50 AÑOS DEL NOVUS ORDO MISSÆ

Conservando los restos

LA SUPRESIÓN DEL SANTO SACRIFICIO

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ESCUCHAR ESPECIAL DE CRISTIANDAD

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Estamos a cincuenta años del Novus Ordo Missæ… Estamos a cincuenta años de la segunda reforma protestante… Con esa reforma no católica comienza la operación de supresión del santo sacrificio…

Luego de haber estudiado la historia de la Santa Misa desde San Pedro hasta San Pío V y de haber analizado las diversas partes de la Santa Misa de Rito Romano y sus correspondientes oraciones, hemos considerado los antecedentes remotos e inmediatos de la misa nueva.

A continuación, emprendimos el estudio general y particular de ésta. De este modo, consideramos los autores y los fines de la nueva misa, examinamos la explicación de la nueva misa dada por los innovadores modernistas, especialmente la Institutio Generalis.

Una vez acabado este análisis, comenzamos el estudio de los cambios producidos en el Ordo Missæ.

Los reformadores querían absolutamente la desaparición del Misal Romano, el aniquilamiento del Rito Romano.

Entrando ya en los detalles, realizamos un estudio de los ritos del Novus Ordo Missæ.

Continuamos luego con el análisis de algunos temas en particular, primero desde el punto de vista canónico.

Nos detuvimos primero en lo que llamamos una Legislación Revolucionaria, y vimos en detalle el ataque a la Bula Quo primum tempore de San Pío V por medio de la Constitución Missale Romanum.

Luego tuvimos que considerar los dos indultos de 1984 y 1988 y el pérfido Motu proprio Summorum pontificum, de Benedicto XVI.

Hemos concluido expresando que la Misa no basta para corresponder a la Fe; y que por eso hay que descartar la vuelta a la Fe por medio del birritualismo

Lo que se impone es la llegada o la vuelta a la única Misa Romana por medio de la verdadera Fe.

Si no se regresa a la profesión íntegra de la Fe, sin rupturas con la Tradición, la dialéctica con el Misal Romano no dejará de ser una diabólica astucia.

Y recordamos las palabras de Monseñor Lefebvre:

No es una pequeña cosa la que nos opone.

No basta que se nos diga: “pueden rezar la Misa antigua, pero es necesario aceptar esto”.

No, no es solamente eso lo que nos opone, es la Doctrina.

Ha llegado el momento de comenzar el estudio teológico de la misa montiniana, previamente se hizo necesario establecer los principios de la Teología Católica sobre el Santo Sacrificio de la Misa.

Lo cual nos hemos propuesto considerar en tres Especiales:

– Los Sacramentos en general, especialmente su significación y la intención del ministro

– La Sagrada Eucaristía como Sacrificio

– Forma de las dos Consagraciones y Tono en que han de ser pronunciadas las palabras.

En el último Especial estudiamos la significación de los Sacramentos y la intención que debe tener el ministro. Seguimos hoy con el segundo tema:

EL SACRIFICIO SACRAMENTAL EUCARÍSTICO

Resumo aquí el Prólogo del Doctor Fray Francisco Barbado Viejo, O.P. al Tratado de la Santísima Eucaristía del Padre Gregorio Alastruey.

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Monseñor Francisco Barbado Viejo

El tratado teológico de la Eucaristía ha sido uno de los más estudiados por los teólogos y apologistas. Algunos aspectos del mismo de tal manera fueron profundizados y expuestos por Santo Tomás de Aquino, que apenas ha habido progreso en las investigaciones escolásticas posteriores.

La labor de los teólogos ha consistido principalmente en exponer la doctrina profundísima del Angélico para ponerla a nuestro alcance, o bien en justificar históricamente sus asertos investigando en los Santos Padres y escritores antiguos las aportaciones de cada época al conjunto de doctrinas desarrolladas por él, y, finalmente, en defenderlas de los ataques de los adversarios.

Los problemas dificilísimos de la transubstanciación, del modo de la presencia de Jesucristo en la Eucaristía, de la conservación de los accidentes, no obstante los intentos de explicación diferente de la de Santo Tomás, se hallan hoy en el mismo estado de investigación y de explicación en que los dejó el Angélico Doctor, el cual, teniendo presente los datos de la Revelación y del Magisterio de la Iglesia y los principios inconmovibles de la metafísica, construyó con su poderosísima inteligencia un edificio científico de base solidísima y de estabilidad y equilibrio tales, que puede aplicarse a este tratado lo que de la construcción científica de Santo Tomás, en general, dijo Pío XII: que «de tal manera conduce a la inteligencia humana al estudiar los misterios divinos, que, no obstante hallarse como acobardada y ofuscada por el resplandor de la revelación, la introduce en el templo de los misterios de Dios, y, resolviendo con su raciocinio las cuestiones, hace que resplandezca la interconcordia o armonía de las cosas divinas y las humanas» (Discurso al Congreso de Filosofía Tomista, 1950).

Fue precisamente al escribir el tratado de la Eucaristía cuando le habló el Crucifijo de la capilla de San Nicolás de la iglesia de los dominicos de Nápoles aprobando su doctrina: Bien has escrito de mí, Tomás.

Hay, sin embargo, importantísimos temas del tratado de la Eucaristía que Santo Tomás no desarrolló, y que han sido objeto de prolongadas investigaciones de teólogos posteriores.

Son principalmente los que se refieren al Sacrificio Eucarístico.

Al ser combatida por los protestantes la doctrina de la Iglesia, los apologistas y teólogos le dedicaron especial atención, y se ha llegado a establecer puntos doctrinales sólidos, sobre la base científico-teológica inconmovible, cuya síntesis, recogida por el Concilio de Trento, constituye hoy el punto de convergencia de todos los teólogos.

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Los principios básicos sobre los que ha de levantarse el edificio teológico del Sacrificio Eucarístico es su carácter de sacrificio:

* Real y verdadero,

* Visible,

* Incruento,

* Representativo del Sacrificio cruento de la Cruz.

