P. CERIANI: SERMÓN DEL DÉCIMO DOMINGO DE PENTECOSTÉS

DÉCIMO DOMINGO DE PENTECOSTÉS

El Domingo pasado, Novenos de Pentecostés, Fiesta de San Lorenzo mártir, hemos desarrollado el tema del martirio y, al concluir, dijimos que la Iglesia Católica nunca honra a los “mártires no católicos”.

Esto nos introduce de lleno en el tema del llamado ecumenismo de la sangre, del cual nos toca hablar hoy.

Este es un concepto que ha ganado fuerza entre los cristianos especialmente en los últimos quince años.

Según los innovadores, el ecumenismo de la sangre se refiere a la unidad que surgiría entre cristianos de diferentes denominaciones cuando son perseguidos y asesinados por su fe, sin importar su afiliación específica. Esta realidad, en la que el enemigo común une a los cristianos en la muerte, es considerada como una llamada a la unidad en la vida.

De este modo, el ecumenismo de la sangre es una extensión específica del movimiento ecuménico, que busca la unidad visible entre las diferentes iglesias cristianas.

Mientras que el ecumenismo en general se centra en la búsqueda de la unidad a través del diálogo, la cooperación y el intercambio teológico, el ecumenismo de la sangre se enfoca en la unidad que surgiría de la vivencia compartida de sufrimiento y martirio.

En resumen, el ecumenismo de la sangre plantea que la persecución puede ser una base fundamental para lograr la unidad entre cristianos, y que la sangre de los supuestos mártires puede ser un testimonio más poderoso que las divisiones teológicas.

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El concepto de ecumenismo de los mártires fue difundido ampliamente por Juan Pablo II al finalizar el siglo pasado y llegar el nuevo milenio. No utilizó la expresión ecumenismo de la sangre, pero sí habló del ecumenismo como un camino de unidad, especialmente en relación con el testimonio de los mártires.

En su encíclica Ut unum sint, del 25 de mayo de 1995, encontramos los parágrafos 1, 83 y 84, donde aparecen estos pasajes:

“El valiente testimonio de tantos mártires de nuestro siglo, pertenecientes también a otras Iglesias y Comunidades eclesiales no en plena comunión con la Iglesia católica, infunde nuevo impulso a la llamada conciliar”.

“… Unidos en el seguimiento de los mártires, los creyentes en Cristo no pueden permanecer divididos”.

“Todas las Comunidades cristianas tienen mártires de la fe cristiana”.

“Si nos ponemos ante Dios, nosotros cristianos, tenemos ya un Martirologio común”.

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El 7 de mayo del año 2000, Juan Pablo II hizo una «Conmemoración ecuménica de los testigos de la fe del siglo XX». La reunión se celebró cerca del Coliseo, y pronunció una homilía ante representantes del Patriarcado ecuménico y de las otras iglesias ortodoxas, así como los de las Antiguas Iglesias de Oriente, los de la Comunión Anglicana, de las Comuniones Cristianas Mundiales de Occidente y de las Organizaciones ecuménicas. Entre otras cosas afirmó:

“Queridos hermanos y hermanas, unidos por la fe en Cristo Jesús, me es muy grato dirigiros hoy mi fraterno abrazo de paz, mientras juntos conmemoramos los testigos de la fe del siglo XX”.

“En nuestro siglo el testimonio ofrecido a Cristo hasta el derramamiento de la sangre se ha hecho patrimonio común de católicos, ortodoxos, anglicanos y protestantes”

“La participación de Representantes de otras Iglesias y Comunidades eclesiales da a nuestra celebración de hoy un valor y elocuencia singulares dentro de este Jubileo del año 2000. Muestra cómo el ejemplo de los heroicos testigos de la fe es verdaderamente hermoso para todos los cristianos”.

“El ecumenismo de los mártires y de los testigos de la fe es el más convincente; indica el camino de la unidad a los cristianos del siglo XXI”.

Años más tarde, en 2005, se publicó un Martirologio universal, elaborado por la Comunidad de Bose, compuesta por miembros de diversas confesiones y fundada después del Concilio por Enzo Bianchi. Este martirologio reúne a cristianos y miembros de muchas otras religiones.

