P. CERIANI: SERMÓN DEL DECIMOCUARTO DOMINGO DE PENTECOSTÉS

DECIMOCUARTO DOMINGO DE PENTECOSTÉS

De la Epístola (Gálatas, V, 16-24): Hermanos: Andad según el Espíritu, y ya no cumpliréis las concupiscencias de la carne. Porque la carne desea en contra del espíritu, y el espíritu en contra de la carne, siendo cosas opuestas entre sí, a fin de que no hagáis cuanto querríais. Porque si os dejáis guiar por el Espíritu no estáis bajo la Ley. Y las obras de la carne son manifiestas, a saber: fornicación, impureza, impudicia, lujuria, idolatría, hechicería, enemistades, contiendas, celos, ira, litigios, banderías, divisiones, envidias, embriagueces, orgias y otras cosas semejantes, respecto de las cuales os prevengo, como os lo he dicho ya, que los que hacen tales cosas no heredarán el reino de Dios. En cambio, el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, longanimidad, benignidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, templanza. Contra tales cosas no hay ley. Los que son de Cristo Jesús han crucificado la carne con las pasiones y las concupiscencias.

En la Epístola de este Decimocuarto Domingo de Pentecostés, San Pablo presenta, en un paralelo contrastante, un catálogo de obras de la carne y de frutos del Espíritu, recalcando que el cristiano que se deja guiar por el Espíritu no necesita de la Ley para conocer cuáles son las obras de la carne a las que debe oponerse, pues éstas son manifiestas.

Evidentemente, el Apóstol no intenta darnos una lista completa de las obras de la carne, como lo prueba la frase «y otras semejantes» que añade al final.

En otros pasajes de sus Cartas encontramos también similares catálogos de pecados, no siempre los mismos, ni en el mismo orden.

Consideremos primero el que nos atañe hoy, y luego algunos otros, incluso dos tomados del Apocalipsis.

+++

La grave advertencia a los gálatas «no alcanzarán el reino de Dios», es una amonestación, que ya les había hecho antes de palabra, cuando estaba entre ellos, con la que les previene de falsas ilusiones respecto al negocio de la salvación.

Cierto que el cristiano, mediante la fe en Cristo, es hijo de Dios y heredero según la promesa; pero esa fe ha de ser una fe viva, que debe ir acompañada de obras realizadas a impulsos de la caridad.

Santo Tomás comenta de este modo:

Acerca de las obras de la carne surge una duda, pues incluye el Apóstol algunas cosas que no pertenecen a la carne, como la idolatría, las sectas, los celos. Se debe decir, con San Agustín, que vive según la carne cualquiera que viva conforme a sí mismo. Por lo cual se entiende aquí carne por todo el hombre. Así es que todo cuanto provenga del desordenado amor de uno mismo se llama obra de la carne.

También se debe decir que hay pecados que, por doble razón, se puede decir que son carnales, a saber:

– en cuanto a su consumación; y así se llaman carnales sólo aquellos que se consuman con deleite de la carne, como la lujuria y la gula;

– en cuanto a la raíz; y así todos los pecados se llaman carnales, en cuanto que la corrupción de la carne pesa sobre el alma, debilitando el entendimiento. Por lo cual de esto mismo se siguen grandes males, como sectas, herejías, y otros semejantes.

Además, hay que saber que el Apóstol enumera ciertos vicios de la carne que se dan en cosas que no son necesarias para la vida, y otros que ocurren en cosas que le son necesarias.

Acerca de lo primero indica ciertos vicios que se dan en el hombre respecto a sí mismo; otros, que se dan contra Dios; y otros, contra el prójimo.

Contra sí mismo son cuatro, que indica primero porque manifiestamente proceden de la carne: fornicación, inmundicia, impudicia y lujuria.

Contra Dios indica dos:

– uno, por el cual se impide el culto divino: idolatría.

