PADRE LEONARDO CASTELLANI: NUEVA CRÍTICA LITERARIA

Conservando los restos

UN LIBRO DE GILSON Y TELAR DE CHARDÓN

Jauja N° 20

Buenos Aires, agosto de 1968

El filósofo francés conocido en la Argentina —por lo menos por Risieri Frondizi—, ha publicado un precioso librito sobre la filosofía tomista, en la cual es el mayor especialista hoy día viviente.

El núcleo está formado por tres conferencias sobre Santo Tomás pronunciadas en Italia (Un teólogo mal llegado, Actualidad de Tomás de Aquino, En el país de las sombras) completadas por seis ensayos más o menos alusivos, el principal de los cuales versa sobre El caso Teilhard de Chardin.

Lectura deleitosa para todo aficionado a la filosofía.

El autor hoy octogenario recurre más que a todo a su experiencia, portada por sabrosas anécdotas. Su cátedra de medio siglo de Historia de la Filosofía y su dedicación a Santo Tomás lo han convertido en un discreto filósofo, dotado de una escrupulosa exactitud y una exquisita modestia. Ni una sola vez aparecen la afirmación dogmática ni el énfasis profesoral; lejos de eso, conversa como un abuelo muy letrado y amable.

En la primera conferencia, revela con humor cuán pocos neotomistas actuales son realmente tomásicos si vale el termino; o sea, cuantos de los llamados tomistas sustentan proposiciones contrarias a Santo Tomás; a veces capitales, como la no distinción real de la esencia y la existencia, contra la tesis fundamental de la metafísica del Aquinate; a la cual Gilson ha consagrado un poderoso libro, el más filosófico de los suyos junto con Dios y La Filosofía, publicado en inglés en Norteamérica y traducido entre nosotros por editorial Emecé.

Casi todo el resto de su obra lo constituyen profundos estudios sobre Descartes, el primero y principal antiescolástico y el fundador de la filosofía moderna antitomista, si uno no quiere remontarse a Francisco Suárez.

La segunda conferencia analiza el por qué la Iglesia ha centrado su doctrina sobre la teología de Santo Tomás. Su teología sale de la Sagrada Escritura y no depende de filosofía alguna sino de la Revelación, aunque esté profundamente penetrada por su propia filosofía.

Los que dicen hoy que “hay que abandonar esa teología porque está basada en la filosofía de Aristóteles, que hoy esta perimida” son ignorantes puros putos (“purus putus” no es zafaduría en latín = «ellos mismos en persona»), perdón.

Los que dicen: “mi teología es la católica, pero mi filosofía es Descartes, o es Bergson, o es —en nuestros días— Heidegger”, son imprudentes; porque esas filosofías han pasado y la teología no puede pasar.

Lo perimido de Aristóteles es la física. Ni su filosofía esta perimida del todo, ni es la misma idéntica que la de Tomás de Aquino, ni el Aquinate pretende probar la revelación con su filosofía ni con ninguna otra, como es obvio.

La tercera conferencia desenvuelve finalmente esta idea o evidencia, distinguiendo los objetos formales de la ciencia, de la filosofía y de la teología y mostrando cómo todas las tentativas de enchufar la teología católica en otra filosofía más novedosa o novelera han fracasado hasta hoy.

El ensayo está lleno de pensamientos ingeniosos, no por modestos menos certeros; por ejemplo, de que al alabar Heidegger su propia filosofía “well sie das Seiende als Seiende befragt, bleib nicht beim Seiendem und kehrt sich stets an das Sein als Sein”; o sea: “porque ella postula el Ente [o siente] como Ente, pero no permanece en el Ente pero se vuelve siempre al Ser como Ser” se llevaría la sorpresa de su vida si le mostraran que Tomás de Aquino hace siempre lo mismo.

El ensayo sobre El caso Teilhard de Chardin es un modelo de claridad y delicadeza.

Gilson profesó por el jesuita francés la mayor estima y respeto como hombre y como sacerdote; y narra que habiéndose encontrado con él en New York en 1954, el paleontólogo, poniéndole ambas manos sobre el brazo, le dirigió una pregunta que sumió a ambos en el embarazo. “¿Quién nos dará por fin ese metacristianismo que esperamos todos?” — Yo mismo, era ya su convicción secreta en aquel tiempo, estimo yo.

Gilson dice que no se puede resumir ni refutar la “doctrina” de Telar, puesto que no existe. Existen rapsodias más bien poéticas con una terminología rara (endiablada) que traducen una experiencia “incomunicable” del propio pseudoprofeta, combinada para él solo con su fe católica, Dios sabe cómo.

No es ciencia, no es filosofía, ¿será teología? Sera si acaso una teología “fantástica”, como el mismo Telar la califica.

Pero la teología cristiana es “la ciencia más exacta de todas las que tratan de lo concreto” (San Agustín); no más exacta por cierto que las matemáticas y la filosofía, ciencias de lo abstracto.

¿Cómo demostrará Telar las extrañas proposiciones de su teología “fantástica”? No con la paleontología o la biología, que aquí nada valen. No es ciencia, no es filosofía, no es teología. No es doctrina.

Para los telardianos es revelación, es un metacristianismo. El meta los va a salvar en la hora de la muerte, porque el cristianismo va a estar ausente.

Los demás ensayos tienen la misma tesitura, discreción y entereza; no los he de resumir.

En el último, Divagaciones entre las ruinas, discurre acerca de la crisis en el clero actual con abundantes anécdotas; y la conclusión de que la Iglesia no puede abandonar el Dogma por la Pastoral y que volverá necesariamente a la predicación del Dogma.

Cuenta con gracia que un “colega” en una Universidad “americana” le preguntó por qué los curas católicos no se vestían como todo el mundo.

— ¡Porque no son como todo el mundo!

— ¿Y cómo nuestro colega, sacerdote luterano, se viste como todo el mundo?

— Los luteranos no creen en el Sacramento del Orden; por lo tanto, él sí es un hombre como todo el mundo.