Conservando los restos
LA PERLA PRECIOSA
Narrado por Fabián Vázquez (once minutos)
Es semejante el reino de los cielos
a un mercader que trata
en perlas preciosas,
y viniéndole a las manos
UNA DE GRAN VALOR,
va y vende cuanto tiene,
y la compra.
(San Mateo, 13, 44)
PRETIOSA MARGARITA
El pueblo cristiano debe alimentarse con esta virtud delicada y completa, llamada santidad. Y el reino de los cielos se parece a una perla preciosa, encontrada como un tesoro.
Inventa margarita. La santidad es, sin duda, un tesoro, pero tesoro ya descubierto, y al que no debe buscarse en la noche; y no está en lo extraordinario, casi siempre colindante con lo extravagante y estrambótico.
Para ser amigo de Dios, no es menester representar los papeles brillantes.
La santidad no consiste en la exageración, aunque piadosa, sino en la adaptación siempre flexible a todos los deberes. No trata con el mismo proceder a todo lo que se le presenta. Presta al detalle todo el valor que merece un detalle y nada más. Atribuye a lo esencial todo el valor de un absoluto y nada menos. Guarda en su apreciación teórica todos los matices, y en la ejecución práctica todos los modos de lo real.
Dios mío, si me adaptase a mi deber y a tu voluntad, nunca me quejaría, y Tú encontrarías en mí un instrumento dócil para tus designios.
Si me adaptase, me aprovecharía de todo, sin hacerme esclavo de nada, y conservaría la lozanía del alma, la perspicacia serena, el vivo interés por tu obra, todo cuanto la preocupación de mi propia excelencia seca o destruye sin provecho.
¡Oh, Dios mío!, si yo pusiera mi santidad en aquello en que Tú la pones por mí: en vivir en esta celda, en invierno como en verano, sin quejarme, en cumplir mis obligaciones, en sonreír a los que me molestan, en mantener libre de amargura mi corazón y de cólera mi alma, en ponerme al servicio de todos, en no preocuparme de juzgarme, de pesarme en balanzas de precisión, como si fuese una cosa rara, y como si el menor de mis pequeños malestares turbase el equilibrio de las constelaciones…
Después de todo, debería recordar que no hay ninguna tarea que sea prosaica. Viene de Ti, es divina, es la perla rara, preciosa, única —pretiosa margarita— que se asemeja al reino de los cielos.
Hay una cosa que nada ni nadie puede reemplazar, y ésa soy yo mismo, por insignificante que se me suponga; y una acción única que nadie puede realizar más que yo, y es la que realizo actualmente al orarte en mi interior.
Para ser raro no es menester, por lo tanto, imitar a quienquiera que sea: basta con no cesar de ser lo que soy, con que no me destruya en locos desvaríos, y con que, adaptándome bien a las manos providenciales, sin reticencias, ni resistencias, sea plenamente lo que Tú te has propuesto en mí.
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