Las Parábolas de Cristo – P.Leonardo Castellani

BIENAVENTURANZAS

Sermon on the Mount Copenhagen Church Alter Painting

Las ocho bienaventuranzas. Beatitudes o «Dichosidades» no son una parábola sino una serie de bendiciones y maldiciones de Cristo; pero vamos a tratarlas aquí, porque cada una de ellas se desarrolló más tarde en una parábola, como se verá abajo; y porque tomadas en conjunto, forman una especie de «esquema de la felicidad según Cristo» -o mejor dicho, del hombre feliz- que es una contradicción seca a la idea del mundo: en ninguna otra parte ha sido Cristo más cruelmente paradojal. La «camisa del hombre feliz» según el mundo son las sedas y los linones del Rico Epulón; y la del pobre Lázaro es una camisa bañada en azufre y encendida, como la túnica de Neso, o las que ponía Nerón a los mártires para quemarlos vivos. Mas Cristo, lo mismo que la conseja, dice que es al revés: el hombre feliz no tiene camisa.
De hecho, la imagen del Dichoso que Cristo traza es abominable al mundo: Nietzsche ve al cristiano como una cosa endeble, llorona, abyecta, cobarde y merengosa. Que algunos «católicos» (o calvinistas, que son los que observó Nietzsche) hoy día sean así, yo no me emprenderé a negarlo; pero que Cristo y sus discípulos y los mártires y las vírgenes y los Cruzados y los reyes y los cristianos en general, que sean Juan Lanas, es otra cosa. En su libro Ortodoxia, con mucha paciencia y poesía, Chesterton se aplicó a mostrar que ese tipo lamentable (para Nietzsche) que dibujó Cristo, es el hombre más resistente del mundo; y encima uno de los más «peleadores» -o sea, capaz de pelear cuando es necesario y debido. Sansón encontró el panal de miel en la boca del león; y el enigma que se le había propuesto era: «la dulzura está en el fuerte». El fue dulce y fuerte: león y cordero, como Cristo.
Si se cuentan las palabras «dichoso» que inician los versículos bipartitos (en Mt. V, 1, al principio del Sermón Serrano) son nueve; pero las dos últimas son una misma bienaventuranza. Ellas son ocho, pese a Sto. Tomás y al Lyrano, que ponen 10: «la octava de la Beatitud» -dice Bossuet.
«Ellas resumen todo el Sermón Serrano, como el Sermón Serrano resume toda ladoctrina de Cristo» (Bossuet), es un tanto exagerado. Pero es cierto que dan la tónica de toda la enseñanza mesiánica, proclamando casi con violencia el privilegio espiritual de los desheredados… de aquí en adelante; pues son netamente mesiánicas y aluden a las profecías mesiánicas y a los Salmos. Cristo proclama que aquellos que el mundo tiene por desdichados serán dichosos; y ya no los tenidos vulgarmente por tales: que los «podridos en plata» o «nadando en posibles», como dicen, no son los veros felices, más bien al contrario; y la paradoja culmina en la Segunda Beatitud (o Tercera en el texto griego), la de los» dulces» que «poseerán la tierra»; pues el ser dulce (o manso o sumiso) no parece condición muy exitosa en política. Los violentos conquistan tierras, diría Nietzsche, los Napoleones y Tamerlanes; y poseen (efímeramente) la tierra.
La traducción literal del texto es la siguiente:

«1 «Dichosos los pobres en su espíritu
porque de ellos es la Malkhutâ (el Reino).
(Parábola de los Dos Señores)

2 Dichosos los dulces
porque heredarán tierras
(Serpiente y Paloma)
3 Dichosos los que sufren
porque serán consolados
(Lázaro)
4 Dichosos los con hambre y sed de justicia
porque serán saciados
(Los Talentos)
5 Dichosos los compasivos
porque serán compadecidos
(El buen Samaritano)
6 Dichosos los puros de corazón
porque ellos verán a Dios
(El Ojo y el Cuerpo)
7 Dichosos los hijos de la paz
pues serán llamados hijos de Dios
(El Deudor Desaforado)
8 Dichosos vosotros los perseguidos
por causa de la justicia
porque vuestro es el Reino de los Cielos
(Cizaña y Trigo)
Dichosos vosotros cuando os desprecien y persigany os calumnien mintiendo por la causa mía; estad consolados y alegres («saltad de alegría», dice Lc.VI,24) porque vuestro premio es grande EN EL CIELO.

