SANTA FILOMENA

SANTA FILOMENA

EL 10 DE AGOSTO – ANIVERSARIO DE SU MUERTE

EL 11 DE AGOSTO – DÍA DE SU FIESTA

Pauline Jaricot, la fundadora de la Sociedad para la Propagación de la Fe y del Rosario Viviente, por intercesión de Santa Filomena, en 1835 había sido milagrosamente curada de un desesperante mal.

A través de ella, conoció el Santo Cura el poder de la Santa. La Señorita Jaricot, le ofreció parte de una preciosa reliquia de Santa Filomena que ella había obtenido del relicario de Mugnano; y el Cura de Ars la recibió como una valiosísima joya. Inmediatamente se puso a trabajar para erigir una capilla en Ars donde colocó estas reliquias, que muy pronto dieron lugar a innumerables curaciones, conversiones y milagros.

Lleno de un intenso amor por esta pequeña Santa, la eligió a ella como su especial patrona celestial y se comprometió a ella por voto.

Siempre hablaba de la Santa, le pedía todo tipo de favores, y decía de ella que era “el milagro próximo” por los extraordinarios prodigios que ella obraba. Santa Filomena solucionó sus problemas financieros, ella convirtió pecadores; curó enfermedades gravísimas; y obró innumerables milagros en respuesta a sus simples oraciones.

Muchos de ellos están registrados en la biografía del santo; pero los milagros no registrados podrían llenar un volumen. Recomendaba que le hicieran Novenas por incontables intenciones de todo tipo que las personas le referían. Advertía seriamente a los enfermos que rezaran a Santa Filomena y los bendecía e instruía para que rezaran la Novena; y siempre se impresionaba por todas las curaciones de esta pequeña Santa, a la cual, después de Dios, le estaba totalmente agradecido.

Miles de personas vinieron a la capilla de Ars en peregrinación, con el propósito de invocar el auxilio de Santa Filomena en sus necesidades y pruebas. Evidencias tangibles de favores obtenidos, los milagros obrados, las conversiones realizadas, las oraciones escuchadas son la respuesta de Santa Filomena.

Debido al fervor de la devoción del Cura de Ars a Santa Filomena, y las numerosas curaciones y favores obtenidos por su intercesión, toda Francia pronto invocó su nombre. Cada diócesis tenía altares y muchas capillas e iglesias se dedicaron a ella.

Pero la devoción a la Santa no sólo fue en Francia. Los reyes, las reinas, los cardenales, los obispos, los sacerdotes, y muchos religiosos y fieles a través del mundo la aclaman como su patrona celestial.

Solamente Dios puede contar la cantidad de milagros hechos por Santa Filomena al pueblo de Ars. A todos los que le imploraban su ayuda, el Santo Cura siempre les respondía que debían ir y hablar con Santa Filomena. Era venerada en el altar más hermoso de su iglesia.

Este Santo sacerdote estableció con ella una amistad sencilla y mística, y una familiaridad agradable y profunda. La llamaba su “intermediaria”, su “chargée d’ affaires”, su “cónsul con Dios”, y su “Santita”, el título por el cual hoy es conocida.

Un día, con ingenuidad santa, se le escuchó decir “¡Basta ya, mi santita! Estás haciendo demasiados milagros. Muchas personas piensan que se deben a mis oraciones”.

El mismo Santo Cura fue objeto de un gran milagro. Enfermó gravemente, su feligresía estaba llena de consternación. Los peregrinos, preocupados de su salud, llegaban a Ars de las más remotas regiones de Francia. Para tener a raya a la muchedumbre que se reunía, debió intervenir la policía. Cuando todo parecía perdido y se esperaba su muerte de un momento a otro, recurrieron a Santa Filomena, y Dios, mostrando su grandeza, por la poderosa intercesión de nuestra Santita, cuando las esperanzas estaban ya perdidas, se les concedió la gracia que pedían y su santo cura sanó y regresó a su parroquia.

En cierta ocasión, una persona se acercó al Cura de Ars y le preguntó: “¿es verdad, Padre que Santa Filomena le obedece?”. A lo cual contestó el sacerdote santo, “¿Y por qué no? Si Dios mismo me obedece en el Altar”.

