HOMENAJE DE RADIO CRISTIANDAD A GARCÍA MORENO, EN EL 150º ANIVERSARIO DE SU MARTIRIO

Reverendo Padre Augustin Berthe

GARCÍA MORENO

Tomo Segundo

CAPITULO X

EL CRISTIANO

Las virtudes morales no crecen en el árbol de la naturaleza decaída, sino por medio del injerto, es decir, de la gracia, la cual nos injerta en Jesucristo, y nos hace así partícipes de las operaciones de su prudencia, de su justicia, de su fortaleza y templanza.

Los filósofos paganos han atestado sus libros de bellas máximas sobre la hermosura de la virtud y el desprecio de las riquezas, de los honores, de los sufrimientos, de la muerte misma; pero aquellos virtuosos se encenagaban en los vicios más degradantes; aquellos templados cantaban como poetas al vino y las mujeres; aquellos estoicos insensibles al dolor, se suicidaban para evitar el padecer. Esas incurables debilidades del antiguo paganismo se unían a las enseñanzas de la fe para predicar a García Moreno que la raza humana, originalmente degradada, sólo puede levantarse de su caída con el auxilio divino.

Así, pues, para que un hombre llegue a ser heroicamente virtuoso, Dios ha querido que fuese cristiano sinceramente devoto.

Cosa muy singular debe parecer la piedad en un hombre de Estado, sobre todo, en medio de nuestras agitaciones políticas y de los progresos del mundo moderno. Los San Luis, San Eduardo y San Fernando no son admisibles en el trono de nuestros reyes constitucionales o en el sillón de nuestros presidentes de república. En estos tiempos de volterianismo y de masonería, no tolera la opinión un príncipe piadoso.

García Moreno conocía esta preocupación; pero triunfó de ella, como de todas las demás. A despecho de la moda, de las pasiones sublevadas, de los sarcasmos volterianos, de las iras masónicas y de las ocupaciones absorbentes, no olvidó jamás el principio de que el hombre debe cuidar de su santificación personal, si quiere emprender con éxito la regeneración de un alma, y con mucha más razón, la de un pueblo.

La vida sobrenatural tiene arranques comparables a los del águila, que con su mirada penetrante clava la vista en el sol, y con sus alas poderosas se precipita sobre su presa. Así, con los ojos de la fe puede el cristiano contemplar a Dios, y con sus alas de ángel, que se llaman esperanza y caridad, levarse en un instante hasta Él.

La piedad que vivificaba el alma de García Moreno, no era otra cosa que esta ascensión a Dios por el ejercicio de las tres virtudes teologales.

Hemos conocido su gratitud hacia su excelente madre, cuyas piadosas enseñanzas le habían adherido desde el fondo de su corazón a la Iglesia y a todos sus dogmas. El hijo, imagen de la madre, fue ante todo hombre de Fe; pero de esa fe viva y ciega, que rara vez se encuentra en los cristianos de nuestros días.

Este don precioso sobre todos los dones debe atribuirse, sin duda, a la gracia de Dios, al beneficio de una educación sólidamente cristiana y, acaso, a la dicha de tener por antepasados los hijos de la muy católica España; pero conviene añadir que el trabajo personal de García Moreno para adquirir la inteligencia de las cosas de la fe, fortificó singularmente esta virtud en su alma.

La ciencia a medias aleja de la religión; la verdadera ciencia nos conduce a ella, decía Bacon. De aquí esa indiferencia, esa incredulidad y hasta esa impiedad de nuestras clases directoras; bastante instruidas para comprender las objeciones que se dirigen contra los misterios de la religión, carecen de conocimientos y de filosofía para resolverlas.

De aquí también esas discusiones absurdas en la tribuna, en los periódicos y en los libros, que hacían sonreír de compasión a García Moreno. Filósofo lleno de lógica y de buen sentido, teólogo versado en el conocimiento de la Sagrada Escritura, de la historia y del dogma; iniciado en todas las ciencias naturales y físicas, con una palabra pulverizaba las objeciones de los falsos sabios, y solo tenía desdén por esos entendimientos mezquinos que se dejan prender en ellas.

Ecuador Galápagos

Las argucias de los naturalistas y geólogos contra el texto de los Libros Santos, le eran familiares. Hablando un día de las Islas de los Galápagos [ver fotos] y de los objetos curiosos, desde el punto de vista científico, que en ellas se encuentran, discutió la cuestión de las épocas de la creación, del orden señalado por Moisés a las evoluciones del globo, del diluvio y de sus relaciones con los hechos geológicos nuevamente testificados, con tanta erudición, tanta doctrina y tanta lógica, que sus oyentes quedaron embelesados.

Ecuador isla

El delegado apostólico Monseñor Vanutelli que se hallaba presente, no encontrará ciertamente en sus misiones diplomáticas muchos soberanos de esta fuerza.

Ecuador isla (otra)

Iluminado por la teología que define de una manera precisa los derechos de Cristo y de su Iglesia, no comprendía cómo la infatuación de ciertos católicos por los principios de 1789 puede conciliarse con la fe; ni por qué medio la pretensión de salvar al mundo, eliminando de él al Salvador, se ha de armonizar con el sentido común. En cuanto a él, consideraba el Syllabus como el credo de los pueblos que no quieren perecer.