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Si bien Benedicto XVI no usó explícitamente el término ecumenismo de la sangre, sus reflexiones sobre la persecución de cristianos de diferentes denominaciones y el testimonio de los supuestos mártires reflejan una identificación con el concepto. La idea es que el sufrimiento compartido por la fe une a los cristianos en un nivel más profundo que las diferencias teológicas, puesto que, en el ecumenismo de los mártires, se reconoce el núcleo más profundo del compromiso ecuménico por la unidad de la Iglesia.

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Decimejorge insistió muchas veces en la importancia del ecumenismo de los mártires o, como él mismo lo definió, ecumenismo de la sangre.

Por lo menos en quince ocasiones se refirió a este concepto, destacando que en muchos lugares del mundo los cristianos son perseguidos por su fe, y que, para sus perseguidores, no importa si son católicos, ortodoxos o protestantes, sino que son cristianos.

Analizando esos textos, se comprueba que, para Decimejorge, esas circunstancias deberían impulsar a buscar la unidad entre los cristianos, teniendo en cuenta que, si el enemigo los une en la muerte, no deben permanecer divididos en la vida.

Consideremos sólo algunos párrafos de esos documentos, cuyos textos completos serán publicados en entrega separada.

“Para mí el ecumenismo es prioritario. Hoy existe el ecumenismo de la sangre. En algunos países matan a los cristianos porque llevan consigo una cruz o tienen una Biblia; y antes de matarlos no les preguntan si son anglicanos, luteranos, católicos u ortodoxos. La sangre está mezclada. Para los que matan somos cristianos. Unidos en la sangre, aunque entre nosotros no hayamos logrado dar los pasos necesarios hacia la unidad”.

“La sangre de nuestros hermanos cristianos es un testimonio que grita. Sean católicos, ortodoxos, coptos, luteranos, no interesa: son cristianos. Y la sangre es la misma, la sangre confiesa a Cristo. Recordando a estos hermanos que han sido muertos por el sólo hecho de confesar a Cristo, pido que nos animemos mutuamente a seguir adelante con este ecumenismo que nos está alentando el ecumenismo de la sangre. Los mártires son de todos los cristianos, recemos unos por los otros”.

«Son nuestros santos, los santos de todos los cristianos, los santos de todas las confesiones y tradiciones cristianas, los santos del pueblo de Dios, que lavaron su vida en la sangre del Cordero. Recemos juntos hoy, en memoria de estos 21 mártires coptos, que intercedan por todos nosotros ante el Padre».

En mayo de 2023, durante un encuentro con el Patriarca copto Tawadros II, Decimejorge, en un gesto de unidad con la iglesia copta, acordó incluir a los 21 “mártires” coptos en el Martirologio Romano, el libro de los Santos de la Iglesia Católica.

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Y llegamos a la última manifestación de esta diabólica concepción. El domingo 29 de junio pasado, en Roma, durante el rezo del Angelus, Robert Prevost expresó:

“Hoy es la gran fiesta de la Iglesia de Roma, nacida del testimonio de los apóstoles Pedro y Pablo y fecundada por su sangre y por la de muchos mártires. Todavía hoy hay cristianos en todo el mundo a los que el Evangelio vuelve generosos y audaces incluso a costa de la vida. Existe de ese modo un ecumenismo de la sangre, una invisible y profunda unidad entre las Iglesias cristianas, que a pesar de ello no viven todavía la comunión plena y visible. Quiero por lo tanto confirmar en esta fiesta solemne que mi servicio episcopal es servicio a la unidad y que la Iglesia de Roma está comprometida por la sangre de los santos Pedro y Pablo a servir, en el amor, a la comunión entre todas las Iglesias”.

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Después de tanto desecho ideológico, consideremos algunos textos de las Enseñanzas del Magisterio Tradicional y de los Santos (las citas completas serán publicadas por separado):

Concilio de Florencia. Eugenio IV (1431-1447) – Decreto para los Jacobitas, de la Bula Cantate Domino, del 4 de febrero de 1442:

“Firmemente cree, profesa y predica que nadie que no esté dentro de la Iglesia Católica, no sólo paganos, sino también judíos o herejes y cismáticos, puede hacerse partícipe de la vida eterna, sino que irá al fuego eterno que está aparejado para el diablo y sus ángeles (Mt 25,41), a no ser que antes de su muerte se uniere con ella; y que es de tanto precio la unidad en el cuerpo de la Iglesia, que sólo a quienes en él permanecen les aprovechan para su salvación los sacramentos y producen premios eternos los ayunos, limosnas y demás oficios de piedad y ejercicios de la milicia cristiana. Y que nadie, por más limosnas que hiciere, aun cuando derramare su sangre por el nombre de Cristo, puede salvarse, si no permaneciere en el seno y unidad de la Iglesia Católica”.

