P. CERIANI: SERMÓN DEL PRIMER DOMINGO DE ADVIENTO

PRIMER DOMINGO DE ADVIENTO

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: Y habrá señales en el sol, la luna y las estrellas y, sobre la tierra, ansiedad de las naciones, a causa de la confusión por el ruido del mar y la agitación de sus olas. Los hombres desfallecerán de espanto, a causa de la expectación de lo que ha de suceder en el mundo, porque las potencias de los cielos serán conmovidas. Entonces es cuando verán al Hijo del Hombre viniendo en una nube con gran poder y grande gloria. Mas cuando estas cosas comiencen a ocurrir, erguíos y levantad la cabeza, porque vuestra redención se acerca. Y les dijo una parábola: Mirad la higuera y los árboles todos: cuando veis que brotan, sabéis por vosotros mismos que ya se viene el verano. Así también, cuando veis que esto acontece, conoced que el reino de Dios está próximo. En verdad, os lo digo, no pasará la generación ésta hasta que todo se haya verificado. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán.

Con este Primer Domingo de Adviento comenzamos el Año Litúrgico; y el Evangelio despliega las señales precursoras de la Parusía, y precisa que entonces es cuando verán al Hijo del Hombre viniendo en una nube con gran poder y grande gloria.

Lejos de desanimarnos o desesperarnos, este anuncio debe infundirnos esperanza y gozo. Por eso el Evangelista exhorta con firmeza: Cuando estas cosas comiencen a ocurrir, erguíos y levantad la cabeza, porque vuestra redención se acerca.

En concreto, ¿qué podemos hacer para no caer en el desánimo, para permanecer de pie y poder hacer frente a la acción de las fuerzas del mal?

Debemos meditar los datos que nos proporcionan la Sagrada Escritura y la Tradición respecto de la historia de la Iglesia, dejándonos esclarecer y fortalecer por esa viva luz. Ahora bien, la Revelación nos suministra datos claros y precisos.

Un primer punto se refiere a las realidades que se encuentran comprometidas, las sociedades que entran en juego.

Primero, la Ciudad de Dios, tal como Jesús la ha instituido para siempre: santa, inmaculada, invencible; pero destinada a serle configurada por la Cruz, pero igualmente segura de su victoria.

Por otro lado, su enemiga irreductible, la Ciudad de Satanás, con sus falsas doctrinas, su prestigio mundano y sus complicidades eclesiásticas. Ella se ensaña contra la Ciudad de Dios, pero sus tentativas siempre terminan en fracasos.

Si aceptamos esta realidad, si reconocemos el estado de hecho de la Iglesia, con la mezcla de trigo y cizaña hasta el fin, estaremos inmunizados contra la ilusión que espera un tiempo en que la Iglesia no contará más con pecadores, al abrigo de los traidores, sin tener que cargar con la Cruz junto con su divino Esposo.

Tampoco podemos esperar una época en que la sociedad temporal se transforme en un nuevo y renovado paraíso terrenal

Siempre, de una u otra manera, la Iglesia y la Sociedad estarán inficionadas por los venenos diabólicos; a pesar de que la Iglesia se esfuerce por contrarrestarlos, no cesando de inspirar y esperar su restauración final en Cristo y por Cristo.

Esta lucha durará hasta la Parusía… No podemos soslayarlo ni olvidarlo… Esta tensión no se aplacará ni endulzará progresivamente… No hay reconciliación posible…

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Algunos encuentran decepcionante, pesimista y negativa esta prédica… Nosotros sabemos que, incluso en ese período en que todo se fundirá ante el avance irresistible de las fuerzas del mal, el Señor estará presente…

Lo que Él nos pide es que permanezcamos unidos a Él; y hacer todo lo posible para ayudar a la perseverancia de nuestros compañeros de lucha y de infortunio.

Esta actitud, este estado de alma, es posible, si tenemos en cuenta que la historia dura propter electos, por los elegidos. Tenemos que considerar la historia en relación a Jesucristo y a la eternidad, y no en relación a este mundo… Entonces comprenderemos que, incluso en la gran apostasía del fin de los tiempos, el Señor viene, y nada ni nadie puede impedirle que reúna a sus elegidos.

La sucesión de los siglos tiene lugar en vista del perfeccionamiento del Cuerpo Místico, para el bien de los elegidos. ¿Hasta cuándo? Hasta el día deseado en que el Señor encierre al demonio y a sus secuaces en el lago eterno de fuego y de azufre …, y recoja el trigo en su granero…

La finalidad suprema de la historia no es temporal, sino eterna: es la manifestación, por medio de la Iglesia, de la gloria de Cristo y del poder de su Cruz en todos los Santos.