A la luz natural que nos revela las armonías de la razón y de la fe, García Moreno añadía la luz divina que nos hace penetrar más íntima y suavemente las verdades reveladas. Esta luz se obtiene por la meditación cotidiana de los divinos misterios. A pesar de sus numerosas ocupaciones, consagraba todos los días media hora a meditar, como David, sobre la ley de Dios, sobre las diferentes manifestaciones de su amor al hombre, sobre su último fin. Estas consideraciones piadosas reavivaban su fe, inflamaban su corazón, afirmaban su voluntad en el bien. El texto del Evangelio le servía habitualmente de asunto de meditación. Hacia sus delicias y se lo sabía de memoria.

Otro librito, el más bello después de aquel, la Imitación de Cristo, le nutría de santos y sublimes pensamientos, no sólo en casa, sino en sus viajes; porque lo había convertido en su compañero inseparable.

Se ha encontrado un ejemplar que le había regalado un afectuoso amigo, el 24 de Setiembre de 1860, día de la toma de Guayaquil, y del que se sirvió hasta la muerte. Se comprende a la simple vista, por el estado de este pequeño volumen, y por el color de sus páginas, que su dueño lo había convertido en vade-mecum.

Santa Teresa, en el libro de su vida, lanza esta exclamación: “¡Oh!, si los reyes hiciesen todos los días media hora de oración, cuán presto se renovaría la faz de la tierra” Acaso García Moreno fue el primer jefe de Estado que, desde entonces, realizó este voto del corazón apostólico de la Santa. Por eso debe contarse como el primero que desde 1789 ha trocado la faz de su país.

Cultivada y desarrollada así la fe, por el estudio y la meditación, no permaneció inactiva, y se reveló bien pronto en el alma de García Moreno por actos que el gran papa Benedicto XIV declara heroicos, tales como el sentimiento profundo de la grandeza de Dios, el menosprecio de los bienes terrenales, el valor en medio de las tribulaciones, la constancia en las obras emprendidas, la confesión pública y animosa de sus creencias, y la práctica puntual y alegre de las obligaciones que la fe nos prescribe.

García Moreno había concebido del ser y los atributos de Dios una idea tan grande, que en todas las contradicciones, dificultados e imposibilidades respondía invariablemente con su expresión favorita: ¡DIOS NO MUERE!; como si quisiera decir: Dios existe, y basta. ¿Qué hay imposible para Dios?

Él consideraba a Dios como el océano de todos los bienes; así no hablaba de Él sino con la efusión de un corazón penetrado de la más viva gratitud, no solo en la intimidad, sino en las asambleas oficiales.

¿Qué jefe de Estado ha insertado jamás en un mensaje a las cámaras un párrafo como este? “Entre los grandes beneficios que Dios dispensa a la República en la inagotable abundancia de su misericordia, cuento el veros reunidos bajo su tutelar protección, a la sombra de la paz que Él nos concede y conserva, a pesar de que nada somos, de que nada podemos, y de que no sabemos corresponder a su bondad paternal, sino con inexcusable y vergonzosa ingratitud.”

Cuando habla de los actos de su administración, pide como perdón de ello, cual si arrebatara a Dios el honor que de derecho le corresponde.

“Entro en estos detalles, decía, no para gloria nuestra, sino de Aquel a quien todo lo debemos, y a quien adoramos como a nuestro Redentor y nuestro Padre, nuestro protector y nuestro Dios”.

¡Qué lejos está del Dios vivo, proclamado por García Moreno, esa fría e impersonal “Providencia” con que nuestros soberanos secularizados se dignan, si es que no son absolutamente ateos, decorar sus tristes discursos! Esta grande idea de Dios le inspiraba sentimientos de veneración a los sacerdotes, ministros del Señor en la tierra. Hallándose de paso en Quito, un pobre capuchino fue a visitarlo, y se llegó a él con el sombrero en la mano. — “Cúbrase, Padre”, le dijo García Moreno, descubriéndose él mismo. — “Un pobre fraile, le contestó, no puede cubrirse delante del Presidente de la República”. — “Padre, repuso el Presidente, poniéndole el sombrero en la cabeza, ¿qué es un jefe del Ecuador en presencia de un sacerdote del Altísimo?” Y escuchó con profundo respeto al humilde hijo de San Francisco.

De esta alta estima de Dios y de las cosas divinas, nacía en su ánimo el profundo desprecio a todo lo terreno y perecedero. De ella también, el desinterés absoluto de García Moreno, y su dicha en derramar el oro y la plata en el seno de los pobres, de los enfermos, de las viudas y de los huérfanos. Esa moneda que la codicia amontona para apropiarse la tierra, la fe le indicaba el medio de emplearla para ganar el Cielo.

De aquí su paciencia en las tribulaciones que convirtieron su vida en larga y dura pasión. Jamás se oyó salir una queja de sus labios. A los ataques, calumnias y persecuciones; a las tramas de los asesinos, respondía por un acto de abandono en los brazos de Dios. “La injuria, decía a sus amigos, este es mi sueldo; si mis enemigos me atacaran por algún crimen que yo hubiese cometido, les pediría perdón, y trataría de enmendarme; pero se conjuran contra mí, porque amo de veras a mi Patria; porque trato de salvar su tesoro más preciado, la, fe; porque soy y me muestro hijo sumiso de la Iglesia. No debo, pues, contestarles otra cosa que ¡Dios no muere!”