Estas líneas son sencillas, pero su exégesis no lo es, y ha originado enmarañadas discusiones, que no reseñaré, sino en sus últimos resultados. Los que dicen que todas las venturanzas se refieren a una sola cosa («un diamante con ocho facetas», A. Jones, Verbum Dómini) es decir, a los justos, y a su premio en la otra vida, se las toman cómodo; así no hay dificultad, pero eso no es exégesis. Si Cristo quiso decir «los justos tendrán que sufrir pero obtendrán un gran premio en la otra vida, y aun a veces en esta», eso era un lugar común entre los hebreos desde Job; y Cristo podría haberse ahorrado el recitado. Evidentemente las ochos bendiciones se refieren a virtudes diferentes (aunque todas ellas deban juntarse en el justo) y a recompensas en (por lo menos incoadas) esta vida; menos la última.
Es de notar que la primera y la última venturanza acaban igual, tienen por premio «el Reino de los Cielos»; pero en la primera es el Reino en esta vida y en la última está marcada netamente la otra vida: en los cielos. En efecto, la muerte es el último y el mayor de los males terrenos; y el ser pues perseguido hasta la muerte, como los mártires, no puede ser ni tener aneja ninguna dicha terrena: sólo queda el cielo. Mas Cristo pone un mandato de alegría allí en esa última bienaventuranza: «alegraos y saltad de gozo en aquel día», obligándonos a convertir la esperanza en gozo, lo invisible venturo en sensible presente. Ahí no queda más consuelo que el cielo; pero la certeza del cielo es más que consuelo, puede dar alegría; y debe darla. Los mártires (en general) fueron gozosos al suplicio; aunque más no fuera, para no dejar mal a Cristo. Notable es lo que pasó en la persecución de Taikosama en el Japón en el siglo XVII: guerreros y labriegos, ancianos, mujeres y niños fueron a las más tétricas torturas como enajenados de alegría. Esto fue en Nagasaki, la ciudad dinamitada dos siglos después por los yanquis.
Que la pobreza sea una dicha, es muy contra nuestra natura; y es una «inversión de la tabla de los valores humanos» -dijo Nietzsche; ¿y por qué y de qué manera ha de ser» el Reino de los Cielos» precisamente de los pobres? – «Pobres en el espíritu» -dijo Cristo-. Pero, si los ricos de hecho pueden ser también pobres en el espíritu ¿qué diferencia hay?… Le oí decir con mis oídos a un alto prelado desde el púlpito: ¿No pueden salvarse los ricos? Sí, ¡y mejor que los pobres! A los ricos solamente les es más difícil la virtud; y por tanto, si un rico es virtuoso, tiene mucho más mérito que un pobre…» Yo, que era el único pobre que había en el auditorio, dije para mí: «Lindo; pero es enteramente lo contrario de lo que dijo Cristo». Pero como yo no estaba en el púlpito y el otro sí, me callé la boca.
«Pobres en su espíritu» no significa «ignorantes» como dijeron los Ebionistas y repite en son de burla la impiedad de un Anatole France; y otros. Tampoco significa «humildes», como leyó san Agustín. Tampoco significa exclusivamente una disposición espiritual de «desapego», sin referencia la pobreza actual: Lucas pone simplemente «pobres», sin adjetivar, y al final pone cuatro maldiciones a los «ricos», tampoco adjetivadas. Los que son pobres de hecho, solamente con aceptar su suerte están abiertos a lo evangélico; los que son de hecho ricos pueden llegar a igualarlos haciéndose un alma de pobre; lo cual no es tan fácil. Esto significa este cuestionado versículo.
