INSTRUCCIÓN RELIGIOSA – EUCARISTÍA O COMUNIÓN

Propium1

EL CRISTIANISMO

SUS DOGMAS, ORACIONES,

MANDAMIENTOS Y SACRAMENTOS

CUARTA PARTE

LO QUE SE HA DE RECIBIR

Cuarto Sacramento: Eucaristía o Comunión

Tesoro05

La Eucaristía es Sacramento y Sacrificio.

 

  • La Eucaristía como Sacramento.

 

La Eucaristía es el Sacramento que contiene realmente a Jesucristo, bajo las apariencias del pan y del vino, para alimento de las almas.

 

   La materia de la Eucaristía es el pan de trigo y el vino de uva.

En la Eucaristía está verdaderamente presente el mismo Jesucristo, que estuvo durante treinta y tres años sobre la tierra, y que ahora reina glorioso y triunfante en el Cielo.

   Debemos creer que Jesucristo está verdaderamente en la Eucaristía, porque Él mismo lo ha dicho y así nos lo enseña la Santa Iglesia.

   La Sagrada Eucaristía se llama Misterio de fe.

   En realidad es el misterio que más ejercita nuestra fe.

   La forma de la Eucaristía son las palabras de la Consagración.

“Esto es mi Cuerpo”. “Este es el cáliz de mi Sangre”.

 

   El ministro de la Eucaristía es el sacerdote.

   La Hostia antes de la consagración es pan.

   Después de la Consagración, la hostia es el verdadero Cuerpo de Nuestro Señor Jesucristo, bajo las apariencias de pan.

 

   En el Cáliz, antes de la Consagración, hay un poco de vino con algunas gotas de agua.

   Después de la Consagración, en el Cáliz hay la verdadera Sangre de Nuestro Señor Jesucristo bajo las apariencias del vino.

 

En la Santa Misa, cuando el sacerdote pronuncia las palabras de la Consagración, el pan se convierte en el Cuerpo, y el vino en la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo.

 

  Esta maravillosa conversión se llama transubstanciación.

 

  Jesucristo, que es Dios todopoderoso, es quien ha dado tanta virtud a las palabras de la Consagración.

   Para Dios nada hay imposible.

   Después de la Consagración nada queda del pan y del vino, sino sólo las especies o apariencias.

   La Hostia parece pan y no es pan, y lo que hay en el Cáliz parece vino, y no es vino.

   Especies o apariencias son las cualidades sensibles del pan y del vino, como el color, olor, sabor, etc.

   Las especies del pan y del vino, después de la Consagración, permanecen sin su substancia por virtud de Dios omnipotente.

   Después de la Consagración, todo Jesucristo está en la Hostia y todo Jesucristo está en el Cáliz.

   En la Hostia está bajo la apariencia del pan, y en el Cáliz bajo la apariencia del vino.

   Jesucristo en la Eucaristía, está vivo e inmortal como en el Cielo.

   Donde está su Cuerpo, allí está también su Sangre, Alma y divinidad; y donde está su Sangre, allí está también su Cuerpo, Alma y Divinidad.

   En virtud de las palabras de la Consagración, en la Hostia está el Cuerpo de Jesucristo; pero, por concomitancia o compañía, está también la Sangre, porque un cuerpo no puede estar vivo sin la sangre.

   En virtud de las palabras de la Consagración, en el Cáliz está la Sangre de Jesucristo; pero, por concomitancia o compañía, está también el Cuerpo, porque la sangre no puede estar viva sin el cuerpo.

   Si se hubiera consagrado el pan y el vino cuando Jesús estaba muerto, puesto que entonces el Cuerpo y la Sangre estaban separados, bajo la apariencia del pan habría sólo el Cuerpo, y bajo la apariencia del vino habría sólo la Sangre.

   Fue muy conveniente que la consagración fuera bajo las dos especies:

   1º Porque así se representa más vivamente la Pasión  y Muerte de Jesucristo en que su Sangre se separó del Cuerpo.

   2º Porque la Eucaristía fue instituida para alimento de nuestras almas, y el perfecto alimento del cuerpo consiste en comida y bebida.

   Jesucristo se halla al mismo tiempo en el Cielo y en todas las hostias consagradas.

   Cuando se parte la Hostia, no se parte el Cuerpo de Jesucristo, sino sólo se parten las especies del pan.