10) Vía Crucis

En cuanto a los demás caracteres señalados por Benedicto XIV, como la profesión pública de las creencias y la práctica de los deberes impuestos por la fe, se los encuentra en el más alto grado en todos los actos de la vida privada y pública de García Moreno. Los liberales le echan en cara hasta sus muestras de piedad externa, que califican de hipocresía.

Él contestaba con su lógica ordinaria “que la hipocresía consiste en obrar de otro modo que se piensa. Los verdaderos hipócritas son los liberales, que tienen fe y que, por respetos humanos, no se atreven a demostrarla en la práctica”.

Esta cobardía le inquietaba por su país y le llevaba a multiplicar los manifestaciones exteriores de fe y de piedad. “El Ecuador, decía, es un pueblo profundamente religioso; yo nunca puedo representarle como lo merece, sin conservar, sostener y defender hasta el último trance nuestra verdadera y divina religión. Mas aunque la fe es acendrada, mucho temo que el pueblo se halle herido de la enfermedad endémica del siglo, la debilidad de carácter; mucho temo que una persecución violenta, no halle entre nosotros muchos mártires. Es indispensable levantar de algún modo el espíritu de los ecuatorianos.”

Lejos de contarse entre esos católicos que profesan abiertamente su fe, pero que se inquietan poco de sus preceptos, García Moreno, como lo hemos visto, cumplía todos sus deberes de cristiano con la fidelidad mas ejemplar, yendo más allá de los mandamientos.

Su fe le inspiró el celo de la ley. Una infracción grave de los mandamientos de Dios o de la Iglesia, un escándalo público, le sumían en profunda tristeza. Un día que se le refería un caso de inmoralidad notoria, exclamó: “¡Esto es para mí mucho peor que las erupciones del Cotopaxi!”

En las gradas del sillón presidencial, no creyó que debía despojarse de esta fe práctica. Católico personalmente, quiso serlo también como jefe del Estado. De ahí el concordato, la constitución católica de 1869, la reforma de los códigos, la lucha sin tregua ni descanso contra las facciones revolucionarias y, finalmente, la restauración completa del Reino de Dios por su Iglesia.

11) Concordato

No faltaban gentes en el Ecuador que motejaban al Presidente de beato, de devoto en demasía. Pretendían los unos que se puede ser buen católico separando la Iglesia del Estado, para dejar a cada cual la libertad de seguir la religión que fuese más de su agrado; los otros, más teólogos, aceptaban especulativamente las tesis ortodoxas sobre la religión del Estado; pero sostenían que en la hipótesis del mundo moderno, más adherido a la declaración de los derechos del hombre que a los preceptos del Decálogo, no podría regir una constitución cristiana, sin provocar la guerra civil; el liberalismo, según ellos, es un mal que es preciso tolerar para evitar otro mal más grave.

García Moreno contestaba:

– a los primeros, que admitir como principio la separación de la Iglesia y del Estado, es negar el derecho de Jesucristo sobre los pueblos, y renunciar por ese mismo hecho a la fe católica;

– y a los segundos, que reconocer las tesis y declararlas absolutamente inaplicables, es asemejarse a los católicos que aceptan los mandamientos en principio, pero que se dispensan de ponerlos en práctica, por no hacer violencia al enemigo, esto es, a la naturaleza rebelde.

Lo mismo que la fe sin obras, añadía, no salva al cristiano, las tesis sociales no salvarán al mundo de la anarquía, si no se intenta siquiera el aplicarlas. Las dificultades, ¿quién lo duda?, serán grandes; pero ¿son insuperables, por ventura?

Este cristiano de otros tiempos creía que, con más fe en los principios salvadores y con más fortaleza de alma, los católicos triunfarían de la Revolución, lo mismo en Europa que en América.

Este es el sentido de las palabras que arriba hemos consignado: “¡Si hubiese en Francia un hombre de energía, pronto volvería a ser la hija primogénita de la Iglesia!”

De esta fe viva y activa proceden como de su propia raíz otras dos virtudes que sostienen al alma en su vuelo hacia Dios: la Esperanza que se postra a sus pies para implorar socorro, y la Caridad que se arroja a sus brazos para abandonarse completa y generosamente a Él. Entrambas se manifestaron en García Moreno por afectos y actos de piedad ferviente.

El hombre inflexible ante los tiranos, doblaba la rodilla ante Dios con la sencillez de un niño. Había pasado sus primeros años en la más tierna devoción, con la idea de consagrarse al servicio del altar. Durante las vacaciones que solía pasar entonces en Monte-Christi, en casa de su hermano, cura párroco de esta ciudad, no se le veía más que en la Iglesia, orando con fervor. El resto del tiempo lo pasaba en su cuarto sobre los libros.

12) Capilla del Rosario
Capilla del Rosario, donde asistía a Misa diariamente

Si las primeras borrascas de la vida pública detuvieron un poco sus arranques hacia Dios, se volvió a él con las pruebas del destierro. Desde entonces no cesó de adelantar en la vida espiritual. Las resoluciones que tomó y que hallamos escritas de su mano en la última página de su Kempis, dan una idea de su vida íntima con Dios.