Oí a un pastor protestante predicar esto: «Cuando Cristo dijo: más fácil es a un camello pasar por el ojo de una aguja que a un rico entrar en el Reino de los Cielos, -quiso decir: de todos los ricos que he conocido hasta ahora, ninguno era apto para el Evangelio». Es falso manifiestamente, porque Cristo había conocido ya a Nicodemos. Lo que quiso decir es simplemente: los que son «riquezófilos», los que se dedican a las riquezas, están imposibilitados de practicar el Evangelio. Rothschild dijo que «él no tenía tiempo de oír sermones». Y menos de meditarlos y practicarlos, probablemente.
«La ventaja que yo le veo, es que la pobreza nos hace hacer ejercicio; y el ejercicio es bueno para la salud» -decía Don Pío Ducadelia; pero el viejo pícaro cuando decía «salud» entendía «salud del alma»; y al decir «ejercicio» pensaba en el ejercicio mental; porque dicen en España: un pobre piensa más que tres abogados. Y que diez también. Pero la ventaja real de la pobreza es que sitúa al hombre en la realidad; mientras la riqueza, medio lo desaparta: la realidad mística o religiosa. Pero de esto, más adelante.
Los «mansos» o dulces, poseerán el corazón propio y el de los demás, se atraerán simpatías y dones, y las felicidades terrenas de la paz familiar, vecinal, convivencial, la buena fama y la estabilidad, lo «solariego»: Cristo según creo alude en esta bendición al mayorazgo heredado por el «dulce» Jacob, en desplazo del áspero Esaú. No son las naciones violentas las que han creado imperios estables. Los primeros Romanos, los creadores de la Gran Roma, eran mansos, nos cuenta el libro de los Macabeos: no eran mercenarios de guerra ni soldados profesionales, sino agricultores que se armaban cuando era necesario, guardaban la fe jurada y ayudaban a sus aliados: «son poderosos y conceden lo que uno les pide;… y dominaron por todas partes gracias a su consejo (o sea prudencia política) y a su paciencia» -o sea, mansedumbre (1 Mac.VIII,l-4).
A los que conocen a los romanos actuales se les hace imposible creer que los romanos antiguos eran (como los pinta Gibbons) duros, tiránicos, crueles; aunque puede lo fueran al final; al disolverse justamente el Imperio. Mas el libro de los Macabeos desmiente a Gibbons.
Los que sufren («los que lloran», dice Lucas) son los que soportan males con paciencia. Los «puros de corazón» no son estrictamente los castos, sino los de sentimientos limpios como agua clara; pues en los sentimientos reside la moral, incluida la castidad; y la turbiedad del corazón azotado de pasiones o manchado de vicios, es lo que impide ver a Dios en sus obras. Los pacíficos (los «pacificadores», dice el texto griego, «eirenopoioi»; «hijos de la paz», decía probablemente el texto arameo) son los que producen paz, después de tenerla ellos mismos, que parecen hombres divinos; y el primero entre ellos fue Cristo, «pacificador del cielo con la tierra», como la apodó san Pablo, el cual fue llamado Hijo Único de Dios por Dios mismo: Hijo Primogénito, el primero entre muchos hermanos, si nos cuenta El, como nos contó, entre sus hermanos: «de verdad os digo que aquel que hace la voluntad de mi Padre, ese es mi madre y mi padre y mi hermano».
La promesa del Reino abre y cierra las Beatitudes, porque el Reino que Cristo anunciaba era a la vez interior y externo, presente y futuro; y es abierto en esta vida y cerrado en el Cielo. Ese era el cómpito del Mesías, como había dicho Iésaiah el Profeta (Is. LXI,l-13): «consolar a los afligidos y poner sobre sus frentes en lugar de cenizas, una diadema».