SOLEMNIDAD DEL SANTÍSIMO ROSARIO DE NUESTRA SEÑORA
El Primer Domingo del mes de Octubre lo dedica la Santa Iglesia a la Solemnidad del Santísimo Rosario de María Inmaculada.
Como sabemos, con esta práctica piadosa está relacionada una fecha gloriosísima de nuestra Santa Fe.
La Religión es el mejor y más precioso archivo de los pueblos. Hay una gran diferencia entre los recuerdos que guarda tan sólo la historia y los que conserva la Religión. La historia los guarda como preciosos cadáveres perfectamente embalsamados, pero cadáveres al fin. La Religión los conserva en toda su vida, esplendor y poesía. Como es ella eternamente viviente, injertados en su tronco inmortal les presta su jugo, su verdor y su eterna lozanía; adquieren algo de su inmutabilidad y de su inmarcesible juventud.
Otra diferencia notable queda aún por consignar. La historia es libro cerrado para la mayoría; sus páginas por lo común no las recorre el pueblo. La Religión, al revés, es libro abierto a todos.
Lo puramente histórico es meramente científico. Lo histórico-religioso, sin dejar de ser científico, es juntamente popular y tradicional.
Y viniendo a la fecha gloriosísima de nuestra Santa Fe, si hace unos ochenta años se pronunciaba ante una viejecita católica de cualquier nación de Europa la palabra Lepanto, alzando los ojos al cielo hubiese dicho al momento: “¡Ah, sí, Lepanto, la victoria del Rosario de María!”
La explicación es clarísima… Esta batalla pertenece, como tantas otras, al siempre abierto archivo de la Religión.
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¡Lepanto! ¡Y cuán bien hicieron, cuán acertados estuvieron los pueblos en unir la Religión y la Fe al recuerdo de esta gran batalla y de esta gran victoria!
La batalla de Lepanto y su victoria, ganada por los ejércitos pontificios, españoles y venecianos, aseguró la supremacía de la Santa Cruz en el Occidente, y dejó mal herida en el Oriente la dominación musulmana.
Lepanto recuerda la iniciativa de un gran Papa, San Pío V, secundada por un gran rey, Felipe II, con la intervención de un gran diplomático y santo, Francisco de Borja, y llevada a victoria por el valor de un gran militar, el joven español Juan de Austria.
Lepanto recuerda al pueblo cristiano entregado al rezo del Santísimo Rosario durante la empeñada acción, y al santo Pontífice advertido de la victoria en su oratorio, anunciándola a sus Cardenales al tiempo mismo que se alcanzaba.
Lepanto recuerda a Cervantes, al príncipe de las letras españolas, enfermo de calenturas y lidiando no obstante como bravo hasta perder de un tiro de arcabuz la mano derecha, y sufrir como premio de su heroísmo cinco años de cautiverio en Argel, y los restantes de su vida entre la pobreza y humillaciones. Por esto se le llama, con gran gloria suya, El manco de Lepanto.
Lepanto recuerda ciento treinta galeras turcas apresadas, cinco mil turcos prisioneros, veinte mil cristianos librados del cautiverio. Es la última página de las Cruzadas, es el último aliento de la Europa asociada y unida en nombre de la Fe.
Por esto, ante la moderna iniquidad y deshonra de modernistas y conciliares, el recuerdo de Lepanto debe conservarse con más entereza que nunca para aliento de los católicos de hoy, vencidos por la ostpolitik, la libertad religiosa y el ecumenismo.
La Iglesia alzó a la victoria de Lepanto un monumento popular e imperecedero: la fiesta del Santísimo Rosario.
Sirva también esta página para esculpirlo más y más hondo en el corazón de los fieles de la Inhóspita Trinchera, heredera de los héroes de Lepanto y de tantas páginas inmortales, escritas en La Vandée francesa, la Cristiada mexicana, la Cruzada española, los gulags comunistas, soviéticos o de otros lares, y las mazmorras guerrilleras, cubanas o de países sudamericanos…
Ahora, más que nunca, importa volver los ojos a nuestro glorioso pasado, siquiera para ruborizarnos de nuestro miserable presente…
No olvidemos a Lepanto…
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Por eso mismo, fue importantísimo el Decreto de la Sagrada Congregación de Ritos, por el cual, en nombre del Papa León XIII, se prescribió a toda la Iglesia la celebración del mes de Octubre como Mes del Santísimo Rosario.
