P. CERIANI: SERMÓN PARA LA FIESTA DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD 

FIESTA DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD

Y llegándose Jesús a sus discípulos les habló, diciendo: Todo poder me ha sido dado en el cielo y sobre la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos bautizándolos en el Nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a conservar todo cuanto os he mandado. Y mirad que yo estoy con vosotros todos los días, hasta la consumación del siglo.

En este Primer Domingo después de Pentecostés, celebramos el misterio más grande e importante de nuestra santa religión: el arcano impenetrable de la Santísima Trinidad.

Los principales misterios de la religión son los de la Santísima Trinidad, el de la Encarnación y el de la Redención.

El primero y más grande de estos tres es, sin dudas, el de la Santísima Trinidad, porque constituye la vida divina en sí misma, que los dos otros presuponen.

Un misterio de la religión es una verdad revelada por Dios, que debemos creer, aunque no podamos ni comprenderla ni demostrarla. Es una verdad que no podríamos conocer, si Dios no la hubiese manifestado y enseñado. Es una verdad que nunca podremos abarcar ni penetrar en su totalidad.

El misterio de la Santísima Trinidad es la verdad revelada que enseña la existencia de un único Dios en Tres Personas distintas.

La Santa Iglesia expone esta doctrina en estos términos: La fe católica es que adoremos un único Dios en Tres Personas y Tres Personas en un único Dios, sin confundir las Personas ni dividir la sustancia.

El Santo Breviario trae un hermoso texto de San Fulgencio, tomado de su Libro De la Fe a Pedro, el cual resume lo que hemos de creer respecto de este arcano. Meditemos, una vez más, sus palabras:

“La fe que los santos Patriarcas y los Profetas recibieron de Dios antes de la encarnación de su Hijo; la fe que los santos Apóstoles recibieron de la boca del Dios encarnado, que el Espíritu Santo les enseñó, y que no solamente predicaron de palabra, sino que consignaron en sus escritos para instrucción saludable de la posteridad, esta fe proclama, con la unidad de Dios, la Trinidad que está en Él, es decir, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

Pero no habría una verdadera Trinidad, si una sola y misma persona fuera llamada Padre, Hijo y Espíritu Santo.

En efecto, si el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo fueran una sola y misma persona, como son una sola y misma sustancia, ya no habría lugar a profesar una Trinidad verdadera.

Habría, en cambio, Trinidad, pero esta Trinidad no sería un solo Dios, si el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo estuvieran separados entre sí por la diversidad de sus naturalezas, como son distintos por sus propiedades personales.

Pero como es verdad que este único verdadero Dios, por su naturaleza no solamente es uno, sino que es Trinidad, este verdadero Dios es Trinidad en las personas, y uno en la unidad de su naturaleza.

Por esta unidad de naturaleza, el Padre está enteramente en el Hijo y en el Espíritu Santo; el Hijo todo entero en el Padre y en el Espíritu Santo; el Espíritu Santo todo entero en el Padre y en el Hijo.

Ninguna de estas tres personas subsiste separada y como fuera de las otras dos, porque no hay ninguna de ellas que preceda a las otras en eternidad, o que las supere en grandeza o en poder”.

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Ahora bien, ¿qué quiere decir la palabra Trinidad? Trini – dad. Este término significa tres en la unidad.

Entonces, en este misterio, ¿a qué se aplica la Unidad?

La unidad se aplica a la sustancia, llamada también naturaleza, esencia.

Así pues, en la Trinidad sólo hay una única sustancia, una sola naturaleza, la esencia divina, la divinidad.

Y en este misterio, ¿a qué se aplica la distinción?

La distinción se aplica a las Personas, a las procesiones, a las relaciones, a los nombres, a las misiones divinas.

En Dios hay Tres Personas distintas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

Cada una de estas tres Personas, ¿es Dios? Sí, el Padre es Dios, el Hijo es Dios, el Espíritu Santo es Dios.

Pero, las tres Personas divinas, ¿son tres dioses? No, no son tres dioses, sino un sólo y mismo Dios.