Él sentía constantemente la proximidad de su presencia y se dirigía a ella con nombres más familiares y no ahorró ningún esfuerzo en inducir a otros a que invocaran su intercesión en sus necesidades de cuerpo y alma. Él decía a menudo: “Hijos míos, Santa Filomena tiene gran poder con Dios, y ella tiene, por otra parte, un corazón buenísimo; roguemos a ella con confianza. Su virginidad y generosidad en el abrazo de su martirio heroico la han hecho tan agradable a Dios que Él nunca rechazará cualquier cosa que ella le pida para nosotros.”

Se decía que el Cura de Ars hacía todo por ella, y que Santa Filomena hacía todo por él.

Muchos años más tarde, después de su muerte, la gente de Ars construyó un monumento en su honor y lo colocó sobre una colina desde donde, una vez más, señala el altar de Santa Filomena como si dijera, “Recurre a ella y serás consolado”.

El 8 de enero de 1905 el Santo Papa Pío X beatificó al humilde Cura de Ars, poniéndolo como modelo de todos los pastores de almas. Cuando se enteró de las críticas al culto a Santa Filomena, afirmó que el argumento más fuerte en favor de la devoción a Santa Filomena es el Cura de Ars.

Pero, ¿quién es Santa Filomena? Recorramos un poco su historia.

Descubrimiento de sus restos mortales

Filomena, una joven mártir de la Iglesia primitiva durmió en el olvido de la historia hasta el hallazgo de sus restos mortales el 24 de mayo de 1802. Ocurrió en el día de María Auxiliadora, durante una de las excavaciones que se hacen constantemente en Roma. La encontraron en la Catacumba de Santa Priscilla, en la Vía Salaria.

En una tumba había tres losas juntas que cerraban la entrada; y en ellas había una inscripción que estaba rodeada de símbolos que aludían al martirio y a la virginidad de la persona ahí enterrada. Los símbolos eran: un ancla, tres flechas, una palma y una flor.

La inscripción decía:

LUMENA PAXTE CUM FI

Se entiende que estas losas pueden haber sido puestas, en el orden incorrecto, debido a la prisa o al poco conocimiento del latín del obrero. Por lo tanto, la inscripción correctamente puesta se leería:

PAX TECUM FILUMENA

En español:

¡LA PAZ SEA CONTIGO, FILOMENA!

Al abrir la tumba descubrieron su esqueleto, que era de huesos pequeños; y notaron a la vez que su cuerpo había sido traspasado por flechas.

Al examinar los restos, los cirujanos atestiguaron la clase de heridas que la joven mártir recibió y los expertos coincidieron en calcular que la niña fue martirizada entre la edad de 12 o 13 años.

Hechos extraordinarios del descubrimiento

Por el entusiasmo que causaba en los primeros cristianos la valentía de los que morían por la fe, acostumbraban marcar la losa con el signo de la palma, y ponían al lado un pequeño frasco que contenía la sangre del mártir.

Cuando los científicos estaban transfiriendo la sangre seca a un nuevo frasco transparente, ante todos los que estaban presentes sucedió un hecho extraordinario: Para su asombro vieron que las pequeñas partículas de la sangre seca cuando caían en el nuevo frasco, brillaban como oro, diamantes y piedras preciosas y resplandecían en todos los colores del arco iris. (Hasta el presente, se puede observar en algunos momentos de gracia, que estas partículas cambian de color).

Los huesos, cráneo y cenizas, junto con el frasco que contenía la sangre, fueron depositados en un ataúd, el cual fue cerrado y triplemente sellado. Bajo guardia de honor el ataúd de ébano fue llevado a la custodia del Cardenal Vicario de Roma, a una capilla donde se guardan los cuerpos de santos.

La Congregación de Indulgencias y Reliquias declaró la autenticidad de las reliquias de la mártir.

Datos biográficos

A pesar de tener sus restos mortales, la Iglesia aun no sabía nada sobre la vida de Santa Filomena. Lo que sabemos de esta Santa es gracias a las revelaciones privadas recibidas de la Santa en 1863 por tres diferentes personas, en respuesta a las oraciones de muchos a que dejara saber quién era ella y cómo llegó al martirio.

Las personas favorecidas fueron un joven artista de buena moral y vida piadosa, un devoto sacerdote y una piadosa religiosa de Nápoles, la Venerable Madre María Luisa de Jesús, quien murió en olor de santidad.

Estas revelaciones han recibido el Imprimátur de la Santa Sede, dando testimonio de que no hay nada contrario a la fe. La Santa Sede dio la autorización para la propagación de estas el 21 de diciembre de 1883.

