JUICIO CRÍTICO SOBRE LA EDUCACIÓN ANTIGUA Y LA MODERNA

CONSERVANDO LOS RESTOS II

 

Duodécima entrega

 

“La buena educación de los jóvenes es, en verdad, el ministerio más digno, el más noble, el de mayor mérito, el más beneficioso, el más útil, el más necesario, el más natural, el más razonable, el más grato, el más atractivo y el más glorioso”

San José de Calasanz

 

1

SEGUNDA PARTE

DEL SISTEMA ANTIGUO

CAPÍTULO III

EL LATÍN LENGUA UNIVERSAL DE LOS SABIOS Y LLAVE DE LAS CIENCIAS

§ I

Castigo insigne fue el que con la confusión de lenguas en la torre de Babel infligió a la soberbia de los hombres la justicia divina; castigo cuya humillación tanto más se experimenta cuanto más obliga la necesidad a aprender y ejercitar idiomas extraños.

Mas este castigo, si ya no lo supiéramos por la revelación, aparecería patentemente haber provenido de Dios, considerando cuán inútiles han sido los esfuerzos de cuantos han pretendido establecer una lengua universal. ¡Vano empeño!

De notable ingenio para realizar esta empresa estaban dotados Bacon, Descartes, Leibnitz, Wolf, Michaelis y otros sabios que la iniciaron; notable ingenio mostró Delormel en el primer proyecto formal de lengua cosmopolita que presentó a la Convención nacional francesa en 1793, pero pronto cayó en olvido. No fueron más felices Maimieux con su pasigrafía y Hourwitz con su poligrafía; vanos fueron también los conatos de Nodier, Le Mesl, Vidal, Letellier, Latouche, Deheaux, Silbermann y Chonippe; el sistema monopanglota de Gagne murió en la cuna; la lengua universal de Sotos Ochando mereció los aplausos de la Sociedad lingüística de Paris y la protección del gobierno español, llegó o tener un Boletín redactado por D. Lope Gisbert; y D. Pedro Mata, catedrático de la Universidad de Madrid, explicó once lecciones de este idioma en el Ateneo científico y literario de la coronada villa; pero, a pesar de tanto boato y ruido ¿quién se acuerda ahora de Sotos Ochando y de su malogrado invento? (1)

En 1881 el abate Schleyer dio a conocer el nuevo idioma volapϋk (lengua universal) después de haber estado quemándose las cejas durante veinte años para inventarlo y perfeccionarlo. El mundo, que anda siempre a caza de novedades, acogió con entusiasmo el flamante descubrimiento; se fundaron academias para propagarlo; el profesor Kerckhoffs se puso a enseñarlo en París; empezaron a publicarse revistas en este idioma, y a la fecha hay una en Madrid; se creyó en fin haber resuelto el problema de la lengua cosmopolita.

El tiempo ha de decidir la cuestión como la de tantos otros ensayos análogos; y por la suerte que a éstos cupo, podemos desde luego augurarle que su duración será precaria, y que pronto el silencio del olvido acallará los aplausos con que en su cuna es saludado por curiosos y eruditos. Bastan ya tantos esfuerzos frustrados para convencer a cualquiera de que el proyecto de formar a priori una lengua, es irrealizable.

En las lenguas hay algo parecido a la vida: nacen vivas; y una lengua fruto reflexivo del entendimiento es un engendro muerto. Y dado el caso de que se inventara tal lengua universal en condiciones de ser aplicada ¿dónde está la fuerza moral para imponerla? Cuando vemos que el introducir una combinación tan breve como es el sistema decimal de pesas y medidas cuesta tal dificultad que no sólo la gente del pueblo no acaba de acostumbrarse a usarlo, sino que naciones tan dadas a las ciencias como Inglaterra y los Estados Unidos no lo quieren adoptar; encontramos la prueba más palmaria de que el establecer una lengua universal en el uso común es una tarea imposible.

