PADRE LEONARDO CASTELLANI: LAS PARÁBOLAS DE CRISTO

Conservando los restos

PARÁBOLA DEL MANANTIAL

(Jo. IV, 1; VII, 38)

«El último día (de la fiesta de los Toldos) se irguió Jesús y clamó: Quien tenga sed, que venga a mí y beba. Quien cree en mí, de su interior brotarán, como dice la Escritura, manantiales de agua viva. Con lo cual aludía al Espíritu, que recibirían los que en Él creen. Pues el Espíritu Santo todavía no estaba, pues Jesús no había sido aun glorificado» (Jo., VII, 38).

Al agua manantial llamaban los hebreos «agua viva», al agua de vertiente que brota por sí sola y corre, y no se estanca. A esta agua, tan nombrada en el Antiguo Testamento, se compara Cristo; y el Evangelista explica que alude al Espíritu Santo y a su acción en el alma. En suma, el «agua viva» o manantial, es la Gracia.

«El que beba de ella, no tendrá más sed»; simplemente porque seguirá bebiendo de ella y no beberá más en charcos; pues beber, esto o estotro, necesario es.

Mas, ¿no dice la Escritura que el que beba de Dios tendrá más sed? Sí, tendrá más sed de Dios, pero menos sed de los charcos. «Yo soy el pan de vida: el que se allegue a mí no hambreará y el que crea en mí no tendrá sed nunca». (Jo., VI, 35).

Esta comparanza está iniciada en el coloquio con la Samaritana, que fue al lado de una fuente, coloquio que comenzó acerca del agua que Cristo le pidió a ella. Traduciremos esta perícopa —que es larga, pero vale la pena—, directamente del griego, aunque sin ponerla en estilo oral por amor de la brevedad:

«Lo que supo pues el Señor que los Fariseos se habían enterado de que Él hacía más discípulos que Juan, y bautizaba —aunque Jesús mismo no bautizaba, sino sus discípulos— abandonó Judea, y caminó de nuevo a Galilea. Para eso debía pasar por Samaría. Llegó pues a una ciudad de Samaría llamada Sijar, cerca del dominio que dio Jacob a José su hijo; allí estaba el manantial de Jacob. Jesús, fatigado del camino, se sentó cabe el pozo. Era cerca de la hora séptima (mediodía). Vino una mujer de la Samaría a baldear agua. Díjole Jesús: «Dame de beber»; pues sus discípulos habían ido a la ciudad a comprar comida. Díjole la mujer samaritana: «¿Cómo tú, judío, pides de beber a mí, samaritana?», pues no se tratan los judíos con los samaritanos. Replicó Jesús y le dijo: «Si supieras el don de Dios y quién es Él que te dice: dame a beber, tú le pedirías a Él y Él te daría del agua viva». Díjole ella: «Señor, no tienes balde y el pozo es hondo ¿de dónde sacarás el agua viva? ¿Por acaso eres Tú mayor que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo; y de él bebió, y sus hijos, y sus rebaños?». Replicó Jesús y le dijo: «Todo el que bebe de esta agua tendrá sed de nuevo: mas quien beba del agua que yo te daré, no tendrá sed por los siglos; sino que el agua que yo te daré, devendrá en ti un manantial corriente hacia la vida eterna». Dijo entonces la mujer: «Señor, dame pues de tal agua, para no tener más sed y no tener que baldear aquí». Díjole: «Vete a llamar a tu marido y vuelve». Replicó la mujer y dijo: «No tengo marido». Díjole Jesús: «Lindo dices no tengo marido; cinco maridos has tenido, y el que ahora tienes no es tu marido: verdad dijiste en esto». Díjole la mujer: «Señor, veo que eres profeta: nuestros padres se arrodillaron en esta montaña, y vosotros decís que es Jerusalén el lugar donde hay que arrodillarse» (adorar a Dios)… Díjole Jesús: «Créeme, mujer, que llega la hora en que ni en esta montaña ni en Jerusalén nos prosternaremos al Padre. Vosotros adoráis lo que no sabéis, nosotros adoramos lo que sabemos, porque la salvación viene de los Judíos; pero llega la hora, y ya es, en que los veros adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque esos tales adoradores busca el Padre: espíritu es Dios y los que adoran a Dios deben adorar en espíritu y verdad». Díjole la mujer: «Sé que el Mesías vendrá, el llamado Cristo, y cuando venga Él nos anunciará todo». Díjole Jesús: «YO SOY, el que te está hablando».

Como vemos, la metáfora del agua, y de la luz y del viento y del nuevo nacimiento está doblada en todas estas primeras parábolas con la afirmación de la Mesianidad, y aun de la Filiación divina de Jesús: el cual es a la vez el agua y la fuente, la luz y el foco, y una misma cosa con el «Viento de Dios» o Espíritu Santo.

Eso muestra que a Cristo, decir quién era no le faltaban ganas, mas faltaba disposición en el oyente, cuando hablaba a las turbas o los fariseos. Y falta disposición en los fariseos modernos, como Renán, para entenderlo.

«Agua» es una palabra usitadísima en la Escritura; mas a veces significa la inundación y el Mar Rojo, o alude a la primera manifestación de la ira de Dios, el Diluvio; otras veces es el mar tempestuoso y variable, símbolo del mundo y su inestabilidad; y otras, el agua estancada y dañina de las charcas; mas cuando significa la gracia es llamada «agua viva» o manantial: «Y con el agua de la sabiduría salvadora lo desalteró» (Eccli., XV, 3). En el Génesis se dice que el Paraíso estaba circundado de cuatro corrientes de aguas vivas; y en el Apocalipsis (XII, 1) que en el medio de la Nueva Jerusalén había un río de agua viva más clara que el cristal, procedente del trono de Dios y el Cordero.

Entre estas dos fuentes, la perdida por el pecado y la que habemos de recuperar por la gracia, transcurre la vida sedienta del Hombre.

El hombre es por natura animal sediento; y así se arroja tan generalmente a las charcas terrenas, que dan de beber y dan más sed, los bienes temporales, el amor sensual, los honores, la gloria, el poder y la venganza; y la sed de inmortalidad allá sordamente en el fondo: la sed divina que apagamos en las charcas humanas …

“A veces sube del podrido fondo
Regurgitando una letal burbuja
Que como un grano lívido y redondo
Sobre la faz del agua se dibuja.
Otras se oye la turba de las ranas
Que prenunciando próxima tormenta
Estridula detrás de las solanas
Bajo el sol que en los médanos revienta.
Y en ratos de honda platitud, y a espacios
Que todos ellos con justeza toman
Croan al mismo ritmo los batracios
Cuyas cabezas a la luz asoman… «.

Pero en el fondo de la charca, dice el poeta (Horacio Caillet Bois) ESTÁ ARRAIGADO UN AGUALIRIO VERDE, la sed de inmortalidad donde viene a injertarse misteriosamente la gracia de Dios; para hacer de la vieja charca batracia, que es el alma del hombre, una corriente hacia la vida inmortal.