Tuvo la singularidad de que se ordenó esta disposición para plazo indefinido, y no únicamente para un año, viéndose claro en eso el pensamiento de que, en cierto modo, se perpetuase en la Cristiandad este mes de fervorosas rogativas, mientras durasen las calamidades sociales que lo motivaron.
Dice el Decreto:
“El Santo Rosario ha sido instituido por una providencia verdaderamente especial de Dios, para implorar el poderoso y eficaz socorro de la Reina del cielo contra los enemigos del nombre cristiano, para proteger la integridad de la fe en el rebaño del Señor, y arrancar de los caminos de perdición eterna las almas rescatadas por el precio de su divina Sangre”.
No puede expresarse con más terminantes palabras el objeto de la piadosa iniciativa del Sumo Pontífice.
Después de la palabra del Papa, nada debemos considerar tan eficaz para mover los corazones a esa extraordinaria y general rogativa como la atenta consideración de los profundos males que la motivaron, males que por habérsenos hecho ya tan familiares no pesamos ni consideramos tal vez como merece su horrible gravedad.
Pesimistas nos llaman por ahí…, que desanimamos a los fieles nos acusan por allá… Pero, ya hace más de 140 años no se andaba en reparos para decírnoslo con mucha claridad el Vigía supremo del Vaticano, cuando, con repetidas advertencias, lanzaba sobre el mundo su soberana Autoridad y exhortaba al grito de ¡Aprestad las armas!
El Catolicismo vive hoy bajo la dominación de los enemigos…;y sólo la costumbre que familiariza al mísero encarcelado hasta con sus más pesadas cadenas, ha podido hacer que a las últimas generaciones católicas no les parezca tan odiosa como debiera parecerles esta durísima servidumbre.
Fue la morisma el terror de nuestros mayores; y cuando se hablaba en Europa del poder del Turco, era la más negra amenaza que podían imaginar sobre sus cabezas aquellos cristianos. Y, sin embargo, nunca fue tan sistemático y tan enconado el ultraje hecho a nuestra Fe Católica por los moros en siete siglos, como en poco más de medio siglo ha sido el de los revolucionarios y modernistas.
¡No! No fue tan desastrosa la invasión y lucha musulmana durante siete siglos, como sólo al presente lo es para la Iglesia universal la invasión del Modernismo, fusionando Socialismo y Liberalismo… y todos los perversos ismos…
Tenía razón León XIII en gritar ¡Aprestad las armas!… Y más alto elevaría hoy su voz, porque realmente es gravísima, es abrumadora nuestra situación y la de todo el mundo católico, comenzando especialmente allí desde donde dirigía sus advertencias el ilustre anciano Pontífice… ¡Sí! Comenzando por la Roma apóstata y anticristo…
¡Aprestad las armas!, pues… Y cunda por todas las filas del verdadero ejército de Dios este grito, salido de la Roma Católica, guardiana de la Fe Católica y de las Tradiciones necesarias al mantenimiento de esa Fe…, salido de la Roma Eterna, Maestra de sabiduría y de verdad…
¡Sí! Propáguese hoy ese grito: ¡Aprestad las armas!
Y esta arma es hoy, como ayer, principalmente el Santísimo Rosario.
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A fin de que sea más fervorosa la práctica del Santo Rosario que con tanto empeño insistía en recomendar el Papa León XIII, digamos algo sobre los tres puntos señalados por él.
1°) La primera de las intenciones por que se ofrece durante Octubre el Santo Rosario, es para implorar el poderoso y eficaz socorro de la Reina del Cielo contra los enemigos del nombre cristiano.
Como lo fueron en los tiempos del glorioso Santo Domingo de Guzmán los albigenses, como lo fueron en los de San Pío V y de Don Juan de Austria los mahometanos, contra la Revolución debe ser blandida hoy el arma poderosísima del Santo Rosario.
Ya advertí el Domingo pasado, que existe la impiedad que vocifera y alborota y perturba, y que pasa de vez en cuando como torrente furioso por nuestras calles y plazas… Blasfema, insulta al Cielo, escarnece la Religión, ataca a sus ministros, demuele e incendia sus templos, escribe en su bandera: “¡Guerra a Dios!”.
Pero la otra impiedad es mucho más grave, por lo mismo que lo parece menos… El infeliz atacado de ella no blasfema de Dios, al menos no con blasfemias inmundas; pero prescinde completamente de Dios.
Bajo la primera se emplean los procedimientos fieros, el incendio, el asesinato, la subversión violenta del orden público, la caída de los poderes que incomodan, la opresión descarada de cuanto puede servir de obstáculo directo o indirecto a los planes de la secta infernal.