Historia de la vida según las revelaciones a la Madre María Luisa de Jesús

Yo soy la hija de un príncipe que gobernaba un pequeño estado de Grecia. Mi madre era también de la realeza. Ellos no tenían niños. Eran idólatras y continuamente ofrecían oraciones y sacrificios a sus dioses falsos.

Un doctor de Roma llamado Publio, vivía en el palacio al servicio de mi padre. Este doctor había profesado el cristianismo. Viendo la aflicción de mis padres y por un impulso del Espíritu Santo les habló acerca de nuestra fe y les prometió orar por ellos, si consentían a bautizarse.

La gracia que acompañaba sus palabras, iluminaron el entendimiento de mis padres y triunfó sobre su voluntad. Se hicieron cristianos y obtuvieron su esperado deseo de tener hijos.

Al momento de nacer me pusieron el nombre de Lumena, en alusión a la luz de la fe, de la cual era fruto. El día de mi bautismo me llamaron Filumena, hija de la luz (Filia luminis) porque en ese día había nacido a la fe.

Mis padres me tenían gran cariño y siempre me tenían con ellos. Fue por eso que me llevaron a Roma, en un viaje que mi padre fue obligado a hacer debido a una guerra injusta. Yo tenía trece años. Cuando arribamos a la capital nos dirigimos al palacio del emperador y fuimos admitidos para una audiencia. Tan pronto como Diocleciano me vio fijó los ojos en mí.

El emperador oyó toda la explicación del príncipe, mi padre. Cuando este acabó, y no queriendo ser ya más molestado le dijo: “Yo pondré a tu disposición toda la fuerza de mi imperio. Yo solo deseo una cosa a cambio, que es la mano de tu hija”.

Mi padre deslumbrado con un honor que no esperaba, accede inmediatamente a la propuesta del emperador, y cuando regresamos a nuestra casa mi padre y mi madre hicieron todo lo posible para inducirme a que cediera a los deseos del emperador y los suyos.

Yo lloraba y les decía: “¿Ustedes desean que por el amor de un hombre yo rompa la promesa que he hecho a Jesucristo? Mi virginidad le pertenece a Él y yo ya no puedo disponer de ella”.

“Pero eres muy joven para ese tipo de compromiso” -me decían- y juntaban las más terribles amenazas para hacerme que aceptara la mano del emperador.

La gracia de Dios me hizo invencible. Mi padre, no pudiendo hacerme ceder al emperador, y para deshacerse de la promesa que había hecho, fue obligado por Diocleciano a llevarme a su presencia.

Antes tuve que soportar nuevos ataques de parte de mis padres hasta el punto que, de rodillas ante mí, imploraban con lágrimas en sus ojos que tuviera piedad de ellos y de mi patria.

Mi respuesta fue: “No, no, Dios y el voto de virginidad que le he hecho está primero que ustedes y mi patria. Mi reino es el Cielo”.

Mis palabras los hacía desesperar y me llevaron ante la presencia del emperador, el cual hizo todo lo posible para ganarme con sus atractivas promesas y con sus amenazas, las cuales fueron inútiles. Él se puso furioso, e influenciado por el demonio me mandó a una de las cárceles del palacio donde fui encadenada.

Pensando que la vergüenza y el dolor iban a debilitar el valor que mi Divino Esposo me había inspirado, me venía a ver todos los días y soltaba mis cadenas para que pudiera comer la pequeña porción de pan y agua que recibía como alimento; y después renovaba sus ataques, que si no hubiera sido por la gracia de Dios no hubiera podido resistir.

Mi cautiverio duró treinta y siete días. Yo no cesaba de encomendarme a Jesús y su Santísima Madre; y en el medio de una luz celestial vi a María con su Divino Hijo en sus manos, la cual me dijo: «Hija, tres días más de prisión, y después de cuarenta días se acabará este estado de dolor».

Las felices noticias hicieron mi corazón latir de gozo; pero como la Reina de los Ángeles había añadido que dejaría la prisión para sostener un combate más terrible que los que ya había tenido, pasé del gozo a una terrible angustia, que pensaba me mataría.

“Hija, ten valentía” -dijo la Reina de los Cielos-, y me recordó mi nombre, el cual había recibido en mi Bautismo diciéndome: «Tu eres LUMENA, y tu Esposo es llamado Luz. No tengas miedo. Yo te ayudaré. En el momento del combate, la gracia vendrá para darte fuerza. El ángel Gabriel vendrá a socorrerte, Yo le recomendaré especialmente a él, tu cuidado».