Helas aquí:

Oración de mañana, y pedir particularmente la humildad.
Misa, Rosario diario, y Kempis, y conservar la presencia de Dios.
Hacer siempre lo posible para conservar la presencia de Dios, sobre todo al hablar, para refrenar la lengua.
Levantar el corazón a Dios, ofreciéndole mis obras antes de empezarlas.
Decir cada hora infernus domus mea est, y soy peor que los demonios.
En las dudas y tentaciones, pensar cómo pensaré en la hora de la muerte, diciendo: ¿Qué pensaré sobre esto en mi agonía?
No rezar sentado en la cama, cuando pueda levantado.
Hacer actos de humildad, como besar el suelo en secreto, y desear toda clase de humillaciones, procurando no merecerlas.
Alegrarme de que censuren mis actos y persona.
No hablar de mí nunca, no siendo para declarar mis defectos o malas acciones.
Contenerme, viendo a Dios y a la Virgen, y hacer lo contrario de lo que me incline; en caso de cólera: ser amable aun con los importunos.
De mis enemigos, no decir nada de malo.
Todas las mañanas escribir lo que debo hacer antes de ocuparme. Trabajo útil y perseverante, y distribuir el tiempo.
Observar escrupulosamente las leyes.
Todo ad majorem Dei gloriam, exclusivamente.
Examen antes de comer y dormir. Confesión semanal, al menos.
Evitar aun las familiaridades inocentes con toda prudencia.
No jugar más de una hora, ni ir de ordinario sino a las 8 de la noche.

Esta regla de vida pone de manifiesto el alma de García Moreno. Los que le han tratado de cerca, cuentan con qué conciencia, con qué escrupulosidad cumplía sus diferentes disposiciones. No omitía ninguno de sus ejercicios de piedad: en el campo, en los viajes, se arrodillaba en un tambo perdido en medio de las selvas, y rezaba el Rosario con su ayudante y las personas presentes. Aunque fuese preciso dar un largo rodeo, hallaba modo de oír Misa el domingo, y con frecuencia la ayudaba él, en lugar del indio encargado de este servicio. A caballo muchas veces día y noche, llegaba a la capital muerto de fatiga, y sin embargo, iba a la Iglesia para oír Misa antes de entrar en su casa.

Un profesor alemán de la escuela politécnica, que durante los largos años pasados en Quito, había tenido ocasión de tratar con intimidad al devoto Presidente, y hasta de visitarle en su hacienda, donde solía ir de cuando en cuando a tomar algún día de recreo, no puede reprimir su admiración al recordar estas virtudes: — “Siempre me estaba edificando, escribe, por su bondad, y su amabilidad encantadora, que sin embargo era grave, y sobre todo, por su profunda piedad. Por la mañana, a la hora de la Misa, iba a su capilla, preparaba por sí mismo los ornamentos y ayudaba a Misa en presencia de su familia y de los habitantes del lugar. Si le hubieseis visto con su elevada estatura, sus facciones pronunciadas, sus cabellos blancos y su continente militar; si hubieseis podido leer como nosotros, en aquella fisonomía el temor de Dios, la fe viva, la piedad ardiente de que su corazón estaba henchido, comprenderíais el respeto que a todos infundía la presencia de este hombre del Señor.”

Este mismo edificante espectáculo se renovaba a la noche. Rodeado de su familia, de sus criados y de sus ayudantes, el Presidente rezaba el Rosario, al cual se agregaba la lectura piadosa que solía él comentar expresando los afectos de amor y de confianza en Dios en que su corazón rebosaba.

Era cosa digna de contemplarse, verle los domingos y días festivos explicar el catecismo a sus criados, y asistir con religioso respeto a los oficios, acompañado de su mujer y de su hijo. En las fiestas solemnes iba de oficio a la catedral, con sus ministros y principales empleados civiles y militares. Era admirable su porte noble y digno, su recogimiento, su atención piadosa y constante. Por lo demás, a todos exigía la misma compostura para las cosas santas: nadie hubiera podido faltar, no ya a su deber, sino a las más sencillas atenciones de respeto, sin la corrección, o por lo menos, sin la advertencia debida. En todas partes y en todo tiempo se le veía el primero en las manifestaciones religiosas.

Exigiéndose, en un jubileo, la asistencia a tres procesiones para ganar la indulgencia, se le hizo presente que, en atención a sus muchas ocupaciones, podía legítimamente solicitar una conmutación de estas obras:— “¡Líbreme Dios! contestó; yo soy un cristiano como otro cualquiera.” Concurrió, pues, a las tres procesiones con su mujer y su hijo, la cabeza descubierta, y sin quitasol, a pesar de los ardores de un día despejado.

La misma respuesta dio, poco más o menos, al Superior de una Orden Religiosa que, para evitarle cada semana andar un cuarto de hora de camino, se ofreció a enviarle su confesor.  “Padre mío, le contestó, el pecador es quien tiene que ir a buscar al juez; que el juez no ha de andar buscando al pecador.”

Su piedad, cumbre de su confianza y amor, le llevaba a todas las devociones autorizadas por la Iglesia, y en primer lugar hacia el Santísimo Sacramento, objeto privilegiado de su culto. Le hacía frecuentes visitas, permaneciendo postrado ante el altar, con un sentimiento de profunda adoración. Era su dicha poder comulgar todos los domingos, y aun entre semana, si ocurría alguna festividad. Cuando se llevaba el Santo Viático a un enfermo, el Presidente tenía a mucha honra escoltar a su Dios con un cirio en la mano, en medio de su pueblo. En las procesiones del Corpus, se veía al jefe del Estado con su grande uniforme de general en jefe, y todas sus condecoraciones, tomar el pendón y preceder al palio, como el servidor que va anunciando a su amo.