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Benedicto XIV

La obra clásica de las Causas de Canonización es la editada en Bolonia, entre 1734 y 1738, por el Cardenal Lambertini, antes de que fuese elevado al Sumo Pontificado con el nombre de Benedicto XIV, quien era conocido por su erudición y su conocimiento profundo de la doctrina católica.

Se trata de la Doctrina sobre la Beatificación de los Siervos de Dios y la Canonización de los Beatos. Es considerada una obra fundamental para comprender el proceso de santidad en la Iglesia Católica y ha estado en vigencia durante más de 240 años. El texto sigue siendo relevante hoy en día, ya que ofrece una visión clara y detallada de los principios y procedimientos que en materia de santidad.

El Libro III, cap. XX, trata Sobre los falsos mártires de los herejes y cismáticos. Leamos:

“Los marcionitas y otros herejes se jactaban de la multitud de sus mártires. Los herejes de nuestro tiempo los imitan”.

“Los mismos mártires de Cristo pusieron gran cuidado en distinguirse de los falsos mártires de los herejes, como observa Eusebio a partir de Clemente de Alejandría”.

“Quien muere en cisma no puede contarse entre los mártires, pues quien se separa de la Iglesia católica no tiene vida”.

“Un hereje que muere para defender su herejía, no puede ser mártir; ya que al morir presenta el mayor ejemplo de terquedad diabólica … Al morir por la herejía, muere en un crimen … Un hereje que muere por un artículo de la verdadera fe, aunque muere por la verdad, sin embargo, no cae por la verdad propuesta por la fe, puesto que le falta la fe … Ambos muertos serán condenados, pero quien muera por el bien verdadero será torturado con mayor dulzura en el infierno”.

“Si es un hereje invencible y está dispuesto a creer todo lo que propone un expositor legítimo, puede ser mártir ante Dios, no ante la Iglesia”.

“La invencible resistencia a las torturas puede ser, sin duda, común a nosotros y a ellos, pero no es el castigo lo que hace al mártir, sino la causa”.

“Los herejes [y los que los defienden y ponderar, agregamos nosotros] desean evadir el examen de la causa…; pero piensan así porque saben bien que no tienen una verdadera causa del martirio; que son condenados y separados abiertamente por la Iglesia, y que sus pseudomártires son rechazados por San Agustín y San Cipriano”.

“En las anotaciones al cuarto de los cinco libros de San Ireneo, se muestra que el martirio es un don de Dios, que no se concede a nadie fuera de la unidad y caridad de la Iglesia, y por lo tanto los herejes no son mártires, ya que mueren fuera de esta unidad; pero lo importante no hay que ponerlo en la pena, sino en la causa […] De esto se desprende claramente que los católicos, no los herejes, son los verdaderos mártires, aunque sufran las mismas torturas”.

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San Cipriano de Cartago

De la unidad de la Iglesia, p. II, n. 14:

“¿Consideran que Cristo está con ellos cuando se reúnen, aquellos que lo hacen fuera de la Iglesia de Cristo? Estos hombres, aunque fuesen muertos en confesión del Nombre, su mancha no será lavada ni siquiera con la sangre vertida; el pecado grande e inexpiable de la discordia no se purga ni con suplicios. No puede ser mártir quien no está en la Iglesia; no puede lograr el Reino quien abandonó Aquélla que debe reinar. Cristo nos dio la paz. Él nos mandó ser concordes y unidos, ordenó conservar los lazos de amor y de la caridad incólumes e intactos. No puede pretender ser mártir aquel que no conservó la caridad fraterna”.

“No pueden permanecer con Dios los que no quisieron permanecer unánimes en la Iglesia de Dios: y aunque consumidos por las llamas, arrojados al fuego o lanzados a las bestias, ellos perdiesen la vida, no sería una corona de fe, mas antes castigo de su perfidia, no sería la consumación gloriosa de una vida religiosa intrépida, sino un fin sin esperanza. Un individuo así puede dejarse matar, pero no puede hacerse coronar. Él confiesa ser cristiano del mismo modo que el diablo se hace de Cristo … Así como el diablo no es Cristo, no obstante usurpe su nombre, así no puede pasar por cristiano aquel que no permanece en la verdad del Evangelio y de su Fe”.

