EL GRAN LUGDUNENSE

San Ireneo

En la fiesta de San Ireneo de Lion (relegada por el Domingo), discípulo de San Piolicarpo, que a su vez fue discípulo de San Juan Evangelista y trató con los Apóstoles, Radio Cristiandad ofrece a sus seguidores el tercer apartado del capítulo II del libro «La Iglesia Patrística y la Parusía», del Padre Florentino Alcañiz, traducido del latín al castellano, y comentado, por el Padre Leonardo Castellani (Ediciones Paulinas, Buenos Aires, 1962). Según el autor, «Ningún otro Santo Padre de los primeros si­glos nos aporta tantos datos acerca de la esjatología como San Ireneo en su Tratado contra las herejías.«

Transitando los últimos tiempos, nada mejor que repasar lo que nos ha dejado como herencia este Padre Apostólico, uno de los primeros comentaristas del Apocalipsis.

Para una mejor lectura, hemos destacado en color azul los textos de San Ireneo y en color marrón los comentarios del Padre Castellani.

 *-*-*

III

MILENISMO EN OCCIDENTE

SAN IRENEO

(n. alred. 140 – † alred. 202)

 

Notas biográficas

San Ireneo nació probablemente en el Asia Menor y después vino a Europa. Estuvo un tiempo en Roma, y después fue hecho Obispo de Lion en las Galias, donde probabilísimamente sufrió el marti­rio. De sus obras nos quedan los libros: “Contra las herejías”; la “Demostración de la Predicación Apostólica” y varios fragmentos; entre ellos la “Epístola a Florino”, de la cual ofrecemos este párrafo:

“Te he conocido cuando siendo niño estabas con Policarpo en el Asia Menor, moviéndote con gallardía y dando pruebas de ti en la corte del Emperador. Y las cosas que entonces ocurrieron me quedan en la memoria mejor que las que hace poco —pues las que aprendemos de niños se imbuyen en nuestra alma y allí se absorben— de modo tal que capaz sería de decirte ahora en dónde se sentaba para hablar Policarpo, su modo de entrar y de an­dar, la hermosura de su cuerpo y de su porte, los sermones que dirigía a la multitud; y el trato fa­miliar que él tuvo con Juan y los demás que vieron al Señor, y cómo todo lo narraba y sus dichos con­memoraba; qué es lo que dellos oyó acerca del Señor, de sus milagros y de su enseñanza; que él de los que miraron al Verbo de Vida recibía y refe­ría; y cómo lo narraba, siempre consonante a las Escrituras. Ya en aquel tiempo yo, por la clemencia de Dios que me tocó, todo lo oía y aprendía empeñosamente, no en papeles, sino en mi corazón mis­mo, como por gracia de Dios todavía en él conservo y revuelvo” (Euseb. H. E. V., 20).

De lo cual consta que fue discípulo de San Policarpo, condiscípulo de Florino, y adictísimo a la tradición; y por otra parte lo vemos en sus obras adictísimo a la Escritura y en ella magnamente ver­sado.

Duración del mundo

Ningún otro Santo Padre de los primeros si­glos nos aporta tantos datos acerca de la esjatología como San Ireneo en su Tratado contra las herejías. Según San Ireneo el mundo durará seis mil años desde el comienzo (del ciclo adámico) hasta la Segunda Venida de Cristo.

“En cuántos días fue hecho el mundo, en otros tantos milenios será consumado. Por eso dice el Génesis: «Fueron, pues, acabados el cielo y la Tierra con todo el ornato de ellos. El día séptimo terminó Dios la obra que había hecho; y descansó en el día séptimo de toda la obra que había hecho.» [Génesis II, 1-2].

“Esto es a la vez narración de lo pasado y profecía de lo porvenir —continúa Ireneo—. Si, pues, «un día de Dios es como mil años» y en seis días consumó la Creación, manifiesto es que en seis milenios consumará la historia” (Tratado contra las herejías V, 28, Nº 3). Después vendrá el Día Séptimo “que es santificado, en que descansó Dios de todas las obras que hizo, que es el verdadero Sábado de los justos, en el cual no hará ya ninguna obra terrena” (Ibíd., V, 32, Nº 2).

Consuena y casi coincide con la Epístola de Bernabé que arriba vimos.

