P. CERIANI: SERMÓN DEL SÉPTIMO DOMINGO DE PENTECOSTÉS

SÉPTIMO DOMINGO DE PENTECOSTÉS

En este Séptimo Domingo de Pentecostés continuamos con nuestro estudio sobre el Ecumenismo, que iniciamos tres Domingos atrás.

Conforme a lo visto, el encuentro ecuménico e interreligioso del 19 de mayo pasado en Roma, presidido por Robert Francis Prévost, muestra a las claras y confirma que la Roma actual ha perdido el espíritu misionero, el espíritu de conquista…; que la Roma conciliar, neoprotestante, está animada por un espíritu ecumenista, un espíritu pluralista, un espíritu mundialista…

En efecto, el ecumenismo actual es la antítesis del espíritu misionero católico… Si el «pueblo de Dios» tiene ahora las dimensiones de la humanidad, si todo hombre está ya, desde la concepción, rescatado y justificado, si las religiones no católicas e incluso las no cristianas son medios de salvación, ¿para qué querer convertir a los otros, para qué intentar atraerlos al seno de la Iglesia Católica?

Si todos hombres se pueden salvar en cualquier religión y por medio de cualquiera de ellas, ¿para qué misionar?, ¿para qué abandonar familia y patria y sumergirse en medio de una sociedad pagana y hasta salvaje, a la cual, lejos de aportarle la civilización y el cristianismo, es uno el que va a recibir de ella su pseudo-cultura a través de la inculturación?

¡Sí!…, la ecumenimanía moderna es la muerte del espíritu misionero. Son espíritus irreconciliables.

Nuestro Señor Jesucristo no andaba con ecumenismos… La Iglesia católica no está animada por el ecumenicismo, sino por el celo apostólico.

Por eso hace rezar de este modo en la colecta de la Misa Por la Propagación de la Fe: Oh, Dios, que quieres que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad: envía obreros a tu mies, y concédeles el predicar con toda confianza tu palabra; para que tu doctrina se difunda y sea glorificada, y todos los hombres te conozcan a Ti, único Dios verdadero, y al que Tú has enviado, Jesucristo, tu Hijo y Señor nuestro.

Es lo mismo que pedía el pueblo elegido en el Antiguo Testamento, en el Libro del Eclesiástico y los Salmos:

Oh Dios de todas las cosas, infunde tu temor en las naciones, que no han pensado en buscarte; para que entiendan que no hay otro Dios sino Tú, y pregonen tus maravillas. Alza tu brazo contra las naciones extranjeras, para que experimenten tu poder. Porque, así como a vista de sus ojos demostraste en nosotros tu santidad, así también a nuestra vista mostrarás en ellas tu grandeza; a fin de que conozcan, como nosotros hemos conocido, que no hay otro Dios fuera de Ti, oh Señor.

El celo apostólico de la Iglesia Católica le inspira no sólo el apostolado misionero para convertir a los paganos, sino también el celo por el regreso de los cristianos disidentes a su seno.

Frente a este celo católico, el ecumenismo se propone un fin netamente distinto: un diálogo teológico entre la Iglesia Católica y las otras confesiones cristianas, e incluso con las religiones no católicas.

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Ecuménico, en griego significa universal. Un concilio ecuménico es un concilio universal.

La palabra ecumenismo es reciente, de origen protestante.

El ecumenismo, en el período previo al conciliábulo vaticanesco, designó el empeño por reunir a las diferentes confesiones cristianas para lograr entre ellas cierta unión.

Después, el ecumenismo se ha expandido a las religiones no cristianas, gracias a la idea conciliar indefinida del Pueblo de Dios, destinado a expandirse a las dimensiones de todo el universo.

Pablo VI concibió este Pueblo de Dios en varios círculos concéntricos: en el centro el núcleo duro de la Iglesia Católica; luego, alrededor de ella, la ortodoxia, el anglicanismo y más ampliamente las denominaciones protestantes; y luego las religiones monoteístas, etc., etc., estando todas estas denominaciones en comunión más o menos perfecta con la Iglesia católica.

Este modelo nebuloso de iglesia no concuerda con la definición de Iglesia dada por el Magisterio Tradicional, de sociedad visible, con contornos precisos, única y necesaria para la salvación.

Repito que el celo apostólico de la Iglesia Católica la inspira no solo a ejercer un apostolado misionero para convertir a los paganos, sino también a promover el regreso de los cristianos disidentes a su seno.

