A veces
A veces nos parece que Dios está tan lejos
que no oye nuestros gritos al borde del abismo:
cuando las embestidas del mundo nos sacuden
y caemos de bruces confusos y abatidos.
***
Son horas en que el alma quisiera alzar el vuelo
y no encuentra sus alas para ganar altura,
en que las entrañables almenas del castillo
de nuestro frágil mundo tiemblan y se derrumban.
***
Son horas en que el alma dolida traga en seco,
en que todo consuelo se vuelve inalcanzable,
en que a la fe le llega su inesperado otoño
bajo las hojas secas de las adversidades.
***
Una pérdida, un golpe, una mala noticia,
un revés que no tiene solución aparente,
o el descarrilamiento del tren de nuestros sueños
nos hace ver de noche nuestro ayer refulgente.
***
Y entonces es el tiempo de Lázaro en la tumba,
del grito de abandono de Jesucristo al Padre.
Nuestra oración parece diluirse en las alturas
mientras aguarda el eco de un celestial mensaje.
***
Pero ese lapso amargo que no vemos a Cristo,
son instantes de prueba que acrisolan el alma
con las que El purifica la humanidad caída
en el taller glorioso de su divina fragua.
***
Por eso, aunque las sombras se vuelvan aquelarres
y a nuestra puerta llame la voz de la desdicha,
Dios seguirá muy cerca, más cerca de nosotros
que nuestro propio aliento, que nuestra propia vida.