Es por un designio de amor que el Señor quiere que su Iglesia sea configurada a su Pasión, que pase, en cierta medida, por la experiencia de las tinieblas y de la agonía del Huerto de Getsemaní.

La Iglesia no deja de compartir la Pasión de su Esposo… ¡Pero tampoco su victoria!

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Engañado por las mentiras de clérigos, teólogos, filósofos, políticos y economistas, el verdadero católico busca una luz que lo oriente. Y no podrá hallarla sino en las Profecías y en la Tradición Católica.

Busquemos, pues, esa luz allí donde se encuentra, especialmente en el Profeta Daniel y en el Apocalipsis del Apóstol San Juan, profecía sobre la Parusía o Segunda Venida de Cristo, con todo cuanto la prepara y anuncia.

Nuestro Señor anunció una crisis final; y los Apóstoles escribieron sobre la apostasía, el Hijo de perdición y el reino del Anticristo…

Enfrentada con esta manera de concebir nuestra vida aquí en la tierra está la cosmovisión del impío y la de todos los falsos mesianismos, incluso los rociados con agua bendita, y que se concretiza en la expresión: “aquí abajo está nuestra patria permanente; el fin de la humanidad es el progreso, la evolución”.

Según esta concepción impía, estamos en un momento decisivo de la evolución del hombre, que consiste en la creación de un gobierno mundial.

Ahora bien, en la Sagrada Escritura no hay ni rastro de este gobierno mundial democrático… Por el contrario, sí está profetizado el gobierno mundial del Anticristo, sobre la base de la socialdemocracia, con el apoyo de una falsa religión; y después, sólo después de su derrota, el gobierno universal y sobrenatural de Jesucristo.

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Consideremos un poco todo esto en las Profecías… En el capítulo séptimo de su Libro, el Profeta Daniel describe cuatro bestias:

“Y subieron del mar cuatro grandes bestias, diferentes una de otra. La primera era como león, y tenía alas de águila. Mientras estaba todavía mirando, le fueron arrancadas las alas, y fue levantada de la tierra y puesta sobre sus pies como un hombre; y se le dio un corazón de hombre.

Y vi otra bestia, la segunda, semejante a un oso; que se alzaba a un lado; tenía tres costillas en su boca, entre sus dientes, y le dijeron así: «¡Levántate y come carne en abundancia!».

Después de esto seguí mirando, y vi otra, semejante a un leopardo, con cuatro alas de ave en sus espaldas. Tenía esta bestia cuatro cabezas; y le fue dado el dominio.

Después de esto continué mirando la visión nocturna y vi una cuarta bestia, espantosa y terrible y extraordinariamente fuerte, que tenía grandes dientes de hierro. Devoraba y desmenuzaba, y lo que sobraba lo hollaba con los pies. Era diferente de todas las bestias anteriores y tenía diez cuernos.

Estaba yo contemplando los cuernos, cuando divisé otro cuerno pequeño, que despuntaba entre ellos; y le fueron arrancados tres de los primeros cuernos. He aquí que había en este cuerno ojos como ojos de hombre y una boca que profería cosas horribles”.

Prestemos atención: león, oso, leopardo (o pantera) y una cuarta, espantosa y terrible, con diez cuernos y otro pequeño…

Por su parte, San Juan, en el Apocalipsis, narra su visión del Anticristo, la Bestia del Mar:

“Y del mar vi subir una bestia con diez cuernos y siete cabezas, y en sus cuernos diez diademas, y en sus cabezas nombres de blasfemia. La bestia que vi era semejante a una pantera; sus patas eran como de oso, y su boca como boca de león [las tres primeras de Daniel en orden inverso]; y el dragón le pasó su poder y su trono y una gran autoridad … Y se le dio una boca que profería altanerías y blasfemias; y le fue dada autoridad para hacer su obra durante cuarenta y dos meses. Abrió, pues, su boca para blasfemar contra Dios, blasfemar de su Nombre, de su morada y de los que habitan en el cielo. Le fue permitido también hacer guerra a los santos y vencerlos; y le fue dada autoridad sobre toda tribu y pueblo y lengua y nación”.

Las cuatro bestias de la visión del Profeta Daniel significan cuatro religiones grandes y falsas, que se habían de establecer en los diversos reinos de la tierra figurados en la estatua de la otra visión, la del capítulo segundo.

