Conservando los restos
PARÁBOLAS DE LAS SEÑALES
Se acercaron los Fariseos y Saduceos para tentarlo, y le pedían que mostrase una señal en el cielo. Mas Él les replicó: Vosotros al atardecer decís: Mañana buen tiempo, el cielo está rosa; y al amanecer: tormenta hoy, el cielo está cárdeno y pesado. ¿El rostro del cielo sabéis interpretar, y los signos del tiempo no podéis discernir? La generación mala y bastarda pide un signo; y ningún otro se le dará sino el de Jonás Profeta… Y dejándolos allí, se fue (Mt., XII, 39).
De la higuera, aprended una parábola: cuando la rama se enyema y brotan las hojitas, sabéis que viene el verano; así cuando veáis estas cosas cumplirse, sabed que ya está a la puerta… (la Parusía)» (Mt., XXIV, 32).
La de «los signos del Tiempo» (o sea las señales del Reino Mesiánico) era cuestión batallona en aquellos días, como lo es en los nuestros; y las dos situaciones parecen análogas.
«Reino Mesiánico» vale aquí por la Primera y la Segunda Venida de Cristo; pues en efecto, la Segunda es la compleción y consecuencia de la Primera, que sin eso quedaría incompleta y frustra.
Cristo rechaza con reproche y aun condena la pretensión de sus enemigos de que hiciese meteoros o pirotecnias en el firmamento; mas después en la pequeña parábola de la Higuera Reverdeciente encarga a sus amigos que estén atentos a los signos y los conozcan; y que no digan con el Siervo Infiel: «Ya no vuelve más el Patrón», y comiencen a maltratar a los otros siervos: los Signos estarán allí, pero hay que «vigilar» para distinguirlos.
Los Fariseos pretendían que Cristo hiciese llover fuego del cielo como Samuel (sobre los Romanos, naturalmente) y aun los Apóstoles se tentaron una vez de requerírselo; o hiciese parar el sol, como Josué; o viniese volando sobre las nubes, como del Hijo del Hombre había escrito Daniel. Los signos de las curaciones y aun resurrecciones no los aceptaban, y menos la consiguiente resurrección de los corazones; y la razón que daban para ese patente cerrar los ojos no fue que eran falsas (que eran «trucos», o simplemente no existieron, como dicen los judíos actuales, véase Sholem Asch… y sus discípulos los racionalistas); la cual fácil excusa no aparece una sola vez en el Evangelio, sino la muy rebuscada de que los hacía «con el poder de Beetzebul», o sea, por arte de magia negra: prueba de que eran tan patentes e irrefragables que era inútil intentar negarlos. Mas esos eran justamente los «signos» que Isaías Profeta había adjudicado al Mesías; y si a ellos cerraban los ojos, eran realmente una generación «mala» (de torcidos ánimos) y «bastarda»… —ya no hijos legítimos de la Ley y los Profetas. Y así «no se les dará más signo que el de Jonás Profeta», o sea, su propia Resurrección; que tampoco aceptaron.
Cristo dijo después a los Apóstoles: «Tened cuidado con el fermento fariseo«: en efecto, el espíritu farisaico contagiaba a los ingenuos discípulos; como a todo el pueblo. Los Apóstoles se azoraron creyendo lo decía porque no habían embarcado pan. (Ver Evangelio de Jesucristo, pág. 215). Cristo los corrige, recordándoles las dos multipanificaciones; y les aclara lo del Fermento, que son las ideas, el espíritu avieso.
La exégesis protestante tomó ocasión de este lugar para decir que el «fermento» significa en labios de Cristo algo malo (de hecho, los judíos tenían el fermento del pan por una cierta pudrición) y por tanto, la parábola de la Levadura (Evang. de Jesucristo, pág. 308) significaría la futura corrupción de la Iglesia Católica; que por una pequeñísima desviación en el siglo IV (Constantino) o bien en el siglo VI (Justiniano) iba a hacerse toda esa masa podrida… que veían los ojos de Lutero. Mas Cristo usó la semejanza del Fermento en su simple propiedad natural de levantar enormemente un amasijo, sea en bien sea en mal. Y como sabía que el «fermento farisaico» iba a durar hasta el fin del mundo, incluso dentro de la masa cristiana, por eso previno a los Apóstoles.
