de la Santísima Virgen María.

Luego entra en una alianza mística con su Iglesia, según las palabras de San Pablo: Este sacramento es grande, en Jesucristo y su Iglesia.

Se une finalmente al alma fiel por la gracia, según esta palabra del Profeta Oseas: Y te desposaré conmigo para siempre; te desposaré conmigo en justicia y juicio, en misericordia y piedad. Te desposaré conmigo en fidelidad, y reconocerás a tu Dios.

Estas tres santas nupcias no tienen otro fin que preparar las nupcias eternas, que se celebrarán al fin de los tiempos, y donde Jesucristo traerá como dote a su Iglesia beatificada la salvación, es decir, la gloria, la vida bendita, la paz para siempre jamás.

Ser invitados a las nupcias del Hijo de Dios, según el texto del Evangelio, es ser llamados a la fe, es decir, a conocer y amar a Jesús, a entrar en el regazo de la Iglesia, para entrar un día en el Reino para disfrutar allí de la Bienaventuranza eterna: ¡Bienaventurados los convidados al banquete nupcial del Cordero!

¡Qué honor y qué felicidad, en verdad, ser invitado a estas sagradas y divinas nupcias!

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Hay que entender por el primer llamamiento el formalizado al pueblo judío, desde la vocación de Abraham, especialmente por Moisés y los Profetas. Y este pueblo fue siempre de dura cerviz, indócil y rebelde a las divinas invitaciones.

Un nuevo y más apremiante llamado representa la misión de San Juan Bautista y de los Apóstoles…

Los judíos, con el correr del tiempo, fueron casi siempre infieles; desatendían las apremiantes invitaciones…

Otros, más perversos, apresaron los criados y los mataron… Por estos debemos entender especialmente a los jefes de la nación, los príncipes de los sacerdotes, los fariseos, que persiguieron a los Apóstoles y a los primeros discípulos, los metieron en la cárcel, los abrumaron con ultrajes, y dieron muerte a varios de ellos, entre otros a San Esteban, los dos Santiagos, etc.

En la Parábola de la Viña, que precede a ésta, Nuestro Señor había hablado claramente de su propia misión y de su puesta a muerte. Ahora habla sólo de sus Apóstoles. Pero, en ambos casos, predice la venganza divina respecto de los judíos: El rey, encolerizado, envió sus soldados, hizo perecer a aquellos homicidas: y quemó su ciudad.

Esto es lo que se cumplió cuando los ejércitos romanos, bajo el mando de Tito, invadieron Jerusalén y, tras el memorable sitio, la destruyeron, así como el Templo, y esparcieron por toda la tierra lo que quedaba de sus habitantes.

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¿Qué hizo entonces el rey? Aquí comienza la segunda parte de la Parábola, que concierne más especialmente a todos los cristianos: Entonces dijo a sus siervos: “Las bodas están preparadas, mas los convidados no eran dignos. Id, pues, a las encrucijadas de los caminos, y a todos cuantos halléis, invitadlos a las bodas”.

El banquete de bodas está listo, es decir, los misterios de la Encarnación y de la Redención están consumados. Los judíos, por su incredulidad y su obstinación, se hicieron indignos de él; pero la sabiduría divina sabe sacar el bien del mal. Dice San Pablo, en su Carta a los Romanos: “la transgresión de ellos es la riqueza del mundo, y el fracaso de ellos la riqueza de los gentiles”.

Id, pues, por toda la tierra, entre las naciones más lejanas y más bárbaras; y a todos los que halléis, sin distinción de edad ni de sexo, de condición ni de dignidad, sin acepción de personas, invitadlos al banquete de la fe…

¡Misterio de la vocación y de la predestinación de los pueblos! Cuando una nación tiene la desgracia de rechazar la antorcha de la fe, Dios la lleva a otros pueblos

Los Apóstoles, en efecto, se dispersaron y fueron a predicar por todo el mundo, y su trabajo ha continuado a través de los siglos. La Iglesia Militante está llena de una inmensa multitud, de todas las regiones y de todos los pueblos.

Pero hay una mezcla de justos y pecadores, buenos y malos; porque todos, es verdad, son llamados, pero no todos son sinceramente convertidos, ni fieles a los compromisos de su bautismo.

Esto, además, es necesario, tanto para la santificación de unos como para la conversión de otros, y también para manifestar el poder y la justicia de Dios y el respeto que tiene por nuestra libertad.