Las palabras de la Reina de las Vírgenes me dieron ánimo. La visión desapareció dejando la prisión llena de un perfume celestial.

Lo que se me había anunciado, pronto se realizó. Diocleciano perdiendo todas sus esperanzas de hacerme cumplir la promesa de mi padre, tomó la decisión de torturarme públicamente y el primer tormento era ser flagelada. Ordenó que me quitaran mis vestidos, que fuera atada a una columna en presencia de un gran número de hombres de la corte, hizo que me latigaran con tal violencia, que mi cuerpo se bañó en sangre, y lucía como una sola herida abierta.

El tirano pensando que me iba a desmayar y morir, me hizo arrastrar a la prisión para que muriera.

Dos Ángeles brillantes con luz, se me aparecieron en la oscuridad y derramaron un bálsamo en mis heridas, restaurando en mí la fuerza, que no tenía antes de mi tortura.

Cuando el emperador fue informado del cambio que en mi había ocurrido, me hizo llevar ante su presencia y trato de hacerme ver que mi sanación se la debía a Júpiter, el cual deseaba que yo fuera la emperatriz de Roma. El espíritu Divino, al cual le debía la constancia en perseverar en la pureza, me llenó de luz y conocimiento, y a todas las pruebas que daba de la solidez de nuestra fe, ni el emperador ni su corte podían hallar respuesta.

Entonces, el emperador frenético, ordenó que me enterraran, con un ancla atada al cuello en las aguas del río Tíber.

La orden fue ejecutada inmediatamente, pero Dios permitió que no sucediera. En el momento en el cual iba a ser precipitada al río, dos Ángeles vinieron en mi socorro, cortando la soga que estaba atada al ancla, la cual fue a parar al fondo del río, y me transportaron gentilmente a la vista de la multitud, a las orillas del río.

El milagro logró que un gran número de espectadores se convirtieran al cristianismo.

El emperador, alegando que el milagro se debía a la magia, me hizo arrastrar por las calles de Roma y ordenó que me fuera disparada una lluvia de flechas. Sangre brotó de todas las partes de mi cuerpo y ordenó que fuera llevada de nuevo a mi calabozo.

El cielo me honró con un nuevo favor. Entré en un dulce sueño, y cuando desperté estaba totalmente curada. El tirano, lleno de rabia, dijo: “Que sea traspasada con flechas afiladas”.

Otra vez los arqueros doblaron sus arcos, cogieron todas sus fuerzas, pero las flechas se negaron a salir. El emperador estaba presente y se puso furioso, y pensando que la acción del fuego podía romper el encanto, ordenó que se pusieran a calentar en el horno y que fueran dirigidas a mi corazón.

Él fue obedecido, pero las flechas, después de haber recorrido parte de la distancia, tomaron la dirección contraria y regresaron a herir a aquellos que la habían tirado. Seis de los arqueros murieron. Algunos de ellos renunciaron al paganismo y el pueblo empezó a dar testimonio público del poder de Dios que me había protegido.

Esto enfureció al tirano. Este determinó apresurar mi muerte, ordenando que mi cabeza fuera cortada con un hacha.

Entonces, mi alma voló hacia mi Divino Esposo, el cual me puso la corona del martirio y la palma de la virginidad.

Traslado de sus Santos Restos

Después que las reliquias de la Santa fueron exhumadas, fueron mantenidas en Roma hasta 1805. En ese tiempo el Padre Francis di Lucia de Mugnano, un pequeño pueblo cerca de Nápoles, visitó la ciudad de Roma. Él tenía un ardiente deseo de procurar las reliquias de alguna joven mártir para su Iglesia.

Ya que el Obispo de Potenza, al cual él acompañó a Roma, apoyaba su petición, el Padre Francis fue permitido visitar el Tesoro de Reliquias, un largo pasillo donde se preservaban las reliquias de varios santos. Cuando se paró frente a la reliquia de Santa Filomena, se llenó de un gran gozo espiritual, y rogó ante ella. Él pensaba que el gran heroísmo de esta joven mártir era la inspiración que necesitaban los jóvenes de su parroquia, que su fortaleza virginal los retaría a la pureza.

