Meditaciones para el Mes del Sagrado Corazón de Jesús

Extractadas del libro

AMOR, PAZ Y ALEGRÍA”

Mes del Sagrado Corazón de Jesús según Santa Gertrudis.

Por el R. P. Dr. André Prévot, de la Congregación Sacerdotes del Corazón de Jesús

DIA 7

Segundo fruto de la devoción al Sagrado Corazón: el Corazón de Jesús repara por nosotros

Hemos visto ya cómo Jesús entrega su Corazón a Santa Gertrudis para reparar todas sus negligencias y hacer sus obras perfectas:

«Gertrudis, recapacitando un día en su corazón, con un profundo sentimiento de gratitud, este servicio insigne que le otorgaba el Corazón de Jesús, de reparar así por ella, preguntó al Señor, hasta cuando se dignaría continuar ese favor.

Jesús respondió:Por todo el tiempo que desees conservarlo; nunca tendrás que lamentar que te lo haya retirado’.

Al ver tanta bondad, la santa, sintiéndose muy penetrada de admiración y de reconocimiento, se sumergía con profundo anonadamiento en el valle de la humildad; pero el Señor, siguiéndola con amor, parecía hacer descender de su Corazón divino como un canal todo de oro que llegaba hasta esta alma así humillada, y por el cual le hacía recibir la abundancia de sus gracias. Así, a medida que ella se humillaba por sus defectos, el Señor, por medio de las gracias que emanaban de su Sagrado Corazón, los borraba por completo y colocaba en su lugar, sus Virtudes divinas, por las cuales parecía tan santa y sin mancha como Él”.

El Corazón del Buen Maestro quería suplir las pérdidas que Gertrudis podía hacer por sus faltas, e incluso las que fueran el resultado de sus ocupaciones y distracciones inherentes a los diversos trabajos del día:

«Un viernes, acercándose la noche, Gertrudis, mirando su Crucifijo, le dijo al Salvador con un corazón penetrado de compunción:

¡Dulcísimo y amantísimo Creador, qué de tormentos has sufrido hoy por mi salvación, y cuán miserable me siento por haber pasado el día en ocupaciones extrañas sin recordar lo que a cada hora has soportado por mí, Tú que, siendo la Vida, moriste por el amor de mi amor!’

El Señor le respondió desde lo alto de su Cruz: ‘Lo que tú has omitido en esto, lo he suplido por ti; a cada hora de este día recogí en mi Corazón lo que debías haber recogido en el tuyo, y de este modo se ha llenado de tal manera de gracias para ti que se siente como repleto y esperaba con gran impaciencia el momento en que tú debías dirigirme esta oración; pues, sin ella, todo lo que recolecté para ti no podría beneficiarte; pero con esta oración puedes apropiártelo ante Dios mi Padre como perteneciente a ti misma’.» (III, 41).

¡Oh amor, oh liberalidad del Corazón de Jesús, como mereces las alabanzas de todos los corazones!

¿Habrá alguna cosa más conmovedora que la liberalidad del Corazón de Jesús, al pagar las deudas de Gertrudis con la Santísima Virgen?

Decía un día nuestra santa a Jesús: ‘Oh Hermano mío, oh Hermano mío, porque te has hecho hombre para pagar las deudas de los hombres, dignate ahora, te lo ruego, suplir mi indigencia y reparar mis faltas hacia tu bendita Madre.’

Luego, Jesús se levantó; avanzó respetuosamente hacia su Madre, se arrodilló delante de ella, y la saludó, inclinando la cabeza con dignidad y amabilidad encantadora. Y estos homenajes del Hijo de María pagaron abundantemente todas las deudas de Gertrudis.”

Ahora bien, este lenguaje tan confiado de Santa Gertrudis, ¿no puede apropiárselo toda alma consagrada a Jesucristo, para obtener del Corazón de Jesús que se digne pagar todas sus deudas contraídas con Dios y con nuestros hermanos?

REFLEXIONES

Ya hemos hablado de la reparación como el fin de la devoción al Sagrado Corazón, pero se trataba de la reparación ofrecida al Corazón de Jesús por otras personas, ahora se trata de la reparación por nosotros mismos; es el Corazón de Jesús quien repara por nosotros o en nosotros.