   El Cuerpo de Jesucristo permanece entero en todas las partes en que se halla dividida la Hostia.

   La Santísima Eucaristía se conserva en las iglesias para que los fieles adoren a Jesucristo, lo reciban en la Sagrada Comunión y experimenten su perpetua asistencia y presencia en la Iglesia.

   Un templo en el cual no está el Santísimo Sacramento inspira poca devoción.

   En cambio, en el templo donde está Jesús Sacramentado, el corazón del cristiano creyente se llena de respeto y fervor.

   Debemos adorar la Sagrada Eucaristía, porque contiene verdadera, real y substancialmente a Nuestro Señor Jesucristo.

   Cuando comulgamos, recibimos el Cuerpo de Nuestro Señor Jesucristo, con su Sangre, Alma y Divinidad, bajo las apariencias del pan.

 

   La Santa Iglesia ordenó que sólo los sacerdotes, cuando celebran el Santo Sacrificio de la Misa, comulguen bajo las dos especies.

   Aunque se comulgue sólo bajo la apariencia del pan se recibe también la Sangre, Alma y Divinidad de Jesucristo; pues Jesucristo está todo entero en cada una de las dos especies.

 

INSTITUCIÓN Y EFECTOS DE LA EUCARISTÍA

 

   Jesucristo anunció el misterio de la Eucaristía, diciendo:

   “Yo soy el pan vivo, que descendí del cielo.

   Si alguno comiere de este pan vivirá eternamente: y el pan que yo daré, es mi carne”.

   Comenzaron entonces los judíos a altercar unos con otros, y decía: “¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?”.

   Y Jesús les dice: “En verdad, en  verdad os digo: Si no comiereis la carne del Hijo del hombre y bebiereis su sangre, no tendréis vida eterna.

   El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré en el último día.

   Porque mi carne verdaderamente es comida y mi sangre verdaderamente es bebida”.

 

   Horrorizáronse los judíos al oír estas palabras, y hasta algunos discípulos de Jesús le abandonaron.

   Entonces Jesús dijo a los apóstoles: ¿Y vosotros también queréis iros?

   Pedro en nombre de todos contestó:

Señor ¿a quién iremos? Vos tenéis palabras de vida eterna.

   Pedro pensaría: “Jesús nos dice que hemos de comer su cuerpo y beber su sangre. Él sabrá la manera de poderlo efectuar fácilmente”.

   Y  a la verdad: bajo la apariencia del pan y del vino, bien fácil es comer el Cuerpo de Jesús y beber su Sangre.

   Jesús instituyó la Eucaristía en la última Cena, antes de la Pasión.

   Consagró el pan y el vino, diciendo:

Esto es mi Cuerpo.   Esta es mi Sangre: Haced esto en memoria mía.

   Jesucristo instituyó la Santísima Eucaristía para tres fines principales:

   1º Para que la Santa Misa fuese el Sacrificio perpetuo del Nuevo Testamento.

   2º Para alimentar las almas con un manjar divino, por medio de la Comunión.

   3º Para perpetuar la memoria de su pasión y muerte, y darnos una prenda la más preciosa de su amor y de la vida eterna.

   Efectos principales que produce la Sagrada Eucaristía, en quien la recibe dignamente:

   1º Conserva y aumenta la vida del alma, que es la gracia.

   2º Perdona los pecados veniales y preserva de los mortales.

   3º Consuela al alma y la fortalece, aumentando la caridad y la esperanza en la vida eterna de que es prenda.

 

DISPOSICIONES NECESARIAS PARA COMULGAR BIEN

 

   La Eucaristía produce en nosotros sus maravillosos efectos, si la recibimos con las debidas disposiciones.

Para hacer una buena comunión son necesarias tres cosas:

1º-  Estar en gracia de Dios.

2º- Guardar el ayuno eucarístico.

3º-  Saber lo que se va a recibir, y comulgar con devoción.

PRIMERA DISPOSICIÓN

 

   Está en gracia de Dios el que no tiene pecado mortal, ni el original.

   El que comulga en pecado mortal comete un horrible sacrilegio.

   El que  ha cometido pecado mortal debe confesarse antes de comulgar.

   No basta ponerse en gracia de Dios por medio de un acto de contrición perfecta, sino que es necesario confesarse antes de comulgar.

   Así lo manda la Santa Iglesia para mayor reverencia y respeto a tan gran Sacramento.

