Los Serafines de Lisieux cantaban en uno de sus poemas:
Vivir por amor, en este destierro,
es morar en el Tabor con Jesús,
mirar al calvario sin tener miedo
no hay mayor tesoro que la cruz.
Viviré y gozaré allí en el cielo,
finalmente desaparecerá el dolor,
pero en martirio de esta tierra quiero,
vivir solo por amor.
Teresita, que siempre vivió del amor, nunca se apartó del Calvario. Dos meses antes de morir, le escribió a cierto sacerdote, uno de sus hermanos espirituales:
“No aspiro a liberarme de las penas del exilio, porque lo único que me complace en este valle de lágrimas es el sufrimiento, unido al amor. Amar al pie de la cruz es más hermoso y heroico que amar en los esplendores del Tabor. Es allí donde se prueba el verdadero amor”
Y la Pequeña Santa, sintiendo nuestra debilidad, nos enseña a sufrir, incluso cuando nos falta el coraje para hacerlo.
«Suframos», dice, «aunque sea con amargura y sin valor. Jesús también sufrió con tristeza. ¿Acaso podría el alma sufrir sin tristeza, sería pura ilusión, por lo tanto, deseemos sufrir generosamente, heroicamente, con valor…».
Sí, nuestra debilidad es enorme, y por eso es raro y difícil, si no imposible, que haya quienes, como algunos santos, sean capaces de sufrir con generosidad y heroísmo. Sin embargo, esto no significa que nuestro sufrimiento no sea meritorio, siempre que sepamos aprovecharlo al máximo y nos abandonemos humildemente, resignados, en las manos de Dios, buscando, como Teresita, vivir por amor en el Calvario.
Pensamientos para cada día del año. Tomado del “Breviario de la Confianza” Monseñor Brandão, Ascânio. Año 1936.