Se encuentra aquí, según Santa Gertrudis, entre todos los socorros que encontramos en la devoción al Sagrado Corazón, aquél que puede ayudarnos más a nuestro progreso espiritual:

«Un día buscaba ella, entre los diferentes favores que recibió de Dios, aquél que, manifestado a los hombres, pudiese serles útil para su progreso espiritual. El Señor, entrando benignamente en su pensamiento, le señaló precisamente esta disposición misericordiosa de su Corazón para reparar todas nuestras faltas:

Haz conocer a los hombres las ventajas que encontrarán en recordar a menudo de que Yo, el Hijo de la Virgen María, estoy de pie, por su salvación, ante mi Padre, que si llegan a cometer alguna falta, ofrezco por ellos mi Corazón sin mancha a la Justicia Divina’.”

Meditemos sencillamente en las enseñanzas que nos ha dado Santa Gertrudis; allí veremos que el Corazón de Jesús quiere reparar nuestras faltas, suplir nuestras omisiones involuntarias, pagar lo que le debemos a Dios y a la Iglesia, con la condición solamente, de que le pidamos con un corazón verdaderamente contrito y humillado, y sobre todo, lleno de confianza. Y Él quiere hacerlo perfectamente, para perfeccionar nuestras obras, para completar nuestra tarea, para convertirnos en Sí.

El Corazón de Jesús desea ardientemente, en primer lugar, reparar todas nuestras faltas. Las considera, en alguna manera, como sus propias faltas: Verba delictorum meorum, en virtud de la unidad de cuerpo y la comunicación íntima que existe entre Él y nosotros; ellas son contrarias a sus intereses, tienden a la ruina de su Obra, le hacen más daño que a nosotros mismos, y Él desea, incomparablemente más que nosotros, borrarlas y destruirlas: es para Él una necesidad apremiante, un consuelo necesario. Lo único que nos pide es que le llevemos nuestras faltas con un corazón contrito y confiado, que no se deja jamás desanimar, con una buena voluntad (1) que se levante con valentía después de cada caída, y que, pensando solo en los intereses de Jesús, crea que Él sabrá siempre por su Poder, su Sabiduría y su Bondad que son infinitas, reparar las faltas de nuestra debilidad, de nuestra ignorancia y de nuestra malicia que son excesivamente limitadas. Llevémoselas, pues, con toda confianza; hagamos fielmente cada día, a cada hora, esta ofrenda de nuestras faltas, que es conocida de todos los amigos del Sagrado Corazón (2).

Llevemos enseguida al Corazón de Jesús nuestras faltas involuntarias, tantas pérdidas, resultado inevitable de nuestra debilidad, de nuestras negligencias y omisiones, para dar a este Corazón divino, el consuelo y la gloria de repararlas. Prefiramos, como Jesús lo pedía a Santa Matilde, prefiramos mucho más, ver nuestras negligencias reparadas por su amor, antes que por nosotros mismos, suponiendo que pudiéramos hacerlo, a fin de que se le devuelva tanto más honor y gloria. Pues lo que finalmente desea sobre todo el alma dedicada al Sagrado Corazón, es la gloria de este divino Corazón, que consiste, especialmente, en mostrar su Bondad y su Misericordia. Y, ¿cómo mostrará su Bondad, más que dándonos lo que nos falta? ¿Sobre qué base se levantará el trono de su Misericordia, si no sobre nuestras miserias? Y si hemos verdaderamente confundido nuestros intereses con los suyos, como es ley de amistad, como condición de nuestra sociedad con Él, ¿qué otra cosa nos queda hacer, cuando estos intereses han sufrido por nuestra negligencia, que venir con toda sencillez a exponérselos, para que los complete con sus riquezas infinitas?

Por la misma razón, en la sociedad comercial que Jesús ha querido formar con nosotros para satisfacer las necesidades de la Iglesia, nosotros, pobres pecadores, tan desposeídos de todo bien, tenemos que sacar del buen tesoro del Corazón de nuestro Divino Socio, con que pagar todas las deudas, es decir, todo aquello con que debemos contribuir, por nuestra parte, a la Comunión de los Santos.

Jesús nos lo dice: su Corazón desea ardientemente servirnos así de reparación y de suplemento; esta es su más viva alegría y su mayor gloria. Lo único que nos pide es que vayamos a Él con un corazón muy contrito, sí, pero sobre todo confiado, con un corazón de amigo. El pesar lleno de compunción, que Gertrudis le expresa lo conmueve y Él le devuelve todas las gracias que pierde durante el día. Cuando la ve humillarse de sus defectos, hace destilar sobre ella la abundancia de su gracia para borrarlos y la reviste de sus propias virtudes divinas. Esta confianza de Gertrudis, que por nada se deja desconcertar, porque sabe que Jesús es su amigo y que puede contar con su Misericordia, encanta al Corazón de Jesús, y a esta disposición atribuye todas las misericordias que usa para con ella. Y, ¿como podría ser de otro modo? ¿Jesús, podría permanecer insensible en su Corazón, cuando lo llamamos nuestro Amigo, nuestro Hermano, nuestro Esposo; cuando le recordamos que ha dado su Sangre para pagar nuestras deudas y que precisamente esta Sangre derramada por nosotros es la que queremos hacer útil, haciéndola servir para nuestra redención?