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Una vez que la sala de las bodas quedó llena de convidados, el rey entró para ver a los comensales… Esta repentina visita del rey se explica con bastante naturalidad, simboliza la visita suprema que Dios hará a cada uno de nosotros en la hora del juicio. Ejercerá entonces un riguroso examen de cada uno de los que ha invitado a las Bodas de su Hijo, y, como todos son invitados, todos serán examinados.

Y notó a un hombre que no estaba vestido con el traje de boda. En sentido literal, como ya sabemos, el vestido nupcial es la prenda festiva, ceremonial, honorífica, impuesta por el decoro, entre todos los pueblos, a los invitados a una fiesta de bodas. Nadie se atrevería a ir allí sin este vestido.

En sentido místico, es la caridad, la justicia, la santidad, es decir, la fe acompañada de toda clase de buenas obras hechas por amor a Dios.

No es suficiente venir y sentarse en la fiesta, participar en los Sacramentos, practicar los actos externos; debemos tener, además, la vestidura de la gracia, que Dios nos dio en el Santo Bautismo; es necesario haberla conservado siempre o, al menos, haberla recuperado por medio de la confesión y penitencia, para participar en el Banquete de la Gracia, luego en el de la Gloria.

Entonces el rey dijo a los siervos: “Atadlo de pies y manos, y arrojadlo a las tinieblas de afuera; allí será el llanto y el rechinar de dientes”.

El rey lo hizo atar y arrojar a la oscuridad, en contraste con la luz deslumbrante que iluminaba el salón del banquete en el interior. Quizás también lo hizo arrojar a un calabozo oscuro. Es una imagen de los castigos que Dios infligirá al pecador.

Las tinieblas exteriores son la figura de las horribles tinieblas del infierno, y, sobre todo, de la privación de la vista de Dios.

Allí será el llanto y el rechinar de dientes…, imagen de un dolor indecible, de un remordimiento punzante, de rabia y desesperación que causará al pecador el recuerdo de sus infidelidades y la eternidad del infierno, donde es arrojado por su culpa; porque de él dependía ser recibido en el Cielo.

Nuestro Señor nos da aquí una lección terrible, pero útil, a todos los cristianos. Cuántos, confiando en su título de cristianos y esperando con excesiva presunción la predilección y las bondades de Dios para con ellos, descuidan por completo sus deberes de cristianos, viven casi como paganos y no se preocupan en absoluto de ser justos y santos ante Dios.

Ser invitado a entrar en el salón de la fiesta de Bodas es un favor, pero crea deberes. Por consiguiente, de nada servirá, y aun lo hará más culpable, si alguno se presenta allí sin el vestido nupcial.

¡No!, no es el título de cristiano, ni de religioso, ni de sacerdote, lo que asegura un lugar en la bienaventuranza; es la fidelidad a la gracia, el cumplimiento perfecto de todos los deberes, en una palabra, es la santidad personal. Sin ella, seremos precipitados en el infierno.

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La conclusión moral que Nuestro Señor saca de esta parábola queda resumida en la frase: Muchos son llamados, mas pocos escogidos.

Todos, no sólo muchos, sino todos… están llamados a la fe, a gozar de los beneficios de la única religión verdadera, a entrar en la Bienaventuranza eterna; y, sin embargo, pocos son los escogidos, porque muchos no quieren sacudir el yugo del diablo y sus secuaces, vencer sus malas pasiones; porque muchos sólo buscan los bienes materiales y los placeres; porque muchos no quieren vivir como verdaderos discípulos de Jesucristo.

Aunque todos son llamados, ¡pocos son los escogidos! La mayoría son réprobos; algunos, porque descuidaron la invitación divina; los otros, porque, después de haber venido, se hicieron indignos de este banquete celestial por no tener las disposiciones requeridas…

Dios los rechaza, los abandona a sí mismos, y traslada las gracias a otros mejor dispuestos.

Ser llamado a la verdadera fe, entrar en la verdadera Iglesia, es ciertamente una gran gracia… Pero eso no es suficiente…

La fe es indispensable, pero ella por sí sola no puede llevarnos al cielo; hay una segunda condición absolutamente necesaria, a saber, la caridad, es decir, la amistad de Dios, su amor sobre todas las cosas, la observación de sus preceptos y el cumplimiento en todo de su beneplácito.

¿Estaremos entre los pocos elegidos?

Es el secreto de Dios…

Pero depende de nosotros…

Por eso San Pedro nos hace esta apremiante recomendación para asegurar nuestra salvación, que es a la vez una verdad de fe y un precepto moral: Por lo cual, hermanos, esforzaos más por hacer segura vuestra vocación y elección; porque haciendo esto no tropezaréis jamás. Y de este modo os estará ampliamente abierto el acceso al reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo.