FIESTA DE SAN BARTOLOMÉ APÓSTOL
Hoy es la Fiesta de San Bartolomé, Apóstol; también conocido con el nombre de Natanael, mencionado así por San Juan Evangelista, que nos dice que era de Caná de Galilea.
Comúnmente se admite que Bartolomé y Natanael son dos nombres de la misma persona:
– uno patronímico (apellido que indica filiación), Bartolomé, Bar-Tolmai, que significa hijo de Tolmai.
– y el otro, su verdadero nombre propio, Natanael, de origen hebreo, que quiere decir Dios ha dado, Don de Dios o Regalo de Dios.
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San Juan nos relata que tan pronto como San Felipe hubo hallado al Mesías anunciado por los Profetas, corrió a dar la noticia a su amigo y le invitó a que fuese a ver a Jesús. He aquí lo sucedido:
Encontró Jesús a Felipe y le dijo: Sígueme. Felipe encontró a Natanael y le dijo: Hemos encontrado a Aquel de quien Moisés habló en la Ley, y también los profetas: es Jesús, hijo de José, de Nazaret. Natanael le replicó: ¿De Nazaret puede salir algo bueno? Felipe le dijo: Ven y ve. Jesús vio a Natanael que se le acercaba, y dijo de él: He aquí, en verdad, un israelita sin doblez. Le dijo Natanael: ¿De dónde me conoces? Jesús le respondió: Antes de que Felipe te llamase, cuando estabas bajo la higuera, te vi. Natanael le dijo: Rabí, Tú eres el Hijo de Dios, Tú eres el Rey de Israel. Jesús le respondió: Porque te dije que te vi debajo de la higuera, crees. Verás todavía más. En verdad, en verdad os digo: Veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios que suben y descienden sobre el Hijo del hombre.
Nazaret, la patria chica de Jesús, perdida entre los montes, era considerada como un villorrio sin importancia. Por eso, sin duda, respondió Natanael a Felipe: ¿Acaso de Nazaret puede salir cosa buena?
San Juan Crisóstomo dice que Natanael, al no dar crédito a que el Cristo procediese de Nazaret, demostró el respeto y celo que le inspiraban las Sagradas Escrituras. Y al no rechazar la afirmación del que se lo había anunciado, demostró el gran deseo que tenía de ver a Jesucristo, sabiendo que Felipe podía haberse equivocado respecto del lugar.
Felipe repuso: Ven y lo veras. Y es que estaba seguro de que la sola vista de Jesús bastaría para convencer a su amigo de la verdad.
Natanael siguió a Felipe. Al verle llegar con su amigo, Jesús le dio pruebas de que lee en el fondo de los corazones y de que no había dado importancia a la primera desconfianza. Y delante de todos los presentes hizo este sublime elogio de Natanael: Este es verdadero israelita, en quien no hay doblez.
No convenía reprenderle, aun cuando había pronunciado palabras de duda, pues había examinado los Profetas más que Felipe y por esto dice: Verdadero israelita, en quien no hay engaño, porque no decía cosa alguna ni para adular ni para excitar antipatía.
San Agustín exclama: ¡Gran testimonio! Ni a Andrés, ni a Pedro ni a Felipe se dijo lo que está dicho de Natanael: He ahí verdaderamente un israelita en quien no hay dolo… Se trata de la virtud de la simplicidad.
Dolo significa fraude, simulación. Cuando alguien cubre algo en el corazón y dice otra cosa, hay dolo; y tiene corazón doble, dos corazones: tiene un hueco del corazón, donde él ve la verdad, y otro hueco donde concibe la mentira.
A la simplicidad se opone, pues, la simulación, que es la mentira que se verifica no con palabras, sino con hechos.
La hipocresía es una simulación especial, que consiste en aparentar exteriormente lo que no se es en realidad.
Como explica San Isidoro, el nombre de hipocresía se tomó de los cómicos que trabajan en el escenario cubiertos con una careta para aparentar lo que no son. Así también —añade San Agustín—, en la vida religiosa y civil, quien pretende aparentar lo que no es, es un hipócrita; finge obrar la justicia, pero no la guarda. Es el pecado típico de los fariseos, duramente fustigados por el Señor en el Evangelio.
He ahí verdaderamente un israelita en quien no hay dolo. Ya tenemos aquí una descripción perfecta de San Bartolomé, hombre sin doblez.
Las promesas del Señor son para los hombres sin ficción; y Dios no se cansa de insistir, en ambos Testamentos, sobre esta condición primaria e indispensable que es la rectitud de corazón, o sea la sinceridad sin doblez. Es, en realidad, lo único que pide, pues todo lo demás nos lo da el Espíritu Santo con su gracia y sus dones.
Sin embargo, San Natanael, a pesar de haber sido alabado, no tuvo fe en seguida, sino que esperó todavía, queriendo conocer las cosas con más evidencia y consulta. No perdió su natural suspicacia por el elogio recibido; de ahí que, un tanto receloso todavía, preguntó a Jesús: ¿De dónde me conoces?
El Divino Maestro le respondió, manifestándole el sobrenatural conocimiento que tiene de personas y cosas: Antes que Felipe te llamara, te vi cuando estabas debajo de la higuera.
San Juan Crisóstomo comenta: Él preguntó como hombre, y Jesús le respondió como Dios. Y es que no le había visto como hombre, sino como Dios, conociéndole perfectamente.
Por eso San Agustín agrega: Se acordó Natanael de que había estado bajo la sombra de la higuera, donde no estaba presente Jesús de un modo material, sino por conocimiento espiritual. Mas como sabía que estaba solo bajo la higuera conoció en aquello la divinidad.
Y completa San Juan Crisóstomo: Mas Jesús no quiso decir: no soy de Nazaret, como te ha dicho Felipe, sino de Belén, para evitar toda prematura revelación. Y ni aun así hubiese demostrado suficientemente que Él era el Cristo, aunque lo demuestra claramente por el hecho de estar presente cuando ellos conversaban debajo de la higuera.
San Natanael, impresionado por la mirada penetrante y misteriosa de Jesús, exclamó: Rabí, Maestro, tu eres el Hijo de Dios, el rey de Israel; que era decir el Mesías vaticinado y esperado, porque Natanael conocía perfectamente los libros de los Profetas.
Porque había recibido una contestación irrecusable confesó que Jesús era el Cristo, manifestando prudencia y cuidado en la demora anterior, y devoción en la confesión posterior.
No juzgó mal San Felipe cuando pensó que su compatriota y amigo, con sólo ver a Jesús, creería en la misión mesiánica del Señor.
Prodigios más notables confirmarán muy pronto la fe del nuevo discípulo. Jesús se lo advierte: Por haberte dicho que te vi bajo la higuera, crees; mayores cosas que éstas verás, como si dijera: Te ha parecido maravilloso el hecho de que la realidad responda a lo que ten han dicho, y por eso me has confesado como Rey de Israel. ¿Y qué dirás cuando veas cosas mayores?
Y qué serían estas cosas mayores, lo manifiesta cuando añade: Y les dijo: en verdad os digo, que veréis el cielo abierto, y los ángeles de Dios subir y descender sobre el Hijo del hombre.
Consideremos cómo lo eleva, poco a poco, de las cosas de la tierra a las celestiales; y cómo hace que no crea únicamente que Jesucristo es simplemente hombre. Aquél, a quien los Ángeles sirven, ¿cómo puede ser un puro hombre?
Y por esto da a conocer que Él es el Señor de los Ángeles, puesto que habían de bajar sobre el propio hijo del Rey, y habían de subir a Dios, como ministros suyos.
Y en efecto, así aconteció en el tiempo de su Pasión, que bajaron, y en el de su Resurrección y Ascensión, que subieron. Pero antes de esto, también le sirvieron, cuando anunciaron su Encarnación y Nacimiento, cuando le ayudaron en el desierto… Probó lo futuro por medio de lo pasado; y por eso, al conocer su poder en lo pasado, se acepta con más facilidad lo que Él predice para lo futuro.
Y enseguida empezó a cumplirse esta profecía; porque en las bodas de Caná hizo Jesús el primer milagro, y a ellas asistieron su Santísima Madre y sus primeros discípulos, entre ellos San Natanael.
De Caná pasó Jesús a Cafarnaúm. Sus primeros discípulos galileos, entre los cuales se contaba San Bartolomé, le acompañaron y le siguieron ya por Galilea, Samaria, Judea, y aun por el valle del Jordán. De allí en adelante, se confundió la vida de San Bartolomé con la vida pública del Salvador.
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Antes de su Ascensión, el Divino Maestro dijo a los Apóstoles: Id, pues, ensenad a todas las gentes; bautizadlas en el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, y enseñadles a guardar todo cuanto Yo os he mandado.
Jesús le dio poderes divinos; el día de Pentecostés le llenó el Espíritu Santo de su divina luz y fortaleza, y le dejó dispuesto para cumplir su misión y ser, con su vida, doctrina, milagros y durísimo martirio, testigo de Jesús en Jerusalén, Judea y Samaria y hasta los últimos confines de la tierra.
Ni los Hechos de los Apóstoles, ni la historia de los primeros siglos de la Iglesia dicen qué territorio cupo a San Bartolomé para predicar el Evangelio. Sin embargo, todos los relatos y tradiciones que hablan del Santo, declaran que evangelizó la India.
El Martirologio y el Breviario Romanos afirman que, habiendo evangelizado la India, el Santo Apóstol volvió al Asia Menor y se detuvo en la Armenia Mayor, que es una extensa meseta montañosa situada al norte de Siria, entre el mar Caspio, el mar Negro y las provincias orientales de la Turquía asiática, y que allí predicó.
Empezó a enseñar la religión cristiana a los idólatras, exhortándolos a que dejasen el vano culto de Astarot, que era un demonio muy astuto.
Para probarles que Jesús es el verdadero Dios, sanó a innumerables enfermos y mandó al ídolo que confesase y declarase sus embustes y artificios. Estaban presente en el templo el rey Polimio, los sacerdotes y mucha gente que había concurrido ese día.
Enmudeció Astarot en presencia del Apóstol. El silencio llenó de pasmo a los armenios. Acudieron a otro templo, al ídolo de nombre Berit, para saber la causa de tan funesto suceso. Respondió el demonio por su boca que la causa era la presencia de cierto hombre llamado Bartolomé, apóstol del verdadero Dios; y que lo mismo le sucedería a él si aquél hombre llegaba a entrar en su templete.
Añadió, que Astarot no daría oráculos mientras no echasen de allí a aquel hombre; porque cien veces al día y otras tantas a la noche, hacía oración a Dios, acompañado de una prodigiosa multitud de espíritus bienaventurados que le escoltaban y le defendían.
Quedó admirado el pueblo de este testimonio que, obligado por Dios y a su pesar, dio el demonio de la virtud milagrosa del Santo, y entró en una impaciente curiosidad de conocer al Apóstol.
Pero temerosos los sacerdotes que iría por tierra su estimación, si el Santo llegaba a ser reconocido, pusieron en movimiento todos sus artificios para perderle. Le buscaron por espacio de tres días, pero en vano, porque Dios le hacía invisible; hasta que, habiendo lanzado al demonio de muchos cuerpos y dado salud a muchos enfermos desahuciados, sus mismos milagros le descubrieron.
Esparcida la fama por todas partes, no le conocían ya por otro nombre que por el de Apóstol del verdadero Dios y el obrador de milagros.
Llegó presto a la corte la noticia y el ruido de sus maravillas, y teniendo el Rey una hija poseída de un furioso demonio, que la atormentaba cruelmente, deseaba con ansiosa impaciencia ver al Santo Apóstol. Apenas San Bartolomé se puso en su presencia, la Princesa quedó libre de aquel infernal huésped; y queriendo el Rey mostrar su agradecimiento con magníficos presentes, el Apóstol le dio a entender que no había venido a buscar oro ni piedras preciosas, sino la salvación de su alma, y la conversión de sus vasallos.