   Para recibir los demás sacramentos de vivos es suficiente un acto de contrición perfecta, aunque es más seguro confesarse.

   Quien, después de haberse confesado bien, recordase algún pecado grave que ha olvidado en la confesión, puede ya comulgar; no necesita confesarse de nuevo antes de comulgar.

   Deberá confesar el pecado olvidado en la primera confesión que hiciere.

   No es necesario confesarse cada vez que uno comulga.

   Para poder comulgar, la confesión es necesaria sólo cuando después de la última confesión se ha cometido algún pecado mortal.

   Estando en gracia de Dios, uno puede comulgar siempre que quiera y aun todos los días.

   Quien tiene sólo pecados veniales, puede comulgar sin confesarse, pues tiene la gracia de Dios.

   Conviene, no obstante, antes de comulgar, purificar bien el alma con actos de contrición.

   Aunque hayan pasado algunos días sin comulgar, puede uno comulgar de nuevo sin confesarse.

 

SEGUNDA DISPOSICIÓN

 

Para comulgar se requiere el ayuno natural, el cual se rompe con cualquier cosa que se tome por modo de comida o de bebida. El agua no rompe el ayuno.

   Puede comulgar quien tragó algún residuo de comida que quedó entre los dientes, o alguna gota de agua al lavarse, pues estas cosas no se toman por modo de comida o bebida.

   Pueden comulgar sin estar en ayunas los enfermos que están en peligro de muerte.

   Esta comunión se llama Viático, porque es el mejor sustento del alma en su viaje a la eternidad.

   Los enfermos que no están en peligro de muerte y no pueden estar en ayunas, pueden tomar algún alimento antes de comulgar, bajo las condiciones siguientes:

   1º Que haya pasado un mes de enfermedad sin que exista esperanza cierta de sanar pronto, postrados en cama, aunque se levanten algunas horas al día, o que no puedan estar en cama por razón de la enfermedad.

   2º Que se comulgue sólo una o dos veces por semana, según el consejo del confesor.

   3º Que lo que se tome sea algo a modo de bebida, a saber: té, leche, caldo de carne, café u otro alimento líquido, al cual se pueden mezclar algunas otras sustancias, tales como azúcar, huevo batido, etc., con tal que al unirse no pierdan la naturaleza de alimento líquido.

   También se puede tomar alguna medicina, aunque no sea líquida.

Nota: El Papa Pío XII, por el Motu proprio Sacram Communionem, del 19 de marzo de 1957, decretó:

El tiempo del ayuno eucarístico que han de guardar los fieles antes de la Sagrada Comunión, tanto en las horas que preceden como en las que siguen al mediodía, queda limitado a tres horas en cuanto a los alimentos sólidos y las bebidas alcohólicas, y a una hora en cuanto a bebidas no alcohólicas; el agua no rompe el ayuno.

Los enfermos, aunque no guardaren cama, pueden tomar bebidas no alcohólicas y verdaderas y propias medicinas, tanto sólidas como líquidas, antes de recibir la Sagrada Comunión, sin ninguna limitación de tiempo.

 

TERCERA DISPOSICIÓN

   Saber lo que se va a recibir quiere decir conocer lo que la doctrina cristiana enseña acerca de este Sacramento y creerlo firmemente.

   Comulgar con devoción quiere decir:

Acercarse a la Sagrada Comunión con humildad y modestia, así en la persona como en el vestido, y prepararse antes y dar gracias después de la Sagrada Comunión.

   La preparación a la comunión consiste en considerar lo que vamos a recibir y en hacer actos de fe, esperanza, caridad, contrición, adoración, humildad y deseo de recibir a Jesucristo.

   La acción de gracias después de la Comunión consiste en recogernos interiormente y honrar al Señor dentro de nosotros mismos, renovando los actos de fe, esperanza, caridad, adoración, agradecimiento, ofrecimiento y petición, sobre todo de aquellas gracias que son más necesarias para nosotros o para las personas de nuestra mayor obligación.

   Conviene que la acción de gracias dure a lo menos un cuarto de hora.

   La falta de tiempo para la preparación y acción de gracias no debe ser motivo para dejar la Comunión.

   En este caso basta una breve oración; por ejemplo: ¡Jesús mío, creo en Vos, espero en Vos, Os amo sobre todas las cosas!