13) Custodia

Los demás oficiales se cedían unos a otros las varas del palio, o buscaban algo de sombra arrimándose a las paredes; el Presidente se mantenía firme durante la procesión, en medio de la calle, prescindiendo del sol por no apartarse del Santísimo Sacramento.

Se le suplicó un día que se cubriese para evitar una insolación; pero él protestó que no se cubría delante de su Dios.

Conocía muy bien la doctrina de la Iglesia sobre la devoción a la Virgen María, como para no separar en su afecto al Hijo de la Madre.

Le atribuyó el honor de la toma de Guayaquil. El 24 de setiembre, día de Nuestra Señora de las Mercedes, aniversario de esta memorable victoria, quedó como día de fiesta patronal.

Tenía una confianza sin límites en la intercesión de María, y llevaba siempre con devoción su medalla, su escapulario y el Rosario, que todos los días rezaba con inviolable fidelidad.

A fin de pertenecer más particularmente a la que llamaba su Madre del Cielo, resolvió entrar en la Congregación que los jesuitas habían establecido en la capital.

Dócil a las instrucciones y recomendaciones de la Santa Iglesia, puso también su confianza en el gran Patriarca San José. Cuando Pío IX lo proclamó solemnemente Patrono y Protector de la Iglesia Universal, el decreto tenía la cláusula de que la festividad del santo sería elevada a fiesta de obligación donde quiera que lo pidiesen los soberanos. Pero los soberanos, siempre dispuestos a suprimir las fiestas de la Iglesia, por razones mal llamadas económicas, multiplicando, sin embargo, las fiestas profanas por razones políticas, se hicieron los sordos a las invitaciones de la Santa Sede.

García Moreno, por el contrario, no consultando más que su fe y piedad, con el unánime parecer de las Obispos, presentó al Papa su demanda, y la fiesta de San José, día feriado en adelante, se celebró en el Ecuador con la mayor solemnidad.

Al lado de la Santa Familia, tan dulce a todo corazón cristiano, venera el Ecuador su santa particular, la beata Mariana de Jesús, llamada la Azucena de Quito, por su virginal pureza. Se la contempla como protectora de la ciudad, a quien ella con verdaderos prodigios ha salvado mil veces de la destrucción.

14) Mariana de Jesús

El pueblo se goza en recurrir a ella, y las jóvenes llevan todavía voluntariamente su traje para ir a la Iglesia. Lleno de confianza en la intercesión de la Beata Mariana, García Moreno sufría mucho en ver su culto sin honor, y sus reliquias casi olvidadas en la pobre capilla del convento, que en otro tiempo había pertenecido a los jesuitas. Durante su primera presidencia, consagró una parte de su sueldo al embellecimiento del Santuario que coronó con una aguja soberbia. En 1865 las veneradas reliquias fueron trasladadas con gran pompa y con aplauso de todo el pueblo a esta espléndida mansión. Más tarde, queriendo que el país se asociara a su obra, el Presidente hizo que el Congreso votara los fondos necesarios para la adquisición de una caja magnífica en que fueron depositados los restos de la bienaventurada.

A todas estas pruebas de piedad y de amor, añadió el Presidente, en 1873, un acto grandioso que sería suficiente para inmortalizar su memoria y perpetuar el Reino de Dios en su país.

García Moreno había manifestado siempre una gran devoción al Sagrado Corazón de Jesús. Pues bien, un amigo, conversando íntimamente con él, le dijo un día que, en su cualidad de magistrado católico, debía interpretar la fe de su pueblo consagrando el Ecuador, por un decreto oficial, al Sagrado Corazón.

“Gracias a la piedad del hombre que rige sus destinos, decía aquel amigo, el Ecuador forma una honrosa excepción en medio de tantos pueblos que perecen de naturalismo; pero este hombre es mortal, un asesino puede clavarle un día el puñal, y entonces ¿quién sostendrá los derechos de Dios? ¿quién le impedirá caer en las horribles fauces de la fiera? Dejadnos bajo la protección del Corazón de Jesús; constituidla fiesta nacional, y las salvas que saluden anualmente su aurora, ensordecerán los gritos de la impiedad.”

El Presidente respondió que su obligación era conservar el depósito de la fe en su país, aunque fuese a precio de su propia vida; por consiguiente, que no retrocedería ante ninguna consideración para obtener ese resultado; mas para ofrecer y consagrar el Ecuador al Dios de toda santidad, ¿se había moralizado bastante el pueblo, purificado el hogar doméstico, restaurado la justicia, llevado la paz a las familias, la concordia a los ciudadanos y el fervor al templo? El Ecuador tiene fe; pero es preciso lanzar a todas partes, aun a los parajes más recónditos, cincuenta misioneros de ardiente celo, que conviertan a los pecadores y laven las almas en la sangre divina; entonces presentaríamos al Sagrado Corazón una ofrenda menos indigna.”

“La perfección, replicó el interlocutor, se adquiere con el auxilio de la gracia, y Dios recompensaría con la de su predilección a un pueblo que diese al mundo testimonio tan solemne de su fe, en reparación de la apostasía general de los gobiernos.”

