P. CERIANI: SERMÓN PARA EL DOMINGO SEXTO DE PENTECOSTÉS

SEXTO DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS

Por aquellos días, habiéndose juntado otra vez un gran concurso de gentes, y no teniendo qué comer, convocados sus discípulos, les dijo: «Me da compasión esta multitud de gentes, porque hace ya tres días que están conmigo, y no tienen qué comer. Y si los envío a sus casas en ayunas, desfallecerán en el camino, pues algunos de ellos han venido de lejos». Le respondieron sus discípulos: «Y ¿cómo podrá nadie en esta soledad procurarles pan en abundancia?» Él les preguntó: «¿Cuántos panes tenéis?» Respondieron: «Siete». Entonces mandó Jesús a la gente que se sentara en tierra; y tomando los siete panes, dando gracias, los partió; y se los daba a sus discípulos para que los distribuyesen entre la gente, y se los repartieron. Tenían además algunos pececillos: los bendijo también, y mandó distribuírselos. Y comieron hasta saciarse; y de las sobras recogieron siete espuertas; siendo unos cuatro mil los que habían comido; en seguida Jesús los despidió.

Ya hemos visto, en el Cuarto Domingo de Cuaresma, un milagro similar al que presenta este Domingo Sexto de Pentecostés.

Aunque las circunstancias principales de estos dos milagros son las mismas, sin embargo, son dos milagros completamente distintos.

La primera multiplicación de los panes es relatada por los cuatro Evangelistas, y la segunda es reportada solamente por San Mateo y San Marcos.

La primera tuvo lugar antes de Pascua, la segunda fue realizada después de Pentecostés.

En uno y otro milagro Nuestro Señor está rodeado de una gran multitud, que lo ha seguido hasta el desierto.

En la primera multiplicación, alimenta a cinco mil hombres con cinco panes y dos peces; en la segunda, satisface a cuatro mil hombres con siete panes y unos pocos peces.

Con ambos milagros, Nuestro Señor premia la fe y el fervor de este pueblo, y quiere mostrarnos cómo su bondad y su poder saben realizar esta hermosa promesa: Buscad primero el Reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se os dará por añadidura.

¡Hermosa y consoladora lección, muy adecuada para excitar nuestro fervor y nuestra confianza!

Pero, ¿hay muchos cristianos que la comprenden?

+++

Habiéndose juntado otra vez un gran concurso de gentes, y no teniendo qué comer…, dice el Santo Evangelio…

Hay que admirar la piedad de esta multitud, que se apresura tras las huellas del Salvador, y su afán de escuchar la Palabra de Dios, sin preocuparse de las necesidades más apremiantes del cuerpo.

Esta pobre gente tiene más hambre de la Palabra de Dios que del pan material. Su santo ardor condena con fuerza a esa multitud de cristianos de nuestros días que, completamente ocupados en intereses materiales, no quieren molestarse y no encuentran tiempo para seguir a Nuestro Señor, es decir, para cumplir con sus deberes religiosos.

Convocados sus discípulos… ¿Por qué Nuestro Señor, en ese momento, llama a sus discípulos?

Parece consultarles…. Sin embargo, sabía muy bien lo que iba a hacer; pero lo hace para poner a prueba su fe, para hacer más evidente el milagro, señalando la insuficiencia de las provisiones.

Les dijo: «Me da compasión esta multitud de gentes” Estas palabras atestiguan una bondad y un amor admirables; y deben penetrar hasta lo más profundo de nuestro corazón, y suscitar allí los sentimientos más vivos de amor agradecido y de confianza.

Durante tres días, también Él, olvidándose de su descanso y de su comida, apoyó constantemente a esta inmensa multitud, que venía de todas partes para escucharlo y pedir su ayuda para la curación de los enfermos. Sólo piensa en las necesidades de esta pobre gente, que debe estar agotada por el cansancio y que no les queda nada para comer.

“Hace ya tres días que están conmigo, y no tienen qué comer. Y si los envío a sus casas en ayunas, desfallecerán en el camino, pues algunos de ellos han venido de lejos»

+++

¡Tengo compasión por la multitud!

Estas palabras manifiestan la bondad de Jesús, que vino a la tierra por amor a nosotros.

