DOMINGO INFRAOCTAVA DE LA ASCENSIÓN
Cuando venga el Paráclito, que yo os enviaré de junto al Padre, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre, Él dará testimonio de mí. Y también vosotros daréis testimonio, porque estáis conmigo desde el principio. Os he dicho esto para que no os escandalicéis. Os expulsarán de las sinagogas. E incluso llegará la hora en que todo el que os mate piense que da culto a Dios. Y esto lo harán porque no han conocido ni al Padre ni a mí. Os he dicho esto para que, cuando llegue la hora, os acordéis de que ya os lo había dicho.
Este Evangelio es muy actual, porque trata de la persecución, y la Iglesia ha estado siempre perseguida, de una manera u otra, conforme a la predicción de Cristo: Si a mí me persiguieron, a vosotros os perseguirán; no es el discípulo mayor que el maestro. Y la Iglesia está hoy más perseguida que nunca en todo el mundo…
Nuestro Señor encomienda a los Apóstoles la misión de Testigos, y les promete el Espíritu Santo, que será el primer Testigo. Y después les predice las dos formas más terríficas de persecución, para que no se escandalizasen ni tropezasen cuando ellas acaeciesen.
Estas dos formas de la persecución son la de adentro y la de afuera.
Primero, la persecución interna, que consiste sobre todo en los cismas, las herejías y las apostasías; y también en los falsos hermanos, es decir, los católicos fingidos, que ya existían en tiempo de San Pablo.
Nuestro Señor la caracteriza y resume diciendo: os expulsarán de las sinagogas…, seréis excomulgados…, seréis echados de la reunión de los creyentes…
Por eso dije que la Iglesia está hoy más perseguida que nunca en todo el mundo…, pues la Iglesia ha sido eclipsada por la iglesia conciliar y los conciliares han usurpado los puestos de mando.
Después está la persecución externa: os matarán; y en los últimos tiempos, os matarán y creerán con eso hacer un servicio a Dios…, como acto de culto…
Por lo tanto, hay una relación directa entre testigo, testimonio en las persecuciones, y martirio; a tal punto que en griego testigo equivale a mártir… De allí, entonces, que habrá que dar testimonio por la propia sangre… testimoniar a través del martirio…
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Ahora bien, el martirio pertenece al acto principal de la fortaleza, que es el soportar; no a su acto secundario, que es el atacar.
Mártir significa testigo de la fe cristiana; y pertenece al martirio el que el hombre dé testimonio de su fe, demostrando con sus obras que desprecia el mundo presente y visible a cambio de los bienes futuros e invisibles.
Para la razón perfecta de martirio se exige sufrir la muerte por Cristo. De ahí que los mártires son testigos de la verdad de la fe cristiana, que es, por tanto, la causa de todo martirio.
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Nuestro Señor continúa: Os he dicho esto para que, cuando llegue la hora, os acordéis de que ya os lo había dicho…
Por lo tanto, es deber del cristiano tener en cuenta la persecución.
Esta predicción de Cristo se cumplió de diferentes maneras a lo largo de toda la historia de la Iglesia, y se hace y se hará cada vez más solapada a medida que nos acercamos al fin: Los mártires de los últimos tiempos, dice San Agustín, ni siquiera parecerán ser mártires… E incluso llegará la hora en que todo el que los mate pensará rendir culto a Dios…
La Persecución es la ley de la Iglesia: es la carga que debemos llevar, y debemos hoy mirarla de frente.
Ella muestra que la Iglesia es una cosa sobrenatural; de otro modo no se entendería que hombres honrados, buenos y aun santos, lo mejor que hay en la humanidad, sean odiados con tan extraña saña, a veces hasta el asesinato, a veces incluso desde adentro de la Iglesia y no solamente desde afuera, como vemos en el curso de veinte siglos.
Así que hemos de mirar de frente nuestro destino: todos los que quieran ser buenos cristianos, toparán contrastes y dificultades en el mundo por el hecho de ser cristianos; porque van a contracorriente de la correntada del mundo.
Y hoy día existe en el mundo la persecución más grande que ha existido nunca… En efecto, en los modernos países apóstatas liberales, otrora católicos, la persecución está velada, pero existe; y aunque no sea sangrienta, es muy perniciosa, porque ataca las almas. Esta es persecución de la peor especie; y esta persecución hipócrita puede traer la otra, la persecución abierta.