El fermento farisaico de entonces (es decir, las ideas que sobre el Reino Mesiánico se habían forjado) les impidió verlo venir, y los llevó a la ruina. ¿Qué nos importa a nosotros ya? Debemos compadecerlos, pero… nosotros lo hemos reconocido y estamos seguros… ¿Es tan seguro eso? Atención, las «Señales» valen también para nosotros; para la Segunda Venida; y si no «vigilamos» nos puede pasar exactamente lo que a ellos. Se puede hacer un paralelo entre las dos situaciones; y hay que hacerlo: para mi oficio, eso es «vigilar»; no me salvaré si no hago de vigía.
Vamos a ver: ¿Cómo discurría un Sanedrita en tiempos de Caifás?
«Excelsos hermanos, los tiempos del Mesías están todavía lejos; no se ve señal alguna de su venida.
¿Las Semanas de Daniel? Esas se pueden interpretar alegóricamente.
¿El cetro ha caído de las manos de Judá? Bueno, Herodes se puede considerar como sucesor de Judá.
¿Las profecías de Isaías? Son muy oscuras. Israel, ya lo veis, está enteramente postrado, y no se ve posible que una sublevación general pueda tener éxito: el ejército romano es prácticamente invencible. Bien veis cuan temerarios son los del partido del alzamiento armado.
Mas la Sinagoga tiene las promesas de Jawé, que no pueden fallar: ¡dominaremos el mundo de un cabo al otro! Podemos quedar tranquilos.
Pero ahora aparece este maldito Rabí de Nazareth que, con sus imprudencias y locuras, es capaz de hacer caer sobre nosotros a los «Romines»: hay que eliminarlo por la seguridad común. Evidentemente no puede ser el Mesías, pues lo primero que hace es desobedecemos y despreciarnos a nosotros: dejarnos tranquilamente a un lado, por lo menos…”
Este discursito no es fantasía; estoy seguro que, punto más, punto menos, se pronunció.
¿Qué se dice hoy día acerca de la Segunda Venida?
«Amados fieles, es mejor no preocuparse de eso.
Todo el Apocalipsi se puede interpretar alegóricamente.
El Discurso Esjatológico de Nuestro Señor, que está en Mateo XXIV, se refiere a la ruina de Jerusalén, y sólo brevemente (unos 20 versículos del final) y muy vagamente a la Parusía; y las discusiones acerca de él no tienen fin.
Naturalmente, yo creo en la Parusía; pero deben de faltar todavía millones de años.
Primero tiene que venir un gran triunfo de la Iglesia: la Iglesia tiene las promesas divinas, que no pueden fallar: «un solo rebaño y un solo Pastor».
A pesar de que parece ahora que la fe flaquea en todo el mundo, ¡ánimo, valor y miedo!
La Iglesia nunca ha estado tan bien como ahora.
¡Y la Iglesia es Santa, bien lo sabéis, y habéis de venerarla, lo mismo que a nosotros, sus representantes reconocidos!
Además, hay una profecía actual de una monja de un convento de Coimbra… etcétera».
¿Es esto fantasía? Lean a Swete, al P. Allo o al P. Bonsirven, que están por el momento en el candelero como «peritos» en Apocalipsi… Han conseguido evacuar del Apocalipsi su carácter profético, y convertirlo en una mediocre «filosofía de la historia».
Conceden claro que su autor «es profeta», ya que desde el título al cabo, Juan Evangelista lo afirma y reitera; pero es una profecía muy oscura, que hay que interpretar, alegorizar, idealizar, universalizar, racionalizar, especulativizar, hegelianizar… ¡cuidado con entenderla literalmente como esos condenados «milenaristas»!
El fermento fariseo obra en nuestros días como fermento racionalista. No pocos, quizás muchísimos, exégetas católicos están tocados de racionalismo, ya lo advertí antes.
Es un fenómeno quizás único en la historia de la Iglesia. Es también quizás uno de los «signos del Tiempo».
Me es odioso, y me ha costado decidirme, pero voy a copiar aquí una recensión crítica del último de los libros nombrados; porque anda en muchas manos, pertenece a una colección reputada, ha sido traducido, influye en la exégesis común y por ende en la predicación; como dije antes, para mí esto significa «vigilar», mandato de Cristo.