Las cuatro religiones, grandes en extensión, diversas entre sí, pero todas falsas, brutales, disformes, y feroces, las cuales, como otras tantas bestias salidas del infierno, habían de hacer presa en el mísero linaje de Adán, habían de hacer en él los mayores estragos, y lo habían de conducir a su última ruina, y perdición irremediable y eterna.

Pero, ¿cuál es el fin de las bestias, en especial de la cuarta?, ¿qué debe suceder después?

En los tiempos de la mayor prepotencia de la cuarta bestia, la bestia del mar, el Anticristo; armada con todas sus armas, en que hacía en el mundo impunemente los mayores estragos, en que perseguía furiosamente a los santos, o al verdadero cristianismo, y podía más que ellos…, el Profeta vio que se pusieron tronos como para jueces, que iban luego a juzgar aquella causa, y poner el remedio más pronto y oportuno a tantos males.

Este mismo consejo o tribunal, con las mismas circunstancias, y con otras todavía más individuales, se constituye para los mismos fines en el capítulo cuarto del Apocalipsis.

Sentado, pues, Dios mismo, y con Él otros con jueces, y habiéndose planteado y declarado toda la causa, se dio inmediatamente la sentencia final, cuya ejecución se le mostró también al Profeta.

La sentencia fue esta:

– en primer lugar, que la cuarta bestia, el Anticristo, y todo lo que en ella se comprende, muriese con muerte violenta, sin remedio ni apelación; que su cuerpo (no ciertamente físico, sino moral, compuesto de innumerables individuos) se disolviese del todo, pereciese todo, y fuese todo entregado a las llamas.

– seguidamente, que a las otras tres bestias, cuyos individuos no se habían agregado a la cuarta, y hecho un cuerpo con ella, se les quitase solamente la potestad, que hasta entonces habían tenido, mas no la vida, concediéndoles algún espacio de vida.

Dada esta sentencia irrevocable, y antes de su ejecución, dice el mismo Profeta que vio venir en las nubes del cielo una persona admirable, que parecía Hijo de Hombre, el cual entrando en aquella venerable asamblea, se avanzó hasta el mismo trono de Dios, ante cuya presencia fue presentado, que allí recibió solemnemente de mano de Dios mismo la potestad, el honor y el reino, y que en consecuencia de esta investidura, le servirán en adelante todos los pueblos, tribus y lenguas, como a su único y legítimo soberano.

Más adelante, explicando los males que hará en el mundo la cuarta bestia, especialmente por medio de su último cuerno, se le dice al Profeta el fin para que se juntará aquel consejo tan majestuoso y tan solemne por estas palabras: Y se sentará el juicio para quitarle el poder, y que sea quebrantado, y perezca para siempre. Y que el reino, y la potestad, y la grandeza del reino, que está debajo de todo el cielo, sea dado al pueblo de los santos del Altísimo, cuyo reino es reino eterno, y todos los reyes le servirán y obedecerán.

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Después de haber leído y considerado atentamente estos textos, con todo su contexto, debemos creer que en los tiempos del Anticristo Dios hará una especie de consejo solemne para quitar a los hombres toda la potestad que habían recibido de su mano: Y se sentará el juicio para quitarle el poder, y que sea quebrantado y perezca para siempre.

Y como los consejos de Dios y sus decretos no pueden quedar sin efecto, debemos creer que en aquellos tiempos serán despojados enteramente de su potestad los que la tuvieren; a lo cual alude manifiestamente aquella evacuación de todo principado, potestad y virtud, de que habla el Apóstol San Pablo.

Además, quitada la potestad a los hombres, debemos creer que se pondrá todo en manos del Hijo del hombre, Jesucristo: y llegó hasta el Anciano de días, y le presentaron delante de él. Y le dio la potestad, y la honra, y el reino.

Pero no sólo esto, sino que toda la potestad que se quitará a los hombres se dará entonces, junto con Jesucristo, que es el supremo Rey, a otros muchos correinantes, esto es, al pueblo de los Santos del Altísimo; a lo cual aluden claramente tanto el Profeta Daniel como el Apóstol San Juan hablando de los mártires y de los que no adoraron a la bestia: vivieron, y reinaron con Cristo mil años.

Tomada la posesión por Cristo y sus Santos de todo el reino que está debajo del cielo, le servirán en adelante todos los pueblos.