Bajo la segunda se utilizan los procedimientos melosos y acomodaticios, la corrupción lenta, la sofistería del periodismo, las legalidades creadas ad hoc para favorecer la libertad del mal y paralizar cuanto sea posible la acción del bien; en una palabra, todo ese mecanismo inventado adrede para que sea insignificante la intervención del orden sobrenatural cristiano en la sociedad, hasta lograr que sea nula.
Nótese en primer lugar el carácter de uno y otro enemigo. La propaganda del sectario de Mahoma era groseramente material, y se ejercía únicamente con la espada. Así que, era medio seguro para contrarrestarla el empleo del mismo procedimiento.
El Liberalismo, por el contrario, rara vez presenta franca la batalla; casi siempre, pide sentarse en la mesa de los propios católicos con el disfraz de buen hermano y de leal amigo. Con falsos abrazos, más que con fieras embestidas, logra sus más frecuentes conquistas; predica en todos tiempos fraternidad, tolerancia, conciliación, ilustración, progreso, paz. Con lo cual logra que no se irriten los ánimos, ni se despierten las susceptibilidades generosas; sino, antes bien, que se adormezca y se enmollezca todo, y se preste a su fascinadora dominación.
Otra de las más visibles diferencias entre uno y otro enemigo la tenemos en que la dominación de la morisma nunca logró ser intrínseca, aunque llegó a ser extrínsecamente avasalladora en muchos países. Por lo mismo, dejó vivas alrededor de sí todas las nacionalidades que vencía: nunca logró fundirse con ellas, y mucho menos absorberlas o destruirlas.
No así el invasor actual. Éste ha logrado falsear el carácter íntimo de los pueblos que ha subyugado; no les recaudado solamente sus tributos, sino que les ha matado sus conciencias. Atendiendo más a la guerra de ideas que a la material, les ha dejado en cierta integridad exterior, mientras con tenacidad, sin comparación, les ha ido carcomiendo las entrañas hasta dejarlos sin alma…; y, sin que ellos mismos lo hayan comprobado, han dejado de ser católicos…
De este modo, a los pueblos que subyugó les impuso su atea legislación y sus ateas instituciones. Ni les respeta a los católicos su matrimonio, ni el derecho de enseñar a sus hijos…, ni su tumba…
El matrimonio civil, la enseñanza perversa oficial y el cementerio secularizado son opresiones horribles que nunca se les ocurrió plantear a los musulmanes sobre los pueblos cristianos.
Nadie extrañe, pues, si comparando siglos con siglos, y enemigos con enemigos, juzgamos, católicamente discurriendo, peores los presentes que los pasados, y creemos por lo mismo más calamitosa que nunca para la Iglesia católica la persecución actual.
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2°) El segundo de los fines que se propone la Iglesia al encargarnos, durante el mes de Octubre sobre todo, el rezo más fervoroso del Santo Rosario, es el de alcanzar, por intercesión de la Soberana Virgen María, que se conserve entre los fieles, en toda su pureza, la integridad de la Fe Católica.
Si bien se considera, esta otra gravísima necesidad social, nace por su propia virtud y fuerza de la primera.
La clase de persecución que sufre hoy el pueblo cristiano, la índole especialísima de ella, ha de producir necesariamente, por primer e inmediato resultado, no la destrucción franca de la Fe, que eso ya se supone vendrá después e irá viniendo paulatinamente, sino su amortiguamiento y aminoración y hasta la mutilación en los corazones católicos.
Corazones cristianos que, por una parte, no querrán en modo alguno dejar de serlo, pero que, por otra, de transacción en transacción, de condescendencia en condescendencia, irán insensiblemente dejándolo de ser.
Este peligro es el gran achaque de la época presente, es su enfermedad reinante, es su desastrosa epidemia moral. ¡El menoscabo de la integridad práctica de la Fe Católica!
A esa rara especie de cristiano que quiere agradar a Dios, pero, de tal suerte, que no desagrade al diablo su enemigo, sólo se opone la profesión íntegra de la Fe.
El empeño de los tales es hallar una fórmula de religión con que se pueda aparecer muy buen católico, viviendo, al mismo tiempo, en cierta paz o, por lo menos, sin fatigosa hostilidad con los enemigos del Catolicismo.
De donde se deduce que, para muchos, la verdad católica es en su ejercicio práctico un cierto código, más que de dogmas absolutos, de procedimientos circunstanciales, que nunca tienen la fortuna de aparecer aplicables al día de hoy, que es precisamente para cuando es indispensable su concreta aplicación.