– el otro, por el cual se celebra pacto con los demonios: hechicerías, y se llaman en latín veneficia, de veneno.

Y contra el prójimo señala nueve males, siendo el primero las enemistades y el último el homicidio, porque a esto se llega de aquello. Así tenemos:

– la enemistad en el corazón, la cual es el odio al prójimo: enemistades.

– de éstas nace el pleito de palabra: contiendas.

– los celos, que nacen de las contiendas.

– cóleras

– cuando de la cólera se llega a los golpes: riñas.

– disensiones, que cuando hay parcialidades en la Iglesia.

– si son relativas a las cosas divinas, se llaman sectas.

– de esto se siguen las envidias, cuando prosperan aquellos con los que hay emulación.

– y de todo lo anterior se siguen los homicidios de pensamiento y de obra.

Y en cuanto a los vicios tocantes a las cosas necesarias a la vida, indica dos: el uno en cuanto a la bebida, por lo cual dice: ebriedades, es claro que asiduas; y el otro en cuanto a la comida, y sobre esto dice: orgías.

+++

I Corintios VI: 9-11

¿No sabéis que los inicuos no heredarán el reino de Dios? No os hagáis ilusiones. Ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los sodomitas, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los que viven de rapiña, heredarán el reino de Dios. Tales erais algunos; mas habéis sido lavados, mas habéis sido santificados, mas habéis sido justificados en el nombre de nuestro Señor Jesucristo y en el Espíritu de nuestro Dios.

Las injusticias y discordias entre los fieles de Corinto dan ocasión al Apóstol para presentar una lista de pecados, que excluyen del Reino de Dios, y que, a juzgar por la manera como se expresa (“¿No sabéis?”; “No os hagáis ilusiones”), debían ser bastante frecuentes en la comunidad y ya les había advertido sobre ellos.

Se trata de iniquidades en general (los inicuos), sobre las que entra en detalle en diez de ellas.

Comentario de Santo Tomás

¿Por ventura ignoráis que los inicuos no tendrán parte en el reino de Dios?, como si dijera: al parecer lo ignoráis, pues de la iniquidad no os apartáis. Luego les puntualiza y determina la verdad, al decirles: «No queráis cegaros. Ni los fornicarios, ni los idolatras… han de poseer el reino de Dios».

Y les presenta el riesgo que corren los malvados, y cómo ellos mismos escaparon de este peligro, para que teman no volver a las andadas.

Es de advertir que hace aquí una lista de los mismos vicios que ya había señalado a los corintios; pero añade otros tres: dos que pertenecen al género de la lujuria: el adulterio y el vicio contra naturaleza, y uno al género de la injusticia, el hurto.

+++

Efesios V: 3-7

Fornicación y cualquier impureza o avaricia, ni siquiera se nombre entre vosotros, como conviene a santos; ni torpeza, ni vana palabrería, bufonerías, cosas que no convienen, antes bien acciones de gracia. Porque tened bien entendido que ningún fornicario, impuro o avaro, que es lo mismo que idólatra, tiene parte en el reino de Cristo y de Dios. Que nadie os engañe con razonamientos vanos, pues por esto viene la cólera de Dios sobre los hijos de la rebeldía. No tengáis parte con ellos.

Los pecados enumerados se refieren, en general, a pecados de impureza. Así interpretan muchos incluso el término «avaricia», que aludiría a esa avidez de gozar más y más, propia de los placeres sensuales.

Sin embargo, el término «avaricia» puede tener aquí su sentido obvio de avidez en poseer más y más, lo cual convierte al hombre en esclavo del dinero, del que hace su dios, y que, junto con la impureza, era otro de los grandes vicios de la sociedad pagana.

Todos estos pecados excluyen del Reino de Dios, para el que perdemos el derecho; y ni siquiera deben nombrarse entre los cristianos.

