P. CERIANI: SERMÓN DE LA FIESTA DE LOS SANTOS INOCENTES

FIESTA DE LOS SANTOS INOCENTES

En aquel tiempo apareció en sueños el Ángel del Señor a José y le dijo: Levántate, toma al Niño y a su Madre y huye a Egipto, y estáte allí hasta que yo te avise; porque bien pronto va a buscar Herodes al Niño para perderle. Levantándose José, tomó al Niño y a su Madre de noche, y se retiró a Egipto; y permaneció allí hasta la muerte de Herodes; para que se cumpliese lo que dijo el Señor por boca de su Profeta: De Egipto llamé a mi Hijo. Entretanto Herodes, viéndose burlado de los Magos, se irritó sobremanera, y mandó matar a todos los niños que había en Belén, y en todas sus cercanías, de dos años abajo, conforme al tiempo de la aparición de la estrella, que había averiguado de los Magos. Vióse cumplido entonces lo que predijo el Profeta Jeremías, diciendo: En Ramá se oyeron las voces, y muchos lloros y alaridos. Es Raquel que llora sus hijos, sin querer consolarse, porque no existen ya.

Nos encontramos en la Fiesta de los Santos Inocentes que, por caer en Domingo, prevalece sobre la Octava de Navidad, se utilizan los Ornamentos rojos en lugar de los morados, se reza el Gloria y el Aleluya, y al final de la Misa el Ite Missa est.

Este hecho del Evangelio comienza con la persecución de Herodes y la huida a Egipto de la Sagrada Familia.

Ante todo debemos considerar la persecución que se levantó contra Cristo Nuestro Señor, recién nacido, las causas de ella y el medio que escogió la Providencia para defenderle.

Dios nuestro Señor permitió que el rey Herodes, instigado por el demonio y por los jefes de los judíos, persiguiese a Cristo, Rey recién nacido, con deseo de quitarle la vida, aunque por diferentes fines.

Herodes, como tirano, temiendo que le quitase su reino temporal.

Los judíos, como lisonjeros, por agradar a su rey terreno.

El demonio, como príncipe de este mundo, temiendo que este Niño, ya tan milagroso, le había de hacer gran daño.

Mas el Padre Eterno ordenaba esto a más altos fines, queriendo que su Hijo anduviese desde su niñez por camino de persecuciones y trabajos, comenzándose a cumplir lo que el anciano Simeón había profetizado: que sería señal de contradicción.

Y todo esto para que se entendiese que su venida era contraria a los intereses e intentos del mundo, el cual no aborrece ni persigue a los que son de su bando, sino a los que son contrarios a él.

Y también para que en este ejemplo se viese estampado el estado de la Iglesia y de las almas justas, las cuales, concibiendo dentro de sí a Cristo y queriendo manifestarle por las obras, han de ser perseguidas por el dragón Infernal, el cual, como dice San Juan en su Apocalipsis, desea en ellas matar a Cristo, para que no crezca en sus corazones con ejercicios de santas virtudes.

+++

Ahora bien, pudiendo Nuestro Señor librarse de esta persecución por medios más fáciles, no quiso sino tomar el medio de huir, argumento de flaqueza y miseria. Y esto lo hizo porque como para nacer en el mundo dejó las comodidades que podía tener en la ciudad de Nazaret, así también quiso dejarlas por toda su niñez, alejándose de sus deudos y parientes.

Y por esta misma causa, ya que quería huir, aunque pudiera ir a la tierra de los Magos, donde hubiese sido reconocido y venerado, no quiso sino ir a Egipto, entre extraños y enemigos, para tener ocasión de padecer más.

Pues bien, al Ángel del Señor apareció al Buen San José en sueños, y, por mandato de Eterno Padre, le dio orden de huir a Egipto.

Y esta disposición se intimó a San José y no a la Virgen, porque José era cabeza de aquella familia, y quería Dios que la Virgen obedeciese al Santo José y se dejase gobernar por él. Y así lo hizo, porque como era humilde y obediente, no reparó en que no se hubiese dado el aviso a Ella, sino a su Esposo.

Y así, no resplandeció menos la Virgen Santísima en obedecer a San José, que San José en obedecer al Ángel, y que el Ángel en obedecer a Dios.

+++

Destaquemos las circunstancias, que hacían dificultoso este mandato, y manifiestan el valor de la obediencia.

Porque se intimó de noche, estando San José durmiendo, cuando los hombres suelen tener más horror al trabajo; para significar que en medio de los descansos tenemos que estar dispuestos a los trabajos.

Le mandó el Ángel tomar a sólo al Niño y a su Madre, dejando la compañía de otras personas y las cosas temporales, para poder escaparse más libremente del riguroso intento del rey Herodes.

Le señaló dónde habían de ir, que era Egipto, tierra de bárbaros y enemigos de los hebreos, porque gusta Dios de que sus escogidos vivan donde Él quiere y no donde ellos desean.

La verdadera seguridad del alma no la da el lugar, sino la protección de Dios; y con su protección estaremos seguros en Egipto por su obediencia, y sin ella pereceremos donde queramos estar por nuestra propia voluntad.