Pues todo esto no tiende más que a perfeccionar la obra de la Redención, a completar en nosotros lo que falte a la Pasión de Jesucristo, a consumirnos en Él, a fin de que pueda decir al final de los tiempos, por Sí mismo y por sus miembros: Consummatum est, todo está consumado. Estamos pues seguros, al pedir así a Nuestro Señor, que supla y repare por nosotros, estamos seguros de entrar en sus designios, de responder a su deseo, de cumplir su Voluntad. Además, «sabemos que si le pedimos alguna cosa según su Voluntad, la obtendremos infaliblemente», como nos lo prometen nuestros libros sagrados. Acerquémonos pues, con confianza al Corazón tan dulce de Jesús, para obtener la ayuda que necesitamos de Él.

El se complacerá haciendo nuestras obras perfectas; completará nuestros trabajos, según la Palabra del Espíritu Santo; terminará en nosotros mismos lo que falte a su obra en nuestra parte.

¿No sentimos cuánto valor, fortaleza y riqueza contiene esta doctrina? Oh!, ¡La devoción al Sagrado Corazón así entendida y practicada puede elevarnos rápidamente a la perfección más alta! Sí, si queremos dar a Jesús una gloria perfecta, según la consigna de sus amigos: A. M. D. G. (3); si queremos ser víctimas consumadas de su Amor, sigamos fielmente estas prácticas: llevemos cada día, a cada hora, nuestras faltas, nuestras deudas al misericordioso Corazón de Jesús, para que cada día y cada hora, sea perfecta y consumada en su amor. ¡Oh!, «demos a Jesús según la liberalidad de su generoso Corazón, como lo pedía a Sta. Matilde; démosle según su Bondad, y no según la nuestra»; es decir, tengamos una confianza ilimitada en su Bondad, para que, enriqueciéndonos por su Liberalidad y Generosidad que son ilimitadas, podemos darle, a su vez, con liberalidad y generosidad similares. Puesto que este buen Maestro pone a disposición de sus fieles sirvientes, todos sus talentos con tanta liberalidad, usemos de ellos con confianza generosa por su gloria, manejemos sus asuntos con magnificencia, a fin de que nada falte a los frutos de consuelo que debemos darle y a la gloria que debemos procurarle.

CONCLUSIÓN PRÁCTICA

1. La ofrenda de nuestras faltas al Sagrado Corazón de Jesús, cada día, en cada examen, después de cada acción, con un gran sentimiento de confianza y de amor puro, diciendo a Jesús, como Él se lo inspiró a Santa Matilde: «Quiero serte perfectamente fiel; me gusta más, mucho más, ver mis faltas reparadas por Tu Amor que por mí misma, suponiendo que pudiese repararlas, a fin de procurarte de nuevo mayor honor y gloria”.

2. La ofrenda de nuestras faltas involuntarias, omisiones, etc., resultado de ocupaciones, de distracciones, de nuestra debilidad, etc., diciéndole a Nuestro Señor como también lo inspiró a Santa Matilde: «Señor, quiero darte según la liberalidad de tu generoso Corazón, según tu Bondad y no según la mía. Dígnate devolverme todo lo que perdí involuntariamente, para que pueda devolvértelo de acuerdo con tu liberalidad”.

3. La ofrenda de nuestras deudas con Dios, con María, con la Iglesia, con las almas del Purgatorio, los pecadores, los agonizantes; para el cumplimiento de nuestros deberes de estado, de nuestros diversos trabajos, etc. Digamos a Jesús como Santa Gertrudis: «Oh hermano mío, ya que te has hecho hombre para pagar las deudas de los hombres, dígnate ahora, te lo ruego, suplir mi indigencia y pagar todas mis deudas».

NOTAS DEL AUTOR:

(1) Esta buena voluntad, si es sincera y completa, contiene la voluntad de trabajar y luchar tanto como podamos para nuestra enmienda.

(2) Ver, sobre este asunto, un capítulo del P. Ramière, en su libro sobre el Apostolado del Sagrado Corazón.

(3) Ad maiorem Dei glorium: A la Mayor Gloria de Dios.