Ante este celo católico, el ecumenismo se propone un objetivo claramente distinto. Recordemos que, cuando un periodista le preguntó: Eminencia, ¿es para usted el ecumenismo el regreso de los disidentes al seno de la Iglesia?, el cardenal Ratzinger respondió: No. Para mí, es más bien la idea de Pablo VI, de las Iglesias hermanas.

De hecho, desde el Vaticano II y la encíclica sobre el diálogo Ecclesiam suam , el ecumenismo ha promovido claramente un cierto diálogo teológico entre la Iglesia Católica y otras denominaciones cristianas, y significativamente, se opone tanto al proselitismo (es decir, al esfuerzo de conversión individual de los disidentes), como al uniatismo (el retorno a la unidad católica de ciertas partes de las Iglesias orientales separadas).

Aquí es donde el ecumenismo muestra su veneno.

Según el decreto conciliar sobre el ecumenismo “promover la restauración de la unidad entre todos los cristianos es uno de los principales objetivos del santo concilio ecuménico”.

El mismo texto habla de “cristianos divididos entre sí” y afirma que “en esta única Iglesia de Dios surgieron desde el principio ciertas divisiones”.

¿Ha perdido la Iglesia su unidad a causa de cismas y herejías? ¿Se trata de recomponer, de reconstruir una unidad perdida? ¿De reunir, como las piezas de un rompecabezas desintegrado, las diferentes confesiones cristianas en una nueva unidad?

¡No! La unidad no debe restaurarse, ella existe, es la unidad de la Iglesia Católica; y es esta unidad la que los disidentes deben reintegrar, en el sentido de regresar a, volver al interior de, volver al seno de.

Punzante, pues, es la ambigüedad de las primeras palabras del documento conciliar Unitatis redintegratio.

¡Cuán claros, por el contrario, son los principios del Magisterio Tradicional!

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¿Cuáles son, pues los principios que rigen el verdadero celo apostólico y misionero de la Iglesia? ¿Cuáles son los verdaderos principios que rigen el celo de la Iglesia por los cristianos separados? ¿Cómo los ha enseñado la Iglesia a través de su Magisterio? ¿Cómo revelan la falsedad de los principios que sustenta el ecumenismo?

I. — El primer principio es que la unidad, según la voluntad de su divino fundador, es una propiedad, una de las cuatro Notas de la Iglesia Católica, que consiste en una sublime Unidad de Fe, de Sacramentos y de Gobierno.

Esta unidad, fundada sobre todo en la verdadera Fe, no admite más ni menos. Es o no es, tanto en las comunidades como en los individuos.

Borrar un solo Artículo de Fe, incluso el más pequeño, “iota unum”, es perder la Fe por completo, porque es rechazar la autoridad de Dios revelador, que es el objeto formal de la fe.

En cuanto a los artículos que aún conserva un cismático o un hereje, no hacen que tenga fe, sino solo una opinión según su propia voluntad.

Aunque algunos no católicos pueden errar de buena fe y conservar la fe divina en lo que creen verdadero, sin embargo, la Iglesia, que juzga sólo sobre lo que aparece —de internis, Ecclesia non dijudicat—, no la supone en los adultos no católicos.

Después de todo, la obstinación y la terquedad en las ideas, es la característica misma de este estado mental. Debido a esto, aquellos que se creen tan amplios de mente, como dicen, y tan abiertos a todo, aparecen como tercos, obstinados, pertinaces.

Decir que tales cristianos poseen, hasta cierto punto, la unidad deseada por Cristo es falso. Decir que están en mayor o menor comunión con la Iglesia Católica es un error; no están en comunión en absoluto; no poseen en absoluto la unidad deseada por Jesús.

Donde no existe la fe católica integral, no hay unidad.

II. — El segundo principio es el siguiente: Esta unidad es propiedad inalienable de la Iglesia de Jesucristo, que sólo es la Iglesia Católica.

En efecto, Jesucristo quiso esta unidad para su Iglesia como una Nota, una marca o signo de su esencia divina.

Ahora bien, la Iglesia de Jesucristo es la Iglesia Católica.

Por lo tanto, la Iglesia Católica, y sólo ella, posee esta unidad como propia.