¿Por qué son un sólo y mismo Dios? Porque tienen una sola y misma naturaleza, una sola y misma divinidad.

El Prefacio de la Santísima Trinidad, si bien conciso en su extensión, es profundo en su comprensión y percepción, y dice así:

“Te damos gracias a Ti, Señor Santo, Padre omnipotente, eterno Dios, que con tu Unigénito Hijo y con el Espíritu Santo, eres un solo Dios, un solo Señor; no en la unidad de una sola persona, sino en la trinidad de una sola sustancia. Por lo cual, cuanto nos has revelado de tu gloria, lo creemos también de tu Hijo y del Espíritu Santo, sin diferencia ni distinción. Confesando una verdadera y eterna Divinidad, adoramos la propiedad en las Personas, la unidad en la Esencia, y la igualdad en la Majestad”.

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La distinción de las Personas divinas, ¿destruye la unidad de Naturaleza? No, ya que, al mismo tiempo que son distintas por sus relaciones incomunicables y por sus propiedades personales, las Personas divinas son iguales por su naturaleza y sus perfecciones absolutas.

El Padre comunica a su Hijo toda su naturaleza y todas sus perfecciones; y el Padre y el Hijo comunican al Espíritu Santo, que procede de Ellos dos, esta misma naturaleza y estas mismas perfecciones.

Pero, el misterio de la Santísima Trinidad, ¿es contrario a la razón? No. Está por sobre la razón, pero no es contrario a la razón; no es absurdo.

Se objeta que hay contradicción en decir que tres son uno.

Sin embargo, la contradicción existiría, si afirmásemos que tres personas hacen una persona; o que una naturaleza hace tres naturalezas.

Sin embargo, la divina Revelación nos enseña lo que es bien diferente, que Dios es Uno en Tres Personas; que hay Tres Personas en Dios; que la Unidad se refiere a la Naturaleza, y la Trinidad a las Personas.

Por eso, el misterio de la Santísima Trinidad es incomprensible, pero no es ininteligible; podemos tener, por analogía, alguna idea imperfecta.

¿Cuál es la imagen más significativa de la divina Trinidad? Es el alma humana.

Recordemos que el hombre ha sido creado a imagen y semejanza de Dios, y entonces, al igual que Dios, el alma se conoce y se ama.

Hay en ella un principio que piensa, un pensamiento engendrado por ese principio y el amor que procede de ese principio y este pensamiento; pero no son tres almas, sino una sola alma, una única esencia.

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Después de haber expuesto lo que debemos creer en este misterio, examinemos nuestros deberes para con la Santa Trinidad. ¿Cómo debemos honrarla?

Ofreciéndole el triple homenaje de nuestro espíritu, de nuestro corazón, de nuestra glorificación.

De nuestro espíritu: doblándolo bajo el yugo de la fe, creer firmemente sin entender.

Sería una imprudencia querer escudriñar este misterio.

Hagamos un acto de fe muy firme en todo lo que la Iglesia nos enseña sobre este misterio.

Nada más justo, ya que es Dios quien lo reveló.

Nada más meritorio, ya que es un acto de humildad y sumisión a la Palabra de Dios.

De nuestro corazón: porque este misterio debe suscitar en nosotros los más profundos sentimientos de amor y gratitud hacia el Padre, que nos creó y nos conserva; hacia el Hijo, quien nos redimió; hacia el Espíritu Santo, que nos santifica.

Actos de reconocimiento a Dios por todos sus beneficios: Creación, Providencia, Encarnación, Redención, Pentecostés.

Todos los Sacramentos, todas las bendiciones nos son dadas en el nombre de la Santísima Trinidad.

Es en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo que fuimos hechos hijos de Dios en el bautismo, que somos reconciliados y purificados de nuestras faltas en el tribunal de la Penitencia, que recibimos mil gracias y bendiciones.

También actos de glorificación, glorificar a la Santísima Trinidad:

— Por nuestra fidelidad para evitar todo pecado, para observar los preceptos y seguir en todo el beneplácito de Dios.

— Por una vida santa y pura, verdaderamente digna de Dios, conservando en nuestra alma su imagen.

