DON GABRIEL GARCIA MORENO: EL CRUZADO DEL SAGRADO CORAZÓN

150 AÑOS DE SU MARTIRIO

Por un historiador católico ecuatoriano.

En los anales de la historia, pocos nombres resplandecen con la luz de la heroicidad cristiana como el de Gabriel García Moreno, el presidente mártir de Ecuador, cuyo legado brilla como un faro en medio de las tinieblas de un mundo que se aleja de Dios. No fue un gobernante común, ni un político movido por ambiciones terrenales.

Fue un cruzado, un apóstol laico, un caballero de Cristo que, en el siglo XIX, alzó la bandera de la fe en un campo de batalla donde el liberalismo, la masonería y el laicismo pretendían arrancar a Dios de los corazones y los tronos.

Su vida, su obra y su martirio son un testimonio vivo de que, cuando un hombre entrega su alma al Sagrado Corazón de Jesús, Dios mismo reina en los hogares, en los pueblos y en las naciones.

Un gobernante predestinado por la Virgen. No es casualidad que Gabriel García Moreno haya surgido en el escenario de un Ecuador convulso, donde las ideologías anticristianas buscaban desterrar la fe de la patria.

Su vida parece tejida por la mano providencial de Dios, como si la Virgen del Buen Suceso, en sus apariciones en Quito, hubiera anunciado la llegada de un varón que defendería la Iglesia contra las asechanzas del maligno.

En el siglo XVII, la Madre de Dios profetizó a la venerable Madre Mariana de Jesús Torres que vendría un hombre «que consagrará la República al Sagrado Corazón de mi Hijo». Ese hombre fue García Moreno, cuya vida fue un eco de aquella promesa celestial.


Nacido en Guayaquil en 1821, García Moreno se forjó en la fe católica, en la disciplina intelectual y en el amor ardiente a la patria. Como presidente de Ecuador en dos ocasiones (1861-1865 y 1869-1875), transformó una nación sumida en el caos en un baluarte de la civilización cristiana. Sus reformas educativas, económicas y sociales no solo levantaron al país materialmente, sino que lo elevaron espiritualmente, haciendo de Ecuador el primer país del mundo en consagrarse oficialmente al Sagrado Corazón de Jesús en 1874. Este acto, de una audacia sobrenatural, fue el sello de su misión: hacer que Dios reinara en los hogares, en las leyes y en el corazón de su pueblo.

La lucha contra las tinieblas del liberalismo
García Moreno no fue un hombre de medias tintas. En un siglo donde el liberalismo y la masonería conspiraban para secularizar las naciones, él se alzó como un titán de la fe, dispuesto a combatir hasta el último aliento. Promulgó leyes que protegían a la Iglesia, fomentó la educación católica y trajo a los jesuitas para fortalecer la formación de las nuevas generaciones. Su gobierno fue un dique contra la marea del laicismo que pretendía reducir la religión a un asunto privado. Para García Moreno, la fe no era un adorno, sino el fundamento de la sociedad, el alma de la patria.

Esta batalla le ganó enemigos implacables. Los masones, los liberales y los traidores a la fe juraron su destrucción. Pero él, con la serenidad de un mártir, no temió. Sabía que el camino de la cruz es el único que lleva a la gloria.

Un martirio profetizado y un legado escondido
El 6 de agosto de 1875, en la fiesta de la Transfiguración, Gabriel García Moreno fue asesinado a machetazos en las escalinatas del Palacio de Carondelet. Su sangre, derramada por odio a la fe, regó la tierra ecuatoriana como la de un mártir. Antes de morir, exclamó: «¡Dios no muere!». Y así fue. Su sacrificio no fue el fin, sino el comienzo de un legado eterno.
Por un designio misterioso de la Providencia, sus restos reposaron durante un siglo en el monasterio de Santa Catalina de Siena, patrona de los políticos, cuya vida de santidad y valentía resonaba con la de García Moreno. ¿Fue esto una mera coincidencia? No. Fue un signo de que Dios guarda a sus elegidos, incluso en la clandestinidad, hasta que el mundo esté listo para reconocer su grandeza.

El Sagrado Corazón: El monumento eterno
Ecuador no recuerda a García Moreno solo en los fríos mármoles de los monumentos que el tiempo desgasta. Su verdadero memorial se alza majestuoso en la Basílica del Voto Nacional, dedicada al Sagrado Corazón de Jesús, que domina el horizonte de Quito como un recordatorio de que Cristo reina sobre toda creación. Esta basílica, nacida del impulso de su consagración, es un testimonio pétreo de su visión: un Ecuador donde Dios sea el Rey de reyes, el Señor de los hogares y las naciones.

La restauración de su memoria
En el año 2020, la municipalidad de Quito, en un acto de justicia histórica, recuperó y restauró la casa donde García Moreno vivió sus últimos años. Aquella vivienda, que yacía en abandono, al borde de convertirse en ruinas, fue transformada con todo su esplendor en el Archivo Histórico de Quito y un museo dedicado al gran presidente. Este gesto no fue solo la restauración de una casa patrimonial, sino un símbolo de la acción de Dios, que toma las ruinas de un mundo caído y las convierte en un palacio de gloria.

El elogio de los Vicarios de Cristo y un anhelo para nuestras patrias
El testimonio de García Moreno no pasó desapercibido para la Iglesia. El Papa Pío IX, su contemporáneo, lo llamó «el hombre que honra a la América» y alabó su «fidelidad a la Iglesia y su celo por la gloria de Dios». San Pío X, al conocer su vida, lo describió como «un modelo de gobernante católico, digno de imitación en todo tiempo». Estas palabras de los Vicarios de Cristo resuenan como un eco de la profecía de la Virgen del Buen Suceso, confirmando que García Moreno fue un instrumento de la Providencia para hacer reinar a Dios en la tierra.


Que su vida, su martirio y su legado enciendan en nosotros el fuego de la fe. Que la Basílica del Voto Nacional nos recuerde que Cristo debe ser el Rey de nuestros corazones y naciones. Y que Dios, en su infinita misericordia, envíe a nuestras patrias más príncipes católicos como García Moreno, hombres de fe inquebrantable, dispuestos a dar la vida para que el Sagrado Corazón reine en cada hogar, en cada pueblo, en cada rincón de nuestras tierras. Porque él procuró el Reino de Dios y su justicia, y lo demás le fue dado por añadidura. Y la añadidura vino: una patria consagrada, una Iglesia defendida, un legado inmortal que nos llama a ser soldados de Cristo.

¡Oh Virgen del Buen Suceso, ruega por nosotros, y que el Sagrado Corazón de Jesús reine para siempre en nuestras patrias restauradas!