El Sacrificio Eucarístico es el mismo Sacrificio de la Cruz: “Una e idéntica es la Víctima, uno mismo el que ahora ofrece por ministerio de los sacerdotes y se ofreció entonces en la cruz. Sólo es distinto el modo del ofrecimiento” (Concilio de Trento, Sesión XXII, c. 2).

La doctrina del Concilio es la misma, expresada casi con idénticas palabras por Santo Tomás, en su comentario a la Epístola de San Pablo a los Hebreos, 10, 1:

Non offerimus aliam oblationem quam Christus obtulit pro nobis, scilicet sanguinem suum. Unde non est alia oblatio, sed est commemoratio illius hostiæ quam Christus obtulit.

He aquí la traducción en su contexto:

“Pero, al contrario, pudiera objetarse que tal razonamiento no es eficaz; pues pudiera decirse que aquella oblación purificaba de los pecados pasados, no de los futuros; por consiguiente, porque a menudo pecaban, a menudo también era necesario se reiterasen las ofrendas. Respondo que la manera de hablar del Apóstol no da lugar a ello; pues, siendo el pecado una cosa espiritual, opuesta a lo celestial, conviene que, por lo que se purifica, la ofrenda sea también celestial y espiritual y, por consiguiente, tenga virtud permanente.

De ahí que, al hablar de la virtud del sacrificio de Cristo, le atribuye virtud perpetua, diciendo: «habiendo obtenido una eterna redención». Mas lo que tiene virtud perpetua es suficiente para lo cometido y por cometer y, por consiguiente, no es necesario repetirlo más; de donde Cristo con una sola ofrenda purificó para siempre a los que ha santificado, como se dice abajo.

Asimismo el decirse que no se repita, en contra de lo cual está el hecho de nuestra oblación diaria. Respondo que nuestra oblación no es diferente a la que Cristo hizo por nosotros, es a saber, su sangre; de suerte que no es otra la ofrenda, sino que es la conmemoración de aquella Hostia que Cristo ofreció: «haced esto en memoria mía» (Mt 26)”.

Se trata, principalmente, de determinar la naturaleza del Sacrificio Eucarístico y cómo en la Santa Misa se salva la noción de verdadero y real sacrificio, enseñada por el Concilio y por la tradición de la Iglesia.

Se ha llegado al punto de convergencia de considerar la Consagración del pan y del vino como constitutiva de la esencia del Sacrificio de la Misa, y la Comunión del sacerdote como parte integrante del mismo.

Mas ¿de qué manera en la Consagración del pan y del vino se salva la noción de verdadero y real sacrificio?

Aun coincidiendo los teólogos en afirmar que el Sacrificio del Altar es relativo y dice referencia intrínseca y esencial al de la Cruz, del que se diferencia sólo en cuanto al modo de la inmolación, siendo cruenta la de la Cruz e incruenta la del Altar, quedan, sin embargo, opiniones muy diversas al tratar de explicar cómo la consagración constituye verdadero sacrificio.

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Para Santo Tomás, la Eucaristía tiene doble significación sacramental, que realiza lo que significa.

Por una parte, la doble Consagración, del pan en el Cuerpo de Cristo y del vino en su Sangre, significa, representa y renueva, mística y sacramentalmente, el Sacrificio de Jesucristo en la Cruz.

Por otra parte, la recepción de Jesucristo sacramentado bajo las especies de pan y vino en la Sagrada Comunión significa y verifica, sacramentalmente, el alimento espiritual del alma.

Tanto una significación y realización como la otra tiene carácter de Sacramento Eucarístico.

Y así debemos hablar de Sacrificio Sacramental Eucarístico, como hablamos de Comunión Sacramental Eucarística y de Presencia Sacramental de Cristo en la Eucaristía.

Y en esta noción de Sacrificio Sacramental, que constituye propiamente el misterio, se detiene nuestra inteligencia, sin buscar otras razones de sacrificio que no sean las de simple representación, sacramentalmente renovadora (eficaz), del único y eterno Sacrificio de Jesucristo en la Cruz.

De los numerosos lugares en que Santo Tomás expresa su pensamiento, escogemos sólo algunos textos referentes:

a) al doble carácter = de Sacrificio y de Sacramento de la Eucaristía,

b) a la Pasión de Cristo,

c) a la unidad e identidad del Sacrificio Eucarístico y el de la Cruz,

d) y al carácter representativo y sacramental del Sacrificio del Altar.

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a) Doble carácter de la Eucaristía= de Sacrificio y de Sacramento

Desde la primera cuestión del tratado de la Eucaristía, el Santo Doctor tiene presente su doble carácter de Sacrificio y de Sacramento.

Reserva, sin embargo, ordinariamente el nombre de simple Sacramento para la Sagrada Comunión, en cuanto se dirige inmediatamente a la santificación del alma, pues ésta es noción común a los demás Sacramentos, que no son sacrificios, aunque se ordenen todos al del Altar.

Mas el concepto de Sacramento Eucarístico es común a su carácter de Sacrificio y de Comunión.

Por eso no se contenta Santo Tomás con afirmar que la Eucaristía es, al mismo tiempo, Sacrificio y Sacramento, sino que este doble carácter lo atribuye al Sacramento mismo, porque la noción de tal va entrañada en la de Sacrificio Eucarístico, y así dice repetidas veces:

Hoc sacramentum simul est sacrificium et sacramentum; rationem sacrificii habet in quantum offertur; rationem vero sacramenti in quantum sumitur (III, q. 79, a. 5).

“La eucaristía es a la vez sacrificio y sacramento. Tiene razón de sacrificio en cuanto que se ofrece, y tiene razón de sacramento en cuanto que se recibe. Y, por eso, tiene efecto de sacramento en quien la recibe, y efecto de sacrificio en quien lo ofrece o en aquellos por quienes se ofrece”.

Hoc sacramentum non est solum sacramentum, sed etiam sacrificium. In quantum enim sacramento repræsentatur (iterum præsens fit. Dice Caietanum) passio Christi, qua Christus obtulit se hostiam Deo, habet rationem sacrificii. In quantum vero in hoc sacramento traditur invisibilis gratia sub visibili specie habet rationem sacramenti. Sic ergo hoc sacramentum sumentibus quidem prodest et per modum sacramentum et per modum sacrificii, quia pro omnibus sumentibus offertur… Sed aliis qui non sumunt prodest per modum sacrificii, in quantum pro salute eorurn offertur (III, q. 79, a. 7).

“Como se ha dicho antes (a.5), la eucaristía no sólo es sacramento, sino también sacrificio. Este sacramento, en efecto, en cuanto representa la pasión de Cristo (iterum præsens fit. Dice Caietanum), en la que Cristo se ofreció a sí mismo como víctima a Dios, como se dice en (Eph 5, 2), tiene razón de sacrificio. Pero en cuanto que otorga la gracia invisible a través de especies visibles, tiene razón de sacramento. Así, pues, la eucaristía aprovecha como sacramento y como sacrificio a quienes la reciben, porque se ofrece por todos ellos. Se dice, efectivamente, en el Canon de la misa: para que cuantos recibimos el cuerpo y la sangre de tu Hijo, al participar aquí de este altar, bendecidos con tu gracia, tengamos también parte en la plenitud de tu reino. Pero a quienes no lo reciben les aprovecha como sacrificio, ya que se ofrece también por su salvación. Por lo que en el Canon de la misa se dice: Acuérdate, Señor, de tus siervos y sierras, por quienes te ofrecemos o que ellos mismos te ofrecen este sacrificio de alabanza: por ellos y por todos los suyos, por la redención de sus almas, por la esperanza de su salvación y glorificación. Uno y otro modo de aprovechar los expresó el Señor cuando dijo en (Mt 26, 28): que por vosotros, o sea, los que le recibían, y por muchos, los demás, será derramada para la remisión de los pecados”.

Hoc sacramentum perficitur in consecratione Eucharistiæ, in qua sacrificium Deo offertur (III, q. 82, a. 10, ad 1).

“Los demás sacramentos se hacen cuando se administran a los fieles. Por eso no tiene obligación de administrarlos más que quien tiene cura de almas. Pero este sacramento se realiza con la consagración de la eucaristía, en la que se ofrece a Dios el sacrificio, al cual el sacerdote está obligado por la ordenación que recibió”.

La noción, pues, de Sacramento Eucarístico es común al Sacrificio y a la Comunión.

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b) En el Sacrificio del Altar se ofrece sacramentalmente la misma Pasión histórica de Jesucristo, el mismo Cristo paciente.

Este Sacrificio es el Sacramento de la Pasión de Cristo, contiene a Cristo en cuanto por nosotros padeció en la Cruz.

Mortis dominicæ mysterium celebrantes: el sacerdote celebra en el Altar el misterio de la muerte del Señor, como expresa el Obispo en la alocución a los que está a punto de ordenar sacerdotes (Pontifical Romano).

Textos de Santo Tomás:

Eucharistia est sacramentum perfectum dominicæ passionis, tamquam continens ipsum Christum passum (III, q. 73, a. 5, ad 2; a. 6).

“La eucaristía es el sacramento perfecto de la pasión del Señor, en cuanto contiene al mismo Señor que ha padecido.

En este sacramento se pueden considerar tres cosas: lo que es sacramentum tantum, o sea, el pan y el vino; lo que es res et sacramentum, o sea, el verdadero cuerpo de Cristo; y lo que es res tantum, o sea, el efecto de este sacramento.

Así pues, respecto de lo que es sacramentum tantum, la figura más importante de este sacramento fue la oblación de Melquisedec que ofreció pan y vino.

En lo que se refiere al mismo Cristo ya padecido, que es lo que se contiene en este sacramento, fueron figuras de él todos los sacrificios del Antiguo Testamento y, muy especialmente, el sacrificio de expiación, que era un sacrificio solemnísimo.

Y en lo que se refiere al efecto, la figura principal fue el maná, que contenía en sí todas las delicias, de la misma manera que la gracia de este sacramento reconforta al alma con todos los deleites también.

Pero el cordero pascual prefiguraba este sacramento en estos tres aspectos. En lo que se refiere al primero, porque se comía con pan ácimo, según la norma de Ex. 12, 8: comerán carne con pan ácimo. En lo que se refiere al segundo, porque todos los hijos de Israel le inmolaban el día 14 de la luna, lo cual era figura de la pasión de Cristo, quien por su inocencia se llama cordero. Y en lo que se refiere al efecto, porque la sangre del cordero pascual protegió a los hijos de Israel del ángel exterminador y los libró de la servidumbre egipcia.

Por todo lo cual, el cordero pascual es la figura principal de la eucaristía, porque la prefiguraba en todos estos aspectos”.

Eucharistia est sacramentum passionis Christi, prout homo perficitur in unione ad Christum passum (III, q. 73, a. 3, ad 3).

“La eucaristía es el sacramento de la pasión de Cristo, en cuanto que el hombre queda unido perfectamente a Cristo que ha padecido”.

A este sacramento se le denomina sacrificio por representar la pasión de Cristo, y se le llama hostia porque contiene al mismo Cristo, que es hostia de suavidad, como se dice en (Ep 5, 2).

Hoc sacramentum habet triplicem significationem. Unam quidem respectu præteriti, in quantum scilicet est commemorativum dominicæ passionis, quæ fuit verum sacrificium, ut supra dictum est. Et secundum hoc nominatur sacrificium. (III, q. 73, a. 4).

“Este sacramento tiene un triple significado. Uno, con respecto al pasado, en cuanto que es conmemoración de la pasión del Señor, que fue un verdadero sacrificio, como se ha dicho ya (q. 48, a.3). En este sentido se le llama sacrificio”.

Sacrificia enim veteris legis illud verum sacrificium passionis Christi continebant solum in figura, secundum illud Heb. X, umbram habens lex futurorum bonorum, non ipsam rerum imaginem. Et ideo oportuit ut aliquid plus haberet sacrificium novæ legis a Christo institutum, ut scilicet contineret ipsum passum, non solum in significatione vel figura, sed etiam in rei veritate. (III, q. 75, a. 1).

“Esta presencia se ajusta, en primer lugar, a la perfección de la ley nueva. Porque los sacrificios de la antigua ley contenían ese verdadero sacrificio de la pasión de Cristo solamente en figura, de acuerdo con lo que se dice en (Heb 10, 1): La ley tiene la sombra de los bienes futuros, y no la forma de la misma realidad. Era justo, por tanto, que el sacrificio de la nueva ley, instituido por Cristo, tuviese algo más, o sea, que contuviese al mismo Cristo crucificado, no solamente significado o en figura, sino también en su realidad”.

Esta doctrina la expresa el santo Doctor muchas veces, considerándola como principio básico de su exposición.

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c) Unidad e identidad del Sacrificio Eucarístico y el de la Cruz

Este Sacrificio Eucarístico es idéntico al de la Cruz, no solamente porque es idéntico el principal oferente, Cristo, y la hostia ofrecida, Cristo paciente, sino, además, porque es una misma la oblación u ofrecimiento de Cristo en la Cruz, sacramentalmente renovada en el altar.

Esta oblación constituye el elemento formal de todo sacrificio.

Sin esta unidad de oblación no se da verdadera unidad e identidad del Sacrificio de la Cruz y del Altar.

Por eso Santo Tomás la afirma repetidas veces:

Nos non offerimus aliam oblationem quam Christus obtulit pro nobis, scilicet sanguinem suum. Unde non est alia oblatio, sed est commemoratio illius hostiæ quam Christus obtulit (Com. in Epist. ad Hebr. 10, 1).

“Nuestra oblación no es diferente a la que Cristo hizo por nosotros, es a saber, su sangre. De suerte que no es otra la ofrenda, sino que es la conmemoración de aquella Hostia que Cristo ofreció”.

Hostia illa perpetua est; et hoc modo semel oblata est per Christum, quod quotidie etiam per membra ipsius offerri possit (In IV Sent, dist. 12, expos. textus).

“Aquella hostia es perpetua, y de tal manera fue ofrecida una sola vez por Cristo, que pueda ser ofrecida también a diario por sus miembros”.

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d) Carácter representativo y sacramental del Sacrificio del Altar.

Abundan también los lugares en que Santo Tomás explica el carácter sacramental del Sacrificio del Altar en cuanto representativo del Sacrificio cruento de la Cruz.

A la noción común de Sacramento pertenece el ser signo externo representativo de una cosa espiritual, que causa al mismo tiempo que la significa: efficit quod significat.

Exponiendo Santo Tomás el carácter del Sacrificio Eucarístico, no es extraño que insista en manifestar el valor representativo o sacramental de su celebración, como al tratar del Bautismo insiste en hacer ver el valor representativo de la ablución, y al tratar de la Sagrada Comunión en el del pan y vino consagrados, expresivos del alimento espiritual del alma.

Hoc sacramentum dicitur sacrificium in quantum repræsentat ipsam passionem Christi; dicitur autem hostia in quantum continet ipsum Christum, qui est hostia suavitatis (III, q. 73, a. 4, ad 3).

“A este sacramento se le denomina sacrificio por representar la pasión de Cristo, y se le llama hostia porque contiene al mismo Cristo, que es hostia de suavidad, como se dice en (Ep 5, 2)”.

Duplici ratione celebratio huius sacramenti dicitur Christi immolatio.

Primo quidem quia, sicut Augustinus dicit, ad Simplicianum, solent imagines earum rerum nominibus appellari quarum imagines sunt, sicut cum, intuentes tabulam aut parietem pictum, dicimus, ille Cicero est, ille Sallustius. Celebratio autem huius sacramenti, sicut supra dictum est, imago est quædam repræsentativa passionis Christi, quæ est vera immolatio. Unde Ambrosius dicit, super epistolam ad Heb., in Christo semel oblata est hostia ad salutem sempiternam potens. Quid ergo nos? Nonne per singulos dies offerimus ad recordationem mortis eius?

Alio modo, quantum ad effectum passionis, quia scilicet per hoc sacramentum participes efficimur fructus dominicæ passionis. Unde et in quadam dominicali oratione secreta dicitur, quoties huius hostiæ commemoratio celebratur, opus nostræ redemptionis exercetur.

Quantum igitur ad primum modum, poterat Christus dici immolari etiam in figuris veteris testamenti, unde et in Apoc. XIII dicitur, quorum nomina non sunt scripta in libro vitæ agni, qui occisus est ab origine mundi.

Sed quantum ad modum secundum, proprium est huic sacramento quod in eius celebratione Christus immoletur. (III, q. 83, a. 1).

“La celebración de este sacramento es considerada como inmolación de Cristo de dos maneras.

Primera, porque, como dice San Agustín en Ad Simplicianum: Las imágenes de las cosas suelen llamarse con el mismo nombre que las cosas mismas, como, por ej., al ver un cuadro o un fresco decimos: ése es Cicerón, y aquél, Salustio. Ahora bien, la celebración de este sacramento, como se ha dicho antes (q. 79, a. 1), es una imagen representativa de la pasión de Cristo, que es verdadera inmolación. Por eso dice San Ambrosio comentando la carta Ad Hebr.: En Cristo se ofreció una sola vez el sacrificio eficaz para la vida eterna. ¿Qué hacemos entonces nosotros? ¿Acaso no le ofrecemos todos los días como conmemoración de su muerte?

Segundo, este sacramento es considerado como inmolación por el vínculo que tiene con los efectos de la pasión, ya que por este sacramento nos hacemos partícipes de los frutos de la pasión del Señor. Por lo que en una oración secreta dominical se dice: Siempre que se celebra la memoria de esta víctima, se consigue el fruto de nuestra redención.

Por eso, en lo que se refiere al primer modo, puede decirse que Cristo se inmolaba también en las figuras del Antiguo Testamento. Y, en este sentido, se lee en el Ap., 13, 8: Cuyos nombres no están escritos en el libro de la vida del Cordero, muerto ya desde el origen del mundo.

Pero en lo que se refiere al segundo modo, es propio de este sacramento el que se inmole Cristo en su celebración”.

Quamvis totus Christus sit sub utraque specie, non tamen frustra. Nam primo quidem, hoc valet ad repræsentandam passionem Christi, in qua seorsum sanguis fuit a corpore. Unde et in forma consecrationis sanguinis fit mentio de eius effusione. (III, q. 76, a. 2, ad 1).

“Cristo está por entero bajo cada una de las especies, y no sin razón. Porque, en primer lugar, esto sirve para representar la pasión de Cristo, en la que la sangre fue separada de su cuerpo, por lo que en la forma de la consagración de la sangre se menciona su derramamiento”.

Repræsentatio dominicæ passionis agitur in ipsa consecratione huius sacramenti, in qua non debet corpus sine sanguine consecrari. (III, q. 80, a. 12, ad 3).

“La representación de la pasión del Señor se realiza en la misma consagración de este sacramento, en la que no se debe consagrar el cuerpo sin la sangre”.

Sanguis seorsum consecratus expresse passionem Christi repræsentat, ideo potius in consecratione sanguinis fit mentio de effectu passionis quam in consecratione corporis, quod est passionis subiectum. Quod etiam designatur in hoc quod dominus dicit, quod pro vobis tradetur, quasi dicat, quod pro vobis passioni subiicietur. (III, q. 78, a. 3, ad 2).

“Puesto que, como se ha dicho ya (ad 1; q. 76, a.2, ad 1), la sangre consagrada por separado representa claramente la pasión de Cristo, el efecto de la pasión debía ser mencionado mejor en la consagración de la sangre que en la consagración del cuerpo, que es el que padeció. Lo cual también se indica cuando el Señor dice: que será entregado por vosotros, como queriendo decir: que por vosotros será sometido a la pasión.”

En otros varios lugares de sus obras expresa Santo Tomás esta misma doctrina. Algunas formas de expresión se repiten, como estereotipadas, con mucha frecuencia, especialmente aquellas tan significativas de que el Sacramento de la Eucaristía continet ipsum Christum passum, que la oblación eucarística no es otra que la de la Cruz: non est alia oblatio, y que la consagración bajo las dos especies repræsentat (i, e. iterum præsentem facit., como dice Caietanum) ipsam passionem Christi.

El santo Doctor se sitúa en la entraña misma del misterio eucarístico y no se sale de él ni introduce elementos extraños al mismo.

La mejor manera de penetrar su pensamiento es la repetida y serena meditación de sus sentencias, hasta lograr asimilarse su contenido.

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Así, pues, la Santa Misa es el Sacramento del Sacrificio cruento de la Cruz; y si para la Sagrada Comunión se reserva especialmente el nombre de Sacramento, es por su mayor semejanza con los demás Sacramentos, que no son sacrificios.

Para explicar el misterio del Sacrificio de la Misa no deben entrar en juego más principios que los de Sacramento y los de Sacrificio de la Cruz.

Nada, pues, de atribuir a las palabras de la Consagración el oficio de cuchillo (cultellus), como si de suyo, si Cristo fuera ahora mortal, tendrían poder para sacrificarle cruentamente de nuevo.

Nada tampoco del intento de reducir a Jesucristo sacramentado a un estado de inferioridad, cuando conserva toda la gloriosa grandeza del Cielo y su permanencia eucarística es objeto de exaltación, alabanza y gloria en los Sagrarios.

Ni tampoco puede decirse que el Sacrificio de la Misa es sólo virtualmente idéntico al de la Cruz porque nos aplica los efectos de la Pasión de Cristo; pues ello privaría al Sacrificio del Altar de su naturaleza de verdadero y real sacrificio.

Ni, finalmente, para dar realidad al sacrificio eucarístico hay que acudir al estado de inmolación que conservaría Cristo en el Cielo, mostrando al Eterno Padre sus llagas y haciendo nuevamente ofrecimiento de ellas cuantas veces se celebra en la tierra el sacrificio del altar.

Ello explicaría sólo la identidad de víctima, mas no del acto del sacrificio. No sería uno e idéntico sacrificio con el de la Cruz, ni tampoco sería uno mismo el del Cielo y el del Altar.

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Se acercan a la mente de Santo Tomás algunos teólogos de su escuela, que fijan la atención en los textos en que el santo Doctor hace resaltar el carácter representativo del Sacrificio de la Cruz que posee el Sacrificio del Altar mediante la Consagración del Cuerpo y la Sangre de Jesucristo separadamente, por la cual Consagración se pone a Jesucristo sobre el altar, bajo las especies y mediante las palabras de la consagración, in habito externo separationis sanguinis a corpore, non aliter ac si sanguis esset realiter a corpore separatus.

Ello basta, dicen, para salvar la noción de sacrificio, sin real inmolación, sino sólo representativa y simbólica. Y como realmente esta representación eucarística contiene a Cristo, aunque, glorioso en sí, in habita externo mactationis et mortis, el sacrificio del altar es representativo y conmemorativo del de la cruz.

Examinando los textos de Santo Tomás citados, nos parece que esta explicación no recoge todos los elementos de la doctrina del santo Doctor, pues no valora:

– ni los referentes al carácter sacramental del sacrificio eucarístico.

– ni el realismo tan claramente expuesto por él (Eucharistia est Sacramentum perfectum dominicæ passionis, continens ipsum Christum passum).

– ni los de la real, aunque sacramental, inmolación eucarística (Proprium est huic sacramento quod in eius celebratione Christus immoletur).

Tampoco explica satisfactoriamente la identidad del Sacrificio de la Cruz y del Altar, ni parece suficiente la inmolación puramente simbólica, representativa, y conmemorativa, aun cuando bajo las especies de pan y vino se halle real y verdaderamente el Cuerpo y Sangre de Jesucristo, pues siendo la inmolación elemento esencial y formal del Sacrificio Eucarístico real y verdadero, ella debe ser también real y verdadera, aunque incruenta, mística o sacramental.

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Con no menor fuerza y realismo que Santo Tomás expresa la misma verdad el Pontifical Romano en el momento en que el obispo consagra sacerdotes para que «celebren el misterio de la muerte del Señor».

Y León XIII: El sacrificio de la misa es la renovación verdadera y admirable, aunque incruenta y mística, de la muerte de Cristo: Mortis Ipsius vera et mirabilis, quamquam incruenta et mystica renovatio (Enc. Miræ Charitatis).

Y Pío XI: El sacrificio de la cruz se renueva (renovatur) incesantemente en nuestros altares de un modo incruento (Enc. Misserentissimus Redemptor).

Y Pío XII: El augusto sacrificio del altar es verdadera y propia sacrificación (sacrificatio), por la cual el Sumo Sacerdote por incruenta inmolación (per incruentam immolationem) realiza la que ya hizo en la cruz… El sacrificio eucarístico representa y renueva (repræsentat et innovat) a diario el de la Cruz (Enc. Mediator Dei).

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No parece tampoco que Santo Tomás dé a sus palabras el significado que aquellos autores pretenden, al decir que la doble y separada Consagración del Cuerpo y Sangre de Jesucristo representa su Pasión, expresa el carácter de Sacramento de la Misa, y sólo mediata y consiguientemente el de Sacrificio contenido en el Sacramento, como la Comunión bajo las especies de pan y vino es el Sacramento (sacramentum tantum) del alimento del alma.

Por consiguiente, la representación expresada por la doble Consagración no sería directa e inmediatamente la razón constitutiva formal del Sacrificio del Altar, sino su signo externo, sacramentalmente (sacramentum tantum) expresivo del Sacrificio de la Cruz.

Para Santo Tomás, lo significado y sacramentalmente realizado es el mismo Sacrificio de la Pasión de Cristo: continens ipsum Christum passum (res et sacramentum), que a su vez produce los efectos de acción de gracias, de adoración, satisfacción, reconciliación, impetración, etc. (res sacramenti).

Este nos parece ser el pensamiento completo de Santo Tomás, que, por otra parte, recoge todos los elementos doctrinales de la Tradición y les da unidad, sin introducir ninguno concepto extraño.

Todas las otras explicaciones mencionadas, por lo mismo que buscan en el Sacrificio de la Misa una razón propia y específica de inmolación distinta de la del Calvario, que rebase la diferencia entre cruenta e incruenta, introducen en su concepto algún elemento esencial que no se halla en el Sacrificio de la Cruz, con lo que parece que se apartan algo del Concilio Tridentino y de los Romanos Pontífices, que enseñan que es uno e idéntico el Sacrificio del Altar y el de la Cruz, con la sola diferencia del modo de realizarse, cruento en la Cruz, e incruento, místico o sacramental en el Altar.

Santo Tomás guarda en esta materia el mismo método de exposición que en los demás misterios. Tiene una como evidencia teológica de los elementos formales constitutivos del misterio, que para él constituyen principios que irradian luz a las verdades con ellos relacionadas; y se atiene siempre a aquellos principios, sin introducir jamás elementos extraños y sin temor a las consecuencias que de tales principios lógicamente puedan deducirse.

Su explicación salva plenamente la identidad del Sacrificio de la Cruz y del Altar, así como su diferencia en cuanto al modo de realizarse.

Es uno y único Sacrificio, porque el Sacramento realiza lo que significa; y la doble Consagración de las dos especies realiza lo que significa y representa: la muerte de Jesucristo en la Cruz por la separación del Cuerpo y de la Sangre: continet ipsum Christum passum.

Es el del Altar Sacrificio incruento, místico o sacramental, bajo el símbolo de ambas especies. La Consagración separada del Cuerpo y de la Sangre de Jesucristo significa y representa (es decir, hace nuevamente presente, dice Cayetano) mística y sacramentalmente el mismo Sacrificio de la Cruz con todos sus elementos substanciales: sacerdote, hostia y oblación.

Por otra parte, el Sacrificio de la Misa produce sus efectos y frutos de santificación por su propia naturaleza (ex opere operato), y no sólo por la devoción del ministro celebrante y de los asistentes.

La Santa Misa reúne, por consiguiente, todos los elementos de Sacramento sacrificial o de Sacrificio sacramental:

* signum sensibile, la Consagración bajo las dos especies;

* rei sacræ, el Sacrificio de la Pasión real de Jesucristo;

* sanctificans nos, frutos y efectos de la Santa Misa.

No cabe duda de que Santo Tomás usa la palabra sacramentum para designar el Sacrificio del Altar en sentido estricto y técnicamente teológico, puesto que nos hallamos en el tratado de los Sacramentos, y en particular del Sacramento Eucarístico.

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Esta exposición del pensamiento de Santo Tomás es, al mismo tiempo, explicación teológica y complemento de las enseñanzas del Concilio de Trento y de los Romanos Pontífices, especialmente León XIII y Pío XII, que son los que con más detenimiento determinan en qué consiste el Sacrificio de la Misa y su relación con el de la Cruz.

León XIII, siguiendo las líneas doctrinales del Concilio Tridentino, afirma que “el sacrificio de la misa es la renovación verdadera y admirable, aunque incruenta y mística, de la muerte de Jesucristo” (Enc. Miræ Charitatis).

Y en otro lugar: “Por el sacrificio eucarístico se continúa el sacrificio de la cruz; que fue determinación divinísima del Redentor que el sacrificio consumado una vez en la cruz se hiciera perpetuo y permanente en la Iglesia; y que la razón de esta perennidad se halla en la sagrada Eucaristía, que ofrece, no la simple semejanza o memoria, sino la misma realidad verdadera (rei veritatem ipsam), aunque en forma o especie diferente” (Charitatis studium).

Pío XII en su Encíclica Mediator Dei expone más detenidamente la misma doctrina, centrando el pensamiento en el momento mismo del sacrificio e inmolación eucarística, o sea en la Transubstanciación o Consagración del pan en el Cuerpo y del vino en la Sangre de Jesucristo, que significan la separación del Cuerpo y de la Sangre del Sacrificio cruento de la Cruz.