— Esforzándose por imitar la bondad, la caridad de la Santísima Trinidad.

— Recitando bien nuestras oraciones, haciendo piadosamente la Señal de la Cruz, y diciendo muchas veces: Gloria Patri, et Filio, et Spiritui Sancto.

— Por nuestro celo para darla a conocer y amar por todos.

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Para terminar, unas palabras sobre el Evangelio de esta Fiesta.

Este discurso supremo, que dirige Nuestro Señor a sus discípulos cuando los va a dejar, se puede dividir, a pesar de su brevedad, en tres partes.

Todo poder me ha sido dado en el cielo y sobre la tierra.

Por este majestuoso exordio, Jesús quiere fortalecer la fe y elevar el corazón de sus discípulos. Les muestra, por así decirlo, sus credenciales, bajo las cuales los envía a predicar en su nombre por toda la tierra.

Todo el poder, sin excepción y sin límites… Jesús habla aquí, no del poder infinito que posee desde toda la eternidad, como Dios, con su Padre; sino del poder universal que recibió de su Padre, como Mesías, para el establecimiento y gobierno de su reino espiritual y de su Iglesia, poder que mereció por sus humillaciones y sus sufrimientos.

Es, por lo tanto, la realización completa y magnífica de las Profecías.

Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos bautizándolos en el Nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a conservar todo cuanto os he mandado.

Es en virtud de este poder soberano que os envío, como mi Padre me ha enviado. Id pues, como mis agentes, mis representantes, predicad mi Evangelio a todos los pueblos de la tierra, sin excepciones; todos deben participar de la bendición de la Redención.

Id a la conquista del mundo entero, enseñad a todas las naciones, instruidlas, ante todo sobre lo que es imprescindible y necesario para salvarse; entonces, bautizadlas en el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo…

Tengamos en cuenta que dos cosas son necesarias para convertirse en discípulo de Jesucristo:

1°.- recibir la fe con el Bautismo, que abre la puerta de la Iglesia y del Cielo,

2°.- ser bien instruidos en toda la doctrina cristiana.

Hay que conocer bien y observar bien los preceptos del Señor, y practicar las virtudes cristianas; es decir, vivir como verdadero discípulo de Jesucristo, como cristiano. Este punto es esencial y formalmente recomendado aquí por Nuestro Señor.

Esta misión universal de los Apóstoles se perpetuó a través de todos los siglos; por lo tanto, la verdadera Iglesia es católica en el espacio, así como es apostólica en el tiempo.

Y mirad que yo estoy con vosotros todos los días, hasta la consumación del siglo.

Jesús termina con esta magnífica y consoladora promesa, que contiene, para los Apóstoles y para sus sucesores, un estímulo muy poderoso.

Solos, ¿qué podían hacer ante tantos obstáculos y persecuciones que se desatarían contra ellos?

Pero Jesús estará con ellos para iluminarlos, dirigirlos y defenderlos, en medio de sus dificultades y peligros.

La Iglesia y los hombres apostólicos que ella envía han encontrado siempre obstáculos y dificultades; pero ellos, sin embargo, continuaron su misión divina, animados, fortalecidos y consolados por esta asistencia de Nuestro Señor.

Las puertas del infierno intentarán vanos esfuerzos; la Iglesia tiene la promesa y la asistencia de su divino Fundador, y ella continuará hasta el final de los siglos para ofrecer luz y salvación a los hombres.

Concluyamos como nos enseña la Santa Liturgia:

Bendigamos al Padre y al Hijo con el Espíritu Santo. Alabémosle y ensalcémosle por todos los siglos.

Gracias sean dadas a Vos, oh Dios, gracias a Vos, verdadera y una Trinidad, una y suprema Deidad, santa y una Unidad.

Oración Colecta: Omnipotente y eterno Dios, que concedisteis a vuestros siervos conocer la gloria de la eterna Trinidad mediante la confesión de la verdadera fe, y adorar la Unidad en el poder de la Majestad: os suplicamos que, por la firmeza de la misma fe, seamos siempre protegidos contra todas las adversidades.