¡Cuán compasivo es el Corazón de Nuestro Salvador!

¿Quién podría contar cuántas veces se le escapó de su Corazón esta conmovedora exclamación?

Quiere enseñarnos a encomendarnos en todo a su paternal Providencia. Él conoce todas nuestras necesidades, cuenta todos nuestros pasos, todas las penas soportadas por amor a Él…; cuidará bien de recompensarnos cien veces más.

¿Quién podrá reunir todos los testimonios de su amor, todos sus beneficios?

Sean los beneficios temporales, de los cuales el Evangelio de hoy nos da un ejemplo maravilloso; pero cuántas veces su Corazón se conmovió al ver a los ciegos, paralíticos, leprosos, endemoniados, a los enfermos de todo tipo…

¡Qué solicitud por las multitudes cansadas que le seguían!

Sus discípulos parecen haber olvidado ya el reciente milagro de los cinco panes y carecen de fe en el poder del Señor: «Y ¿cómo podrá nadie en esta soledad procurarles pan en abundancia?»

Equivale al lenguaje de muchos cristianos cobardes e interesados, que hablan así para excusar su dureza y su avaricia. Los tiempos son malos, dicen, ¿quién alimentará a nuestros hijos?… Hay que reservar para el futuro, para la vejez…

¡Hombres de poca fe!

¿No alimentó Dios a los israelitas en el desierto durante cuarenta años?

¿Y qué milagros no hizo en la vida de los santos para recompensar la fe y la caridad de sus fieles?

Tenemos los ejemplos de esas maravillosas multiplicaciones en la vida de San Benito, San Francisco de Asís, Santa Catalina de Siena, San Francisco Javier… y cien más…

El brazo de Dios no se acorta…

Pero, ¡cuán débil es nuestra fe!

Hombres terrenales, que sólo creen lo que ven, dice San Agustín…

¿Ha cambiado su Corazón?

¡Cuántas veces, a pesar de nuestros pecados y de nuestras ingratitudes, todavía dice por nosotros: Me da compasión esta multitud de gentes?

Y cuando, según su sabiduría, nos visita a través de la enfermedad o de alguna otra prueba, ¿no es eso también una bendición?

¡Y qué gracias de consolación y fortaleza nos da para ayudarnos a sufrir y merecer una corona más hermosa!

Y si pasamos a los beneficios espirituales, ¿cuántas veces el Corazón de nuestro dulce Salvador no se ha movido de compasión por los pobres pecadores?

¿No lloró por Jerusalén?…

Si sudó sangre en Getsemaní y en el Calvario, fue por nuestros pecados…

Y, aún hoy, ante tanta miseria espiritual, tanto pecado, cobardía, apostasía, indiferencia culpable, ¿no grita incesantemente su Corazón conmovido: Me da compasión esta multitud de gentes?

He aquí este Corazón que tanto ha amado a los hombres… ¡Qué maravillas de bondad y de amor en los Sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía! Que envía sus sacerdotes en busca de las ovejas perdidas y descarriadas, y a anunciar la salvación…

+++

Antes del milagro de la multiplicación de los panes y los peces, como hombre, Nuestro Señor comienza orando, dando gracias a su Padre; y luego, como Dios, con su bendición multiplica la materia, que haría repartir.

Hizo esto para enseñarnos a comenzar, como Él, todas nuestras acciones con oración y acción de gracias, para agradecer a Dios y pedirle que bendiga lo que hacemos… Allí tenemos la conocida oración: “Actiones nostras, quæsumus, Domine, aspirando præveni…” Te rogamos, Señor, que inspires con tu gracia nuestras acciones y las acompañes con tu ayuda, para que todas nuestras obras tengan siempre en Ti su principio y por Ti lleguen a buen término…

Muchos cristianos rompen esta regla, por negligencia, por cobardía, por respeto humano.

Y, si Dios le fallara un solo día el ejercicio de su Providencia, ¿qué sería del mundo?

En lo que a nosotros compete, no olvidemos nunca la oración antes y después de nuestras comidas y de nuestras principales acciones, santificándolas así y haciéndolas meritorias para el Cielo.

Inmediatamente, Nuestro Señor hace repartir los panes y los peces por sus discípulos, para mostrarnos que, según el orden establecido por su sabiduría, debemos recibir sus beneficios por conducto de sus ministros.