El Anticristo

AI comienzo del séptimo milenio o al fin del sexto aparecerá el Anticristo; el cual será “la recapitulación de la herejía”: “Viniendo pues aquel y resumiendo toda apostasía en sí mismo —dice Ire­neo— transferirá a Jerusalén su Reino y se sentará en el templo de Dios, seduciendo a los que le adoraren como si «él fuese el Cristo»… Y aplastará a los Santos del Altísimo, y tratará de cambiar tiem­pos y leyes (el calendario y las fiestas) y le será dado en sus manos por tiempo y tiempos y medio ­tiempo; es decir por un trienio y seis meses; —en los cuales alzándose dominará sobre la tierra… Y habiéndolo devastado todo este Contracristo, reinando en el mundo tres años y medio y sentándose en el templo solimitano, entonces vendrá el Señor de entre las nubes y en la gloria de su Padre; y al otro y a los que le obedecen arrojará al estanque ardiente; y llevará a los justos al Tiempo del Reino; es decir del Descanso; al Séptimo Santificado Día, cumpliéndole a Abrahán la promesa de la heredación; en el cual Reino, dice el Señor, vendrán muchos del Oriente y del Occidente, a sentarse con Abrahán, Isaac y Jacob… ” (Ibíd., cap. XXV, XXVIII, XXX).

La Iglesia de los resurrectos

A la llegada de Cristo sucederá la Primera Resurrección.

“Estas cosas y otras muchas están predichas sin duda alguna («sine controversia») para la Resurrección de los Santos, que es inmediatamente después de la aparición del Anticristo y la perdición de él y de todos los suyos; resurrección por la cual reinarán los justos sobre la tierra…

“Diligentemente pues Juan previó la primera resurrección de los justos y la heredad del Reino en la tierra” (Ibíd., V, c. XXXV y XXXVI).

Mas de los que resucitan en la Parusía, cómo será su vida sobre la tierra también declara San Ireneo; pues a seguido de los párrafos copiados dice:

“Reinarán los justos sobre la tierra creciendo de por la visión del Señor para con ello irse a la gloria de Dios Padre, y la conversación con los santos ángeles y la conjunción y absorción en la unidad de lo espiritual… ” (Ibíd., libro V, c. XXXV, N9 1).

Aquí hay punto de notar: Ireneo parece sus­tentar la teoría, que más tarde fue condenada, de que los santos no obtienen la visión beatífica de in­mediato sino después del Juicio Final; de modo que los resucitados primero viendo la humanidad glo­riosa de Cristo y conversando con los ángeles, se van como haciendo y acostumbrando (“assuescere”) para ir intuyendo gradualmente y más y más la Divina Esencia. Désa manera debemos entender esas expresiones que parecen poner cierta evolución o metamorfosis en la gloria o gozo de los que se salvan…

(La opinión de que la gloria final plena eterna y trascendente de la visión de Dios y nuestra asimilación con Él no sobreviene de golpe a la muer­te sino gradualmente (que veremos luego en Policarpo y existe en muchos Santos Padres) fue ex­cluida principalmente por el Concilio Florentino, 1438, bajo el Papa Eugenio IV, en los decretos con­tra los errores de los Griegos y Armenios.

Leyendo empero este y otros decretos posterio­res se ve que lo que excluyen es el postergarse de la visión de Dios, no el acrecentarse o perfeccionar­se: pues explícitamente dicen que ella tiene grados y que no excluye el temor de Dios (según parece decirse en la condena de los errores de Abelardo); o sea que no iría contra lo definido o condenado sostener que la visión beatífica comienza con la visión de Cristo y va perfeccionándose hasta llegar a su plenitud, que es lo que parece decir Ireneo. Una vida donde no hubiese movimiento alguno no parece concebible; y la vida del cielo no puede ser de otra especie, género y esencia que todas las otras vidas. Véase sobre esto a Frank Duchesne: “Lo que nos espera después de la muerte”; y “Satán, notes marginales á la tradition judeo chretienne”, Editado por Desclée Bower.)