Amoldarse a las circunstancias, ésta es la fórmula consagrada por el uso en el moderno idioma contemporizador… No puede darse palabra más expresiva… Las circunstancias son el molde: la verdad católica es, según ellos, la materia siempre dúctil y acomodaticia, que de tal molde debe recibir su actual modo de ser.
Roguemos a Dios, por intercesión de Nuestra excelsa Madre y por medio del Santo Rosario, a fin de que desaparezca pronto, muy pronto, esta fe meramente circunstancial de tantos católicos ilusos, y brille y crezca y reine en toda su plenitud e integridad práctica la Fe de Cristo Nuestro Rey… Rey, no de circunstancias, sino de ayer, de hoy, de siempre y por los siglos…
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3°) Se ordena en tercer lugar el rezo del Santo Rosario, a que vuelvan al sendero de las buenas costumbres las muchas almas hoy miserablemente extraviadas de él.
Con lo cual tenemos claramente indicado el tercer carácter de nuestra actual situación, procedente de los dos anteriormente expuestos: la nunca, como hoy, general depravación de las públicas costumbres.
Es lógico que sea así. La persecución que sufre hoy el pueblo católico, tiende a debilitarle en la Fe y, consiguientemente, a corromperle.
La Revolución no quiere mártires, y no los hace sino cuando no puede pasar por menos; lo que quiere son apóstatas; y para eso, lo que procura es hacer viciosos.
Para eso, las leyes, que debían ser frenos más o menos eficaces contra el vicio, se han declarado en todas partes verdaderas garantías oficiales de él. La legalidad moderna, en casi todos los Estados liberalmente regidos, abre al desahogo de las más vergonzosas pasiones todas las válvulas.
Está reconocido y legalizado el público derecho, no a ser corrupto, que sería el mal menor, sino a corromper incluso al que no quiera serlo, lo cual es el colmo de la monstruosidad.
Se exhibe triunfante la inmoralidad, que el pudor social tenía antiguamente relegada al fondo de ciertas pocilgas y cloacas: canta y declama sus vergonzosas lujurias en las pantallas; las reparte impresas y grabadas; disputa orgullosamente las calles y plazas; pervierte al niño en la escuela, la casa y la parroquia… La precocidad de la moderna corrupción es uno de sus síntomas más aterradores.
Ahora bien, ¡cuántas almas, que en el orden natural de las cosas no hubieran prevaricado, prevaricarán gracias a ese conjunto verdaderamente extraordinario de lazos y seducciones en que les fuerza a vivir el moderno error social…!
¡Y esto es cierto!: la corrupción tiene el refrendo oficial de los gobernantes; que castigarán con mano dura al católico audaz que intente interponerse de cierto modo entre el incauto a quien se va a corromper y el agente del diablo que le ofrece envenenada poción para corromperle…
Así la anemia moral de la sociedad, falta de Fe, se traduce en asquerosa corrupción de costumbres, que es su vergonzosa e ineludible consecuencia.
Se produce entonces un círculo vicioso, del cual no se ve salida, a no ser con manifiesto prodigio de la diestra de Dios…
Círculo vicioso dentro del cual ha encerrado hoy el Liberalismo a la sociedad cristiana, y del cual, humanamente hablando, no se acierta a ver cómo se puede ésta salvar.
Digno es, pues, y muy digno el estado actual del mundo, de qué se acuda a remediarlo con la extraordinaria rogativa ordenada por el Papa León XIII.
Crisis como la presente no la ha atravesado nunca la Iglesia Católica.
Barbarie de nuevo género es la que hoy nos invade; barbarie inconvertible, porque trae todo el orgullo y preocupaciones de civilizada.
Combate es éste en que sólo puede darnos victoria la intervención directa y extraordinaria de Dios, pues los medios ordinarios del apostolado católico aparecen como ineficaces para obtenerla.
Es preciso llamar a Dios a voz en grito, y para eso se ordena la voz universal del Santo Rosario que, confiadamente esperamos atraerá sobre nuestras tribulaciones la intercesión valiosísima de la Madre de Dios.
Por muy cerrado que se nos presente por todos lados el horizonte social, católicos somos, y como tales no nos contentamos con creer, sino que firmemente esperamos.
Es la presente, la hora tenebrosa del demonio y del hombre de pecado…
Tras ella, aparecerá resplandeciente la hora de Dios, la hora de la Inmaculada, la hora de Nuestro Señor Jesucristo…, en Gloria y Majestad…
Es lo que debemos implorar durante este mes de Octubre con el Santísimo Rosario en las manos.