El Papa León XIII desarrolla este argumento en su magistral encíclica Satis Cognitum, del 29 de junio de 1896, sobre la unidad de la Iglesia:

“Jesucristo no concibió ni instituyó una Iglesia formada por varias comunidades que se asemejarían entre sí en ciertos rasgos generales, pero que serían distintas entre sí y no estarían unidas entre sí por aquellos vínculos que pueden hacer indivisible y única a la Iglesia que tan claramente profesamos en el símbolo de la fe: Creo en la Iglesia una”. Credo in … unam, sanctam, catholicam, et apostolicam Ecclesiam…

Todo está aquí, en este principio. Si lo entendemos, si lo admitimos, comprendemos el celo de la Iglesia por el retorno de los disidentes. Si lo rechazamos, caemos en el ecumenismo, cuyo principio fundamental, establecido por el conciliábulo vaticanesco, es que la Iglesia Católica no es, idénticamente, la Iglesia de Jesucristo, sino que la Iglesia de Jesucristo sólo subsiste en la Iglesia Católica.

Este es el famoso subsistit in de la Lumen Gentium.

El Relator de la Comisión Doctrinal del concilio había explicado: “Se cambian algunas palabras: en lugar de est (esta Iglesia…es la Iglesia católica) en la línea 21, decimos: subsistit in (esta Iglesia subsiste enla Iglesia católica), para que la expresión concuerde mejor con la afirmación de elementos eclesiales que se encuentran en otras partes”.

Esta ruptura con la ley de hierro de la identidad quebranta el principio y fundamento del celo católico por los disidentes.

El conciliábulo llega incluso a declarar que sus comunidades, como tales, no carecen en absoluto de significado y valor en el misterio de la salvación. El Espíritu de Cristo, de hecho, no se niega a utilizarlas como medios de salvación.

¿Qué sentido tendría querer reintegrarlas al seno de la Iglesia católica? No es absolutamente necesario…

El falso ecumenismo, la caricatura de unidad, el ecumenismo lato, es falso e ilegítimo, puesto que reconoce a las falsas religiones, en cuanto tales, como medios de salvación, o al menos supone en ellas la virtud o capacidad salvífica sobrenatural.

Su expresión en Asís, el 27 de octubre de 1986, es la demostración de su herejía subyacente: “Asís es el reconocimiento de la divinidad del paganismo”, declaró sin ambigüedades su Excelencia Monseñor Antonio de Castro Mayer en Ecône, el 29 junio de 1988.

III. El tercer principio, que se desprende del segundo, se enuncia así: La Iglesia Católica no puede perder su unidad; quienes se separan de ella pierden la unidad que Cristo anhelaba.

Enseña León XIII: La Iglesia está constituida en unidad por su propia naturaleza. Es una, aunque las herejías intenten dividirla en varias sectas. Lo intentan, pero no lo consiguen.

Por lo tanto, y esto es de capital importancia, quienes se separan de la Iglesia Católica pierden la unidad, y esto es para su propia condenación.

Esta es la enseñanza de San Cipriano: Quien se separa de la Iglesia y se une a una adúltera, se separa de las promesas de la Iglesia; y no alcanzará las recompensas prometidas por Cristo. No puede tener a Dios por Padre quien no tiene a la Iglesia por Madre.

IV. — Cuarto principio: es el corolario del anterior:

“La unión de los cristianos no se puede fomentar de otro modo que procurando el retorno de los disidentes a la única y verdadera Iglesia de Cristo, de la cual un día desdichadamente se alejaron; a aquella única y verdadera Iglesia que todos ciertamente conocen y que por la voluntad de su Fundador debe permanecer siempre tal cual Él mismo la fundó para la salvación de todos”.

Son las palabras de Pío XI en su encíclica Mortalium animos, sobre la unión de los cristianos, del 6 de enero de 1928.

¡Estas son palabras de oro! Expresan el sentido católico, la fuente del verdadero celo por los disidentes, que consiste en promover su conversión y su regreso al seno de la Iglesia.

Esta es la actitud perfectamente católica de los católicos ucranianos. Su Iglesia, que emergía de las catacumbas con un aura de santidad y una reputación de independencia del régimen comunista, atraía a los ortodoxos cismáticos.

Esto facilitaba el celo de los católicos por la conversión de los cismáticos y su regreso al redil de la única Iglesia verdadera.

