PLEGARIA A SAN JOSÉ
PATRONO DE LA IGLESIA CATÓLICA
Padre y Protector de los fieles, glorioso San José, bendecimos a nuestra Madre la Santa Iglesia que, en este declinar del mundo, nos ha enseñado a esperar en Ti.
Largos siglos han corrido sin que fuesen manifestadas tus grandezas; pero no dejabas por eso de ser en el cielo uno de los intercesores más poderosos del género humano.
Jefe de la Sagrada Familia, de quien todo un Dios es miembro, prosigue tu ministerio paternal para con nosotros.
Tu acción escondida se notaba en la salvación de los pueblos y de los particulares; pero la tierra experimentaba tus beneficios, sin haber instituido aún, para agradecerlos, las honras que hoy te ofrece.
El conocimiento más claro de tus grandezas y de tu poder, la proclamación de tu Patrocinio y de tu Protección en todas nuestras necesidades, estaban reservadas a estos tiempos calamitosos en que el estado de un mundo desesperado pide los socorros que no fueron revelados a las edades precedentes.
Venimos, pues, a tus pies, ¡oh San José! a fin de rendir homenaje a tu poderosa intercesión, que no conoce límites, y a tu bondad, que abraza a todos los hermanos de Jesús en una misma adopción.
Sabemos, oh María, que te es agradable ver honrar al Esposo a quien amaste con ternura incomparable. Acoges con un favor particular nuestras demandas, cuando te son presentadas por sus manos.
Los lazos formados por el cielo en Nazaret subsistirán eternamente entre Ti y José; y el amor sin límites que tienes a tu Hijo divino estrecha aún el afecto que tu corazón, tan amante, conserva siempre para Aquél que fue al mismo tiempo el nutricio de Jesús y el custodio de tu virginidad.
¡Oh San José!, también nosotros somos los hijos de tu Esposa María; toma en tus brazos a todos estos nuevos hijos, sonríe a esta numerosa familia y dígnate aceptar nuestras instancias, que alienta la Santa Iglesia, y que suben hacia Ti más apremiantes que nunca.
Tú eres «el sostén del mundo, columen mundi«, uno de los apoyos sobre los que reposa; pues el Señor, en vista de tus méritos y por deferencia a tu oración, le sufre y le conserva a pesar de las iniquidades que le manchan.
Tu ayuda es grande, oh San José, en estos tiempos «en que los santos faltan, en que las verdades han venido a menos» (Ps., XI, 1.) es preciso poseer el peso de tus méritos, para que el platillo de la divina balanza no se incline del lado de la justicia.
Dígnate, oh Protector universal, no abandonar esta empresa; la Iglesia te lo suplica hoy.
El suelo minado por la libertad desenfrenada del error y del mal está, en cada instante, a punto de abrirse bajo sus pies; no descanses un instante, y apresúrate a prepararle, con tu intervención paternal, una situación más tranquila.
Ninguna de nuestras necesidades es extraña a tu conocimiento ni a tu poder; los mínimos entre los hijos de la Iglesia tienen derecho a recurrir a Ti día y noche, seguros de encontrar en Ti la acogida de un padre tierno y compasivo.
¡No lo olvidaremos, oh San José! En todas las necesidades de nuestras almas, nos dirigiremos a Ti.
Te pediremos nos ayudes en la adquisición de las virtudes de que Dios quiere que nuestra alma esté adornada, en los combates que hemos de sostener contra nuestro enemigo, en los sacrificios a que estamos tan frecuentemente llamados a hacer.
Haznos dignos de ser llamados hijos tuyos, ¡oh Padre de los fieles! Pero tu poder soberano no sólo se ejerce en interés de la vida futura, la experiencia de cada día nos muestra cuán poderoso es tu crédito para obtenernos la protección celestial aun en las cosas temporales, cuando nuestros deseos no son contrarios a los designios de Dios.
Nos atrevemos, pues, a poner en tus manos todos nuestros intereses de este mundo, nuestras esperanzas, nuestros deseos y nuestros temores.
Te fue confiado el cuidado de la casa de Nazaret; dígnate ser el consejo y el socorro de todos los que ponen en tus manos sus negocios temporales.
Augusto jefe de la Sagrada Familia, la familia cristiana está puesta bajo tu especial protección; vela por ella en nuestros desgraciados tiempos.
Responde favorablemente a aquellos que se dirigen a Ti en los momentos solemnes para ellos, en que se trata de escoger una ayuda con la que atraviesen esta vida y preparen el viaje para otra mejor.
Mantén entre los esposos la dignidad y el respeto mutuo, que son la salvaguardia del honor conyugal; obténles la fecundidad, prenda de las bendiciones celestiales.
Que tus clientes, oh San José, tengan horror a esos cálculos infames que manchan lo que tiene de más santo, atraen la maldición divina sobre las razas y amenazan a la sociedad con una ruina moral y material a la vez.
Disipa esos prejuicios, tan vergonzosos como culpables; haz que sea de nuevo honrada la santa continencia de la cual las esposas cristianas deben siempre conservar la estima, y a la cual están obligados a rendir homenaje frecuente, so pena de semejar a esos paganos de que habla el Apóstol, «que no siguen más que sus apetitos, porque ignoran a Dios» (I Thess,. IV, 5).
Otra plegaria todavía, ¡oh glorioso San José! Hay en nuestra vida un momento supremo, momento que decide todo para la eternidad: es el de nuestra muerte.
Nos sentimos, sin embargo, inclinados a mirarle con menos inquietud cuando nos acordamos que la bondad divina le ha hecho uno de los principales objetos de tu soberano poder.
Has sido investido del oficio misericordioso de facilitar al cristiano que recurre a Ti el paso del tiempo a la eternidad. A Ti, oh San José, debemos dirigirnos para conseguir una buena muerte.
Esta prerrogativa Te era debida a Ti, cuya dichosa muerte, entre los brazos de Jesús y María, causó la admiración del cielo y fue uno de los más sublimes espectáculos que ha ofrecido la tierra.
Sé, pues, nuestra ayuda, oh San José, en este solemne y último instante de nuestra vida terrestre.
Confiamos en María, a quien suplicamos cada día nos sea propicia en la hora de nuestra muerte; pero sabemos que María se complace de la confianza que ponemos en Ti, y que donde Tú estás, Ella se digna estar también.
Fortificados con la esperanza en tu paternal bondad, oh San José, esperaremos con tranquilidad esta hora decisiva; pues sabemos que, si somos fieles en recomendártela, tu ayuda nos está asegurada.