Dice así la recensión:
«El P. Bonsirven ha compuesto, para la colección VERBUM SALUTIS, una exégesis del Apocalipsi. Es el n° 16 de VERBUM SALUTIS.
Parece más bien n° 1 de VERBUM PERDITIONIS, hablando en broma y mal.
El P. Allo O.P., tocado de racionalismo, evacuó el Apocalipsi en su enorme tratado (Gabalda, París, 1921) de su carácter profético, y lo transformó en una especie de gran poema alegórico sobre la filosofía de la Historia, y nominalmente sobre la Persecución a la Iglesia, así en general. Mas este su pedísecuo lo convierte ahora en un centón de enigmas, sin más contenido que este: «la Iglesia es perseguida, los buenos serán premiados, los malos serán castigados… algún día». ¡Valiente revelación! Y el título del libro inspirado es: REVELACIÓN DE JESUCRISTO. Ambos autores, maestro y discípulo, están influenciados por Renán.
Y esos enigmas estrafalarios del libro inspirado para mejor son incoherentes, son inconsistentes, son contradictorios entre sí. El exégeta parece atacado de fiebre, y su exégesis es un «aegri somnium». Realmente hace buena la blasfemia de Renán de que Juan el de Patmos fue un «delirante». Reconfigurado por Bonsirven, el Apocalipsi realmente parece el producto de un demente mitomaníaco. Y sin embargo Bonsirven estatuye al comienzo que Juan fue un Profeta, un profeta cristiano, un gran profeta, un varón de Dios, un Apóstol, uno que tiene «curas de almas» (pág. 18) ¿Qué idea puede tener de los Profetas y de los Apóstoles?
La lógica brutal del error lo ha arrastrado. Los «alegoristas» interpretan, al principio, tan sólo el capítulo XX del Apocalipsi alegóricamente; y lo demás, literalmente, a piacere. Esta inconsecuencia no podía sostenerse: o todos o ninguno. Entonces Bonsirven interpreta TODO alegóricamente —o «simbólicamente»—, como él dice; es decir, arbitrariamente y a su paladar; puesto que ¿a la fantasía quién le pondrá puertas?
Si este método (o ausencia de método) fuese lícito ¿qué deviene la Sagrada Escritura? Deviene un libro cerrado ininteligible, al cual se le puede hacer decir lo que se quiera; donde no se puede conseguir ninguna certidumbre; un libro de literatura fantástica e incluso amente… («el profeta Ezequiel fue un demente», dice Karlos Jaspers) —en suma, una colección de fábulas que ni para los niños sirven, como dijo Voltaire, y no ha cesado de repetir la impiedad desde entonces.
Si el todo de este libro sacro son «símbolos» en el sentido Bonsirven (es decir, alegorías vagas), el cap. XX, que es el que más los empavorece, es naturalmente el símbolo de los símbolos. La temeridad del «exégeta» Bonsirven al llegar a él pasa todos los límites: ¡ni el lenguaje humano, ni la gramática, ni el sentido común, ni la aritmética rigen ya!
Por ejemplo, la expresión «mil años» repetida allí seis veces, significaría primero «todo el espacio desde la Ascensión de Cristo hasta el fin del mundo» —o sea más de 1900 años— «según TODOS los expositores» —afirma mendazmente. Es decir, que cuando Juan dice «mil años» eso significa según Bonsirven dos mil años por lo menos.
Pero luego cambia de idea, y hace la afirmación más exorbitante que he leído en mi vida, a saber: «Los mil años, significan el tiempo indeterminado de la duración de la Iglesia, «tanto en la tierra como en el cielo» —es decir, significa la Eternidad.
Y los tres años y medio del Profeta significa el tiempo en que la Iglesia será perseguida; es decir «desde la Ascensión de Cristo hasta el fin del mundo»; que antes eran los mil años.
Luego 3, y medio años = 1.000 años = 2.000 años = la Eternidad.
¿Y la Aritmética?
— ¡Ah, la Aritmética aquí —afirma dogmático Bonsirven— «no es CUANTITATIVA, sino CUALITATIVA!
¡Aritmética no cuantitativa!
Aritmética no cuantitativa significa simplemente profecía no profética; algo así como color incoloro.
Aquí nos están tomando el pelo, compadre.