   Un medio práctico para la preparación y acción de gracias es valerse de un devocionario, leyéndolo muy atentamente.

   No obstante, es mejor, sobre todo en la acción de gracias, no valerse de ningún libro, sino entretenerse muy devotamente en conversar con Jesús.

   Cuando comulgamos, Jesucristo permanece en nosotros con su real presencia, hasta que las especies sacramentales se han consumido.

MANERA DE COMULGAR

   La Sagrada Comunión se debe recibir de rodillas, las manos juntas delante del pecho, la cabeza medianamente levantada sin moverla, los ojos vueltos a la Sagrada Hostia, la boca abierta moderadamente y la lengua un poco afuera sobre el labio inferior.

   La Sagrada Hostia se deja humedecer un poco en la boca y se traga lo más pronto posible.

   No se debe masticar la Sagrada Hostia; pero aunque se toque con los dientes no es falta ninguna.

   Si se pega al paladar, ha de despegarse con la lengua y no con los dedos.

 

 

 

Precepto de la Comunión.

 

   Hay obligación de comulgar todos los años por Pascua Florida o de Resurrección y cuando hubiere peligro de muerte.

 

   El precepto de la Comunión Pascual empieza a obligar a la edad en que el niño es capaz de comulgar con las debidas disposiciones.

   Ordinariamente es a los siete años.

 

   Cuando el niño llega al uso de razón debe recibir la primera Comunión; así lo declaró el Papa Pío X.

   Para poder recibir la primera Comunión basta conocer los principales misterios de la fe, y las disposiciones necesarias para confesar y comulgar debidamente.

   Después se debe continuar estudiando el catecismo hasta estar completamente instruido en todos los deberes del cristiano.

   Los que, siendo por la edad capaces de ser admitidos a la Comunión, no comulgan, o porque no quieren, o porque no están instruidos por su culpa, cometen pecado.

   Pecan, además, los padres y los que haces sus veces, si por su culpa se difiere la Comunión, y de ello tendrán que dar a Dios rigurosa cuenta.

   Los que deben recibir la primer Comunión harán muy bien en pedir a sus padres que no sólo les acompañen a la Iglesia para un acto tan grande, sino también que comulguen.

 

LA COMUNIÓN FRECUENTE Y DIARIA

     Es cosa muy buena comulgar lo más a menudo posible, siempre que se haga con las debidas disposiciones.

   Comulgar es el acto más sublime de nuestra vida, porque la Comunión nos hace una misma cosa con Jesucristo.

   Siendo Dios infinitamente sabio, rico, bueno y poderoso, no supo, no tuvo, ni pudo darnos cosa mejor que la que nos da en la Sagrada Comunión.

   Jesús manifestó el amor infinito que nos tenía dándose a Sí mismo para alimento de nuestra alma.

   Desea que nos acerquemos a menudo a la Sagrada Comunión.

   Por esto la instituyó bajo las apariencias del pan y del vino, para indicarnos que siendo éste el alimento más usado para la conservación de la vida corporal, así debe serlo la Sagrada Comunión para la conservación de la vida espiritual.

   La Iglesia desea que todos los fieles oigan Misa y comulguen diariamente.

   Así lo practicaban los primeros cristianos y actualmente muchos cristianos fervorosos también lo practican.

   ¿Por qué no hacerlo todos los que tienen posibilidad para ello?

   Para excusarse de comulgar a menudo, algunos dicen que no son dignos de comulgar con frecuencia.

   Pero la única indignidad para comulgar es tener el pecado mortal; el que lo tiene debe quitarlo cuanto antes y comulgar.

Otros alegan que la obligación de comulgar es solo una vez al año.

   Pero deben advertir que para la vida corporal no nos contentamos con lo estrictamente necesario, por ejemplo: pan y sopa solamente para comer, una cueva para dormir, etc.

   Buscamos muchas otras cosas sin las cuales podríamos vivir, pero nuestra vida sería un poco halagüeña.

   Con más razón no debemos contentarnos con lo estrictamente necesario para la vida del alma, puesto que el alma vale imponderablemente más que el cuerpo.

   Palabras del Concilio Tridentino sobre la comunión frecuente:

   “El santo Concilio desearía con ardor que en cada Misa comulgasen los fieles presentes, no sólo espiritualmente, sino también sacramentalmente”.

