PADRE LEONARDO CASTELLANI: CRISTO, ¿VUELVE O NO VUELVE?

Conservando los restos

A los fieles de los países del Plata,
previniéndolos de la próxima gran tribulación,
desde mi destierro, ignominia y noche oscura.

Leonardo Castellani, Captivus Christi, 1946-1951

SECCIÓN TERCERA

EL ADVENIMIENTO

15.- LOS SIGNOS DEL TIEMPO

Todo libro profético es fatalmente oscuro, y sólo se vuelve claro al cumplirse la profecía.

El Apokalypsis, por ejemplo, es una profecía de las persecuciones todas de la Iglesia, tipificadas en la primera (persecución de Nerón) y en la última (persecución del Anticristo), seguidas de los castigos temporales de Dios y los triunfos de Cristo.

Es natural que habiendo pasado casi 2.000 años de la Primera Venida, estando nosotros más cerca de su cumplimiento, estemos más capacitados por nuestra pura situación en el tiempo para entender algunas cosas de ella.

“Cierra el libro de esta profecía —dice el ángel a Daniel— hasta que llegue el tiempo.» “Abre el libro de la profecía —dice el ángel a San Juan en la Visión Segunda y en la Visión Séptima—, porque ya llega el tiempo.”

No es temerario, pues, pensar, por ejemplo, que Holzhauser o Lacunza han entendido cosas del Apokalypsis que no entendieron tan claramente los primeros Santos Padres, sobre todo cuando las entienden en perfecta armonía con todos los Santos Padres; no inventando, sino desenvolviendo y desentrañando, que es el modo propio de lo que llaman “evolución del dogma”.

La Esjatología, entendida por los primeros cristianos en la parte que les tocaba —y la prueba está que los fieles judíos huyeron de Jerusalén a Pella cuando se cerró sobre Armaggedón el segundo ejército romano comandado por Tito—, fue posteriormente un libro cerrado. Las interpretaciones se multiplicaron y diversificaron tanto, que ponerlas juntas es para romperse la cabeza; y si lo dudan, no tienen más que leer de corrida Alcázar o Cornelio Alápide, como he estado haciendo yo estos días.

Los incrédulos lo calificaron de delirio puro y simple. Los cristianos tibios lo evitaron. Y sin embargo, es el libro de la Escritura que contiene una promesa especial para el que lo guarde: “Dichoso el que guarda las palabras de la profecía de este libro.”

Pero cuando una profecía se cumple, entonces todos aquellos que la guardan en su corazón creyente —y solamente ellos— ven con claridad que eso es y no puede ser otra cosa. Así pasó con Gamaliel y con todos los judíos que creyeron el primer advenimiento. “Necios, por las señales del cielo y de la tierra conocéis que está próximo el verano, y sois ciegos para discernir los signos del Hijo del Hombre.”

La tesis de Bossuet, de que “una profecía puede cumplirse sin que los contemporáneos se den cuenta», si se entendiera: sin que todos los contemporáneos se den cuenta, sería un disparate y una contradicción, porque valdría decir, sin que la Iglesia se dé cuenta. De ese modo, las profecías serían inútiles o al menos indignas de la sabiduría y piedad de Dios. “De la higuera aprended un ejemplo. Cuando veis las yemas verdes en el tallo tierno, decís: próximo está el verano. Así, cuando veáis que todas estas cosas suceden, sabed que ya es.”