Hasta aquí todo lo que Ireneo promete a los justos resucitados es espiritual y puro. Luego em­pero promete algo terreno, nada menos que la tierra:

“Es menester decir más, pues necesario es que los justos en su misma condición, renovada por la aparición de Dios y la resurrección, realmente reciban la heredad de la Promesa, prometida a los Patriarcas, y reinen en ella; y más tarde venga el Juicio. Pues en la misma condición en que padecieron y sufrieron, trabajados de infinitas maneras por el dolor, en esta misma condición conviene que reciban el fruto del dolor; y en la misma condición en que por Dios fueron muertos, revivificados; y en la misma condición en que sirvieron, conviene que ellos reinen…

“… así persevera firme la promesa que prometió a Abrahán Dios. Le dijo: «Alza tus ojos y mira desde el lugar donde estás, hacia el norte y hacia el mediodía, hacia el oriente y hacia el occidente; pues toda la tierra que ves, te la daré a ti y a tu descendencia para siempre» (Génesis XIII, 14-15) y luego dice: «Levántate, recorre el país, a su largo y a su ancho; porque a ti te lo daré.» (Ibíd., 17). Y de hecho no recibió toda esta tierra, ni un pie de tierra, pues toda su vida fue forastero y peregrino… Así pues, si Dios le prometió esta tierra, y él no la obtuvo durante su terrenal destierro, conviene que la reciba junto con su Semilla —es decir, con los que a Dios conocen y temen— en la resurrección de los justos… Pues Dios es fiel y firme; y por estos venturosos fue dicho: «Bienaven­turados los mansos, porque heredarán la Tierra».” (Mateo V, 5).

Hasta aquí el doctor lionés en Tratado contra las herejías V, XXXII.

 

Comida y bebida

Mas no solamente el dominio de la tierra obtendrán los justos resucitados la primera vez, sino que comerán y beberán en ella. Acerca de aquel lugar de San Mateo (XXVI, 29) en que dice el Señor en la Última Cena: “Os digo: desde ahora no beberé de es­te fruto de la vid hasta el día aquel en que lo beba con vosotros, nuevo, en el reino de mi Padre.”, comenta el lionés : “Por cierto que Él hará nueva la heredad prometida desta tie­rra y reintegrará el misterio de la plenitud filial, como dijo David: «Y renuevas la faz de la tierra» (Salmo CIII, 30). Prometió beber del zumo de la vid y prometió su corporal resurrección; mas el cuerpo que surge nuevo, ése es quien va a gustar la copa nueva. Puesto que no es concebible que allí arriba en el Superempíreo guste con los suyos el fruto de la vid; ni tampoco pueden ser incorpóreos los que lo gusten, pues propio es del cuerpo y no del espíritu beber del zumo de la uva… ”

“Y por eso decía el Señor: «Cuando des un almuerzo o una cena, no invites (solamente) a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a ve­cinos ricos… convida a los pobres, a los lisiados, a los cojos y a los ciegos. Y feliz serás, porque ellos no tienen cómo retribuirte, sino que te será retribuido en la resurrección de los justos.» (Lucas XIV, 12-14). Y luego di­ce: «Y todo el que dejare casas, o hermanos, o herma­nas, o padre, o mujer, o hijos, o campos por causa de mi nombre, recibirá el céntuplo en este siglo y heredará la vida eterna.» (Mateo XIX, 29)… ¿Qué es este céntuplo en el siglo presente y estas comidas y cenas retribuidas? Estas son .co­sas de los tiempos del Reino; es decir, en el santi­ficado día séptimo, en el cual descanse de todas las obras que hizo; el cual es el verdadero Sábado de los justos, en el cual no harán obra mundana, mas tendrán servida una mesa por Dios mismo, quien los alimentará de sus propios manjares” (Ibíd., V, XXXIII).

Siglos de oro

Explicando después aquellas palabras del Génesis (XXVII, 28): “¡Te dé Dios del rocío del cielo, y de la grosura de la tierra, y abundancia de trigo y de vino!” escribe Ireneo: “Esta bendición pertenece sin sombra de duda a los tiempos del Reino, cuando reinarán los justos resurgidos de la muerte; cuan­do la creación renovada y horra fructificará todo fruto del rocío del cielo y la grosura del humus; conforme recordaran los Antiguos (“presbyteri”) que vieron al discípulo de Cristo, Juan, haberle oído a él mismo, conforme a lo que de Aquel Tiempo enseñaba el Señor… ”

(Aquí inserta Ireneo aquel bizarro fragmento del Viejo Papías acerca de las viñas y trigales milagrosos que vimos arriba y que escandalizó al he­reje Eusebio.)