Comentario de Santo Tomás

En líneas anteriores el Apóstol, luego de amonestarlos a dejar lo envejecido para tomar lo nuevo, enseña con esa prohibición a los Efesios a evitar los vicios espirituales; aquí, con nueva prohibición, les veda también los vicios carnales, valiéndose del mismo procedimiento de prohibir lo viejo de esos vicios para inducirlos a la novedad de la virtud contraria; y junto con la prohibición les propone la pena de esos vicios y los precave contra los embaucadores, para no dejarse engañar.

Pone primero ciertos vicios que hacen cabeza, luego los que hacen cola o secuela.

Los vicios que hacen cabeza son tres:

a) la lujuria natural, que es cuando peca con mujer ajena.

b) la lujuria no natural: «toda inmundicia», esto es la que no se ordena a la generación.

c) la avaricia; aunque había que preguntar ¿por qué? ¿Tiene acaso que ver con los pecados de la carne? Digamos que no, pero tampoco separada a mil leguas, sino que es como un cancel divisorio entre los pecados espirituales y los carnales.

Hay pecados cuyo objeto y delectación son espirituales, como la ira; pues la venganza, que es el objeto de la ira, y la delectación de ahí nacida, son algo espiritual; lo mismo la vanagloria. Otros pecados son del todo carnales, en objeto y delectación, como la gula y la lujuria.

Pero la avaricia es un término medio; porque su objeto es carnal: el dinero; mas la delectación es espiritual, pues todo su descanso es para el avaro el dinero. Y esta es la razón de catalogar mitad la avaricia con los pecados carnales por razón del objeto, y mitad con los espirituales por razón del deleite.

Pone luego los vicios que van escoltando a esta dama, que es la lujuria. Tres son los vicios que destierra de la vida cristiana, es a saber, la torpeza, que consiste en los tocamientos torpes, abrazos y besos libidinosos. Asimismo las truhanerías, esto es, palabras que provocan al mal. En tercer lugar las bufonadas. Todas estas cosas impuras son mortales, en cuanto se ordenan a los pecados mortales.

Por consiguiente, saca la conclusión: «no queráis, por tanto, tener parte con ellos», es a saber, haciéndoos cómplices de tales obras; porque, como dice en otro lado, ¿qué tiene que ver la justicia con la iniquidad? Y ¿qué compañía puede haber entre la luz y las tinieblas? O ¿qué concordia entre Cristo y Belial? O ¿qué parte tiene el fiel con el infiel?

+++

Apocalipsis XXI: 8

Los cobardes, los infieles, los abominables, los homicidas, los fornicadores, los hechiceros, los idólatras y todos los embusteros tendrán su parte en el estanque que arde con fuego y azufre, que es la segunda muerte.

Este pasaje del Apocalipsis puede considerarse como el eco de la afirmación de San Pablo en su I Corintios, que ya comentamos: ¿No sabéis que los injustos no poseerán el reino de Dios? No os engañéis: ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los sodomitas, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los que viven de rapiña heredarán el reino de Dios.

San Juan nos da una lista de aquellos que, habiendo cometido acciones abominables a los ojos de Dios, serán arrojados al estanque de fuego.

En primer lugar, se refiere a los cristianos remisos y cobardes que, al sobrevenir la persecución, no enfrentarán a la Bestia y renegarán de Cristo.

Los tímidos que no llegarán a este Reino maravilloso son:

– los que fluctúan entre Cristo y el mundo;

– los que se escandalizan de las paradojas de Jesús;

– los de ánimo doble, que dan a Dios todo, menos el corazón, lo único que a Él le interesa, y no se deciden a pedirle la sabiduría que Él ofrece, porque temen que el divino Padre les juegue una mala partida;

– los que se dejan llevar por todo viento de doctrina y, por falta de amor a la verdad, concluyen siempre seducidos por la operación del error para perderse.

A los cristianos que se hayan mostrado valientes y hayan salido vencedores en las luchas pasadas, y a todo el que tenga sed, Dios les concederá bondadosamente derecho a la inmortalidad bienaventurada al lado de Jesucristo.