Vengo, añadió el Santo, a daros a conocer al verdadero Dios, único Creador de todo este vasto universo; y que solo Él es digno de nuestro amor, de nuestra adoración y de nuestro religioso culto. Vuestros ídolos son ministros de los demonios; adoráis lo más execrable que hay en toda la naturaleza; esos que llamáis dioses son los mismos demonios; y para convenceros, señor, de que es verdad todo lo que digo, quiero que el más acreditado de vuestros supuestos dioses confirme, mal que le pese, todo lo que yo os predico.
Se aceptó inmediatamente la condición; y el Rey, acompañado del Santo y de toda su corte, se encaminó al templo; pero apenas puso el pie en él san Bartolomé, el demonio comenzó a gritar que él no era dios, que no hay, ni habrá, ni podía haber más que un solo Dios, y que ese es Jesucristo, a quien el Apóstol predicaba.
Hecha esta confesión, mandó el Santo al demonio, en nombre de Jesucristo, que al instante y sin réplica hiciese pedazos todos los ídolos de la ciudad. Obedeció, y en el mismo punto todos ellos fueron reducidos a polvo.
¿Y el ecumenismo tan mentado hoy?
A la vista de tan estupenda maravilla, quedaron tan conmovidos los corazones como convencidos los entendimientos; se convirtió toda la ciudad, y después de algunas instrucciones el Rey y toda la corte recibió el Bautismo.
Siguieron el mismo ejemplo doce ciudades principales, rindiendo la cerviz al yugo de Jesucristo; y habiendo cultivado San Bartolomé aquella viña por algún tiempo, la proveyó de dignos ministros del altar, obispos y predicadores.
Pero se enojaron grandemente los sacerdotes de los ídolos por la conversión del rey, y porque el rápido crecimiento de la religión cristiana significaba menoscabo del culto de sus dioses. Resueltos a vengarse del Apóstol, fueron a ver a Astiages, hermano del rey convertido, y le incitaron a que detuviese a Bartolomé.
Era Astiages gobernador de una provincia comarcana, y así le fue muy fácil prender al Santo Apóstol, a quien reprobó haber pervertido el alma de su hermano, ultrajado a los dioses de la nación y destruido su culto, siendo con ello causa de que los dioses afligiesen al reino con grandes plagas y males sin cuento.
Declaró el Santo que el Dios que predicaba era el único verdadero, y que, al arruinar el culto de los ídolos, pretendía solamente echar de aquel reino al demonio, causador de los males que afligían a los ciudadanos y a todo el país.
Poco ecuménico era San Bartolomé…
Pero Astiages no quiso dar oídos a tales razones, y le mandó que sacrificase a los dioses protectores de la nación. El santo y valeroso Apóstol se negó a ello con inquebrantable fortaleza, e hizo ante los presentes admirable profesión de la fe que predicaba.
Se encendió con ello el furor de Astiages, el cual mandó primeramente que azotasen con varas de hierro al insigne mártir. Después, lo tendieron y le desollaron vivo de pies a cabeza.
Fue este un tormento atrocísimo, que mostró a los presentes la fortaleza y admirable paciencia del esforzado mártir de Cristo.
Finalmente, como permaneciese vivo, fue degollado.
De allí a pocos días, Astiages y los sacerdotes paganos que pidieron la muerte del Santo Apóstol tuvieron, por disposición del Señor, muy horrible y espantosa muerte, pues perecieron ahogados por manos invisibles.
El cuerpo del Santo fue enterrado en el mismo lugar donde padeció el martirio. Las reliquias de San Bartolomé se encuentran hoy en la Iglesia dedicada al Apóstol en la Isla Tiberina en Roma, donde reposan bajo el Altar Mayor en una urna de pórfido.
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La Colecta de esta Fiesta es todo un programa, no sólo para festejar debidamente al Santo Apóstol sino también para llevar a cabo una vida conforme a las exigencias de las circunstancias en que nos toca vivir.
La Santa Liturgia nos hace rezar de esta manera:
Omnipotente y sempiterno Dios, que nos diste celebrar en este día con santa alegría la festividad de tu Apóstol San Bartolomé, concede a tu Iglesia amar lo que creyó y predicar lo que enseñó.
¡Amar lo que creyó…!
¡Predicar lo que enseñó…!
He aquí nuestro programa y la norma de vida para estos tiempos de falso ecumenismo y de apostasía…