Epístola. LXXIII, ad Iubianum:

“Este bautismo [de sangre] fuera de la Iglesia tampoco sirve al hereje, aunque fuese muerto confesando a Cristo; por más que sus jefes elogien como mártires a los herejes sacrificados por una falsa confesión de Cristo y les atribuyan la gloria y corona del martirio, contra el testimonio del Apóstol que afirma que nada les puede aprovechar aunque sean quemados y sacrificados”.

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San Agustín

Carta 204: a Dulcicio, nº4:

“No sé cuántas veces en mis escritos y discusiones he demostrado que no pueden tener muerte de mártires, pues no tienen vida de cristianos: al mártir no lo hace la pena, sino la causa

Comentarios a los Salmos, 34/2, ns. 1 y 13:

“Conozcamos aquí, carísimos, las voces de Cristo, y distingámoslas de las voces de los impíos. Son las voces del Cuerpo que sufre en este mundo persecución, angustias y tentaciones. Pero dado que son muchos los que esto padecen, sea por sus propios pecados, sea por sus crímenes, hay que andar muy atentos para distinguir la causa, no tanto la pena. Un criminal puede tener un castigo semejante a un mártir, pero la causa es distinta. Tres eran los crucificados: uno era el Salvador, otro el que se iba a salvar, y el otro el que se iba a condenar; la misma pena para todos, pero bien distinta la causa … Que nadie diga: Estoy padeciendo persecución; que no haga alarde de la pena, sino demuestre la causa, no sea que, si no la prueba, sea contado con los inicuos”.

Carta 185, c. II, ns. 9 y 10:

“Mártires auténticos son aquellos de quienes dice el Señor: Bienaventurados los que padecen persecución por la justicia. No lo son, pues, los que padecen por la iniquidad y por dividir impíamente la unidad cristiana, sino los que padecen persecución por la justicia”.

Sermón 327, n. 1

“Son muchos los que sufren tribulaciones; pero, siendo idéntico el suplicio, no lo es la causa. «Muchos males padecen los adúlteros, los malhechores, los bandidos y homicidas, los criminales todos; muchos males —dice— padezco también yo, tu mártir; pero distingue mi causa de la causa de la gente malvada, de la de los bandidos, homicidas y criminales de toda clase. Pueden sufrir lo mismo que yo, pero no tener la misma causa. En el horno, yo soy purificado, ellos reducidos a cenizas»”.

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San Fulgencio de Ruspe (De regula fidei ad Petrum, c.39, n.80):

“Cree fuertemente y no dudes en absoluto que cualquier hereje o cismático, bautizado en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, si no estuviera congregado en la Iglesia Católica, de ningún modo puede salvarse, por mayores las limosnas que haga, e incluso si derrama su sangre por el nombre de Cristo. Pues, todo hombre que no permanece en la unidad de la Iglesia, ni por ser bautizado, ni por copiosa que sea su limosna, ni por soportar la muerte por el nombre de Cristo, puede alcanzar la salvación cuando persiste en aquella perversidad, sea herética o cismática, que lleva a la muerte”.

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Por separado publicaremos una Nota sobre la ignorancia invencible y la posible salvación de quienes la padecen.

Como conclusión, podemos comprobar el grave error de declarar «mártires» a personas que, si bien murieron por odio a la fe, no eran miembros visibles de la Iglesia Católica.

Como hemos visto, para ser mártir, se requiere la profesión de fe, la manifestación externa de la fe católica.

La Iglesia no puede juzgar la fe interior de alguien. Pero, la declaración de «mártires» de otras confesiones, conduce al relativismo religioso y a la negación de la unicidad de la Iglesia Católica, así como la de la necesidad de pertenecer a ella para salvarse.

Tanto el ecumenismo en general, que encontramos en el conciliábulo vaticanesco y en los papas conciliares, como el «ecumenismo de la sangre», difundido últimamente por Decimejorge y Robert Prévost, diluyen la distinción entre la verdadera Iglesia, la Católica, y las falsas religiones, sean cristianas o no.

Por lo tanto, rechazamos el ecumenismo conciliar y su versión más actual de ecumenismo de la sangre.