Conservando los restos
LOS QUE EN TI PONEN SU ESPERANZA
Narrado por Fabián Vázquez (once minutos)
Haz brillar de un modo maravilloso
tus misericordias, ¡oh Salvador de
LOS QUE EN TI PONEN SU ESPERANZA!
(Salmo, XVI. 7)
SPERANTES IN TE
¿En dónde podremos colocar nuestra esperanza?
El que no tiene esperanza es peor que un muerto, pues la vida siempre tiende hacia adelante.
La esperanza nos es necesaria como el pan.
¿En dónde podremos depositarla? ¿En qué elemento se conservará, como el fuego que se mantiene bajo las cenizas, como el agua fresca en las ánforas, y las nieves en las anfractuosidades montañosas?
¿Dónde voy a colocar todo el deseo que hay en mí, para que nada se pierda ni se extinga de él y para que los años que pasan no me quiten nada de mi valor ni del esplendor de los destinos que me esperan?
Nosotros depositamos por todas partes, al azar, nuestras aspiraciones, como las personas apresuradas, que arrojan desordenadamente en las cómodas y en los armarios sus alhajas de todas clases, y luego no las encuentran cuando las necesitan.
Malgastamos nuestro porvenir, creyendo que para asegurarle, le debemos confiar a poderes engañosos, a divinidades caducas e innobles, y acabamos por desear, a falta de otra cosa mejor, las bellotas vulgares, que constituyen el alimento diario de la piara que guardaba el Hijo pródigo; acabamos por resignarnos a nuestros fracasos, y, cansados de decepciones, no suspiramos más que por un reposo adormecedor.
¿No es extraño ver, en muchos cristianos, la sonrisa desilusionada y amarga, que reemplaza al candor primitivo de la fe?
Y la experiencia, como ellos dicen, ¿no les ha enseñado más que a desconfiar de todo y de todos, para dejarles envejecer en una prudencia tenebrosa, vacía de alegría y completamente pagana?
No es tarea fácil conservar la juventud del alma y el vigor del deseo sobrenatural. La mayor parte de los que nos rodean están distendidos, como arcos demasiado flojos, que se niegan a transmitir su energía a las flechas… No quieren vivir más que de rutina, son mecanismos a los que la necesidad pone en tensión y que se desconocen a sí mismos; no aspiran más que a dejarse resbalar cuesta abajo, con todo lo que muere y se hunde en el fracaso.
Han deseado demasiado, según propia declaración.
Pero estas palabras son falaces. No se puede desear demasiado cuando se tiene el deber de amar con todo su corazón y con todas sus fuerzas.
Han deseado mal, y demasiado poco, y demasiado bajo; han deseado cosas que creían sublimes y que en realidad eran sólo presuntuosas y fuera de lugar.
Querer ser sublime es a veces la peor de las vulgaridades.
Han deseado con impaciencia mil pequeñeces, en las que una en pos de otra han puesto su esperanza, como los niños que a la vera de las avenidas recogen castañas de Indias de vistosos colores de caoba, pero que no sirven para comer.
Este mariposear de sus deseos es el que les ha perdido; en ese tropel de instintos y de impresiones es donde se han desvanecido.
Lo sé muy bien, Dios mío. Lo sé, y todos los días vuelvo, sin embargo, a empezar, y en mis bolsillos es donde escondo mis pequeños deseos; conmigo llevo, como una fortuna, mi porvenir, y lo espero todo de mí.
Esperar en mi voluntad y en mis resoluciones y en la solidez de mi arquitectura y en mi razón y en mi crédito y hasta ¡ay! en mi pasado; esperar en todos esos muertos y en todos esos moribundos, es una locura, pero la locura es tenaz; ha penetrado hasta el fondo de nuestra prudencia, y Tú sabes bien, Señor, que no es fácil salir de sí y desembarazarse de lo que uno es.
Todo lo que deslizo así en mis bolsillos, mis pequeñas dichas y mis grandes deseos, todo eso ha sido arrojado in saccun pertusum, en saco roto, ladrón y falso, como un infiel.
Se me ha dicho que esperase en Ti y sólo en Ti.
Adivino que esto sería la salvación, pero no sé aún bien lo que esta formula significa y con qué procedimiento puedo colocar en Ti, al parecer tan distante e invisible, los deseos que me vienen diariamente.
Y cuando me encuentro con esos cristianos cansados y tristes, que se quejan de haber sido siempre engañados, no me atrevo a derramar sobre, su descontento la lección de esta verdad primordial, ni oso decirles que confíen únicamente en Dios. Verían algo de ironía en este consejo, como si les engañase con una quimera hueca; como si les enviase al desierto a buscar hombres muellemente vestidos.
¿Qué es, pues, esperar únicamente en Ti?
¿No sería, en primer lugar, concentrar y contrastar todos nuestros deseos centrífugos, polarizados en lo único necesario y juzgar todas las cosas en la luz inmutable?
Si nos extraviamos, es porque, con demasiada frecuencia, nuestra óptica culpable nos engaña sobre el verdadero camino. Y la fe debería ser bastante vigorosa en nosotros para mostrarnos las cosas en sus verdaderas relaciones, y lo invisible dominándolo todo.
Es un trabajo demasiado doloroso desprenderse y desligarse. La mortificación de los deseos supone no que se mate en sí todo lo que espera, pide o aguarda, sino que se aherroje la voluntad salvaje y que se domestique el instinto fogoso o indolente.
Los que alardean de llegar a la armonía interior por medio de cantares poéticos y de seducciones, están expuestos a no encontrar en sí más que una anarquía disfrazada, como una venda sobre una llaga purulenta.
No hay que desparramarse, ni dejarse aprisionar, porque cautivo es aquel a quien se maneja y empuja; hay que permanecer siempre, no despreciadores del presente, lo cual no sería otra cosa que una fúnebre sabiduría, sino persuadidos de que el porvenir encierra un valor infinito, y que nuestro Dios trabaja, sin que nos demos cuenta, por nuestra plenitud eterna; hay que saber, en fin, que lo invisible no está ausente, que Cristo está muy cerca, hasta tocarnos y atraernos y hablamos y sostenernos; no hay que encerrarse en ninguna actitud de despecho o de pesar, y hay que esperar no el don de Dios sino a Dios mismo, como último término de nuestro esfuerzo, y como principio de todo mérito…
Sperantes in Te…
¡Que así sea!
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