Pero si es utopía la lengua universal para todos, no lo es la lengua universal para los sabios. Esta unidad de idioma ha existido en la ciencia por medio del latín, mediante el cual los sabios todos del mundo no formaban más que un solo cuerpo, se entendían, discutían sus opiniones, se comunicaban sus inventos de una nación a otra sin dificultad alguna. La universalidad de esta lengua hacía que los admirables descubrimientos de Newton diesen la vuelta por Europa en el espacio de dos años, a pesar de ser de su tiempo tan lentas las comunicaciones. El latín hacía posible la correspondencia epistolar científica entre Leibnitz, alemán, y Clarke, inglés, y favorecía la publicación y difusión de sus trabajos, que cualquier hombre instruido del mundo podía conocer y examinar. Esta misma unidad de lengua facilitaba que las obras de Medicina y Química del holandés Boerhaave se estudiasen como textos en todas las Universidades de Europa. El que escribía una obra se dirigía a todos los sabios del mundo, seguro de ser entendido; si en ella trataba cuestiones dignas de atención o publicaba descubrimientos insignes y teorías luminosas, su mérito era al punto conocido y apreciado; si por el contrario sembraba doctrinas erróneas o hacía alarde de una ciencia que sólo fuese sabiduría de relumbrón, al punto también el autor y su obra eran combatidos y despreciados.

Aquellas florecientes universidades católicas, que llenaron el orbe con su fama, de la autoridad de los Pontífices y del uso de la lengua latina recibieron el privilegio de universales y de que los títulos de una fuesen valederos en todo el mundo. La unidad de lengua hizo que los más insignes profesores con suma facilidad pudieran pasar de un país a otro y difundir de esta manera en más vasto espacio las luces de su sabiduría; y que los estudiantes preparados en diversas partes pudiesen acudir a las más famosas Universidades extranjeras, entrando a examinarse u oír las lecciones en el momento de llegar de su patria, sin necesidad de aprender idioma alguno extraño. Con la lengua latina un Santo Tomás estudiaba la Teología en Alemania y la enseñaba después en París y en Nápoles; Alejandro de Hales tenía su cátedra primero en París y después en Oxford; y Clavio, Kircher y Copérnico iban desde Alemania y Polonia a enseñar en Roma las ciencias naturales y matemáticas.

Hoy estos preciosos privilegios se han perdido; y en medio del progreso en las comunicaciones materiales, de que tanto nos gloriamos, los medios de comunicación moral han disminuido extraordinariamente. Las Universidades no reconocen recíprocamente los títulos que en otras han sido conferidos, y el alumno que pasa a completar sus estudios en el extranjero ha de pensar ante todo en aprender un nuevo idioma.

1

Santo Tomás de Aquino

Además, los que han trabajado para suprimir esta lengua universal, circunscriben y reducen en cuanto les es dable los límites de la ciencia; pues el autor que publica una obra en lengua vulgar, no habla, ni con mucho, a todo el mundo sabio, sino sólo a la porción de hombres ilustres que tienen el mismo idioma. Y no se diga que hay idiomas, como el francés por ejemplo, que equivalen a una lengua universal, y que basta saber uno de éstos para conocer todo cuanto tiene importancia en materias científicas. Nadie puede creer que un alemán, un inglés, un ruso o un italiano convengan en que el francés sea la lengua de las ciencias.

¿Qué conocimiento tendríamos entonces de lo que se escribe, se inventa o se perfecciona en Alemania, Inglaterra, Rusia o Italia? Y sin embargo, no se puede negar que hay en estas naciones y en otras, muchos libros utilísimos, muchos tesoros de ciencia, que no se pierden para nosotros por otro motivo que por el defecto de idioma común.