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En cuanto a nosotros, no debemos esperar el éxito inmediato de nuestros esfuerzos y trabajos. Lo que nos pide Nuestro Señor Jesucristo es que demos testimonio de la Verdad.
Ahora bien, es cada vez más evidente que la lucha contrarrevolucionaria abarca dos combates que han de desarrollarse en dos tiempos distintos: un combate de resistencia, conservador, y un combate para restablecer el Reino de Cristo Rey.
En primer lugar, debemos combatir para conservar las últimas posiciones que nos quedan. Por sobre estos compromisos conservadores se entablará el combate por el restablecimiento del Reino de Nuestro Señor Jesucristo.
Es importantísimo no confundir ambos combates, es necesario distinguirlos, porque ellos tienen objetivos diferentes y, por lo mismo, también poseen tácticas distintas.
Muchas veces, el comportamiento erróneo de los jefes y de los soldados tradicionalistas se deben a que existe una incomprensión respecto a estos dos combates y a sus objetivos. Es decir, muchas veces se piensa que existe un solo combate y se confunden los objetivos de la batalla de conservación y resistencia con los fines de la lucha posterior, se mezcla la parte que le corresponde a los hombres con la acción que deben llevar a cabo Cristo Rey y su Madre Santísima.
¿Cómo combatir la batalla defensiva, de mantenimiento? Ante todo, hay que hacer dos advertencias previas:
– 1ª) esta batalla apunta solamente a objetivos secundarios
– 2ª) y no le es proporcionada ninguna asistencia divina extraordinaria.
Además, ella posee particularidades que dependen de sus raíces históricas e imponen tres límites a los combatientes, que deben ser respetados:
– 1º) La misión de las fuerzas contrarrevolucionarias no es de ruptura, sino de resistencia, para conservar los restos.
Los medios con los que contamos no son proporcionados para intentar romper el asedio. Nuestra misión es vigilar, conservando los restos que van a perecer. Si intentásemos la ruptura, equivocaríamos la táctica.
– 2º) Las fuerzas contrarrevolucionarias son, humanamente, impotentes.
La batalla de mantenimiento es llevada a cabo por una minoría, vigorosa y valiente ciertamente, pero humanamente impotente. El dispositivo revolucionario es inexpugnable. El enemigo ha tejido un asedio cerrado que, si bien es artificial, se impone de una manera absoluta. Las fuerzas contrarrevolucionarias son incesantemente neutralizadas, mutiladas y aniquiladas.
– 3º) Las fuerzas contrarrevolucionarias están constreñidas por los medios de la «legalidad» revolucionaria.
Los contrarrevolucionarios tienen consciencia de defender los derechos de Dios contra el poder de la Bestia. Es de esa fuente que extraen su ardor y su confianza. Pero se imaginan demasiado fácilmente que esta posición de principio les da sobre el Estado laico una preeminencia jurídica.
Es demasiado tarde para exigir del Estado laico el reconocimiento de los derechos de la Iglesia, para pretender del Estado apóstata el reconocimiento de los derechos de Jesucristo, para esperar del Estado sin Dios el reconocimiento de los derechos de Dios.
En el combate que llevamos a cabo, somos constreñidos a los medios de la «legalidad» revolucionaria, que, por añadidura, será cada día más rigurosa, reduciendo cada vez más nuestros medios de defensa.
Es un signo más de la apostasía reinante el hecho que la generalidad de los que se dicen católicos no pueda ni siquiera ver esto, que es clarísimo.
La batalla ulterior, la que tendrá por objetivo arrancar el poder a la Bestia y restituírselo a Cristo Rey, es obra personal de Dios. Sin embargo, el Divino Maestro espera que el pequeño número intervenga por la oración y la penitencia para remover el obstáculo que se opone a la acción divina, e incluso, en una cierta medida, para desencadenarla.
La situación es tal que, al mismo tiempo, participamos de un combate de conservación y de un combate preparatorio por medio de la súplica. Es necesario ser hombres de acción para asumir la custodia de los restos, y ser hombres de oración para participar de la batalla de súplica.