García Moreno convino en ello con toda su alma; pero observó que, antes de proceder a un acto de esta naturaleza, debía consultar a los Prelados y a las personas piadosas. “Soy un hijo de la Iglesia, y debo someterme a su divino magisterio; respeto también profundamente a las almas piadosas, cuyo juicio es tanto más seguro, cuanto más se aproximan a Dios en la oración.”

El tercer Concilio de Quito coincidía con la reunión del Congreso. El Presidente manifestó a los Obispos reunidos el proyecto que había formado de consagrar el Ecuador al Sagrado Corazón de Jesús, proyecto que los Prelados acogieron con entusiasmo, y transformaron, a invitación de García Moreno, en decreto conciliar.

Este decreto, dado el 13 de abril de 1873, dice:

El mayor bien de un pueblo es conservar intacta la fe católica; este bien no depende de nuestros méritos, sino de la misericordia de Dios, que obtendrá la nación si se arroja con humildad en el Corazón de Jesús. Por consecuencia, el Concilio de Quito ofrece y consagra solemnemente la República al Sagrado Corazón, suplicándole que sea su protector, su guía y su defensor, a fin de que nunca se separe de la fe católica, apostólica, romana, y que los habitantes del Ecuador, conformen su vida con esta fe y en ella encuentren su felicidad en el tiempo y la eternidad.

García Moreno invitó a las Cámaras a dar un decreto semejante, a fin de unir el Estado a la Iglesia en tan solemne acto.

Este decreto de un parlamento en el siglo XIX, es harto curioso para que nos dispensemos de darle a conocer en su tenor:

Considerando que el tercer Concilio de Quito, por un decreto especial ha consagrado la República del Ecuador al Sacratísimo Corazón de Jesús y la ha puesto bajo su protección y salvaguardia; que pertenece al poder legislativo cooperar en nombre de la Nación a un acto tan conforme a los sentimientos eminentes del catolicismo, y que es también el medio más eficaz de conservar la fe y obtener el progreso y bienestar del Estado, decretan:

La República del Ecuador está consagrada al Sacratísimo Corazón de Jesús que ha sido proclamado su Patrón y protector.

Se declara fiesta nacional de primera clase la del Santísimo Corazón de Jesús. Esta fiesta se celebrará en todas las Iglesias catedrales de la república por los prelados diocesanos con la mayor pompa posible.

Se erigirá en todas las catedrales un altar dedicado al Corazón de Jesús, y con esta intención el gobierno excitará el celo y piedad de los Obispos. En el frontal de cada uno de los altares mencionados se colocará a costa del Estado, una lápida de mármol sobre la cual se inscribirá el presente decreto.

El Congreso dio una prueba de la gran fe que a todos sus individuos animaba, votando este acto por unanimidad y sin discusión.

Algún tiempo después, el mismo día y a la misma hora, en todas las iglesias de la República, tuvo lugar la solemne ceremonia.

Ecuador Consagración

El presidente, de grande uniforme, se dirigió a la catedral acompañado de todas las autoridades civiles y militares.

Después que el Arzobispo Ignacio Checa y Barba hubo pronunciado el Acta de Consagración en nombre de la Iglesia, García Moreno repitió la fórmula en nombre del Estado.

15) Sagrado Coraz{on

Jamás los fieles habían asistido a un espectáculo más conmovedor, y se puede decir, tal vez, que jamás el Señor en lo alto de los Cielos había contemplado nada más hermoso, desde los tiempos de Carlomagno y San Luis.

Bajo la impresión del entusiasmo excitado por esta gran demostración de la fe, algunos miembros del Congreso concibieron la idea de elevar en la capital un templo al Sagrado Corazón, a fin de dejar a la posteridad un recuerdo más monumental que una lápida de mármol. Otros fueron de contrario parecer, alegando razones de economía y el peligro de eclipsar demasiado por estas magnificencias el culto de Nuestra Señora de las Mercedes, Patrona de la República.

Se llevó la cuestión al tribunal de García Moreno, quien se pronunció como siempre, por el proyecto favorable al honor de Jesucristo. “¿Conque quiere usted destituir a Nuestra Señora de las Mercedes?” Le dijo uno de sus ministros. — “¿Se imagina usted que tenga celos de su Hijo?”, replicó el Presidente.

Sin embargo, el Congreso se hizo atrás en la erección de un templo al Sagrado Corazón. Fue menester diez años de nuevas luchas y de nuevas victorias, para que otro Congreso, por voto unánime, se decidiese a glorificar la idea de García Moreno [ver Apéndice, más abajo].

16) Sagrado Corazón colorido

Terminemos este capítulo, recordando que las mismas virtudes cristianas de fe, esperanza y caridad producen en las almas, según su temple particular, el espíritu propio que las caracteriza.

Ellas crearon en García Moreno el espíritu apostólico, espíritu de Cristo y de los héroes valerosos que le conquistaron el mundo, espíritu admirable que se resume en esta petición del Padre Nuestro: Venga tu reino. El Reino de Dios en las almas: he ahí la idea fija de García Moreno, la ambición de su corazón generoso, el móvil de sus actos públicos y privados.

Sacerdote, García Moreno habría sido un San Francisco Javier; Jefe de Estado, quiso, al menos, abrir el camino a la Iglesia, a sus sacerdotes y misioneros, derribando los obstáculos que la revolución había amontonado en el tránsito, y por su piedad, por su ejemplo y palabra, arrastrar las muchedumbres hacia Dios.