Tan evidente es la necesidad del latín para la comunicación de los conocimientos entre los sabios, que los mismos enciclopedistas franceses, con ser tan impíos y por consiguiente poco adictos a la lengua oficial de la Iglesia, dejaron escapar esta confesión arrancada por la fuerza de la verdad:

La Iglesia católica y todas las escuelas, así de Filosofía y Teología, como de Jurisprudencia y Medicina, se sirven de la lengua latina. Esta es el idioma común de toda Europa; y sería de desear que su uso fuese más general, para que con mayor utilidad se hiciese más fácil la comunicación de los respectivos progresos de las naciones en las ciencias; pues hoy vivimos privados de muchas producciones excelentes de literatura que se publican en las respectivas lenguas de las naciones”.

Ahora, suprimida la lengua latina, es preciso esperar a que se traduzcan las obras extranjeras, o en vez de uno, aprender tres, cuatro o más idiomas, tarea que muy pocos se encuentran en aptitud de desempeñar fructuosamente. Con lo que acabamos de exponer se ve cuán grandes ventajas ha procurado al mundo sabio la universalidad de la lengua latina, y cuán poco tiene que agradecer la ciencia al siglo presente por haber abolido este medio de comunicación entre los hombres sabios del mundo entero.

§ II

Otro daño causa, y no menor, el actual abandono del latín; porque impide aprovecharse de los valiosos tesoros de ciencia y erudición que nos han legado nuestros mayores. Al leer esto no faltará quien llegue a sonreírse desdeñosamente de nuestro aserto, aunque en ello dará muestras de ignorancia y ligereza que más bien debiera confundirle; pero a despecho de todas las sonrisas y diatribas, la lengua latina que ha sido siempre lengua universal de los sabios, seguirá siendo por esto mismo llave de las ciencias, necesaria e indispensable para profundizar cualquier ramo de los conocimientos humanos.

En efecto, el estudio de la filosofía requiere el conocimiento del latín, pues en este idioma están escritas las más estimadas obras que sobre esta materia existen y aun las que salen actualmente a luz. Si consideramos la jurisprudencia, no negaremos que haya abogados capaces de defender una causa y de ganar su subsistencia sin haber penetrado más allá de los códigos del país, escritos en idioma nacional; pero de esto a ser un docto jurisconsulto hay una distancia inmensa. ¿Se preciará con razón de este noble título el que no es capaz de entender ni aun los textos del Derecho Romano sino sobre la fe de un traductor, el que delante de una biblioteca de legislación se queda asombrado y paralizado, porque no puede registrar por sí mismo los grandes jurisconsultos de los siglos pasados, que todos escribieron en latín?

Si se trata de las ciencias físicas y de las llamadas exactas, no cabe la menor duda de que puedan adquirirse con regular perfección sin poseer el latín, pues están escritas en las lenguas vulgares casi todas las obras que sobre estas materias se publican en la actualidad; pero también creemos que no merece el dictado de sabio, en todo el rigor de la palabra, quien no sea capaz de entender en sus originales las obras científicas de otras edades y aun no pocas de las que en el día se publican. En Medicina, por ejemplo ¿cuánto no ganaría el que pudiese aprovecharse de la experiencia y conocimientos profundos de Sydenham, Boerhaave, Haller, Barthez y Tissot, para no hablar sino de los más cercanos a nosotros? Pero muchos tropiezan con el insuperable obstáculo de estar en latín las obras de aquellos grandes maestros; y de aquí proviene que, todo su saber queda restringido a las observaciones y estudios de menos de un siglo, en el cual es cierto que la cirugía ha hecho asombrosos progresos, pero no tantos la medicina, como algunos erradamente se figuran. Y quien pudiese revolver sin tropiezo las bibliotecas médicas clásicas, como la que por la munificencia del Pontífice reinante se ha abierto al público estudio en el Vaticano ¿no descollaría por la amplitud y solidez de sus conocimientos entre los médicos que sólo han podido formarse en las obras modernas?