Estas dos actitudes son difíciles de conciliar, y eso explica las divergencias en la apreciación de las prioridades. ¿Qué hay que privilegiar, la acción o la oración? Este problema de la cohabitación del hombre de acción y del hombre de oración se resuelve sabiendo que hay un tiempo para la oración, que debe preceder a la acción, y un tiempo para la acción, que debe seguir a la oración. Además, hay que ser muy activos en la contemplación y muy contemplativos en la acción: permanecer y al mismo tiempo salir; salir y al mismo tiempo permanecer.
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Hace más de treinta años que sostengo esta posición, que resumo e ilustro con la figura de la expectante resistencia en la Inhóspita Trinchera, la cual no es aceptada por los partidarios de la restauración.
Ahora bien, la aparición de la inventada pandemia ha reavivado este tema, e incluso ha motivado la creación de grupos e incluso coaliciones para oponerse a las medidas tomadas por los gobiernos.
También circula por allí un Llamamiento para la Iglesia y el mundo, firmado, entre otros, por autoridades de la iglesia conciliar, tales como los sacerdotes Carlo Maria Viganò, Robert Sarah, Joseph Zen Ze-kiun, Janis Pujats, Rene Henry Gracida y Andreas Laun (cuya consagración episcopal es dudosa), junto a Gerhard Ludwig Mueller, Luigi Negri, Joseph Strickland, Thomas Peta, Athanasius Schneider y Jan Pawel Lenga (siendo dudosa hasta su ordenación sacerdotal).
Comienzan diciendo que “En un momento de gravísima crisis, los pastores de la Iglesia Católica, en virtud del mandato que hemos recibido, nos consideramos en el sagrado deber de hacer un llamamiento a nuestros hermanos en el Episcopado, el clero, los religiosos, el pueblo santo de Dios y todos los hombres de buena voluntad”.
Y, desde el comienzo, cuestionamos que sean realmente pastores de la Iglesia Católica.
Se oponen a “imposiciones antidemocráticas” y proponen “Un diálogo democrático y franco como el mejor antídoto contra el riesgo de imponer formas sutiles de dictadura”.
Les dije que no son pastores de la verdadera Iglesia…
Dicen que “reivindican enérgicamente el derecho a decidir de forma autónoma en lo que se refiere a la celebración de la Santa Misa y los Sacramentos”.
Reivindican aquello que han utilizado para destruir toda la Santa Liturgia, especialmente el Santo Sacrificio de la Misa según el Sagrado Rito Romano codificado por San Pío V.
Expresan que “Los derechos de Dios y de los fieles son ley suprema de la Iglesia que ésta no quiere ni puede abrogar”.
Y se han burlado y se siguen burlando de los derechos de Dios y de los fieles, sosteniendo, entre otras cosas, documentos del conciliábulo Vaticano II como Lumen gentium, Gaudium et spes, Dignitatis humanæ, Unitatis redintegratio, Nostra ætate, y las encíclicas de los conciliares.
Se mofan de los fieles diciendo que “Todos estamos llamados a valorar la situación actual de forma coherente con las enseñanzas del Evangelio, y ello exige tomar partido: o con Cristo o contra Cristo”.
¡Caraduras apóstatas…!
Su sarcasmo llega al límite al exhortar: “No permitamos que con la excusa de un virus se borren siglos de civilización cristiana”.
Y pensar que en 1964 Ratzinger dijo que “en el debate sobre la Libertad Religiosa estaba presente en la catedral de San Pedro el fin de la Edad media, más aún, de la era constantiniana”; y “que la recurrencia al Estado por parte de la Iglesia desde Constantino, con su culminación en la Edad media y en la España absolutista de la incipiente Edad moderna, constituye para la Iglesia en el mundo de hoy una de las hipotecas más gravosas”.
Para resumir en dos palabras: grupos, coaliciones y prelados modernistas piden la Misa…
Pero, ¿de qué misa se trata?
¿De la bastarda de Pablo VI?
¿De la de Juan XXIII, que es la forma extraordinaria de un rito cuya forma ordinaria es la bastarda de Pablo VI, y que expresa la misma fe que ese rito protestante?