Las afirmaciones de Pío XII señalan el momento y forma del Sacrificio de la Misa, coincidiendo en todo con la doctrina de Santo Tornas.

Sin determinar la razón formal teológica del Sacrificio o inmolación eucarística, después de afirmar que el Sacrificio del Altar es un sacrificio propio y verdadero, en el cual el Sumo Sacerdote, por incruenta inmolación, realiza lo que una vez hizo en la Cruz, ofreciéndose al Padre como víctima, añade:

“Mas es diferente el modo como es ofrecido, porque en la cruz se ofreció con sus sufrimientos y la inmolación fue llevada a cabo por medio de la muerte, sufrida voluntariamente. Mas la sabiduría divina halló un medio admirable de hacer patente con signos exteriores, que son señales (índices) de muerte, el sacrificio de nuestro Redentor, ya que por medio de la transubstanciación del pan en el cuerpo y del vino en la sangre de Cristo, así como se tiene presente su cuerpo, así también se tiene su sangre, y de este modo las especies eucarísticas, bajo las cuales está presente, figuran (figurant) la cruenta separación del cuerpo y de la sangre. Y así se renueva en todos los sacrificios del altar la memorial demostración (memorialis demonstratio) de su muerte real en el Calvario, ya que por distintos signos (indices) Jesucristo es mostrado y significado en estado de víctima”.

La coincidencia de esta doctrina con la enseñada por Santo Tomás en los textos arriba copiados acerca del valor representativo del Sacrificio del Altar es evidente.

Mas no afirma el Papa, como tampoco Santo Tomás, que el Sacrificio Eucarístico, la eucaristica immolatio, sacrificatio, formalmente considerados, consistan en la sola representación, en los signos externos, señales de muerte, memorial demostración, por los cuales Jesucristo es mostrado y significado en estado de víctima, aun cuando bajo las especies de pan y vino se contengan real y verdaderamente el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo.

Ello daría a las palabras del Pontífice un valor que no tienen, y coincidiría con la interpretación estrecha que algunos atribuyen a los textos de Santo Tomás, según hemos ya indicado.

Lo significado, lo recordado, lo representado, lo demostrado por aquellos signos exteriores es la vera et propria sacrificatio, la incruenta immolatio, lo mismo que la mortis Christi vera, licet mystica, renovatio de León XIII.

Pío XII no enseña que en ellos consista el Sacrificio Eucarístico. Su pensamiento completo lo sintetiza en la frase: “El sacrificio eucarístico representa y renueva (repræsentat et innovat) a diario el de la cruz”.

No dice sólo “representa”, sino además “renueva”.

¿Cómo lo renueva? Sacramentalmente, responde Santo Tomás.

Mística e incruentamente, responde el Papa con la expresión tradicional, sin precisar más ni entrar en la explicación técnica teológica que asigne la razón formal constitutiva del Sacrificio de la Misa y de su identificación con el de la Cruz.

Santo Tomás no usa la expresión inmolación incruenta y mística. No la necesita, pues su concepto de inmolación sacramental contiene de modo formal y explícito lo que aquella expresión, menos precisa, encierra.

La fórmula del Santo Doctor tiene un sentido concreto y determinado en su teoría general de los Sacramentos, y en especial del Eucarístico.

Es la expresión teológica más adecuada de la doctrina pontificia.

En la terminología tomista, el Papa describe admirablemente en qué consiste el sacramentum tantum del Sacrificio sacramental de la Santa Misa en cuanto es representación del Sacrificio de la Cruz.

Mas lo representado y sacramentalmente renovado, o sea res sacramenti, sería la mística o sacramental immolatio, sacrificatio, mortis renovatio, que Santo Tomás expresa en fórmula técnica precisa y completa: Eucharistia est sacramentum perfectum dominicæ passionis continens ipsum Christum passum.

Sin descorrer el velo del misterio, pues nos hallamos en el centro de lo sobrenatural, Santo Tomás fija el misterio del Sacrificio de la Misa en el mismo orden de los otros Sacramentos y de los demás aspectos sacramentales de la Eucaristía: comunión sacramental, presencia sacramental, sacrificio sacramental.

Con lo que resplandece, una vez más, la unidad sintética y armónica de su doctrina y su identidad con la de la Iglesia.

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Cuando tratamos de la Santa Misa nos hallamos de lleno en el tratado tradicional del Sacramento de la Eucaristía, cuyo carácter sacramental alcanza no sólo al modo de la presencia de Cristo en el Altar y a la Comunión eucarística, sino, además, al mismo Sacrificio de la Misa, que posee todas las notas de verdadero Sacramento (con idéntico realismo en el momento de la Consagración del Cuerpo y Sangre de Jesucristo que el de su presencia bajo las especies de pan y vino y el de su recepción eucarística para ser alimento del alma que lo recibe), y explica la verdadera naturaleza del mismo Sacrificio.

Esta presencia sacramental del Sacrificio de la Cruz es substancial, real y verdadera.

Esta doctrina de Santo Tomás explica satisfactoriamente la unidad del sacrificio cristiano (semel oblatus est) y la identidad del Sacrificio del Altar y el de la Cruz.

Uno y único sacrificio, con la sola diferencia del modo de verificarse, cruento o sacramental.

Para explicar esta unidad, el mismo Santo Tomás aduce la identidad del Cuerpo glorioso de Jesucristo en el Cielo y sacramental en el Sagrario: Una est hostia quam Christus obtulit et nos offerimus, et non multæ, quia semel oblatus est Christus. Hoc autem sacrificium exemplum est illius. Sicut enim quod ubique offertur unum est corpus et non multa corpora, ita et unum sacrificium (III, q. 83, a. 1, ad 1).

“Única es la víctima, o sea, la que Cristo ofreció y nosotros ofrecemos, y no muchas, ya que Cristo se ha inmolado una sola vez. Pero este sacrificio nuestro es una imagen de aquél. De la misma manera que lo que se ofrece en todas partes es un solo cuerpo y no muchos, así el sacrificio es único”.