Mas, para los que ignoran el latín, ese rico venero de la sabiduría es inaccesible, porque no entienden la lengua que franquea el paso a los que deseen beneficiarlo. Suponemos en esto, como se echa de ver, que se considera la medicina como una ciencia, y no como un puro medio de subsistir, lo cual sería rebajar la dignidad de la sabiduría e inclinarse al positivismo y materialismo: con esta clase de sabios, que tienen miras tan limitadas, no entramos en razones, pues no quieren entenderlas; de lo cual nos alegramos por el honor de la ciencia, que en sus manos corre peligro de convertirse en cuño de batir moneda.

Y si de la Medicina pasamos a otra clase de estudios, creemos que siempre le faltará alguna cosa al físico, al matemático, al astrónomo que no sepa leer lo que nos han dejado escrito en latín sabios tan eminentes como Leibnitz, Newton, Kepler, Euler o Bernouilli. No hablemos de la Historia Natural, cuya nomenclatura toda es latina, cuyas ramas todas han sido tratadas en latín por los grandes maestros, los cuales aun actualmente tienen que echar mano de esta lengua, tan luego como quieren consignar datos que se hagan extensivos a todos los cultivadores de la ciencias. Sin el conocimiento del latín tampoco se puede hacer estudio histórico de importancia, que se remonte a siglo alguno anterior al presente; porque no se puede aventurar el historiador a recorrer los tiempos antiguos, donde por necesidad se ha de encontrar con documentos y crónicas casi todas escritas en aquel idioma; y por tanto si quiere decir algo de épocas pasadas tendrá que limitarse a ser un copiante servil de lo que encuentra afirmado en los libros recientes.

2

Hipócrates, padre de la medicina

En suma, en ningún ramo de los conocimientos humanos se pueden adquirir conocimientos profundos, sino con el latín en la mano. Porque, mal que le pese al orgullo de nuestro siglo, la ciencia no es patrimonio de una sola generación: no ha sido adquirida en un día, sino durante el trascurso de largas edades dedicadas a laboriosas investigaciones; y esos trabajos de millares de sabios que consagraron sus talentos y su vida al cultivo de las ciencias, por buena suerte nos han sido trasmitidos en una lengua única, fácil de aprender y de extender, que es la latina.

Desterrar, pues, de los estudios el latín es perder voluntariamente ese gran caudal de conocimientos; es cortar de golpe nuestra comunicación con todos los sabios que nos han precedido, de suerte que con el tiempo lleguen a ser para nosotros tan ininteligibles sus obras, como lo son ahora para muchos los jeroglíficos egipcios o las inscripciones cuneiformes; es limitar la ciencia a lo que se escribe durante un reducido período, renunciar a la vida de las tradiciones que tanto ennoblece a los pueblos, y abandonar para siempre inmensos tesoros de sabiduría acopiados laboriosamente por las pasadas generaciones. Increíble parece que en un siglo dedicado con tanto empeño a registrar las antigüedades, cuando una inscripción o un monumento, un artefacto, una concha, un pedernal, una raíz de palabra nuevamente investigada debe a su antigüedad la más singular estima; así se desprecie, sin embargo, la ciencia y la perfección del entendimiento obtenida en los tiempos antiguos.

Véase, pues, cuán grave error es el afirmar que sin necesidad del latín se puede llegar a poseer la ciencia en cualquier ramo de los conocimientos humanos; se alcanzará alguna instrucción limitada, no tenemos interés en negarlo; pero no se logrará aquella instrucción superior, aquella cultura elevada que hace hombres verdaderamente doctos y sabios en la materia. De donde claramente se deduce con cuánta justicia ha merecido la lengua latina los honrosos dictados de lengua de los sabios y llave de las ciencias.

Nota:

(1).- Véase el Tratado fisiológico y psicológico de la formación del lenguaje por el Sr. Presbítero D. Miguel A. Mossi, y el Curso de lengua universal, por el Dr. D. Pedro Mata.