Además, lo dejó en suspenso respecto del tiempo que había de estar en Egipto, porque no gusta Dios que nosotros señalemos el tiempo que han de durar las cosas que Él dispone, especialmente en materia de trabajos y desconsuelos, y en las ocupaciones y oficios que nos encarga, sino quiere que le dejemos el cuidado de esto, resignándonos a estar donde Él quiere todo el tiempo que Él quisiere, pues mucho mejor sabe Dios lo que nos conviene que nosotros.

Y desea grandemente que nos fiemos de su providencia y gobierno, porque al decir: estáte ahí hasta que te avise otra cosa, claramente da a entender que tendrá cuidado de avisársela a su tiempo.

Y para mayor padecer, le dio la razón de la orden, diciendo: Porque Herodes ha de buscar al Niño para matarle.

Con esto confirma el cuidado que tiene de los suyos, interceptando los peligros antes de que vengan e inspirándoles los medios que han de tener para librarse de ellos.

Verdad es que otras veces Nuestro Señor manda algo a sus siervos sin darles razón de lo que manda, para que aprendan a obedecerle, no por razones, sino porque Él lo manda.

+++

La obediencia de San José tuvo los cuatro grados de perfección que puede tener esta virtud.

Primero, tuvo gran rendimiento de juicio, sujetándole sin réplica a la divina orden, nada replicó, sino que rindió su juicio y calló, sin hacer pregunta ninguna, ni dar muestra de curiosidad en querer saber más de lo que el Ángel le decía, cumpliendo a la letra aquel consejo del Eclesiástico: No escudriñes las cosas que exceden a tus fuerzas, sino piensa siempre en las cosas que Dios te manda, y en muchas de sus obras no seas curioso.

En segundo lugar, tuvo gran prontitud de voluntad en cosa que era bien áspera. Pero, con todo eso, gustó más de cumplir la divina voluntad, dejando la propia con más perfección que Abraham; el cual, aunque salió de su tierra y parentela por obedecer a Dios, pero llevaba consigo gran muchedumbre de criados, con muchas riquezas y bienes temporales.

Lo tercero, en la ejecución fue puntual y presto, porque no se detuvo a proseguir el sueño lo restante de la noche, sino se levantó enseguida y, dando parte de la revelación a la Virgen Santísima, se pusieron en camino.

Finalmente, destaquemos el gozo y contento con que caminaban sus jornadas, aunque trabajosas y largas, sin comodidades temporales; pero no las sentían por la grandeza de la alegría interior, la cual radica en dos cosas: en que aquélla era la voluntad de Dios Nuestro Señor, la cual tenían por sumo consuelo; y en que llevaban consigo a Jesús, y esta compañía bastaba para consolarlos en cualquier soledad y desamparo.

+++

Y así llegamos al tema de la Fiesta de hoy, el martirio de los Santos Inocentes.

Como sabemos, el rey Herodes, temiendo que el Rey que los Magos anunciaron le quitase el reino, y viendo que ellos le habían desairado, mandó con gran crueldad matar a todos los niños, de dos años abajo, que hubiese en Belén y en su comarca.

¡Cuán abominable es el vicio de la ambición!, que lleva al deseo de reinar y mandar, del cual se siguen tan atroces maldades, y la suma de todas, que es desear quitar la vida a Jesucristo para alzarse con su reino y reinar a solas…

¡Cuán propio es de los ambiciosos ser recelosos y temerosos, sospechando que otros les quieren quitar su grandeza, y temiendo donde no hay que temer, como temió el tirano Herodes sin causa, porque Cristo Nuestro Señor no venía a quitar reinos temporales, sino a dar los celestiales.

Estando ya en Egipto, gran pena y tristeza experimentaría Nuestro Señor contemplando desde allá la muerte de los inocentes por su causa.

El cuchillo que hería el cuerpo de cada uno de estos niños traspasaba su alma con dolor de compasión por lo mucho que les amaba, padeciendo Él tantos martirios en su espíritu, cuantos padecieron todos ellos juntos en el cuerpo.

Sin embargo, y a pesar del sufrimiento, grande fue el bien espiritual que se acrecentó en estos niños por la muerte temporal que padecieron, asegurándose por ella su eterna salvación.

De este modo, fue providencia amorosa la que Cristo usó para con ellos, aunque a costa de la vida del cuerpo, que vale mucho menos que la del alma.

Y por esta razón se alegraba Nuestro Señor de la gloriosa muerte de sus mártires, de la cual les resultaba tan gloriosa y eterna vida, cumpliéndose aquí lo que el Santo Job dice de Dios, que se ríe de las penas de los inocentes, pero es porque se recrea en los bienes que les vienen por ellas.

+++

Dios se dignó hacer, con los Inocentes sacrificados por causa de su Hijo, lo que hace diariamente en el Sacramento del Bautismo, aplicado con frecuencia a niños a quienes arrebata la muerte en las primeras horas de su vida; y nosotros, bautizados en el agua, debemos glorificar a estos recién nacidos, bautizados en su sangre y asociados a todos los misterios de la infancia de Jesucristo.

