RADIO CRISTIANDAD: EL FARO

Conservando los restos

TOMA Y RECIBE

Narrado por Fabián Vázquez (diez minutos)

TOMA, SEÑOR, Y RECIBE toda
mi libertad, mi memoria, mi
entendimiento y toda mi voluntad…
(San Ignacio de Loyola)

SUME ET SUSCIPE

La perfección no se termina con el despojo, sino con la unión; no nos hace pobres, sino ricos; la primera bienaventuranza es la de aquellos que poseen el reino.

Por eso contra todos los fanáticos de la mutilación o de la abstención, la Santa Iglesia ha sostenido serenamente que la virtud era un enriquecimiento, un desarrollo del ser, una manera de llegar a ser más uno mismo y de imitar la plenitud del acto divino participando de él.

La muerte no es el término último, ni siquiera cuando se trata de la muerte física, puesto que nos espera la resurrección. La muerte no es más que un alumbramiento, un pasaje; la muerte y la disminución, no son más que las condiciones para poseer una vida ulterior y más rica, un acrecentamiento más precioso y más inmediato.

No se despoja uno de su yo inferior, sino para dejar más enteramente a la acción divina de la gracia el yo superior y verdadero, con el cual únicamente se puede vivir en paz sin menoscabo.

Conducir las almas a la generosidad, no es, pues, mutilarlas un poquito cada día, y sería sospechosa la pedagogía espiritual que señalase las etapas del progreso con actos cada vez más difíciles, como en los concursos de salto se levanta un poco más alto, después de cada prueba, la cuerda que hay que franquear.

El progreso no se mide por la dificultad vencida, sino por la caridad con que se obra., y puede ser más digna de Dios una acción fácil penetrada de gracia e hija de una voluntad constante, que una hazaña sensacional y dramática. Hay muchos modos de ser mártir, y los que dan el mejor testimonio no son los que gritan muy fuerte, sino los que se identifican completamente con la verdad que atestiguan.

La perfección tiene por lo tanto como cima la caridad, y la caridad es algo más que un sentimiento de ternura. Es un abandono total y activo a la soberanía paternal del único Señor. He aquí, pues, hasta dónde debe conducirse a las almas redimidas por Cristo; he aquí la posada de Emmaús y el castillo de Betania; porque la vida eterna, comenzada por la santidad en este mundo, consiste simplemente en ser uno con Dios.

¿Cuál será, por lo tanto, la oración de la generosidad total, y en qué momento, hallándose en retiro, se podrá decir al discípulo: Vete, ahora no tengo que enseñarte ningún secreto —omnia quæcumque audivi a Patre nota feci tibí?

¿Cuál será la última palabra y dónde pondremos el punto final? La última palabra de esta gran escuela de desprendimiento es siempre una palabra de plenitud y de hartura: —dives sum satis, nec aliud quidquam ultra posco— soy bastante rico, no deseo más, estoy satisfecho. —Hæc mihi sufficit— me basta lo que poseo, y tu don sobrepasa a todos mis anhelos.

Tu amor y tu gracia, es decir, tu amor para conmigo, y mi amor a Ti, la pregunta y la respuesta, la búsqueda y el encuentro; en nuestros papeles así confundidos, oh Señor, ¿soy yo la pregunta o eres Tú? ¿Soy yo el tesoro o eres Tú? Tú me has buscado y encontrado, pero tu gracia ha querido que yo te buscase, y he andado a tientas hasta el momento de asirte —tenui eum nec dimittam.

Tú me has preguntado y yo te he respondido; ¡mas cuán frecuentemente tu espíritu me ha hecho gritar tu nombre, y cuántas veces Te he interrogado a lo largo de mis jornadas de fatiga, como se interroga al horizonte de donde ha de surgir la única esperanza!

La plenitud es el objeto supremo y el término hacia donde se dirigen todos los corazones rectos. El progreso no consiste en dar siempre más para tener menos, sino en darse siempre mejor para ser cada día más semejante a aquel a quien se da, como el martillo que se entrega al herrero para llegar a ser uno con él, prolongando su brazo musculoso, como el espíritu que se entrega a la Verdad para que lo modele conforme a su imagen.

Sume et suscipe— la oración definitiva será por lo tanto la de unión. Toma, Señor, y haz tuya mi inteligencia, para que nuestros pensamientos sean comunes y que yo lo juzgue todo según tu sabiduría, en la que se inspiren todos mis actos. Entonces mi inteligencia será santa, sin dejar de ser ella misma; no es necesario destruir esta inteligencia que contiene mi fe y me manifiesta tu presencia sin cesar.

Toma mi memoria, adóptala, rígela, para que se convierta también en una especie de memoria divina, no conservando más que el recuerdo de tus beneficios. No es necesario que sea destruida en mí para que mi oración sea escuchada: para ser perfecto no es necesario que deje de acordarme de mi bautismo, ni de tu Encarnación, que no sepa lo que es Belén ni la Cruz, y que en mi delirio inconsciente me olvide de todo hasta de esta misma oración y del retiro que la ha preparado

Toma mi voluntad y haz tuyos todos mis deseos. Tu gracia trabaja en ella desde mucho antes de que despertase mi razón, y los impulsos espontáneos de mi instinto son regidos misteriosamente por tu Providencia sobrenatural. Tus inspiraciones deben regir mis impulsos.

Señor, haz que nuestras facultades se identifiquen, y que en nada me separe de Ti. Mis facultades serán entonces divinizadas, y entre Tú y yo no podrán distinguirse principios de operaciones distintas.

Nuestro acuerdo será entonces tan profundo que se convertirá en eterno, y no querer como Tú me parecerá equivalente a un suicidio. No es necesario para esto que destruyas en mí la facultad de querer, y nada tan lejos de mi intento como terminar estos días de laboriosa ascesis convertido en abúlico.

Verdad que, al ponerme yo en tus manos, lo acepto todo, hasta eso, si tu Providencia lo ha destinado para mi bien; pero no es precisamente esta catástrofe lo que constituye el objeto preciso y formal de mi oración, ni en ella pienso deliberadamente cuando recito mi suscipe; y no creeré que te niegues a escuchar mi oración por conservar yo todavía un poco de inteligencia, de memoria y de voluntad.

No te he pedido que me reduzcas a la nada, sino que quiero poder por tu medio llegar a ser uno contigo.

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