Conservando los restos
A los fieles de los países del Plata,
previniéndolos de la próxima gran tribulación,
desde mi destierro, ignominia y noche oscura.
Leonardo Castellani, Captivus Christi, 1946-1951
SECCIÓN TERCERA
EL ADVENIMIENTO
18.- LAS SIETE PLAGAS
En este tiempo en que la Iglesia sufrirá tanto del mundo, no las pasará tampoco muy bien el mundo; al contrario.
La Ciudad de Dios y la Ciudad del Hombre, tensadas al máximo en la acción decisiva de su lucha secular, sufrirán todo lo que es posible sufrir a humanas criaturas y un poco más; con la diferencia que los dolores de la Iglesia serán dolores de parto (“y vi una mujer en el cielo, vestida de sol, calzada de luna, coronada de estrellas, gritando con dolores de parturienta y atormentada por dar a luz… y dio a luz un varoncito que regirá a todas las gentes con vergajo de hierro»); mas los dolores de los impíos serán dolores de muerte eterna, el comienzo del estanque de fuego preparado para los que se han de perder.
Estos dolores de los impíos están figurados en el Libro Santo por las Siete Fialas de los Siete Ángeles que administran la ira de Dios, las cuales corresponden a las Siete Tubas que el Vidente describe antecedentemente; con la diferencia que las Siete Tubas significan las causas espirituales de los dolores (la invasión de los bárbaros, el islamismo, el cisma griego, el cisma de Occidente, el Protestantismo, la guerra mundial y el Anticristo, en nuestra exégesis), en tanto que las fialas corrosivas, que los otros ángeles vuelcan al mismo tiempo sobre la tierra, representan los efectos penosos y punitorios de esas grandes destrucciones espirituales.
Si se interpretan con Eyzaguirre la Sexta Tuba y la Sexta Fiala como la guerra mundial, entonces las otras seis quedan fijadas e interpretadas por el hecho mismo, y de una manera irrecusable.
La Séptima Tuba y la Séptima Fiala son con toda evidencia el mismo Fin del Mundo, el cual es final invariable de cada una de las veinte Visiones.
Pues hay que saber que las Visiones del Apokalypsis no siguen un orden lineal progresivo, como es el caso de la poesía épica o narrativa, sino un orden concéntrico o, mejor dicho, espiraloide, el cual es invariable característica del estilo profético oriental. Cada una de las Visiones empieza un poco más allá de la otra; pero todas terminan invariablemente en el objeto principal de todo el libro, la Parusía.
El que no vea lo que aquí queremos decir —y no podemos extenderlo más—, puede revisar la novela The Big Clock, de Kenneth Fearing, que usa una técnica original, análoga a esto que decimos: progreso en espiral. Un poco lo hizo ya Ibsen en el drama Juan Gabriel Borkmann.
Así, pues —en nuestra interpretación—, la Primera Plaga es la sífilis; la Segunda es la discordia y la guerra en las relaciones internacionales; la Tercera es el envenenamiento de la vida cultural y social, y la lucha de clases; la Cuarta es la desviación perversa y destructífera de la Ciencia Moderna; la Quinta es la destrucción de la pericia política y la impotencia de los estadistas; la Sexta es la guerra mundial; y la Séptima, el advenimiento parusíaco.
La aplicación de las Fialas a nuestro tiempo debe tomarse con cautela, y como interpretación estrictamente personal; aunque coincida, por cierto, con la de otros intérpretes modernos: Holzhauser, Eyzaguirre, Paul Claudel, André Suarès.
De la misma manera, en nuestra exégesis, el Caballo Blanco de la Visión Tercera simboliza la Monarquía Cristiana, que duró desde Constantino a Napoleón I; el Caballo Rufo, la Gran Guerra y todo su período de “guerras y rumores de guerra” y de “paz armada” que sigue a las guerras napoleónicas; el Caballo Oscuro este amable tiempo que estamos viviendo de posguerra, o sea de Crisis y Carestía; y finalmente, el Caballo Amarillo —¿por qué amarillo?; ¿el color de la muerte o el color de la raza que formará el ejército del Anticristo?— significa el Acabóse Perfecto.