Cita después y comenta el doctor galo el texto de Isaías (LXV, 25): “El lobo y el cordero pacerán juntos; el león, como el buey, comerán paja, y la serpiente se alimentará con polvo; no dañarán ni causarán muerte en todo mi santo monte, dice Yahvé.”

Y comenta: “No ignoro hay algunos que este vaticinio quieren trasladar al hecho de que (ac­tualmente en la Iglesia) muchas feroces y de di­versas naciones gentes, después de convertidas, co­mulgan con los justos y mansos en unidad. Mas aunque se verifique (actualmente) en gentes de va­rias y a veces de feroces naciones que concuerdan en una sentencia de fe, sin embargo esto se verificará plenamente en tales animales después de la resurrección; según aquello: «Rico es Dios en todo y por todo». Y es conveniente que, transfigurada su (actual) condición, todos los animales se sometan al hombre y vuelvan a su primitivo alimento que es fruto del suelo, conforme fueron al principio so­metidos a Adán. Y esto justamente significa la magnitud y exuberancia de los frutos (en la “parábola” de Papías). Pues si el león se nutre de pajas, ¿qué tal será el trigo, cuyas meras pajas aptas son a nutrir leones?” (Ibíd., V, XXXIII, N9 4).

Como se ve aquí, el milenismo de Ireneo se muestra un poco craso y no tan espiritual y puro como algunos milenistas actuales contienden.

(También se ven otras cosas. La distinción tan importante de “typo” y “antitypo” en la exégesis de las profecías; pues Ireneo admite que la perícopa de Isaías puede significar la conversión de gente “fiera” a la Iglesia, que come ahora lo mismo que la gente “mansa”: pero que el cumplimiento íntegro y propio del vaticinio se dará en la Parusía. Lo cual creemos justo.

Segundo, que ese cumplimiento Ireneo lo ve como una nueva sujeción de los animales al hom­bre, no especificando el cómo. Según la Regla de Oro de la exégesis “Siempre hay que interpretar li­teralmente al menos que sea imposible” (San Agustín). Es imposible que un león coma paja, pues habría que modificar la dentadura: y si Ud. mo­difica la dentadura según Cuvier tiene que modifi­car al tenor todo el resto del esqueleto y del cuerpo; y no sale un animal “transfigurado” sino OTRO; en este caso una especie de tapir. Hay que buscar pues el “próximo” sentido, literal, pues este es imposible. Para Ireneo este próximo es que se someterán al hombre; como hoy se someten un poco a los do­madores.

Tercero: San Ireneo parece consciente de que el fragmento estrambótico de Papías es una parábola.

Cuarto y último: no nos parece el gran exégeta “lugdunensis” tan craso, crudo y carnal como todo eso.)

 

La Iglesia de los viandantes

O sea que los mortales serán coevos de los “resurrec­tos” o beatos. ¿Qué enseña sobre ellos el Lugdunen­se? Muy ralo. Sin embargo, dice lo siguiente:

Y (reinarán sobre) ellos (los justos revivificados) sobre los que evadieron las manos del Inicuo (el Anticristo) y soportaron la tribulación (magna) que el Señor al llegar hallará en carne. Ellos son de quien dijo el Profeta: «y los dejados se multiplicarán sobre la Tierra». Y cuánto número (de los entonces) creyentes se reservará el Señor a fin de que «los dejados» pueblen la Tierra y formen los súbditos de los Santos y sirvan a la Jerusalén nueva, eso lo significó Baruc profeta al decir:

“Mira, oh Jerusalén, hacia el oriente y contem­pla el gozo que Dios te envía… Levántate, Jerusalén, sube a lo alto, y dirige tu vista hacia el oriente, y mira cómo se con­gregan tus hijos, desde el oriente hasta el occi­dente, en virtud de la palabra del Santo, llenos de gozo porque Dios se ha acordado de ellos. Partieron de ti a pie, llevados por los enemi­gos; pero Dios te los devolverá traídos con honor, como en trono real.” (Baruc IV, 36; V, 5-6).

