P. CERIANI: APOSTILLAS A LA CONFERENCIA DE M. WILLIAMSON EN BOGOTÁ: IV Y FINAL

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APOSTILLAS A LA CONFERENCIA DE

MONSEÑOR WILLIAMSON EN BOGOTÁ

IV

Para terminar los comentarios a la Conferencia de Monseñor Williamson en Bogotá, regreso a una de sus respuestas, en la cual explica por qué no es partidario del Milenio. Destaquemos que es la única razón que esgrime, al menos en esta conferencia:

El Milenio es otra opinión. Y no es mi opinión.

Y la razón por la cual no es mi opinión es por el pecado original.

Comprendo que la gente quiera creer en otros mil años en que Cristo sea Rey; porque es mucho más agradable que la corrupción de hoy.

Pero Cristo normalmente no reina sin, o contra, o sobre el libre albedrío de los hombres. Dejará reinar y gobernar las cosas del mundo siempre por los hombres.

Y, si gobiernan los hombres, con el pecado original habrá una corrupción que logrará poner fin al mundo mucho antes de mil años.

Por eso yo no creo en otros mil años, porque Nuestro Señor no sacará el libre albedrío de los hombres.

Y con el libre albedrío, como vimos, habrá necesariamente, casi necesariamente, y tristemente, una tal caída que el mundo no podrá durar otros mil años.

Es la razón por la cual yo no creo en estos otros mil años.

Resumo aquí la refutación que por adelantado hiciera el Padre Lacunza a este razonamiento.

Ver el enlace en:

https://radiocristiandad.wordpress.com/2014/04/25/p-ceriani-el-padre-lacunza-respondio-por-anticipado-a-mons-williamson-1o-parte/

En los Capítulos XI y XII de su obra, el Padre Lacunza expone los Medios o providencias extraordinarias, propias de aquellos tiempos, para conservar en toda la tierra la fe y la justicia.

Dice que una fe y justicia tan grande y tan universal, anunciada tantas veces a la nueva tierra, y con expresiones tan magníficas en la escritura de la verdad, no puede ciertamente concebirse, sin algunos medios o providencias nuevas, grandes, extraordinarias, así positivas como negativas y generales para todo el orbe.

Entre estos nuevos medios de que habla, presenta cinco principales:

El primero que se ofrece a nuestra consideración es la presencia de Cristo mismo en nuestra tierra, no solamente como lo tenemos ahora en el misterio todo de fe, o en el sacramento de la Eucaristía (el cual sacramento o misterio, o sacrificio incruento, no faltará en aquellos tiempos), sino también en su propia presencia y majestad, como está ahora en los cielos.

El segundo medio, aunque negativo, no por eso será menos conducente: quiero decir, la ausencia del dragón, que se llama diablo y Satanás, que engaña a todo el mundo; el cual en aquellos tiempos estará bien asegurado en el abismo, atado estrechamente con una grande y fortísima cadena proporcionada a su naturaleza; cerrada y sellada la puerta de su cárcel para que no engañe más a las gentes, hasta que sean cumplidos los mil años.

Juntamente con el dragón y sus ángeles faltarán del todo en la nueva tierra los que llama la Escritura pseudo-profetas: por los cuales se entiende bien toda suerte de falsos maestros, de seductores, de hipócritas iniquísimos, que vienen a vosotros con vestidos de ovejas, y dentro son lobos robadores.

El tercer medio que tiene Dios reservado en sus tesoros, para la justicia universal de la nueva tierra, es, la paz universal.

El cuarto medio conducentísimo para la unidad de fe, de costumbres, de unión y fraterna caridad entre todas las gentes y familias de la tierra, será sin duda la uniformidad en el idioma o en la lengua.

El quinto medio propio y peculiar de aquellos tiempos, para conservar en estas reliquias y en toda su posteridad por muchos siglos una fe pura, una inocencia de costumbres, una devoción, un fervor muy semejante al de nuestros padres Abrahán, Isaac, y Jacob, será, según las Escrituras, la peregrinación a Jerusalén, entonces centro de unidad de toda la tierra.

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Deseaba volver sobre este tema y enfocarlo ahora desde el punto de vista de los enemigos del alma, dado que Monseñor Williamson habla del pecado original y, por lo tanto, sus cuatro heridas: ignorancia, malicia, concupiscencia y debilidad.

La desarmonía provocada por el pecado original es explotada por el demonio, sirviéndose para ello del mundo.

Será bueno hacer un brevísimo repaso de nuestro Catecismo antes de responder nuevamente a la objeción episcopal.

El Catecismo de la Doctrina Cristiana del Padre Gaspar Astete nos dice que los enemigos del alma, de que hemos de huir, son tres:

El primero es el Mundo.

El segundo, el Demonio.

El tercero, la Carne.

P: ¿Quién es el Mundo?

R: Son los hombres mundanos, malos y perversos.

P: ¿Quién es el Demonio?

R: Es un Ángel, que, habiéndolo criado Dios en el Cielo, por haberse rebelado contra su Majestad, con otros muchos, le precipitó en los Infiernos con los compañeros de su maldad, que llamamos Demonios.

P: ¿Quién es la Carne?

R: Es nuestro mismo cuerpo con sus pasiones y malas inclinaciones.

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Respecto de esta cuestión hay un interesante razonamiento en la obra La Restauración de Israel, por Ramos García, con el cual respondemos a la objeción de Monseñor Williamson.

Ver el enlace en:

http://engloriaymajestad.blogspot.com.ar/2013/12/la-restauracion-de-israel-por-ramos_24.html

El autor dice así:

A la eliminación de Satanás (Ap. cap. XX) ha precedido la del Anticristo con sus huestes (Ap. cap. XIX), y a la de éste, la de la gran ramera su aliada (Ap. cap. XVII y XVIII), es decir, que de los tres enemigos del hombre, quedan eliminados los dos externos, que son el mundo con sus escándalos (Mt. XIII, 41; cf. XVIII, 7) y el demonio con sus seducciones (Ap. XX, 3; cf. XII, 7), siguiendo en vigor sólo el interno, esto es, la carne, que acompañará al hombre hasta la sepultura; y en esto erró gravemente el Dr. Rohling, pues sostenía la eliminación conjunta de este tercer enemigo y por eso fue justamente condenado por el S. O. (v. Hetzenauer, Exegesis Ap. ad usum priv., Romae, 1914; pág. 384).

Puestos fuera de combate los dos enemigos externos del hombre, es consiguiente que suceda en el mundo la paz externa de la sociedad humana, continuando, sin embargo, en cada uno la lucha interna por la virtud, aunque muy favorecida y facilitada por el nuevo ambiente.

Con esto doy por terminadas mis acotaciones a la Conferencia de Monseñor Williamson.

Padre Juan Carlos Ceriani