Pero, el diablo no estaba contento, e infundió en la Roma conciliar el odio hacia este celo católico, cuyos éxitos humillaban y amenazaban a la ortodoxia cismática. La Roma conciliar se alió, pues, con el cisma contra el catolicismo…

Esta política se resume en el documento de Balamand, del 23 de junio de 1993. Ya no se trata de buscar la conversión, sino de realizar juntos la voluntad de Cristo… a través de una búsqueda común entre Iglesias que se reconocen mutuamente como Iglesias hermanas. Leamos:

Por la forma en que Católicos y Ortodoxos se consideran de nuevo ahora en su relación con el misterio de la Iglesia y se redescubren como iglesias hermanas, esta forma de «apostolado misionero», que se ha llamado «uniatismo», no puede ya ser aceptada ni como método a seguir ni como modelo de la unidad buscada por nuestras Iglesias. En efecto, sobre todo tras las conferencias panortodoxas y el Segundo Concilio del Vaticano el redescubrimiento y la nueva valoración, tanto por parte de los Ortodoxos como por los Católicos, de la Iglesia como comunión han cambiado radicalmente las perspectivas, y por consiguiente, las actitudes.

Por una y otra parte, se reconoce que lo que Cristo confió a su Iglesia no puede ser considerado como propiedad exclusiva de una de nuestras Iglesias. Por esta razón, la Iglesia Católica y la Iglesia Ortodoxa se reconocen mutuamente como iglesias hermanas, juntamente responsables de mantener a la Iglesia de Dios en la fidelidad al plan divino, especialmente en lo que concierne a la unidad.

Según las palabras del Papa Juan Pablo II, el esfuerzo ecuménico de las Iglesias hermanas de Oriente y Occidente, fundado en el diálogo y la oración, busca una comunión perfecta y total, que no sea ni absorción ni fusión, sino encuentro en la verdad y el amor.

Permaneciendo firme la inviolable libertad de las personas y la obligación universal de seguir las exigencias de la conciencia, en el esfuerzo por restablecer la unidad, no se trata de buscar la conversión de las personas de una iglesia a otra para asegurar su salvación. Se trata de realizar juntos la voluntad de Cristo para los suyos y el plan de Dios sobre su Iglesia, mediante una búsqueda común entre iglesias de un acuerdo pleno sobre el contenido de la fe y sus implicaciones. Este esfuerzo se prosigue en el diálogo teológico en curso.

En nombre de este diálogo ilusorio, se prohíbe la conversión de los disidentes… ¡Esto es diabólico!

Cincuenta años antes, en Mystici Corporis (29 de junio de 1943), el Papa Pío XII expresó un espíritu completamente diferente, el espíritu católico, con estas palabras: Deseamos que la súplica común de todo el Cuerpo Místico se eleve a Dios para que todas las ovejas descarriadas regresen pronto al único rebaño de Jesucristo.

¡Es evidente el abismo doctrinal que se ha abierto entretanto, con motivo del Vaticano II!

Lamentablemente ya tenemos un anuncio en la Séptima Oración Universal del Viernes Santo, pues, según la reforma del mismo Pío XII, lleva por título:

Pro unitate Ecclesiae [Por la unidad de la Iglesia].

Con esta fórmula expresiva se insinúa la idea de una Iglesia en busca de su propia unidad social, que hasta ahora no posee.

En la Comisión que preparó la reforma había miembros con ideas tradicionales que se oponían a la obra de la erosión doctrinal, aunque eran incapaces de detener la creación de híbridos teológicos, como la opción de dejar el texto tradicional de la Oración, pero dándole un nuevo título que huele a herejía.

El mismo Annibale Bugnini, unos diez años más tarde, reconoció que orar por la unidad futura de la Iglesia constituye una herejía; y él lo menciona en un artículo de L’Osservatore Romano: “Le nuove orazioni del Venerdì Santo,” 19 de marzo de 1965.

En efecto, alabando las oraciones introducidas en 1965, escribió que el título de la oración fue cambiado de Por la unidad de la Iglesia (como en 1955) a Por la unidad de los cristianos, ya que la Iglesia ha sido siempre una; pero, con el paso del tiempo, fuimos exitosos en la eliminación de las palabras herejes y cismáticos.

Es triste observar que estas maniobras de cambio se emplearon con la liturgia con el fin de aportar novedades teológicas…, invirtiendo el adagio, según el cual la ley del dogma es la que establece y debe establecer la ley de la oración, y no a la inversa…

V. — Quinto principio: La Iglesia no condena las discusiones doctrinales con los disidentes, pero pide que se observen ciertas reglas, presentadas por la Instrucción del Santo Oficio del 20 de diciembre de 1949 de motione œcumenica.

a) En primer lugar, los disidentes deben buscar la verdadera unidad basada en la verdad.