“Y todo esto —concluye sonriente Ireneo— se me ocurre no va a suceder allá arriba en el Cielo Empíreo.”

Por tanto, según la doctrina de Ireneo, los cristianos que no se prosternaron al Anticristo ni tampoco fueron por él trucidados, permanecerán en la tierra y ellos y su progenie, vastamente multiplicada (los “dejados”, una de las palabras clave de la Sagrada Escritura) formarán la parte viandante o caminante (o sea mortal y pecable aún) de la futura Iglesia o Reino.

En esto diverge Ireneo de muchos milenistas posteriores, los cuales creen que tal futura Iglesia no será de los que durante la Gran Persecución se mantuvieron firmes pero salvando la vida —pues éstos saldrán al encuentro de Cristo transfigurados, según el conocido (y oscuro) texto de San Pablo— sino más bien de los que cayeron o tropezaron al rigor de la persecución, mas al volver Cristo “d’entre las nubes” (y lo que significa ese también oscuro inciso puntualmente no sabemos) se arrepintieron y a Él volvieron.

Estos vía-andantes o “viatores” según Ireneo ministrarán a Jerusalén, ya Ciudad de los Santos; en honor y gloria andarán, obedecerán a los Resurrectos, y bajo ellos constituirán el fabuloso Reino.

Cómo será en concreto la vida dellos, Ireneo no declara; pues al revés de los milenistas más recientes, toda su atención está dirigida hacia los “Resurrectos” y no hacia los “Viatores”: las dos clases de ciudadanos del Reino Milenario.

 

Sede del Reino

“Gloriosa Urbs Ierusalem”, cantaban los himnos medievales. ¿Qué Jerusalén? No la de David, destruida. No la de Godofredo de Bullón y Alduino, fracasada. La Iglesia Medieval creía en otra tercera Jerusalén.

La capital del Reino Mirífico será la Nueva Jerusalén.

Ireneo opina que esa Jerusalén estará en el medio de la tierra (en la suposición de que la tierra era llana). Estará en el medio, “all right”, en otro sentido.

A ella le aplica las viejas loas de los profetas: “Oráculo de Yahvé que tiene su fuego en Sion, y su horno en Jerusalén. Reinará un rey con justicia, y príncipes gobernarán con rectitud.” (Isaías XXXI, 9 – XXXII, 1).

Y en otra parte hablando del material de su reedificación: “… he aquí que Yo asentaré tus piedras sobre carbunclos, y te cimentaré sobre zafiros. Construiré tus almenas con rubíes, tus puertas con piedras de cristal; y toda tu muralla con piedras preciosas. Todos tus hijos serán instruidos por Yahvé, y gozarán de abundancia de paz. Serás restablecida en justicia;… ” (Isaías, LIV, 11-14).

Lo cual comenta Ireneo volviendo a su tema:

“Todas estas cosas y las semejantes no se pue­den entender de las almas en el Superempíreo («in supercoelestibus») sino en los tiempos del Reino; renovada la tierra por Cristo y reedificada Salem según el esquema de la que está en el otro mundo; es decir, del cielo Empíreo, donde quiera que él se halle”.

(Los actuales “alegoristas” contienden que to­das estas cosas del Apokalipsi y de los Profetas hebreos, son alegorías, y se entienden de la gloria del cielo en el otro mundo, que ya actualmente existe para las almas separadas; a las cuales la resurrección de la carne no les añadirá nada sustan­cial, sino una no muy inteligible glorita, que lla­man “accidental”. Esto contradice netamente Ire­neo; y por cierto aludiendo claramente a los alego­ristas de su tiempo, como está visto.)

 

Fin del milenio

Después del Reino Milenario acontece la Resurrección General y el final Juicio Final.