Cristo colmará todos los deseos de los elegidos, dándose Él mismo a ellos como fuente de bienaventuranza eterna. Esto se cumple ya en parte en este mundo cuando los cristianos reciben la gracia y los sacramentos; pero Dios los saciará todavía mucho más perfectamente en el Cielo.

Pero únicamente la obtendrán los vencedores en las persecuciones y en las dificultades de la presente vida y aquellos que hayan renunciado a todo lo de este mundo por amor de Cristo

Esta promesa, tantas veces anunciada en la Sagrada Escritura, adquiere aquí su realización escatológica y definitiva.

Esta es la suerte feliz que aguarda a los cristianos vencedores. En cambio, los cristianos cobardes, que no se atrevieron a enfrentarse con la persecución, los infieles, los idólatras y, en una palabra, todos los malos serán terriblemente castigados.

Vienen a continuación los infieles que han rehusado la fe, cerrando los ojos a la luz de la verdad y de la revelación.

Muchos de éstos se han hecho abominables a los ojos de Dios por haberse entregado a vicios execrables e impuros, especialmente a los vicios contra la naturaleza.

La perversión moral de estos viciosos viene a causar como mareo en aquellos que perciben su intolerable hedor.

También los homicidas o asesinos, los fornicadores, los hechiceros que en sus artes mágicas se sirven del engaño, los idólatras y todos los embusteros, es decir, todos los mentirosos y falsos doctores que enseñan doctrinas erróneas, serán castigados por Dios con la muerte eterna en el estanque de fuego y azufre.

Esta muerte eterna es llamada aquí la segunda muerte por contraposición a la muerte primera o corporal, que se da cuando el hombre sale de este mundo.

+++

Apocalipsis XXII: 15

Fuera perros, hechiceros, fornicarios, homicidas, idólatras y todos los que aman y practican la mentira.

En esta lista, como en la anterior, se pone el acento más aun que en los pecados, en la doblez e infidelidad, pues los celos del Amor ofendido son “duros como el infierno”.

De esta Ciudad Santa serán excluidos los que no practican la ley de Dios y los que se han dejado arrastrar por los caminos de la inmoralidad.

En primer lugar, no tendrán parte en la felicidad eterna los perros, es decir, los sodomitas y todos los manchados con los vicios de los idólatras.

El perro era considerado por los hebreos como animal impuro, y era tenido, por este motivo, en gran menosprecio.

En el Antiguo Testamento, la expresión perros es empleada para designar a los hombres entregados a la prostitución y a los vicios de homosexualidad.

Tampoco entrarán en el Reino los hechiceros, o sea los que se dedican a las artes mágicas, muy en boga en Asia Menor en el siglo I…, y por todas partes en el siglo en que vivimos, incluso en las que deberían ser las más distinguidas…

Ni los fornicarios, que cometen toda suerte de inmoralidades.

Ni los homicidas, que derraman la sangre inocente de los cristianos o de los pobres esclavos.

Ni los idólatras, que, en lugar de adorar al Dios único y verdadero, dan culto a dioses falsos. Culto que muchas veces incita y conduce a la perversión moral.

La lista se termina excluyendo de la Jerusalén celeste a todos los que aman y practican la mentira, es decir, a todos los que se oponen a la doctrina de Cristo, que es la única verdadera.

Cristo es la misma Verdad. Por eso, el que practica la mentira se hace amigo de Satanás, que es el padre de la mentira, y no puede tener parte con Jesucristo, fuente de la Verdad.

+++

En contraposición, clara y neta, el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, longanimidad, benignidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, templanza. Contra tales cosas no hay ley. Los que son de Cristo Jesús han crucificado la carne con las pasiones y las concupiscencias.

Pidamos a la Santísima Virgen María la gracia de estos frutos para ser parte del Reino de Jesucristo.