Ya llegan a nuestros oídos las vocinglerías de los escandalizados extremistas de centro…
De ellos no nos ocupamos, porque forman fila con los apóstatas…
Nosotros debemos, en primer lugar, combatir para conservar las últimas posiciones que nos quedan…
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Sin embargo, puede ser que haya personas de buena fe que consideren que las circunstancias actuales exigen salir de la trinchera, dejar el combate de resistencia y pasar a actitudes valientes de arremetida con claras manifestaciones de Fe.
Consideremos, pues, un poco esta cuestión a la luz de la doctrina de Santo Tomás.
En primer lugar, respecto del Acto externo de Fe hay que decir que, como todos los preceptos positivos, no obliga en todo momento. Es decir, obliga en su lugar, tiempo y demás circunstancias que limitan el acto humano para ser virtuoso.
En consecuencia, para salvarse no es necesario confesar externamente la fe ni siempre ni en todo lugar, sino en lugares y tiempos determinados, es decir, cuando por omisión de la fe se sustrajera el honor debido a Dios o la utilidad que se debe prestar al prójimo.
No haría falta aclararlo…, pero el número de necios lamentablemente aumenta (y las cifras no son inventadas como con el coronavirus…), por lo tanto, es necesario decir que mal se puede reclamar el honor debido a Dios o la utilidad espiritual del prójimo recurriendo a la iglesia conciliar, su doctrina apóstata y su liturgia bastarda…
Hace más de cincuenta años que se reclama la verdadera Misa católica, así como la doctrina tradicional y verdaderos pastores que las celebren y enseñen… Y los grupos y coaliciones que ahora aparecen han hecho causa común con los modernistas, apóstatas conciliares…
A pesar de todo, hay personas de esos grupos, coaliciones y otros entes que siguen insistiendo en que hay que llevar a cabo una acción e incluso una sublevación…
Consideremos, pues, lo que enseña Santo Tomás sobre la Impavidez y la Audacia.
En cuanto a la Impavidez, el Santo Doctor dice que se trata allí del temor de los males temporales, que proviene del amor a tales bienes.
Ahora bien, es innato y natural en cada hombre amar la propia vida y lo que a ella se ordena, pero de un modo debido, es decir, no amándolo como fin, sino como medio del cual nos servimos para el fin último.
De ahí que, el apartarse del debido amor a la vida y a los bienes temporales, va contra la inclinación natural, y, por consiguiente, es pecado.
Pero, como nunca está uno libre de semejante amor, porque lo natural no puede perderse totalmente, puede suceder que la muerte y otros males temporales se teman menos de lo debido, porque a la vida y a los bienes temporales se los ama menos de lo debido.
En cambio, el no temer en absoluto la muerte y otros males temporales no puede provenir de una falta total de amor, sino de pensar que no pueden sobrevenir los males opuestos a los bienes que ama.
Esto ocurre unas veces por la soberbia de ánimo, que presume de sí y desprecia a los demás.
Otras veces sucede por defecto de razón, como dice Aristóteles de los celtas, que, debido a su necedad, no tienen miedo a nada.
Por tanto, es evidente que el ser impávido es pecado, ya tenga su origen en la falta de amor a la vida y a los bienes temporales, ya en la soberbia del espíritu, ya en la necedad.
Por el contrario, la muerte, o todo lo que puede afligir a un hombre, no debe temerse hasta el punto de apartarnos de la justicia.
Pero debe temerse en cuanto puede significar un obstáculo para las obras virtuosas, bien sea para provecho propio o de los demás. Por eso leemos en el Libro de los Proverbios 14, 16: El sabio teme y se aparta del mal.
Asimismo, los bienes temporales deben despreciarse, si nos impiden el amor y el temor de Dios; pero no deben despreciarse, en cuanto nos sirven de instrumento para obrar según el amor y temor de Dios.
¿Qué relación existe en la virtud de fortaleza y la impavidez?
Es propio de la fortaleza imponer un temor moderado según la razón, o sea, que el hombre tema lo que conviene y cuando conviene.
Ahora bien, este modo racional puede corromperse tanto por exceso como por defecto.
De ahí que, así como la timidez se opone a la fortaleza por exceso de temor, en cuanto el hombre teme lo que no conviene o más de lo que conviene; así también la impavidez se opone a la fortaleza por defecto de temor, en cuanto no se teme lo que conviene temerse.