En resumen, después de la venida del Hijo del Hombre, después del castigo y muerte de la cuarta bestia o del Anticristo, después del destrozo y ruina entera de todo el misterio de iniquidad, han de quedar todavía en esta nuestra tierra pueblos que sirvan y obedezcan al supremo Rey y a sus Santos, y también reyes, puestos sin duda de su mano, en diferentes países de la tierra, y sujetos enteramente a sus leyes.

Leemos en el Profeta Daniel: El reino, el poder y la grandeza de todos los reinos bajo el cielo serán entregados al pueblo de los santos del Altísimo. Su reino es un reino eterno, y todos los reinos le servirán y obedecerán.

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Estando, pues, todo el orbe de la tierra, y la Iglesia misma, exceptuando algunos pocos individuos, … como en los días de Noé y como fue en los días de Lot, llegará finalmente aquel día de que tanto se habla en los Profetas, en los Evangelios, en los escritos de los Apóstoles y con más circunstancias en la última profecía canónica, que es el Apocalipsis de San Juan: volverá del cielo a la tierra el Hombre Dios, y se manifestará en su propia persona con toda su majestad y gloria; amable y deseable, respeto de pocos; terrible y admirable respecto de los más: y verán al Hijo del Hombre que vendrá en las nubes del cielo con grande poder y majestad… He aquí que viene con las nubes, y le verá todo ojo, y los que le traspasaron. Y se herirán los pechos al verle todos los linajes de la tierra…

Entonces al venir ya del cielo a la tierra, al punto mismo de tocar ya la atmósfera de nuestro globo, sucederá en él, en primer lugar, la resurrección de todos aquellos Santos que serán juzgados dignos de aquel siglo, y de la resurrección de entre los muertos, de los cuales dice San Pablo: los que murieron en Cristo, resucitarán los primeros.

Sucedida esta primera resurrección de grandes santos; los pocos dignos de este nombre que entonces se hallaren vivos sobre la tierra por su fe y justicia incorrupta, serán arrebatados juntamente con los Santos muertos que acaban de resucitar.

Estando, pues, las cosas en esta situación, empezarán luego a verificarse en este orbe todas aquellas cosas grandes y horribles que para este día están anunciadas.

En esta conturbación de todo lo que hay en la superficie de nuestro globo, no hay duda que perecerá la mayor y máxima parte del linaje humano; en primer lugar, aquellos que se hubiesen agregado a la cuarta bestia de Daniel, o pertenecieren a las dos bestias del capítulo XIII del Apocalipsis, de los cuales no quedará vivo uno solo, porque así lo dicen ambas profecías.

Pero quedarán vivos muchos individuos; no sólo de los que entonces pertenecerán al verdadero Cristianismo, sino también de los pertenecientes a las tres primeras bestias que no se hayan agregado a la cuarta. Los cuales vivos, comparados con los muertos, serán poquísimos.

Concluido este primer y necesario acto del juicio de Cristo sobre los vivos, aunque la tierra quedará despoblada casi tanto como quedó después del diluvio, no por eso dejarán de quedar dispersos acá y allá algunos. Estos pocos residuos, pasada la gran borrasca levantarán la voz y alabarán a su Señor.

Pues en estos pocos que quedarán vivos sobre la tierra, y en toda su numerosísima posteridad, proseguirá por muchos siglos (que San Juan llama con el número redondo de mil años) el juicio de Cristo sobre los vivos o lo que parece lo mismo su reino sobre los vivos y viadores, hasta que éstos falten del todo.

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Cristo cuando vino la primera vez, no vino ciertísimamente como rey ni como juez. El mismo Señor nos lo aseguró así expresamente, diciendo: …no envió Dios su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.

Mas cuando venga la segunda vez, vendrá sin duda como Rey; por consiguiente, vendrá como juez, porque el Padre ha dado todo el juicio al Hijo... Y le dio (dice Daniel) la potestad, y la honra, y el reino; y todos los pueblos, tribus, y lenguas le servirán a él; su potestad es potestad eterna, que no será quitada: y su reino, que no será destruido.

Alégrense los cielos, y regocíjese la tierra, conmuévase el mar, y su plenitud… a la vista del Señor, porque vino a juzgar la tierra. Juzgará la redondez de la tierra con equidad, y los pueblos con su verdad… Cantad alegres en la presencia del rey, que es el Señor…

Por todo esto, cuando estas cosas comiencen a ocurrir, erguíos y levantad la cabeza, porque vuestra redención se acerca…