De tal manera le devoraba este fuego de caridad, que no podía ni ocultarlo, ni dejarlo inactivo aun entre los habitantes de la campiña. “Cuando el presidente venia en medio de nosotros para vivir como simple particular, contaban aquellos pobres labradores, no nos perdonaba ni el castigo, ni la corrección; pero era un santo verdadero; nos daba grandes jornales y magníficas recompensas; nos enseñaba la doctrina cristiana, rezaba el Rosario, nos explicaba el Evangelio, nos hacía oír Misa, y a todos nos preparaba para la Confesión y Comunión. La paz y la abundancia reinaban en nuestras casas; porque sólo con la presencia de tan excelente caballero, se ahuyentaban todos los vicios.”

Hallándose un día en medio de obreros irlandeses que había traído de los Estados Unidos para establecer una sierra mecánica, examinó su trabajo; luego, después de una comida campestre que les dio a sus expensas, interrogó a sus convidados acerca de las costumbres religiosas de su país, y les preguntó si sabían los cánticos de la Santísima Virgen. Los buenos irlandeses se pusieron a cantar con entusiasmo. — Decidme, ¿queréis mucho en vuestro país a la Virgen María? preguntó el presidente. — ¡Oh!, la queremos con todo nuestro corazón. — Pues bien, hijos míos, pongámonos de rodillas y recemos el Rosario para que perseveréis en amar y servir a Dios. Y todos juntos, arrodillados en torno del Presidente, con lágrimas en los ojos, rezaron piadosamente el Rosario.

Su celo le sugería los medios más ingeniosos de ganar un alma para Jesucristo. Tenía en Quito un amigo a quien estimaba por su carácter, por sus buenas cualidades, y hasta por sus grandes servicios; pues muchas veces le adelantaba los capitales que necesitaba para sus grandes empresas. Este amigo iba a Misa, socorría a los pobres, y aun asistía a algunos ejercicios espirituales; pero a consecuencia de una costumbre inveterada, vivía alejado de los Sacramentos. García Moreno le reprochaba esta inconsecuencia, sin más resultado que algunas vagas promesas para lo futuro. Ahora bien, en Quito se acostumbra que al fin del mes de María los fieles ofrezcan a la Santa Virgen a guisa de flores, ciertas resoluciones escritas. Al fin de mes preguntó un día a su amigo si había ofrecido a María su ramillete de flores. Este comprendió la alusión y quiso esquivarla.

— Espere usted, repuso, yo le he presentado un ramo de mucho precio y, como siempre, será preciso que usted haga el gasto. — Ya sabe usted que mi bolsa está siempre abierta para usted, le respondió su interlocutor, creyendo que se trataba de un nuevo adelanto de dinero para algún donativo que quisiese hacer el presidente. — ¿Puedo contar con usted? — Seguramente. — Pues bien, he prometido a la Virgen que usted iría a comulgar el último día del mes, y ya ve que sin usted no puedo ofrecerle mi ramillete.

El pobre amigo, bastante embarazado, le dijo que el Presidente tenía ideas muy singulares, y que un acto de aquella importancia exigía una gran preparación. — Por eso yo he prevenido a usted de antemano, replicó García Moreno. Conmovido de tanta solicitud por su alma, el perezoso se encerró en soledad completa durante algunos días, y cuando llegó el último del mes de María, se lo vio acercarse a la Santa Mesa, al lado del Presidente, lo cual colmó de júbilo a todos los corazones.

En circunstancias semejantes la gran alma de García Moreno retemblaba de gozo: se le hubiera creído el padre del hijo pródigo que volvía a recibirle en su hogar.

Lo mismo le pasaba siempre que los periódicos anunciaban un progreso cualquiera de la religión en el mundo. — “¡Gloria a Dios y a la Iglesia!, escribía en 1874, por las numerosas conversiones que se operan entre los disidentes, especialmente las del Marqués de Ripon, de lord Grey y de S. M. la Reina Madre de Baviera. Es indudable que estos grandes ejemplos tengan influencia decisiva en la conversión de todos los protestantes de recto corazón.”

Y ahora que hemos mostrado a nuestro lectores el interior de García Moreno, si alguno le supone otra intención que la de glorificar a Dios, podemos contestarle que no conoce absolutamente el corazón del hombre.

Es preciso juzgar sus actos, no desde el bajo terreno en que se agitan las pasiones políticas, sino desde el punto de vista en que este gran cristiano se colocó a si mismo antes de obrar, es decir desde las alturas de la fe y la caridad.

 

APÉNDICES

Decreto eclesiástico de la consagración del Ecuador al Corazón de Jesús

Los Padres del Tercer Concilio Provincial Quitense

Considerando:

1°) Que el mayor bien que puede gozar un pueblo es el de conservar pura la Fe Católica, Apostólica y Romana, don precioso que no se consigue por merecimientos propios sino por la gracia misericordiosa del Señor;

2°) Con grande anhelo desean, por lo mismo, alcanzar de Dios esta gracia especial para la Republica, estando íntimamente persuadidos que la impetrarán si, postrados con humildad, ofrecen la Nación al Sacratísimo y Amorosísimo Corazón de Jesús.