La razón radica en que el acto de la fortaleza es resistir y hacer frente al temor, no de cualquier modo, sino conforme a la razón, lo cual no hace el impávido.
La impavidez en sí misma corrompe el justo medio de la fortaleza; y por eso se le opone directamente.
La fortaleza impone el justo medio tanto en la impavidez, como en la audacia.
La audacia, en cuanto vicio, se opone a la fortaleza por exceso de audacia, y la impavidez por defecto de temor.
Esto nos lleva a considerar, finalmente, la Audacia como vicio.
Santo Tomás comienza por citar un texto del Libro del Eclesiástico, que dice así: En viaje no te acompañes con un audaz (o temerario); no sea que cargue sus desastres sobre ti; porque él va siguiendo su voluntad, y su locura te perderá a ti, juntamente con él. No camines por lugar solitario con el audaz; porque para él la sangre no importa nada, y cuando no haya quien te socorra, te hará pedazos.
Luego enseña que la audacia es una pasión y, como tal, unas veces es moderada por la razón, otras no se somete a ella, sea por exceso o por defecto; y entonces es viciosa, es decir, pecaminosa.
La audacia, en cuanto vicio, importa un exceso de la pasión que lleva el mismo nombre, es decir la audacia.
Por lo cual es manifiesto que se opone a la virtud de la fortaleza, que tiene por objeto los temores y las audacias.
El movimiento de la pasión audacia consiste en lanzarse a combatir lo que es contrario al hombre; a ello inclina la naturaleza, si tal inclinación no es obstaculizada por el temor de sufrir algún daño.
Por eso el vicio que se excede por audacia no tiene más defecto contrario que la timidez.
Pero la audacia no siempre acompaña únicamente a la falta de timidez. Ya que, como dice Aristóteles, los audaces se adelantan y buscan primero el peligro, pero una vez en él se vuelven atrás a causa del temor.
Lo cual demuestra que la causa del vicio audacia radica en la presunción.
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De estas consideraciones se sigue que:
– Vincularse con cualquier movimiento de la iglesia bastarda, nos llevaría a un falso martirio.
– Intentar cualquier sublevación de ataque contra el misterio de iniquidad, que llega a su punto culminante, nos llevaría a pecar de impavidez o audacia.
– La postura conforme a las consigas evangélicas y apocalípticas es la que corresponde para enfrentarlo hasta la venida de Nuestro Señor: vigilar y orar, estar en guardia para defender lo que nos queda cuando vengan por ello, y en ese tiempo determinado confesar la fe hasta el martirio, si fuese necesario.
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Leído y meditado todo esto, citamos, ¡¡una vez más!!, al Padre Castellani, que ya en 1945 enseñaba:
Mis amigos, mientras quede algo por salvar; con calma, con paz, con prudencia, con reflexión, con firmeza, con imploración de la luz divina, hay que hacer lo que se pueda por salvarlo. Cuando ya no quede nada por salvar, siempre y todavía hay que salvar el alma. (…)
Es muy posible que bajo la presión de las plagas que están cayendo sobre el mundo, y de esa nueva falsificación del catolicismo que aludí más arriba, la contextura de la cristiandad occidental se siga deshaciendo en tal forma que, para un verdadero cristiano, dentro de poco no haya nada que hacer en el orden de la cosa pública.
Ahora, la voz de orden es atenerse al mensaje esencial del cristianismo: huir del mundo, creer en Cristo, hacer todo el bien que se pueda, desapegarse de las cosas criadas, guardarse de los falsos profetas, recordar la muerte. En una palabra, dar con la vida testimonio de la Verdad y desear la vuelta de Cristo. En medio de este batifondo, tenemos que hacer nuestra salvación cuidadosamente (…)
Los primeros cristianos no soñaban con reformar el sistema judicial del Imperio Romano, sino con todas sus fuerzas en ser capaces de enfrentarse a las fieras; y en contemplar con horror en el emperador Nerón el monstruoso poder del diablo sobre el hombre.
Os he dicho esto para que no os escandalicéis. Os expulsarán de las sinagogas. E incluso llegará la hora en que todo el que os mate piense que da culto a Dios. Y esto lo harán porque no han conocido ni al Padre ni a mí. Os he dicho esto para que, cuando llegue la hora, os acordéis de que ya os lo había dicho.