Lo que dice Ireneo acerca de él consiste sim­plemente en un tejido de textos de la Escritura. Helo aquí:

“Después de los tiempos del Reino, vi, dice San Juan, un alto Trono Blanco y un Sentado-en-El, a cuya faz huyó el cielo y la tierra, y se les acabo el lugar” (Apocalipsis XX, 11). Y cuenta que vio lo que ya pertenece al fin final y a la Resurrección Segunda, diciendo: “los muertos grandes y chicos”. Dice que el mar dio sus muertos, y la Muerte y el Infierno dieron sus muertos, que ellos retenían, y que fue­ron abiertos los libros. Y el Libro de la Vida dice que se abrió, y fueron juzgados los muertos confor­me a lo que decía el Libro, según sus obras cada uno (Apocalipsis XX, 12). Y después desto añade: “Vi cielos nuevos y tierra nueva. El otro cielo y la otra tierra partieron: y mares no hay. Y vi a Jerusalén la Nueva, la ciudad santa, bajando del cielo como una novia engalanada… ” (Apocalipsis XXI, 17). Mas Isaías ya había dicho lo mismo en el LXV, 17: “Y había cielos nuevos y tierra nueva; y ni recordarán los de antes, ni les darán añoranza de corazón sino que la alegría y el júbilo hallarán en sus corazones”. Esto mismo es lo que advirtió el Apóstol: “Paaa pues el vestido deste mundo” (I Corintios VII, 31) —lo mis­mo dijo el Señor: “El cielo y la tierra pasaran” (Mateo XXVI, 35).

Retirándose pues estas cosas de sobre la tierra, dice el discípulo del Señor, Juan, que la Nueva Ciu­dad Jerusalén bajará como una esposa; y que este es “el tabernáculo de Dios, en que habitará Dios con los hombres… Y así como Él veramente resu­cito, así premeditó la incorrupción para nosotros, la cual vigiera y aumentara en el Reino terreno hasta hacernos capaces de la gloria del Padre. Después, reintegradas todas las cosas, veramente habitare­mos con Dios. Pues vaticina Juan: “Dijo el Sen­tado-en-el-Trono: He aquí que lo renuevo todo” (Apocalipsis XXI, 5).

 

Mansiones diversas

Ireneo interpreta singularmente las “diversas mansiones” del Evangelio. Dice así:

“Y conforme dijeron los Ancianos (“presbiteroi”) entonces los que se hallaren dignos del ce­leste trato irán allá, digo a los cielos; otros goza­ran seguros de las delicias del Edén, —de aquel Edén de que fue Adán arrojado, y Henoc y Elías trasladados— otros en fin disfrutaran de la hermo­sura de la Ciudad Santa; pues en todas partes Dios será visto y lo verán cada uno conforme a sus méritos. Pues habrá distancias en este habitáculo para los que fructificaron ciento, y los que sesenta y los que treinta por uno… y por esta razón dijo Cristo Jesús que en la morada de su Padre «hay muchas mansiones». Pues todas las cosas son de Dios, el cual sabiamente las dividirá entre todos conforme a lo que cada cual se habrá hecho capaz… ” (Ibíd., V, c. 36, n. I).

Doctrina trádita

Ireneo no nos entrega esto como doctrina propia o interpretación privada o materia discutible; sino como “doctrina recibida” o entregada, o sea tradicional; y califica con severidad, como veremos, a los que se apartan della.

Hemos transcrito arriba el período del capítulo 33, libro V, en que afirma las promesas hechas a Isaac y Jakob cumplirse en el Reino Milenario —con su fórmula usual “sin sombra de dada” (“sine con­tradictione”) después de lo cual dice: “Conforme recuerdan los Ancianos, que vieron a Juan el Discípulo del Señor, que oyeron lo que el Señor de aquellos Tiempos enseñaba; y decía… Y estas co­sas el oyente de Juan, Papías, puso por escrito…” (Ibíd., V, c. 33, n. 3).

Lo mismo en el capítulo 35 cuando trata del “cielo nuevo y tierra nueva” que sucederán a los actuales después del Juicio, dice, como hemos visto: “Y conforme refieren los Ancianos… ”

Finalmente al cabo del libro, donde hace una especie de recapitulación del curso del orden divino respecto a la salvación del hombre, dice: “Esto todo ser la ordenación y economía para aquellos que se salvan han dicho los Ancianos, Discípulos de los Apóstoles; y que por estos escalones ascien­den; por el Espíritu, digo, al Hijo, por el Hijo al Padre, cuando el Hijo entregue su empresa cumpli­da al Omnipotente, conforme dijo también el Após­tol, en esta forma : «Pues es preciso que reine hasta que ponga a todos los enemigos bajo sus pies. Y la última será derrotada la Muerte» (I Corintios XV, 25). Pues en aquellos Tiempos los justos sobre la tierra se olvidarán de morir. “Pues cuando Pablo dice: «Entonces todo será sujeto», entiende «menos El que lo sujeta todo»; «pues cuando todo que­de sujeto, el Hijo que todo lo sujetó, entonces se sujetará al Padre, para que Dios resulte el Todo en Todo.» (I Corintios XV, 26).