Decretan:

Art. 1°) El Tercer Concilio Provincial Quitense ofrece y consagra solemnemente la República del Ecuador al Sacratísimo Corazón de Jesús; y con la fe, humildad e instancia que le son posibles, le ruega que sea, desde hoy para siempre, el Protector de ella, su guía, su amparador, a fin de que nunca jamás se aparte de la Fe Católica, Apostólica y Romana y de que sus moradores conformen sus costumbres con esta Fe, única que puede hacerlos dichosos en el tiempo y en la eternidad;

Art. 2°) En todas las Iglesias Catedrales de la Provincia Eclesiástica Ecuatoriana se celebrará, con solemnidad posible, la fiesta del Sacratísimo Corazón de Jesús;

Art.3°) Los Obispos procurarán que en las Iglesias Catedrales y Parroquiales, se establezcan Cofradías del Sacratísimo Corazón de Jesús, a fin de que el mayor número de ecuatorianos le amen y le honren con todo fervor;

Art. 4°) Se dedica al Sacratísimo Corazón de Jesús el mes de Junio de todos los años. Durante él los fieles procuraran honrarle de todos modos y se consagrarán de una manera especial; y

Art.5°) Las solemnidades correspondientes a la Consagración se harán en todas las Iglesias Catedrales y Parroquiales en la Cuaresma próxima venidera.

Treinta y uno de agosto de 1873.

 

Decreto legislativo de la Consagración del Ecuador al Corazón de Jesús

El Senado y la Cámara de Diputados del Ecuador, reunidos en Congreso, considerando:

1° Que el Tercer Concilio Provincial Quitense ha consagrado, por un decreto especial, la República del Ecuador al Sacratísimo Corazón de Jesús, poniéndola bajo su protección y amparo; y

2° Que corresponde a la Legislatura coadyuvar, en nombre de la Nación, a un acto que, siendo tan conforme a sus sentimientos de eminente catolicismo, es también el medio más eficaz de conservar la Fe y alcanzar el progreso y bienestar temporal del Estado,

Decretan:

Art. 1° Se consagra la República del Ecuador al Santísimo Corazón de Jesús, declarándole su Patrón y Protector.

Art. 2° Se declara fiesta cívica con asistencia de primera clase, la del Santísimo Corazón de Jesús, que se celebrará en todas las Catedrales de la República por los Prelados Diocesanos, con la mayor solemnidad posible,

Art. 3° En todas las Catedrales se erigirá un altar dedicado al Corazón de Jesús; excítase al efecto el celo y piedad de los diocesanos.

Art. 4° En el frontis de cada uno de los altares expresados en el artículo anterior, se colocará una lápida costeada por las rentas nacionales, en la cual se escribirá el presente decreto.

Comuníquese al Poder Ejecutivo para su ejecución y cumplimiento.

Dado en Quito, Capital de la República, a 8 de octubre de 1873.

EJECÚTESE.

Firma: Gabriel García Moreno, Palacio de Gobierno, 18 de octubre de 1873.

El 25 de marzo de 1874, se realizó la Consagración del todo el Ecuador, en sus dos grandes poderes, tanto el político como el religioso, cabe decir el primero en todo el mundo, por lo cual la Iglesia llamo al Ecuador: La República del Sagrado Corazón.

garcia moreno con decreto

 

La Basílica del Voto Nacional

El Gobierno Nacional, determinó que en honor a esta Consagración se construyera en Quito una gran basílica.

La Basílica del Voto Nacional surgió, pues, de la idea de construir un monumento como perpetuo recuerdo de la Consagración de la República de Ecuador al Sagrado Corazón de Jesús; la moción fue planteada por el Padre Julio Matovelle, diputado de la República en 1883.

17) Sagrado Corazón amurado

El proyecto fue contratado en Francia por el arquitecto francés Emilio Tarlier, que ya había tenido experiencia en construcciones similares en España, Francia e Inglaterra; quien hizo los planos inspirado en la catedral parisina de Notre Dame.

Basílica con marco y letras

Notre Dame con marco y letras

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

La Basílica del Voto Nacional es la obra más importante de la arquitectura neogótica ecuatoriana y una de las más representativas del continente americano, siendo a su vez la más grande en tierras del nuevo mundo.

La nave central tiene 140 metros de largo, por 35 metros de ancho, y 30 metros de altura; además de 74 metros de alto en el crucero

La planta típica del gótico es de grandes extensiones con una nave central y dos laterales y una sección que la atraviesa formando una cruz. Siguiendo este concepto, la Basílica del Voto Nacional presenta la planta de cruz latina.

La Basílica consta de dos partes principales que son: una nave principal, dedicada al Sagrado Corazón de Jesús, y una más pequeña al Corazón de María, ubicada inmediatamente posterior a la primera y con una planta igualmente de cruz latina, aunque más pequeña.

La extensión total, incluida la capilla del Corazón de María, es de 150 metros.

Ecuador Plano

Ecuador vista a{erea

Foto satelital

El cuerpo principal de la Basílica está formado por una nave central, dos naves menores y 24 capillas laterales, dedicadas a cada una de las provincias del país en las que irán colocados un altar, la bandera, y el escudo o emblema de cada una de ellas.

Vista Basílica 1

Vista Basílica 2

Vista Basílica 3

Vista Basílica interior 1

Vista Basílica interior 2

Vista Basílica interior 3

 

 

Ecuador Vista Interior Basílica 4

Ecuador Vista Interior Basílica 5

Ecuador Rosetón

Capilla Corazón de María con letras

Ecuador Capilla de Corazón de Maria 1

Ecuador Torres 1

Torres con letras

Torres Notre-Dame de París con letras
Continuará