Meditaciones para el Mes del Sagrado Corazón de Jesús

Extractadas del libro

AMOR, PAZ Y ALEGRÍA”

Mes del Sagrado Corazón de Jesús según Santa Gertrudis.

Por el R. P. Dr. André Prévot, de la Congregación Sacerdotes del Corazón de Jesús

DÍA 23

La Víctima de alabanza del Corazón de Jesús

Uno de los caracteres especiales de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, según la enseñanza de Santa Gertrudis, es la alabanza divina, la vida de alabanza, el sacrificio de alabanza, Hostiam laudis, que constituyen la Víctima de alabanza. Este carácter conviene en especial a las almas reparadoras de nuestro siglo desgraciado, en que la blasfemia siempre aumenta. Es preciso que las alabanzas de los amigos del Corazón de Jesús formen un concierto celestial que llegue a encubrir este concierto infernal de sus enemigos. Sí, es preciso, cada vez más, que la vida interior bebida en el Corazón de Jesús se manifieste en la alabanza divina, y parece que no puede formarse en mejor escuela que en la de Santa Gertrudis. Repetimos de buena gana las palabras del P. Faber: «Gertrudis fue por excelencia la santa de las alabanzas… ¡Oh! ¡Quisiera Dios que ella volviera a la Iglesia para ser, como en los siglos pasados, el Doctor y el Profeta de la vida interior!

La Víctima de alabanza del Sagrado Corazón, según Santa Gertrudis, bebe la vida de alabanza en el Corazón de Jesús; ofrece con Él continuamente, el sacrificio de alabanza para reparar las ofensas del mundo; se consume con Él en la alabanza aquí abajo, para merecer estar unida a Él, en el cielo, en la alabanza eterna.

I. ALABANZA BEBIDA EN EL CORAZÓN DE JESÚS

«Un día, en que el Amor se apoderó del alma, la condujo al Señor, y ella, inclinándose sobre la Llaga del dulce Corazón de Jesús, que era todo para ella, sacó de Él un fruto de mucha suavidad, que llevó a su boca. Este fruto expresaba la eterna alabanza que procede del divino Corazón, pues toda alabanza de Dios proviene de este Corazón adorable, que es la fuente pura de donde emana todo bien. El alma bebió allí enseguida un segundo fruto, que era la acción de gracias » (Sta. Matilde, II, 16).

Desde luego aquí vemos que la alabanza divina puede distinguirse de la acción de Gracias, en efecto, honra a Dios en los dones de su bondad; la alabanza le honra más bien en Sí mismo, en sus perfecciones infinitas, en sus operaciones soberanamente admirables. Santo Tomás parece decir, que la alabanza, en general, es un honor que se tributa a alguien por su habilidad en escoger los medios para llegar a sus fines. Bajo este punto de vista, ¿quién es más digno de alabanza, que la Sabiduría divina, que alcanza sus fines con un poder infinito y dispone también con suavidad infinita los medios para llegar a ellos? La alabanza, sin embargo, puede considerarse también, en la práctica, como abrazando la acción de gracias y extendiéndose a toda voz honorífica dirigida a Dios, por los bienes que Él contiene en Sí mismo y por aquellos que nos prodiga, sea a nosotros o a sus demás criaturas.

La alabanza divina, de la cuál el alma debe llenarse, repleatur laude, según Santa Gertrudis, es bebida por el Corazón de Jesús en la Santísima Trinidad, que se alaba a Sí misma con una alabanza sustancial, eterna, infinita. De la adorable Trinidad, esta alabanza se derrama, por medio del Corazón del Verbo Encarnado, en el Corazón de la Bienaventurada Virgen María, luego en todos los ángeles y santos, enseguida en toda criatura en el cielo y en la tierra; al final, sube hasta Dios, por el Corazón de Jesús, que es como su centro y que ofrece a Su Padre los homenajes de toda la creación.

El Señor demostró también a Santa Matilde, de qué modo Su Corazón suple a nuestra impotencia en alabar a Dios dignamente. Mientras cantaban la misa In excelso throno, vio a Jesús sentado en el altar como en su trono, diciendo: «Aquí estoy con toda Mi Virtud divina para curar todas las heridas que te afligen”.

Pero la santa se decía a sí misma: «¡Oh, si Él quisiera ofrecer por mí una alabanza plena y entera a Dios Padre, estaría muy feliz!”

Y el Señor le dijo: «Este gemido, este dolor de tu alma, de no poder jamás alabar a Dios como lo desea, es precisamente la herida que Yo quiero curar, supliendo Yo mismo a tu impotencia y ofreciendo a Mi Padre esta alabanza plena y entera que tú deseas « (M. I, 9).

El Corazón de Jesús quiere así ofrecer a Dios su Padre, por nosotros, una alabanza perpetua. Como una persona se quejaba a Santa Matilde de la pena que sentía al no poder glorificar a Dios tanto como quisiera, la santa rogó por ella, y concibió una gran tristeza por sí misma, creyendo encontrarse en el mismo caso. Pero el Señor le dijo: “No te aflijas, amada mía, todo lo que es Mío es tuyo. Cuando quieras alabarme y veas que no puedes ofrecerme una alabanza perpetua según tus deseos, solamente di: “Buen Jesús, suple, te ruego, por todo lo que me falta, súplelo por mí”. Yo ofreceré, al instante, a Dios por ti esta alabanza perpetua. Dile a la persona por quien ruegas que haga lo mismo, y si ella mil veces al día lo repite, mil veces al día ofreceré por ella esta alabanza a Dios Padre, porque Mi Amor jamás se cansa”.

He aquí el medio de alabar mil veces al día, de alabar eternamente las misericordias del Señor. ¡Oh, si conociésemos los tesoros que se ponen a nuestra disposición en el Corazón de Jesús!