¡Y pensar que por este libro me sacaron 121 pesos!»
Hasta aquí el «compte-rendu» para la Revista teológica… que no lo publicó.
El Apocalipsi, lo mismo que el Sermón Esjatológico de Mt., XXIV contiene los signos del Reino Mesiánico y, para nosotros, de la Segunda Venida, a los cuales Cristo nos manda estar atentos: no menos de cinco parábolas hace Cristo al final de su predicación con el único tema de la «vigilancia».
El Sermón Parusíaco constituye el cimiento del Apocalipsi, tanto que algunos Doctores dicen que éste no es sino una «explanación» del Sermón del Salvador; lo cual no es tan exacto.
Son como los dos focos de una elipse: el Sermón es una profecía breve y abstracta; el Apocalipsi es una profecía pormenorizada y simbólica; el primero junta los signos de las dos Venidas; el otro trata sólo de la Segunda.
Por ejemplo:
Cristo predice «una tribulación como no la ha habido nunca ni habrá»; san Juan describe esa gran Tribulación con los símbolos de las Siete Tubas, las Siete Fialas, matanzas, incendios, batallas…
Cristo previene o amonesta contra los «pseudoprofetas», o sea herejes, san Juan muestra las herejías en la figura de las Langostas (Tuba 5ª), de las Tres Ranas (Fiala 6ª) y sobre todas ellas su Cabeza: la Bestia de la Tierra o Superpseudoprofeta.
Cristo dice: «Vendrán guerras y rumores de guerra: principio de los dolores»; san Juan muestra en el Segundo Sello la guerra desatándose sobre el mundo —después del Cristianismo o de la Monarquía Cristiana— y al final habla de una tremenda Guerra de Continentes.
Cristo predice la persecución más tremenda para los fieles; san Juan muestra en acción las dos Bestias Persecutorias, el Anticristo y el Pseudoprofeta.
Los dos libros no se superponen; pero todas las líneas, aristas y ángulos del edificio de Patmos están determinadas en el enérgico bosquejo de Cristo, como en un cimiento.
Los más grandes doctores y escritores cristianos contemporáneos han vislumbrado temerosamente el parecido de muchos fenómenos modernos con los «signos» o señales que están en las dos grandes profecías. (Evangelio de Jesucristo, pág. 314, 326).
Mas la herejía contemporánea cierra los ojos y hace trampantojos y cortinas de humo con estas cosas; y tiñe incluso a autores que se imaginan ortodoxos, y están cargados de «aprobaciones», fama y aplausos. A los cuales hay que repetir la certera palabra de Maldonado en el siglo XVI, cuando todo este movimiento de racionalismo y naturalismo comenzaba: «Quod proprie interpretari possumus, id per figuram interpretari proprium est incredulorum, aut fidei diverticula quaerentium» (In Matt., VIII, 12). Lo que podemos interpretar literalmente, interpretarlo alegóricamente, eso es propio de incrédulos o que buscan subterfugios a la fe.
En suma, es un entibiamiento de la fe lo que produce este fenómeno de «diverticular» los libros santos; y eso también está predicho: «Cuando yo volviere ¿creéis que hallaré fe en la tierra?» Y «Primero tiene que venir la apostasía», reitera san Pablo.
Y justamente «tibia» llama el Apocalipsi a la Iglesia de Laodicea, a la última, a la que está «a las puertas» de la Parusía.
Un amigo artista me decía: «¿Por qué diablos los cánticos religiosos de los fieles (Oh buen Jesús yo creo firmemente, que no es el peor, con todo) han de ofender las reglas de la versificación, del buen gusto, de la música y de la discreción? ¿Para eso se fundó la Iglesia? —¡No se fundó para eso! —¿Por qué la Iglesia produce fealdad, desorden y aquí en la Argentina, atraso? —No se fundó para eso, si es que produce eso. Eso es la cizaña. —¿Por qué no arrancar la cizaña? —¡Ay!, dije yo.
Pero esas «cizañas» de mi amigo no son nada al lado de la cizaña que representa la contaminación y contagio de la teología por la herejía naturalista y la decadencia consiguiente de la teología —y todo lo demás; de la cual «olim» me dieron el título de doctor «cum licentia ubique docendi» El UBIQUE se ha convertido en San Juan de Cuyo. Y está bien así.