Como sabemos, los siete canastos recogidos nos indican que nada debe perderse de los bienes de Dios, y que lo superfluo debe reservarse con cuidado para darlo a los pobres.

Dios renueva cada día, ante nuestros ojos y para nosotros, este prodigio de su poder:

En el orden general de la naturaleza, haciendo producir en la tierra las riquezas necesarias para nuestras necesidades…

En el orden de la gracia, produciendo y multiplicando cada día en nuestros altares el verdadero Pan de vida, que nos es dado por Nuestro Señor para nutrir y fortalecer nuestra alma, en el desierto de este mundo, y para ayudarnos a ir al Cielo…

En el orden particular de la Providencia, cuántas veces Dios multiplica la ayuda de la caridad en las manos de sus siervos: cuanto más ellos le dan, más les devuelve, por una especie de emulación divina; y así obran maravillas, para su gloria y para el alivio de los pobres.

+++

De este episodio evangélico debemos sacar tres lecciones: ¿Qué es seguir a Jesús? ¿Cómo se debe seguirlo? ¿Qué recompensa promete Jesús a los que le siguen?

En cuanto a la primera lección, ¿Qué es seguir a Jesús?, aquél pueblo nos enseña… Dejó todo y siguió a Jesús al desierto para escucharlo, porque Jesús tiene palabras de vida; y para pedir la curación de sus enfermos, porque Jesús es infinitamente bueno.

Para nosotros, seguir a Jesús es considerar el servicio de Dios como lo esencial, lo único necesario… Los bienes e intereses materiales deben ser accesorios. También es escuchar y meditar la palabra de Dios, vivir según sus divinas enseñanzas, esforzarse en imitar en todo a Jesús, reproducir en nosotros su vida y sus virtudes.

Respecto de la segunda lección, ¿Cómo debemos seguir a Jesús?, aquél pueblo nos vuelve a enseñar, porque sigue a Jesús:

Con valentía, haciendo verdaderos sacrificios, dejándolo todo y exponiéndose al cansancio, al hambre, a la sed.

Constantemente, no sólo por unos momentos, sino por tres días, sin desanimarse por las dificultades y privaciones.

Con toda confianza, sin preocuparse por la alimentación, ni por los inconvenientes de toda índole a que se exponía.

Es así como debemos seguir a Jesús, cuando se trata de practicar la religión, cumplir con nuestros deberes; venciendo la pereza, el respeto humano, soportando el cansancio, sacrificando nuestros intereses materiales…

Finalmente, ¿Qué recompensa promete Jesús a los que siguen?

Consideremos como premia a este buen pueblo y qué milagro hace para darles de comer.

Si tuviéramos más fe, constancia, generosidad, también experimentaríamos los efectos de la compasión y bondad de Jesús… ¿Qué milagros no ha realizado, incluso en el orden puramente material, para recompensar a sus siervos?

Y cuando Dios juzga conveniente probarlos, dejándolos sentir los rigores de la pobreza o los dolores de la enfermedad…, ¡cuántas gracias espirituales derrama en sus corazones para consolarlos, fortalecerlos, hacerlos más santos y dignos del Cielo!

¿Y quién dirá qué hermosa recompensa, qué bienaventuranza reserva en su Reino a todos los que le habrán seguido fielmente aquí abajo?

Que estos pensamientos nos animen a amar mejor a Nuestro Señor, y a seguirlo hasta la muerte…

Si tuviéramos más fe, sabríamos entender todo lo que Nuestro Señor hizo y hace para la salvación y santificación de las almas…; y nuestra vida no sería más que una perpetua alabanza y acción de gracias…

Pero hay más, pues todos estos milagros que hace nuestro Señor, en el orden de la naturaleza y de la gracia, no tienen otra finalidad que nuestra santificación y disponernos para ser dignos del cielo.

Siempre es: Me da compasión esta multitud de gentes…, porque quiere que un día seamos partícipes de su gloria y de su bienaventuranza…

¡Y no pensamos en eso!…

Debemos, pues, tener una confianza ilimitada en la bondad de Nuestro Señor, que tanto nos ama…

Pidamos esta gracia a Nuestra Señora de la Compasión…