Vemos pues que San Ireneo afirma su senten­cia acerca del milenismo no es forjada sino trádita, (o como se diga en castellano “entregada” en el sentido teológico) de “los Ancianos”; los “Ancianos que vieron al Discípulo Juan”; los Ancianos que fueron “Discípulos de los Apóstoles”.

 

¿Y los adversarios?

No hay mucho en Ireneo acerca de los que pensaban otramente; pero lo que hay es de extre­mado rigor.

“Porque algunos de los que se creen ortodoxos («qui putantur recte credidisse») saltan este orden de promoción de los justos o sea, las dos resurrec­ciones, e ignoran el proceso evolutivo hacia la incorrupción total sustentando ideas heréticas; pues los herejes son los que, despreciando lo creado por Dios, la carne, y no aceptando la salvación de sus cuerpos, menospreciando las promesas de Dios y saltando por sobre todo, enseñan que apenas muer­tos ya saltan al cielo Empíreo, o al Demiurgo, o a la Gran Madre, y al Gran Padre, que ellos inven­tan” (Ibíd., V, 31, n. I).

Y más abajo

“Puesto que trasvasan algunas sentencias to­madas de los herejes; y son ignaros de la disposición y orden divina, y el misterio de la resurrección de los Santos, y del Reino, que es el comienzo de la Incorrupción, por el cual Reino los que dignos fueren GRADUALMENTE SE ACOSTUMBRAN A COMER A DIOS; es necesario pues redargüirles que es preciso primero resurgir los justos en esa condición de renovados, y recibir la promesa de la Heredad, que Dios prometió a los Patriarcas; y rei­nar en ella. Y después al fin se cumple el Juicio” (Ibíd. XXXV, 1).

Hablando luego de las bendiciones de Isaac en favor de su hijo Jakob, dice:

“Si estas cosas alguno recusa y no recibe, acer­ca de las predicciones del Reino, en gran contradicción y absurdidad caerá, lo mismo que les pasa a los judíos que caen en grandes “aporías”, angus­tia o perplejidad intelectual” (Ibíd., c. 33, n. 3).

En el mismo capítulo 33 acerca de Isaías: “Y juntos pacerán lobo y cordero”, comenta el Lugdu­nense, como hemos leído arriba, que hay quienes quieren entender eso de las varias gentes, incluso raheces y feroces, que habian convergido a la Igle­sia y se alimentaban entonces, como si dijéramos, de un mismo alimento con los mansos y que se pue­de entender así alegóricamente; pero que eso tiene que cumplirse también literalmente del dominio del hombre sobre las fieras. Después de lo cual, adu­ciendo otros muchos textos de la Escritura concer­nientes al Reino terreno de Cristo, dice rotunda­mente:

“Si pues alguien intentare ALEGORIZAR estos textos, no podrán concordarlos entre sí a todos, y se encontrarán pugnando entre ellos con dichos contradictorios” (Ibíd., V, c. 35, 1).

De donde se ve que en tiempo de San Ireneo existían alegoristas, y por cierto entre los católicos. “Ex his qui putant recte credidisse”, los “ortodo­xos”. Infundadamente pues algunos milenistas afir­man que en el siglo segundo TODA la Iglesia Inte­gra era milenista; pues Ireneo exhibe “algunos” contradicentes. Pero hay que confesar que no los trata con cariño diciendo “que no concuerdan consigo mismos” en gran contradicción incurrirán, lo mis­mo que los judíos; son “ignaros de la disposición de Dios”; su sentencia “está trasvasada de los di­chos de los herejes”; son engañados por palabras hereticales; y finalmente “tienen mentalidad herética”.

 

Milenismo de Ireneo

El milenismo de Ireneo comprende todas las notas capitales desta doctrina, la cual el Lugdunen­se es primero en formular completa; de los Padres cuyos escritos tenemos. A saber:

Venida de Cristo y derrota del Anticristo.
Resurrección de los Justos.
Su Reino sobre la tierra con los viadores.
La nueva Jerusalén.
Resurrección general.
Juicio Universal.
Cielos nuevos y tierra nueva.
Jerusalén Celeste.

