Incógnita
Señor, ¿cómo es que Tú eres y son todas las cosas?
¿Cómo es que siempre has sido sin término, sin fin?
¿Qué son materia y tiempo? ¿Qué verdades ignotas
seremos incapaces, jamás de descubrir?
El hecho es que nacemos, crecemos y vivimos
inmersos en un cosmos en cuya inmensidad
somos cual gotas de agua de un gran mar infinito
por el que, casi a tientas, nos toca navegar.
Mientras más indagamos más se ensanchan las puertas
de un arcano universo desafiante al poder
de razones humanas que febrilmente intentan
descifrar los misterios insondables del ser.
Pero no estamos hechos para saberlo todo.
Sabiduría y ciencia no tienen paridad.
Nuestro fin verdadero, nuestro sumo tesoro
se halla oculto en la cumbre de Tu divinidad.
Por eso es que, consciente de mi miseria humana,
mis limitadas luces y el hecho de existir,
busco luz y sapiencia no en herméticas cábalas
sino en la Buena Nueva revelada por Ti.
Los bienes terrenales no me han hecho más digno,
ni he hallado en ecuaciones alivio a mi pesar,
ni un otoño de hojas de millones de libros
gastados por mis manos me ha traído la paz.
Y es que solo a Tu amparo las potencias del alma
crecen alas gigantes a través de la fe.
Como simples pabilos, requerimos la llama
de Tu gracia divina para amar y ascender.
Solo en Ti halla descanso el humano que aspira
a encontrar finalmente su razón de existir,
que es poner en Tus manos nuestras frágiles vidas
y llegar a ser parte de Tu santo redil.