Debemos, también, felicitarlos con la Iglesia por la inocencia que conservaron gracias a su gloriosa y prematura muerte.

Purificados primeramente por el rito sagrado que, antes de la institución del Bautismo borraba la mancha original, visitados con anterioridad por una gracia especial que los preparó al sacrificio glorioso para el que estaban destinados, pasaron por esta tierra sin mancillarse en ella.

¡Vivan, pues, por siempre estos tiernos corderos en compañía del Cordero inmaculado!

Asociemos nuestras voces al triunfo de estos escogidos, y, a modo de Prefacio, digamos:

Es digno y justo, equitativo y saludable, glorificarte, oh Padre omnipotente, en la preciosa muerte de los Niños, a quienes asesinó la salvaje barbarie del cruel Herodes, con ocasión del Nacimiento de Nuestro Señor y Salvador e Hijo tuyo; pues en esa muerte nos has manifestado la inmensidad de los dones de tu clemencia.

En efecto, en ellos brilla más tu gracia que su voluntad; dan su testimonio cuando su boca no habla todavía; su martirio es anterior al desarrollo de los miembros en que lo han sufrido; dan testimonio de Cristo antes de haberle conocido.

Oh bondad infinita, que no quiere negar el mérito de la gloria a los que, sin saberlo, fueron inmolados por su Nombre; de este modo, con el derramamiento de su sangre, al mismo tiempo que son regenerados, se les otorga la corona del martirio.

Su muerte es, pues, un verdadero Martirio, y por eso la Iglesia los honra con el bello título de Flores de los Mártires, a causa de su tierna edad y de su inocencia.

Tienen, por tanto, derecho a figurar hoy en el ciclo litúrgico, a continuación de los dos esforzados campeones de Cristo San Esteban y San Juan, que ya hemos celebrado.

+++

¡Bienaventurados Inocentes!, celebramos vuestro triunfo, y os felicitamos por haber sido elegidos para ser compañeros de Cristo junto a su cuna.

¡Qué glorioso despertar el vuestro!, cuando, después de haber sido pasados por la espada, conocisteis que la luz deslumbradora de la gloria iba a constituir vuestra herencia.

¡Qué gratitud la que demostrasteis al Señor!, por haberos escogido entre tantos miles de niños, para honrar con vuestro sacrificio la cuna de su Hijo.

Antes del combate, la corona ciñó vuestra frente; la palma vino por sí misma a vuestras débiles manos, antes de que pudierais realizar esfuerzo alguno para recogerla; así de espléndido se mostró el Señor con vosotros, probándonos que es dueño de sus dones.

¿No era justo que el Nacimiento del Hijo de este soberano Rey fuera señalado por algún magnífico presente?

No tenemos envidia, ¡oh Inocentes Mártires! Damos gloria a Dios, que os ha elegido, y proclamamos con toda la Iglesia vuestra dicha inenarrable.

¡Oh flores de los Mártires!, permitid que depositemos en vosotros nuestra confianza y que nos atrevamos a suplicaros, por la gracia gratuita que os fue otorgada, no os olvidéis de vuestros hermanos que luchan en medio de los azares de este mundo pecador.

Esas palmas y guirnaldas con que se engalana vuestra inocencia, también nosotros las deseamos. Trabajamos penosamente para hacernos con ellas, y a veces nos parece que las vamos a perder para siempre.

Ese Dios, que a vosotros os ha glorificado, es también nuestro fin; sólo en Él encontraremos nuestro descanso; rogad para que lo alcancemos.

Pedid para nosotros la sencillez, la infancia de corazón, esa ingenua confianza en Dios, que llega hasta el fin en el cumplimiento de su voluntad.

Lograd que llevemos con paz la cruz, si nos la envía, y que sólo deseemos complacerle.

Vuestra boca infantil sonreía a los verdugos cuando, en medio de sangriento tumulto, vinieron a interrumpir vuestro sueño; vuestras manos parecían jugar con la espada que iba a traspasar vuestro corazón; eráis graciosos hasta en presencia de la muerte.

Conseguid que también nosotros seamos pacientes en las tribulaciones cuando el Señor nos las envíe. Haced que constituyan para nosotros un verdadero martirio por la serenidad de nuestro ánimo, por la unión de nuestra voluntad con la de nuestro soberano Maestro, que sólo prueba para dar el galardón.

No nos sean odiosos los instrumentos de que se sirve la Providencia; no se apague el amor en nuestros corazones; y nada altere esa paz sin la cual el alma cristiana no puede agradar a Dios.

Finalmente, ¡oh tiernos corderos inmolados por Jesús!, vosotros que le seguís por todas partes por ser puros, conceded que también nosotros nos acerquemos al celestial Cordero que a vosotros os conduce.

Sujetadnos en Belén con vosotros para que no salgamos más de esa mansión de amor y de inocencia.

Interceded ante María vuestra Madre, más tierna aún que Raquel; decidle que también nosotros somos hijos suyos, que somos hermanos vuestros, y que, así como Ella se apiadó de vuestros momentáneos dolores, se apiade también de nuestras constantes miserias.