Pues a la manera como el uno y único Jesucristo, que se halla glorioso en el Cielo, se halla también verdadera, real y substancialmente de modo sacramental en los Altares en virtud de la Consagración, permaneciendo los accidentes de pan y vino, así también el uno y único Sacrificio cruento de la Cruz —sacrificio eterno— se renueva real y verdaderamente de modo sacramental en los Altares en el momento de la Consagración del pan y del vino en Cuerpo y Sangre de Jesucristo, que lo representan.

Como no son dos Cristos, el del Cielo y el del Altar, sino uno solo en dos maneras distintas, así tampoco son varios sacrificios, sino uno solo, de diversa manera realizado en la Cruz y renovado sacramentalmente en los Altares cuantas veces se celebra la Santa Misa.

De esta explicación se sigue también que la unidad del Sacrificio del Altar y de la Cruz no se reduce a la unidad del sacerdote, principal oferente, Cristo, y de la Hostia ofrecida, sino también a la misma oblación, o sea a los mismos actos interiores del alma de Cristo, por los cuales en la Cruz se ofrecía en honor al Eterno Padre, en satisfacción a su justicia y en expiación por nuestros pecados, y aceptaba y sufría inmensos dolores corporales y espirituales.

Estos actos interiores de oblación constituyen lo formal de todo sacrificio.

Si, pues, hay unidad e identidad del sacrificio del Altar y de la Cruz, en el del Altar se hallan, incluidos, sacramentalmente, los mismos actos del sacrificio histórico cruento de la Cruz.

De otro modo, no sería el mismo sacrificio, sino otro a semejanza de aquél: Non est alia oblatio, sed est commemoratio illius hostiæ quam Christus obtulit. (In Epist. ad Hebr. 10, 1).

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Prosiguiendo el paralelismo entre los dos efectos del acto de la Consagración: presencia sacramental de Cristo en el Altar y acto sacrificial, diremos que así como el uno y único Cristo, que reina en el Cielo, se halla per modum substantiæ y de modo sacramental en varios lugares en virtud de la Transubstanciación y permanencia de los accidentes, así también el uno y único Sacrificio histórico de la Cruz, en virtud de la misma Consagración de las dos especies, se renueva per modum substantiæ y de modo sacramental en diversos tiempos y lugares.

Y así como del Cuerpo real de Cristo, decimos con Santo Tomás, que en virtud de la Transubstanciación y permanencia de los accidentes se halla en los Altares non localiter et circumscripive, sino sacramentalmente y per modum substantiæ, así también de la Pasión real de Cristo habremos de decir que en el momento de la doble Consagración se halla hic et nunc en el Altar non temporaliter et circumscriptive, sino sacramentalmente y per modum substantiæ.

Las circunstancias extrínsecas de lugar y tiempo y el acto litúrgico de la Consagración multiplican, no el Cuerpo de Cristo ni su Sacrificio cruento, sino su presencia sacramental real y verdadera y su oblación o sacrificio, también sacramental, real y verdadero.

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No obstante, esta unidad e identidad del Sacrificio del Altar y de la Cruz, se debe decir, sin embargo, que Cristo de nuevo ofrece en el Altar de modo incruento su Pasión, o sea su Sacrificio cruento de la Cruz, con todos sus elementos, en cuanto que es causa principal de la Consagración sacramental, y, por consiguiente, del Sacrificio Eucarístico, incruento y sacramental, siendo el ministro, que obra en nombre y representación de la Iglesia, simple instrumento de Jesucristo.

Y así, en el Sacrificio de la Misa, Cristo es el principal celebrante y oferente, no de un nuevo sacrificio, sino del Sacrificio sacramental e incruento por Él instituido para ser el Sacrificio perenne de su Esposa la Iglesia, en memoria y renovación del de la Cruz.

La Iglesia en todo tiempo y lugar ofrece su Sacrificio, que Jesús le legó, y el ministro le celebra en nombre y representación de la misma.

Y de la misma manera que por la Consagración y permanencia de los accidentes se multiplica la presencia de Cristo en diversos lugares, sin que por ello se multiplique el Cuerpo y la Sangre del mismo, que son unos y únicos en el Cielo y en la tierra; así también mediante el rito de la Santa Misa se multiplican los actos de la oblación sacramental en diversos lugares y tiempos del uno y único Sacrificio del Calvario y del Altar.

Si es de admirar y de agradecer la sabiduría y el amor de Jesucristo al quedarse con nosotros en el Sacramento para ser alimento de nuestras almas, no menor agradecimiento y admiración le debemos porque el Sacramento Eucarístico es al mismo tiempo el Sacrificio eterno de la Cruz, que la Iglesia renueva incesante y perpetuamente en infinidad de lugares.

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Esta explicación del sacrificio sacramental de la Santa Misa, basada en los principios de Santo Tomás, da unidad doctrinal a todo el tratado de la Eucaristía, que nos parece debiera reconstruirse, organizando sistemáticamente todos los elementos recogidos por la investigación de siglos.

La división del tratado en dos partes paralelas: de la Eucaristía como sacramento y de la Eucaristía como sacrificio, impide que se haga resaltar la unidad del tratado y la razón formal de la consideración de todos sus elementos, que es la que da unidad científica a los tratados teológicos.

Santo Tomás no sintió la necesidad de aquella división, y aunque no desarrolló, como los tratadistas modernos, la doctrina del sacrificio eucarístico, dejó, sin embargo, enunciados y como embebidos en todo el tratado los principios que la rigen, que en mal hora fueron preteridos por muchos de los autores posteriores, con lo que perdieron gran parte de los frutos de sus largas investigaciones.

Porque si el sacrificio es también sacramental, como lo es la presencia del Cuerpo y Sangre de Jesucristo en los Altares, y como lo es la Sagrada Comunión, no es lógico dividir el tratado en las dos partes antedichas, por lo mismo que una noción está incluida en la otra.