Hay que decirles estas cosas con claridad e inequívocamente; en primer lugar, porque buscan la verdad [esto se presupone], y, en segundo lugar, porque fuera de la verdad nunca puede haber verdadera unión.

Por lo tanto, el Magisterio excluye de antemano la propuesta del cardenal Ratzinger, que vimos más arriba: No se trata de un ecumenismo de retorno, sino de una unidad de las Iglesias, las Iglesias permaneciendo y convirtiéndose en una sola Iglesia.

El mismo Ratzinger promueve una reunión corporativa en la diferencia.

Es evidente que no se busca la verdadera unidad.

b) Los obispos deberán tener cuidado de que no se alimente un indiferentismo peligroso.

Esto será imposible desde Asís 1986, que fue una profesión práctica de la divinidad de todas las religiones.

c) Hay que evitar el irenismo, ese optimismo desordenado que se apoya en lo que ya une mientras omite lo que divide, y no hay que caer en un vano deseo de asimilación progresiva de las diferentes profesiones de fe, acomodada de algún modo a las doctrinas de los disidentes, hasta el punto de que la pureza de la doctrina católica se resienta.

Este es el peligro continuo de las declaraciones conjuntas firmadas con esta o aquella confesión disidente.

d) En la exposición de la historia de la Reforma, el Santo Oficio solicita además que se evite exagerar tanto los defectos de los católicos, o disimular tanto las faltas de los reformadores… que apenas se vea o se sienta lo esencial: la deserción de la fe católica.

Contrariamente a esta prescripción que emana de la fe, el ecumenismo conciliar es una serie continua de mea culpas en el pecho de nuestros padres en la fe y actos de arrepentimiento impregnados de un sentimentalismo mentiroso.

e) Finalmente, La doctrina católica debe ser expuesta plena y completamente; no se debe ocultar con términos ambiguos lo que la verdad católica enseña sobre la verdadera naturaleza y las etapas de la justificación, sobre la primacía de jurisdicción del Romano Pontífice…

En otras palabras, primero hay que resolver los problemas esenciales.

Tal fue la conducta del Papa Eugenio IV en el Concilio de Florencia, que logró reunir a los cristianos orientales separados el 6 de julio de 1439.

Primero, lo esencial era su adagio, es decir, la primacía del Papa y del «Filioque».

Pensó con razón que el resto se resolvería solo, una vez admitido lo esencial.

La instrucción de 1949 finaliza con una recomendación a los disidentes: que estén firmemente convencidos de que al regresar a la Iglesia no perderán nada del bien que, por la gracia de Dios [no se dice “por su religión”], se ha logrado en ellos hasta ahora, sino que, con su regreso, este bien se completará y perfeccionará. Sin embargo, se debe evitar hablar sobre este punto de tal manera que, al regresar a la Iglesia, crean aportarle un elemento esencial que le ha faltado hasta ahora.

Es evidente que los valores de salvación presentes en los disidentes pertenecen específicamente a la Iglesia Católica, que es su única depositaria legítima; y en los disidentes estas verdades no son libres, sino que son sirvientes del error, contribuyen a la herejía.

La conversión es, por lo tanto, necesariamente y, ante todo, una liberación de las ataduras del error.

Conoceréis la Verdad, y la Verdad os hará libres…

Esto es precisamente lo que el ecumenismo no puede aportar, debido a su eclesiología subyacente, que es heterodoxa; a sus principios, que se alejan y a menudo contradicen los principios del celo católico; y a sus métodos, que son infieles a las directrices tradicionales de la Iglesia.

Basándonos en nuestra Fe Católica y siguiendo la escuela de los Concilios y los Papas, asimilemos los principios del celo católico por el regreso de los disidentes; este celo es parte integral del apostolado misionero de la Iglesia.

Por el contrario, el ecumenismo conciliar se presenta como su contraparte diabólica y adversa.

Terminemos por esto con la Oración del Viernes Santo por los herejes y cismáticos:

Oremos también por los herejes y los cismáticos, para que Dios Nuestro Señor, se digne sacarlos de sus errores y devolverlos a la Santa Madre Iglesia Católica y Apostólica.

Oh Dios todopoderoso y eterno, que a todos salvas, y no quieres que ninguno se pierda; mira compasivo a tantas almas seducidas por la astucia diabólica; para que, renunciando totalmente al mal de la herejía, abjuren sus errores, y vuelvan a la unidad de tu verdad. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.

Que Nuestra Señora, Virgo Fidelis, nos conserve y guarde en la Fe verdadera.