No sabemos
No sabemos el día. No sabemos la hora.
Pero súbitamente Cristo habrá de volver
a este mundo alienado que hace agua, se escora
y naufraga en charcales de inmundicia y placer.
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Y vendrá de imprevisto, como un ígneo zarpazo
que rasgará las puertas de todas las naciones,
como impetuoso trueno, como un aldabonazo
sobre muertas conciencias y helados corazones.
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La tierra, conmovida por el advenimiento
inefable y divino de un triunfante Jesús,
temblará en sus entrañas. Y en divino portento
brillará en las alturas la señal de la cruz.
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Estallará el lamento de apóstatas e infieles,
rechinarán sus dientes blasfemos y traidores
y los que se envanecen de sus negros laureles
serán pasto insalvable de un abismo de horrores.
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¡Bendito el que preserva su lámpara encendida,
dichosos los que han puesto su mira en la verdad,
pues pisarán sus plantas la tierra prometida
que Dios les ha guardado para la eternidad!
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No sabemos el día ni sabemos la hora
mas la higuera sugiere la inminencia final
en que Cristo, glorioso, volverá sin demora
a borrar de la historia el estigma del mal.