Sin embargo Ireneo tiene algunas notas peculiares suyas:

La ligazón de Satán no aparece.
La guerra Gog-Magog no se menciona.
El número de Mil Años justos, tampoco.

También le es propia la idea del escalonamiento de diversos estados beatíficos en la Nueva Jerusalén, que él llama “diversas mansiones”; y la evolución y metamorfosis de los salvados, acostumbrándose por sucesivas iluminaciones a mirar al sol, como si dijéramos.

Pero no dice nada acerca de las relaciones de los Videntes con los Viandantes durante el Reino, ni cómo será la Nueva Jerusalén, ni si la primera renovación de la tierra a la llegada de Cristo ya será la “tierra nueva, cielo nuevo, todo nuevo” de la eternidad; o bien eso es posterior.

Ha hecho muy bien: nada de estas cosas hay en la Escritura.

Entonces ¿cómo es el milenismo de Ireneo, pu­ro o crudo? Las bodas entre resucitados y otros de­lirios kerinthianos o ebionitas, no hay ni rastro. Comidas y bebidas después de la resurrección si las hay, por lo menos de trigo y de mosto. Final­mente la manera de “dominar la tierra” de los San­tos parece oler un poco a tierra. Digamos pues que el milenismo del grecogalo no es ni carnal ni muy puro, sino mixto.

El ser humano es mixto.

* * *

Existen otros escritores eclesiásticos pertene­cientes sin duda al segundo siglo; pero que no tocan las cuestiones esjatológicas o las rozan tan de paso que es imposible decir si fueron milenistas o alego­ristas.

(Muy bien, Padre Alcañiz: esto es lo correcto.

Deducir del silencio de los Santos Padres pri­mitivos acerca del milenismo que fueron antimile­nistas… es anticientífico e incluso antisentido-común.

Sin embargo encontrarán ustedes, manuales, Bi­blias anotadas e incluso tratados que así lo hacen.

Para dar un ejemplo la HISTORIA DOGMA­TUM en tres tomos de I. F. De Groot que me ense­ñaron cuando mozuelo, aplica continuamente ese criterio; de San Justino verbigracia, que es neta­mente milenista (como arriba está visto) dice ine­xactamente: “Sanctus Justinus in Chiliasmum IN­CLINATUR”. De San Ireneo “Difícil es decir que Ireneo en su doctrina esjatologica no haya errado… ” sin decir en qué (pág. 148).

De San Cipriano (pág. 283): “San Cipriano no abrazó esta opinión, el milenismo, porque en su doc­trina esjatologica no se halla vestigio del Reino Mi­lenario”. De Orígenes dice que “rechazo el milenis­mo”, sin advertir que rechazó solamente el kerin­thianismo craso; ni tampoco que Orígenes en diver­sos lugares advierte que: “Cristo debe reconquistar la materia”, proposición milenista. Lo mismo de San Basilio el Grande y los dos Gregorios (pág. 424) que se limitaron a acusar a Apolinar de “milenismo judaico”. La aserción conclusiva de De Groot: “En el Oriente entonces ya no había milenismo” es dis­cutible, por no decir falsa.

“Argumentum ex silentio”, de que tanto abusan hoy los racionalistas, no sirve en este caso. Al con­trario, si algo puede deducirse del silencio, sería más bien que fueron milenistas; el milenismo, era la interpretación común casi unánime, no dicen na­da de él, es señal que la asumen como implícita y corriente; de otro modo la contradirían. Ni Cipria­no ni Basilio ni Gregorio tenían razón alguna para tocar esa cuestión: estaban mortalmente empeña­dos en otras dos controversias a saber: “de Eccle­sia” (Cipriano) y la controversia arriana cristológica (Basilio y Gregorio).

Pero lo más seguro es atenerse al sentido común, como hace el P. Alcañiz y decir simplemente:

“Sed ii aut quaestiones eschatologicas non trac­tant, aut eas breviter percurrunt ut perspici nequeat an millenarismun teneant, an potius ilium reji­ciant”.)