CLARA MALDOCENA: PATROCINIO DE NUESTRA SEÑORA

LA ARMADURA DE DIOS

LA VIRGEN MARÍA

Y SU PATRONATO EN ARGENTINA

NUESTRA SEÑORA DEL ROSARIO DEL MILAGRO DE CÓRDOBA

Fue en la noche del 19 de junio de 1592; un terremoto sin mayor importancia, suceso no por frecuente en la región, menos aterrador, había despertado a los moradores del Callao, que instintivamente acudieron a refugiarse, como lugar más seguro, en las playas de su mar.

Al amanecer del día 20, cuando la calma había tornado un tanto a los espíritus, una nueva inesperada absorbió los comentarios sobre el reciente temblor: flotando apacibles sobre las olas del Pacífico parecían acercarse hacia la costa dos bajeles, que muy pronto se identificaron como dos simples arcones.

La curiosidad acicateó los ánimos, y sólo cuando el regidor de la ciudad, el Excmo. Sr. García Hurtado de Mendoza, Virrey del Perú, ordenó lo pertinente para recogerlos, pareció que todos se tranquilizaban.

Una vez que las cajas arribaron a la playa, no poca sorpresa causó el leer en sus cubiertas sendos rótulos grabados a fuego que decían:

“Una Señora del Rosario para el Convento de Predicadores de la Ciudad de Córdoba, Provincia del Tucumán, remitido por Fray Francisco Victoria O. P., Obispo de Córdoba del Tucumán”.

“Un Señor Crucificado para la Iglesia Matriz de la Ciudad de Salta, Provincia del Tucumán, remitido por Fray Francisco Victoria O.P., Obispo de Córdoba del Tucumán”.

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No cabía duda, como consecuencia de un naufragio, tan común en aquella época, y de modo portentoso sólo se salvaban esos dos venerables y santos símbolos de la piedad cristiana.

Hubo grandes celebraciones y festejos del pueblo recibiendo el milagro del rescate de las imágenes.

La ceremonia religiosa fue presidida por el arzobispo de Lima, Toribio de Mogrovejo, quien ofició el Pontifical y Te Deum de circunstancias en la Catedral metropolitana. En la ocasión veneraron las imágenes de Santa Rosa de Lima, San Francisco Solano y San Martín de Porres.

Pero el tiempo pasaba y era necesario cumplir con la voluntad del remitente. A ese fin, en Lima se formaron sendas comitivas que se disputaban el honor de llevar en sus hombros los regios presentes del Cielo.

Organizada la procesión, en las puertas de la ciudad fue despedido el piadoso cortejo en medio de las salvas del ejército y los cánticos y plegarias del pueblo; y en cada pueblo del trayecto se renovaban los portadores de las efigies, al par que las fervorosas manifestaciones de fe.

En continua marcha triunfal llegaron las imágenes a la ciudad de Salta donde, como era lógico, fueron recibidas con ardoroso entusiasmo, en el llamado desde entonces Campo de la Cruz, renovándose con mayor esplendor las solemnidades con que fueron honradas en el Perú.

Desde Salta, donde quedó el Santo Cristo, continuó la devota comitiva portando a la Santísima Virgen destinada para Córdoba y muchos caballeros, siguiendo el ejemplo de los que habían llegado del Potosí, aumentaron el séquito, para entregar la preciosa imagen del Rosario a la Comunidad Dominica.

Córdoba, famosa por su piedad y por su ciencia, recibió el divino presente con pompa extraordinaria, y desde entonces la Virgen del Rosario del Milagro ha sido el foco central de su devoción.

La ciudad le dedicó un altar y un magnífico Santuario, que muy pronto se hizo célebre por los innumerables prodigios dispensados en él por la Santísima Madre de Dios en favor de aquellos que imploraron e imploran su celeste protección.

Es un hecho históricamente comprobado que en tiempo de calamidades públicas, sequías, epidemias y otros flagelos, el pueblo de Córdoba ha acudido con fe a invocar el auxilio de la Santísima Virgen del Milagro, y que nunca ha visto fallidas sus esperanzas.

Esta singular protección experimentada en innumerables oportunidades, ya de un modo colectivo en la República, ya como particular en las familias, hizo que el Obispo Fr. Reginaldo Toro O. P., en nombre de su diócesis, pidiese al Santo Padre León XIII la corona pontificia, quien benignamente la concedió en vista de las indiscutidas maravillas obtenidas por medio de la prodigiosa imagen.

El primero de octubre del año 1892, Córdoba renovaba sus manifestaciones de amor hacia su excelsa protectora, ciñendo su frente con corona de Reina, a la que entre los muchos favores le había dispensado, no había sido el menor haber librado a nuestro pueblo en 1806 y 1807 del poder del invasor. En efecto, a su protección, el Virrey Santiago de Liniers atribuyó el triunfo sobre los invasores ingleses, y en prueba de gratitud envió al templo cordobés dos banderas cobradas al enemigo, junto a su bastón de mando que es sostenido por la Virgen.

En 1934 acababa la Santa Sede de elevar a trono arzobispal la antigua Diócesis de Córdoba del Tucumán, y al recibir tan fausta nueva no pudo olvidar a la que ha sido testigo de sus alegrías y sus dolores, y en un solo clamor suplicó al Sumo Pontífice declarase a la Santísima Virgen del Rosario del Milagro Patrona Principal de la Arquidiócesis.