Las reliquias de Santa Filomena eran consideradas famosas y eran reservadas para algún distinguido prelado. Él pidió las reliquias, y al no recibir ninguna respuesta, el P. Francis decidió ir solo a uno de los Canónigos de San Pedro, y pedir otra vez la reliquia. Hizo la petición a nombre del Obispo de Potenza. Le presentaron la reliquia de Santa Ferma.

Los que estuvieron envueltos en la primera petición pensaron que el Obispo de Potenza era merecedor de una reliquia de primera clase. Las reliquias de Santa Filomena fueron dadas al Obispo. Esté a su vez quiso que el pobre sacerdote de Mugnano las tuviera para su parroquia.

De regreso a su pueblo, los viajeros se alojaron en casa de un buen amigo en Nápoles. La señora de la casa, Doña Angela Rose, padecía de una enfermedad incurable desde hacía doce años. Ella ofreció vestir las reliquias con la esperanza de ser curada. Las reliquias fueron cubiertas por una estatua de la santa, hecha especialmente para ese propósito y colocadas en una urna de madera.

Muchos milagros empezaron a darse. La señora Angela Rose fue instantáneamente sanada al tocar las reliquias. Otros también obtuvieron diferentes sanaciones.

Traslado de las Reliquias a Mugnano

El 10 de agosto de 1805, las reliquias de la Santa fueron trasladadas a Mugnano, a la casa del P. Francis di Lucia. Continuos milagros de toda clase acompañaban el traslado.

El día antes de la llegada, por las oraciones de los habitantes, una lluvia abundante refrescó los campos y prados de Mugnano, después de una larga temporada de sequía.

El Señor Michael Ulpicella, un abogado, que no había podido salir de su cuarto por seis semanas, fue llevado a donde estaban las reliquias y regresó sanado.

El Santuario de Santa Filomena fue escena de prodigiosos milagros. Entre ellos se encuentra la sanación de Pauline Jaricot.

El Gran Milagro de Mugnano

Pauline Jaricot era la hija favorita de unos aristocráticos franceses. Era muy bella y tenía una atractiva personalidad. No obstante todos los atractivos placeres y sus halagadores admiradores el corazón de Pauline se movía más hacia las cosas del espíritu que las cosas del mundo, aunque la lucha entre las cosas de Dios y las del mundo era ruda La gracia triunfó y Pauline va a ser recordada por siempre como la fundadora de la Sociedad para la Propagación de la Fe y el Rosario Viviente.

Aunque Pauline había sufrido anteriormente de la enfermedad que fue la causa de su cura, fue en marzo de 1835, que la enfermedad enseñó signos de gravedad. Esta enfermedad afectaba su corazón, en la proporción en que incrementaba, las palpitaciones se volvían tan violentas que se podían oír a cierta distancia. Un pequeño movimiento o cambio de posición era suficiente para que la sangre corriera violentamente a su corazón, que casi se sofocaba. Su respiración parecía parar y su pulso se volvía imperceptible. Drásticos remedios se le tenían que aplicar para restaurarla.

Durante varios años de tortura, solo tenía pequeños intervalos de alivio. Uno de ellos ocurrió después de hacer una novena a Santa Filomena, después de saber de su gran poder con Dios. Tan solo de mencionar el nombre de la santa, ella experimentaba un gozo y un deseo de visitarla en su Santuario. Pero eso parecía un imposible ya que este quedaba a una gran distancia de Francia.

Actuando bajo una inspiración, y después de saber por su doctor el informe de su estado, el cual era tan grave que nada importaba de una forma u otra, ella intentó un viaje al Santuario del Corazón de Jesús en Paray le Monial. Sobrevivió la jornada y se dijo a sí misma: «Si no me mató este viaje, iré a Roma a obtener la bendición del Santo Padre», lo cual era la ambición de su vida.

Ir a Roma significaba viajar a través de los Alpes, por caminos abandonados; largo y peligroso viaje, aun para las personas en buen estado de salud. Pero Pauline se puso en camino. El dolor que soportó era intolerable. En Cambery, su valor se acababa y casi se resigna a morir lejos de su casa y del Vicario de Cristo. Estuvo inconsciente por dos días. Los alumnos de la escuela del convento de su pueblo hicieron una novena a Santa Filomena por su recuperación, al final de la misma pudo seguir su viaje.

Pauline sufrió una recaída en Loreto, Italia. Después de unos días continuó su viaje. Llegó a Roma casi inconsciente. Las Hermanas del Sagrado Corazón la recibieron con gran amabilidad, su estado era tal que le era imposible dejar el Convento. Parecía que después de tanta dificultad no iba a poder ver al Santo Padre.