   Nuestro Señor Jesucristo, la Santa Iglesia, nuestro propio interés nos estimulan a comulgar diariamente, o lo más a menudo posible.

   El que comulga a menudo tiene muy grandes ventajas.

PRINCIPALES VENTAJAS DE LA COMUNIÓN FRECUENTE

   1º Asegurar la salvación del alma.

   2º Ganar grandes premios para el Cielo.

   3º Satisfacer, del todo o en parte, por las penas temporales debidas por los pecados, y aliviar mucho a las Benditas Ánimas del Purgatorio.

 

   Primera ventaja: Asegurar la salvación del alma.

   Quien comulga con frecuencia, vive habitualmente en gracia de Dios; pues difícilmente comete pecado mortal, y si alguna vez tiene la desgracia de cometerlo, se reconcilia pronto con Dios.

   Nuestro Señor Jesucristo dijo: “El que come mi carne y bebe mi sangre tendrá la vida eterna”.

   Por consiguiente, cuanto más a menudo se comulgue, tanto más segura se tiene la vida eterna, esto es, la salvación del alma.

   Esta sola ventaja debiera bastar para animarnos a comulgar todo lo más a menudo posible.

   No estamos en este mundo para otra cosa que para salvar nuestra alma.

   Segunda ventaja: Ganar grandes premios para el Cielo.

   Dios nos concede la vida presente para que ganemos méritos y premios para la eternidad.

   Todas las obras buenas son agradables a Dios; pero consideradas en sí mismas, unas son de mucho más valor que otras.

   Como el diamante entre las piedras preciosas es la comunión entre las obras buenas.

   Lo que ahora sembramos, después cosecharemos.

   Cada vez que comulgamos ganamos un tesoro más precioso que todo el oro del mundo.

   Los hombres mundanos buscan con mucha diligencia las riquezas de la tierra, que valen muy poco y pronto se han de acabar.

   Con más razón nosotros debemos buscar las riquezas del cielo, que son de un valor infinito y para siempre han de durar.

   Muchos envidian la suerte de los ricos millonarios y archimillonarios y quisieran poseer una fortuna igual.

   Pues ¡están equivocados!

Los verdaderamente ricos y felices son los cristianos fervorosos que oyen Misa y comulgan diariamente.

   Esta es la suerte que hemos de envidiar sanamente y procurar hacer lo posible para alcanzarla.

   Tercera ventaja: Satisfacer por las penas temporales debidas por los pecados, y aliviar mucho a las Benditas Ánimas del Purgatorio.

   Enfermedades, reveses de fortuna, y otras desgracias en esta vida, y el Purgatorio en la otra, son las penas temporales que nos pueden sobrevenir por los pecados veniales, y aun por los mortales perdonados en cuanto a la culpa y pena eterna, pero de los cuales no se ha hecho la debida penitencia.

   Hemos de temer mucho más las penas del Purgatorio que las de este mundo.

   ¡Cuánto se sufre en el Purgatorio!… se merece por faltas muy pequeñas, ¡y cometemos tantas!…

   Para satisfacer mucho y con poso trabajo por estas penas temporales y aliviar a las Benditas Ánimas del Purgatorio, el gran medio es oír Misa y comulgar todos los días, o lo más frecuentemente posible.

   Cristiano, al oír Misa, examina tu conciencia: si no tienes pecado mortal y estás en ayunas, procura comulgar.

   Si estás en pecado mortal, confiésate y acércate también a la sagrada comunión.

 

   ¡Ojalá amásemos tanto al Divino Redentor que procuráramos recibirle todos los días sacramentalmente; y, cuando esto no nos fuere posible, lo supliéramos con el deseo, esto es, con la comunión espiritual!

COMUNIÓN ESPIRITUAL

La Comunión espiritual es un deseo de comulgar.

   Puede hacerse diciendo: Jesús mío, deseo recibiros; venid a mí espiritualmente.

 

   Para  hacer la Comunión espiritual es necesario estar en gracia de Dios.

   Se puede comulgar sacramentalmente sólo una vez por día, pero espiritualmente muchas veces.

   La Comunión espiritual es de mucha utilidad.

   Conviene hacerla muy a menudo; especialmente cuando se oye Misa y no se puede comulgar sacramentalmente, y cuando se visita al Santísimo Sacramento.

 

VISITA AL SANTÍSIMO SACRAMENTO

   Se tendría por muy feliz y dichoso quien pudiera visitar diariamente, y siempre que quisiera, a un rey poderoso de la tierra.

   Los cristianos somos mucho más dichosos, pues tenemos a Nuestro Señor Jesucristo, Dios y hombre verdadero, Rey del Cielo y de la tierra, Señor de todas las cosas, sentado en el Trono Eucarístico, siempre dispuesto a recibir nuestras visitas y llenarnos de todas las gracias que necesitamos.

   Visitemos, pues, a Jesús Sacramentado diariamente.

   En nuestras dudas, en nuestras penas, sea Jesús nuestro consejero, nuestro consolador; acudamos siempre a Él con gran fe, confianza y amor.

   Cuando pasamos cerca de una Iglesia, o vemos algún templo, aunque esté lejos, saludemos con una fervorosa jaculatoria al Divino Prisionero, encerrado por nuestro amor en el Santísimo Sacramento del altar.

 

  • La Eucaristía como Sacrificio.

Sacrificio es ofrecer a Dios una cosa sensible, y destruirla de alguna manera, en reconocimiento de su supremo dominio sobre todas las cosas.

   Solamente a Dios pueden ofrecerse sacrificios.

   Desde el principio del mundo hubo sacrificios.

   Los sacrificios de le Ley Antigua eran figura del Sacrificio que Jesucristo ofreció muriendo en la Cruz.

   En la Ley Nueva, la Santa Misa es el Sacrificio perpetuo que renueva el de la Cruz y nos aplica sus méritos.

   La Santa Misa es el Sacrificio del Cuerpo y Sangre de Nuestro Señor Jesucristo, ofrecido en nuestros altares, bajo las especies del pan y del vino, en memoria del Sacrificio de la Cruz.

smisa

   En la Cruz y en la Misa el mismo Señor Jesucristo es el Sacerdote y la Víctima, esto es, quien ofrece el sacrificio y es ofrecido.

   Por esta razón, la Misa, en su esencia, es el mismo Sacrificio de la Cruz.

   La diferencia está sólo en el modo de ofrecerse y en el fin porque se ofreció.

   En el modoEn  la Cruz Jesús se ofreció con derramamiento de sangre.

   En la Misa Jesús se ofrece sin derramamiento de sangre; pero este derramamiento se representa místicamente, en cuanto, por virtud de las palabras de la Consagración, en la Hostia está el Cuerpo y en el Cáliz está la Sangre de Jesucristo.

   En el finEn el sacrificio de la Cruz, Jesús satisfizo por los pecados de todo el mundo y nos mereció las gracias para salvarnos.

   Estos merecimientos y satisfacción nos lo aplica Jesús por los medios que Él ha instituido en la Iglesia, de los cuales el principal es el Santo Sacrificio de la Misa.

   El primero y principal oferente de la Misa es el mismo Señor Jesucristo; el sacerdote es el ministro que en nombre de Jesucristo, ofrece el sacrificio al Eterno Padre.

   Aunque en la Misa Jesús se vale del sacerdote, Él es siempre el principal oferente: como quien da limosna por manos de otro, él es propiamente el que da la limosna y no aquél de quien se vale.

   Jesucristo instituyó la Santa Misa, cuando en la última Cena consagró el pan y el vino, y mandó a los Apóstoles que hiciesen lo mismo en memoria de Él.

   La Santa Misa, porque es sacrificio, se ofrece solamente a Dios.

   Se dice que se celebra la Misa en honor de la Santísima Virgen o de los Santos, para agradecer a Dios las mercedes que les hizo, y alcanzar por su intercesión, más copiosamente las gracias que necesitamos.

FINES DE LA SANTA MISA

4FINES

Los fines de la Santa Misa son:

   1º Adorar y honrar a Dios tanto, cuanto merece su divina grandeza.

   2º Aplacar a Dios tanto, cuanto exige su infinita justicia, satisfacer por nuestros pecados y ofrecerle sufragios para las Almas del Purgatorio.

   3º Dar gracias a Dios por los inmensos beneficios que nos concede.

   4º Alcanzar de Dios todas las gracias que necesitamos.

   Debemos honrar a Dios tanto, cuanto merece su infinita grandeza.

   Aunque todos los seres criados nos convirtiéramos en lenguas para alabar a Dios, y nos consumiéramos por su amor como se consumen los cirios que arden en los altares, no le daríamos el honor que El merece.

   Dios merece honor infinito, y la pura criatura sólo puede darle un honor limitado.

   En la Santa Misa tributamos a Dios un honor infinito, porque se lo tributa N. S. Jesucristo en nombre nuestro.

   Debemos aplacar a Dios tanto, cuanto exige su infinita justicia.

   La malicia de un solo pecado mortal es tan grande, que aunque se derramaran por él más lágrimas de arrepentimiento que gotas de agua contiene el mar, no se daría a Dios la satisfacción debida; pues la ofensa es infinita.

   En la Santa Misa N. S. Jesucristo mismo pide perdón por nuestros pecados y da satisfacción infinita a la infinita justicia de Dios.

   Debemos dar gracias a Dios por los inmensos beneficios que nos hace.

   Pero nuestra pequeñez es incapaz de agradecer debidamente ni el más pequeño de los beneficios que Dios nos dispensa.

   En la Santa Misa N. S. Jesucristo los agradece infinitamente en nombre nuestro.

   Debemos alcanzar de Dios todas las gracias que necesitamos.

   De Dios viene todo bien, toda gracia para el cuerpo y para el alma, para el tiempo y para la eternidad.

   Pero, por ser miserables pecadores, más bien merecemos castigos que gracias.

   En la Santa Misa, N. S. Jesucristo pide por nosotros y nos alcanza todo lo que necesitamos.

FRUTOS DE LA SANTA MISA Y OBLIGACIÓN DE OÍRLA

   El fruto de la Misa es general, especial y especialísimo.

   El fruto general es para toda la Iglesia.

   El especial es para los vivos o difuntos a favor de quienes se aplica la Misa y para los que asisten a ella.

   El especialísimo es para el sacerdote que celebra la Misa.

   Nada hay más santo, nada que dé más gloria a Dios que el Santo Sacrificio de la Misa.

   Una sola Misa da más gloria a Dios que todos los méritos juntos de la Santísima Virgen y de los Santos.

   ¡Ah! Si los cristianos conocieran lo que vale una Misa, no sólo no faltarían jamás a ella en los días festivos, sino que harían todo lo posible para asistir todos los días.

   Hay obligación de oír Misa todos los domingos y fiestas de guardar.

   Es muy conveniente, muy laudable y muy provechoso oír Misa todos los días.

   El acto que más agrada a Dios, y que más aprovecha a nuestra alma es la Santa Misa acompañada de la comunión.

     Oír Misa cada día no es perder tiempo, sino aprovecharlo muy diligentemente.

   San Isidro Labrador oía diariamente la Santa Misa, y mientras él oía Misa, un Ángel guiaba sus bueyes que araban.

   Muchas veces falta, no el tiempo para oír Misa cada día, sino la voluntad, querer hacerlo resueltamente.

   ¡Cuántas personas podrían oír la Misa diariamente, haciendo el pequeño sacrificio de levantarse más temprano!

   La pereza les roba un tesoro preciosísimo.

MODO DE OÍR LA SANTA MISA

Misa bien oida

Para oír bien la Santa Misa son necesarias la modestia en el exterior de la persona y la devoción del corazón.

   Conviene estar de rodillas durante toda la Misa, excepto en los Evangelios, en que se debe estar de pie.

   Manifiestan no tener ninguna educación religiosa las personas que no se arrodillan ni siquiera en el solemne acto de la Consagración y en la comunión, a no ser que alguna enfermedad les impida estar de rodillas.

 

VARIAS MANERAS DE OÍR DEVOTAMENTE LA SANTA MISA

   1º Unir desde el principio nuestra intención con la del sacerdote, ofreciendo a Dios el Santo Sacrificio por los fines para que fue instituido.

   2º Acompañar al sacerdote en todas las oraciones y acciones del sacrificio.

   3º Meditar la pasión y muerte de Jesucristo, y aborrecer de todo corazón los pecados que fueron causa de ellas.

   4º Hacer la Comunión sacramental, o a lo menos espiritual, cuando el sacerdote comulga.

   5º Rezar el Rosario u otras preces.

   Para oír la Santa Misa, es de mucha utilidad un libro devocionario.

   Es cosa muy buena rogar también por otros mientras se asiste a la Santa Misa, pues es el tiempo más oportuno para rogar a Dios por los vivos y difuntos.