El Santo Padre Pío XI accedió gustoso a estos votos; y este hecho auspicioso fue celebrado en el día 3 de octubre de 1937, con todo fervor y piedad, alcanzando las ceremonias magnificencia inenarrable, señalando para el catolicismo de Córdoba una fecha inolvidable. Baste decir, que cerca de 5.000 hombres participaron en la comunión nocturna y más de 100.000 almas acompañaron a su Reina y Patrona en la procesión jubilar de su patronazgo.

La fiesta principal, como es tradición en la Orden de Santo Domingo, se conmemora el primer domingo de octubre, precedida por un solemne Novenario que culmina con una procesión. Es en octubre cuando la asistencia de fieles se intensifica, si bien durante todo el año llegan peregrinaciones, tanto de las parroquias de la ciudad capital como así también del interior de la provincia.

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Basílica de Santo Domingo

El deterioro que el transcurso de los años ocasionó al primitivo Convento de Santo Domingo obligó a su demolición en 1857. El templo actual, de estilo renacentista, quedó inaugurado el 28 de setiembre de 1861, día de su consagración.

Es uno de los templos más importantes del país. Fue testigo de hechos fundamentales, desde el nacimiento mismo de la nación.

Este templo está bajo la custodia de los dominicos, con 400 años de permanencia en la provincia de Córdoba.

Su actual estructura data de las construcciones de 1861, y es la tercera que se levanta en el mismo terreno, ya que las dos anteriores fueron arrasadas por las aguas del arroyo La Cañada, que inundaba periódicamente la joven ciudad, y databan del siglo XVII.

En su construcción se destacan claramente las cuatro torres, cuyas cúpulas están revestidas con finos azulejos. Hasta principios del siglo XX, el templo estuvo pintado de blanco, pero luego se cambió por la tonalidad que hoy presenta.

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En su parte inferior, los pares de pilastras marcan, con dos óculos y una ventana coral, la división en tres naves de la iglesia. Luego de una marcada cornisa, están las torres que se destacan por sus cúpulas. Cuatro pequeñas cúpulas acompañan a la cúpula mayor que culmina con un escudo del Sagrado Corazón de Jesús.

Una vez en el interior, lo primero que se destaca es la forma de cruz latina que posee la iglesia. Pero, la atención mayor se concentra en las bóvedas y cúpulas decoradas con altos relieves dorados y fondos en granate y verde.

Sobre ellos, el óleo de Honorio Mossi, La muerte de Santo Domingo, es el que abre el recorrido por las joyas artísticas que guarda el templo.

A mano izquierda se accede a una de las naves en donde se alinean los retablos del Espíritu Santo Personificado; San José y el Niño; San Vicente Ferrer entre los arcángeles San Rafael y San Miguel; Santo Domingo de Guzmán y del Sagrado Corazón.

En este sector también hay algunas obras de Genaro Pérez, una réplica del Señor del Milagro de Salta y, en las alturas, un óleo realizado por Mossi en 1896 sobre revoque estucado que muestra el encuentro de Santo Domingo y San Francisco en Soriano.

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En la nave derecha continúan los retablos dedicados a Santa Catalina de Siena; Nuestra Señora de la Asunción; Santo Tomás de Aquino; Santa Rosa de Lima; San Martín de Porres y El Calvario.

Luego de trasponer los portones de hierro forjado y el atrio, se ingresa al sector denominado nítrex, una especie de galería ubicada antes de la puerta principal. En ese lugar se distinguen cuatro placas en las que se hace referencia a las Órdenes religiosas que más influencia tuvieron en el desarrollo y la historia de la ciudad: dominicos, mercedarios, jesuitas y franciscanos.

En el sector central se destacan el altar de plata, realizado en el Alto Perú y de típica factura jesuítica, del siglo XVIII; las cúpulas en las que figuran las pinturas de los Evangelistas; el altar con el Cristo crucificado, Santo Domingo y San Francisco; y los escudos de las familias cordobesas acaudaladas que aportaron económicamente para la construcción de la basílica.

Arriba del altar, preside la escena la imagen de Nuestra Señora del Milagro del Rosario.

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También, sobresale el púlpito que data del año 1862. Es de madera tallada y está coronado por la figura de un ángel policromado. Detrás del altar la Capilla del Santísimo, en el que se ubica el sagrario realizado en plata.

Al subir por las escaleras de mármol, llamada “la escalinata de los promesantes”, que conduce hasta el sector posterior del habitáculo de la Virgen, hay a lo largo de la escalera, numerosos nichos guardan las ofrendas de quienes hicieron sus promesas y, una vez en la planta alta, se puede observar el cofre que protege a la imagen de la Virgen montado sobre columnas de ónix diseñadas por el arquitecto Roca, ofrendas y banderas que fueron donadas por el virrey Liniers utilizadas durante las invasiones inglesas.

Por sus características constructivas, se supone que el sector donde está la sacristía corresponde al período colonial. En esta sala sobresalen numerosos cuadros de la escuela cuzqueña (del siglo XVIII), la imagen de vestir de Santo Domingo y la cripta.

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