Pero la Santa Madre de Dios y Santa Filomena no la abandonaron. Su llegada a Roma fue informada al Santo Padre, el Papa Gregorio XVI, que al saber de su estado decidió ir en persona a ver a esta joven mujer que tanto había hecho por la Santa Iglesia. Esto era un honor y una consolación para Pauline.

El Santo Padre fue amable y le agradeció repetidamente su trabajo a favor de la Iglesia Católica, y la bendijo una y otra vez. Le pidió que orara por él cuando llegará al cielo y esta se lo prometió.

Entonces ella le preguntó: “¿Santo Padre, si yo vuelvo bien de mi visita a Mugnano, y voy a pie al Vaticano, usted su Santidad se dignaría a proceder sin demoras con la investigación final en la Causa de Santa Filomena?”

“Si mi hija, replicó el Papa, porque eso sería un milagro de primera clase”. Nadie pensaba que ella volvería, debido al estado tan precario de salud.

Era en agosto y el clima estaba extremadamente caliente. Viajaban de noche para evitar el gran calor del día. Llegaron a Mugnano un día antes de la fiesta de Santa Filomena. Inmensas multitudes se habían reunido para celebrar la fiesta.

La mañana siguiente, Pauline recibió la Santa Comunión, cerca de las reliquias. Sufría unos dolores inmensos en todo su cuerpo y su corazón latía tan violentamente que se desmayó. Las personas pensaron que se había muerto, y trataron de sacarla de la iglesia. En eso recobró el conocimiento e hizo una señal de que la dejaran cerca de las reliquias.

De repente, un torrente de lágrimas vinieron a sus ojos, el color volvió a sus mejillas, un brillo saludable sobrevino a sus entumecidos miembros. Su alma estaba llena de un gozo celestial, y pensó que dejaba este mundo para irse al cielo. Pero no era la muerte. Santa Filomena la había sanado. Todavía iba a vivir muchos años para Dios y su Iglesia.

Pauline, cuando estuvo segura de su sanación, permaneció en silencio por un tiempo. Pero la Superiora del Convento al ver lo que estaba pasando, ordenó que sonaran las campanas para anunciar el milagro. El pueblo lleno de gozo gritaba: «¡Viva Santa Filomena!».

En acción de gracias, Pauline se quedó unos días más. Cuando se fue, llevaba consigo una reliquia grande de Santa Filomena, cubierta en una estatua de la Santa.

Pauline no le había informado al Santo Padre de su sanación. Todos en el Vaticano al oír de su sanación, estaban sorprendidos, sobre todo el Papa cuando la vio ante él en perfecta salud. Su Santidad no lo hubiera creído de no haberlo visto con sus propios ojos. A petición de Pauline, él le concedió el privilegio de construir una Capilla en honor de Santa Filomena.

Para poder investigar el milagro, el Papa ordenó a Pauline que se quedará un año entero en Roma. Durante ese tiempo Pauline obtuvo del Santo Padre muchos privilegios para el «Rosario Viviente». Al final del año regresó a Francia.

Papas devotos a Santa Filomena

Papa Gregorio XVI. En enero 30 de 1837, solemnemente la elevó al altar dando completa autoridad a su culto en todo el mundo católico. Le dio el título de Patrona del Rosario Viviente. En nuestro amor por Santa Filomena seguimos bien la dirección y el ejemplo de los Romanos Pontífices:

Pío IX. En 1849 la nombró Patrona de los Hijos de María.

León XIII. Antes de su elección al Papado, fue dos veces en peregrinación a su Santuario. Después de ser nombrado Vicario de Cristo, le dio una cruz de mucho valor al Santuario. Aprobó la Confraternidad de Santa Filomena y la enriqueció con indulgencias. La elevó a Archicofraternidad.

San Pío X. Elevó la Archicofraternidad de Santa Filomena a Universal y nombró a San Juan Vianney su Patrón. Este Papa y gran Santo de la Santa Madre Iglesia solemnemente declaró: «… desacreditar las presentes decisiones y declaraciones concernientes a Santa Filomena como no siendo permanentes, estables, válidas y efectivas, necesarias de obediencia, y en completo efecto para toda la eternidad, procede de un elemento que es nulo y vano y sin mérito y autoridad.» (1912).