Hemos visto ya de qué modo Nuestro Señor prometió también a Santa Gertrudis ofrecer por ella alabanza universal a nombre de todos los hombres y así completar sus inmensos deseos de alabanza «como si nada les hubiese faltado”. Añade aún que le prepara la recompensa de esta alabanza, perpetua y universal, como si la Santa lo hubiera ofrecido perfectamente ella misma, según sus deseos. ¡Oh! ¡Qué aliento para la vida de alabanza! ¡Oh, si pudiéramos comprender el amor infinitamente consolador que se despliega en estas obras, la invitación infinitamente tierna que el Corazón de Jesús oculta bajo estas promesas, para atraernos a la vida de alabanzas!

II. ALABANZA REPARADORA

Un día, mientras Santa Matilde (IV, 29) rezaba por un hombre atribulado, lo vio de pie ante el Señor, y el Señor decía: «Le perdono ahora todas sus faltas, pero es preciso que repare sus pecados y sus negligencias con la alabanza. Así, cuando dicen en la misa estas palabras: Per quem Majestatem tuam laudant Angeli (por Quien los ángeles alaban Tu Majestad ), que él me alabe en unión de esta alabanza divina por medio de la cual, la Santísima Trinidad se adora a Sí misma, esta alabanza que primero se derrama en la Virgen María, luego en todos los Ángeles y los Santos; que rece enseguida un Padre Nuestro en unión con esta alabanza que el cielo, la tierra y toda criatura hacen subir hacia Dios; que pida en fin, que su alabanza y su oración sean aceptadas en Mi Nombre, porque sólo Yo puedo hacerlas recibir con complacencia por Mi Padre. De este modo serán reparados por Mí todos sus pecados y todas sus negligencias. Si otro obra de este modo, que crea piadosamente que recibirá la misma gracia, porque es imposible que el hombre no obtenga todo lo que hubiera creído y esperado».

Esta doctrina no debe sorprendernos. La satisfacción perfecta, según Santo Tomás, consiste en ofrecer a Dios algo que le procure más placer que el dolor que le causó la ofensa. Ahora bien, Dios es más sensible al amor que al ultraje; y la alabanza que así le ofrecemos, por medio del Corazón de Su Hijo, le es incomparablemente más agradable que cuanto nuestras ofensas le son odiosas. Por otra parte, la más agradable alabanza seria y sinceramente unida al Corazón de Jesús, encierra necesariamente la humildad y la confesión de nuestras faltas, lo mismo que el amor y la contrición, sentimientos que, por sí mismos, reparan nuestras faltas y pueden, cuando son bastante intensos, expiar toda la pena debida por nuestros pecados (1).

Las Sagradas Escrituras nos expone también el sacrificio de alabanza, como que es el más agradable a Dios y el más eficaz para librarnos de nuestros pecados. Todo el salmo 49 tiene por objeto hacernos ver que, al juicio de Dios, el sacrificio de alabanza asegurará nuestra salvación: los sacrificios externos son poca cosa, pero el sacrificio del corazón, el sacrificio de la alabanza, con tal que encierre el del amor y de la sumisión a Dios, será recibido en un olor de suavidad y nos obtendrá misericordia. Citemos solo estos pasajes: Nom accipiam de domo tua vitulos… Immola Deo sacrificium laudis… Sacrificium laudis honorificavit me, et illic iter quo ostendam illi salutare Dei.

Laudetur Jesus Cristus in aeternum! Entreguémonos a la vida de alabanza durante este tiempo, para consumarnos en la vida de alabanza durante la eternidad: alabanza por el Corazón de Jesús, alabanza para nosotros y para todos, alabanza perpetua y universal, alabanza de amor, alabanza reparadora, alabanza ahora y siempre. Laudetur Jesus Cristus in aeternum!

PRÁCTICAS

1) Para acostumbrarse a la vida de alabanza, meditar los libros de las Santas Gertrudis y Matilde, que han sido, por excelencia, las santas de la alabanza. No hay mejor escuela para aprender esta vida, tan suave para el alma, pues ella la asocia a los ángeles; tan agradable a Dios, que con ella es continuamente glorificado; tan útil a la Iglesia, que tanto necesita de víctimas de alabanzas para reparar las ofensas del mundo.

2) Pidamos mil veces cada día al Sagrado Corazón de Jesús que supla nuestra alabanza tan imperfecta, para que mil veces al día podamos ofrecer a Dios por su medio, la Hostia de alabanza consumada, que Él desea sobre todas las cosas.

Santo Tomás enseña que:

«Jesucristo era figurado en el antiguo templo por los dos altares de los holocaustos y del incienso, por medio de Jesucristo es que debemos ofrecer a Dios todas nuestras obras: primero las obras de penitencia, como sobre el altar de los holocaustos quemados; enseguida las obras de nuestro espíritu, sus homenajes, sus alabanzas, sus deseos, que son un sacrificio más perfecto, como sobre el altar del incienso. Este último sacrificio es el que recomienda el Apóstol: Per ipsum ergo offeramus Hostiam laudis semper Deo”.

He aquí la Víctima de alabanza ofreciendo a Dios su sacrificio perpetuo, como el más perfecto de todos.

NOTAS DEL AUTOR:

(1) He aquí, nos parece, la razón fundamental de esta doctrina: todo pecado encierra un acto de orgullo, es decir, el deseo desarreglado de nuestra excelencia personal, los celos de la divina excelencia y la rebelión contra ella. Ahora bien, la alabanza encierra precisamente los actos opuestos: el deseo y la alegría por el bien de Dios, y la sumisión a su excelencia. Es, pues, directamente reparadora.