P. CERIANI: SERMÓN DEL CUARTO DOMINGO DE PENTECOSTÉS

CUARTO DOMINGO DE PENTECOSTÉS

Nos encontramos en el Cuarto Domingo de Pentecostés.

Hoy y algunos domingos que vienen, me voy a apartar de los textos que trae la Liturgia de los mismos.

Por tratarse de algo muy importante y bien actual, voy a dedicar varios sermones a la cuestión del Ecumenismo que, en su posición extrema llega a afirmar que «Los hombres pueden encontrar en el culto de cualquier religión el camino de la salvación eterna y alcanzarla» y que, por lo tanto, «Todo hombre es libre en abrazar y profesar la religión que, guiado por la luz de la razón, tuviere por verdadera».

Pero antes de llegar a tratar estas cuestiones, es indispensable que nos detengamos a establecer bien el fundamento de la verdadera Fe.

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En primer lugar, destacamos la unidad y sencillez de la Fe.

Para quienes la observan superficialmente, la Fe aparece como una serie de verdades expuestas más o menos filosóficamente, como una acumulación de dogmas, sin duda unidos entre sí por un orden lógico, pero que la unidad que tienen es como la de las diversas partes de una ciencia humana.

A quien observa más de cerca, a quien estudia más profundamente, se le presenta una unidad admirable: estos dogmas se reúnen y se mantienen unidos por vínculos íntimos, se comunican entre sí interiormente y todos confluyen en el lugar mismo donde se asienta y de donde brota la vida, es decir, Dios.

Este orden interno aparece admirablemente en los Padres de la Iglesia y en los grandes Doctores.

Cuando entramos en el interior del cristianismo, y estudiamos desde dentro la estructura íntima de los dogmas cristianos, su disposición, su jerarquía, sus relaciones recíprocas, vemos que toda la teología católica ha sido construida y agrupada armoniosamente alrededor de un gran eje central que sostiene toda la obra, controla todo el movimiento, y se apoya en tres grandes ideas principales, como en tres goznes o bisagras.

Este eje es la gran relación de unidad que existe entre los tres misterios de la Santísima Trinidad, la Encarnación del Verbo y la Sagrada Eucaristía, con la Santa Misa como Sacrificio y Sacramento.

Todo gira en torno a esta relación que conecta estos tres dogmas, y por eso el monumento es sencillo y armonioso.

La sencillez de la Fe católica se manifiesta en que su Símbolo o Credo está contenido en unas pocas líneas, y su expresión o enunciado en un libro de unas pocas páginas.

Por el contrario, la filosofía anticristiana necesita, para formularse, una voluminosa enciclopedia. Pero la fórmula es tan incompleta, tan inexacta, que se necesitan cientos de volúmenes para completarla, explicarla, defenderla o confirmar los puntos débiles, dudosos, oscuros, inexactos e incompletos.

La palabra oscuridad o tinieblas, para expresar la invisibilidad del misterio de la fe en relación a nuestra inteligencia, es moderna, falsa y no tiene un significado verdadero.

Lo que hay que decir es que la puerta está cerrada, la luz es inaccesible.

Pero la Fe no es una sombra, sino una luz, ya que nos revela lo que no sabíamos o nos da nuevas visiones de lo que ya sabemos.

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La enseñanza misma está en la Iglesia en el estado de fe siempre activa y siempre fecunda, o, más bien, en el estado de vida, porque la Fe es vida, vida sobrenatural.

Está en el estado de pensamiento en las mentes, en estado de predicación en las bocas autorizadas; pensamiento que vive, que obra, que avanza, que busca, que produce frutos en las almas.

Es el famoso axioma Fides quӕrens intellectum, la Fe que busca la comprensión; concepto teológico que expresa la relación entre la Fe y la razón.

Expresa que la fe no es un obstáculo para la razón, sino que la impulsa a buscar una mayor comprensión de la verdad.

La frase se atribuye a San Anselmo de Canterbury, quien la utiliza para expresar que la Fe precede a la comprensión intelectual, pero que también debe ser objeto de reflexión y estudio para una comprensión más profunda.

Por la Fe accedemos a la verdad, la cual puede luego explorar la razón. Se trata de una relación dinámica e interdependiente, donde la Fe impulsa a la razón y la razón profundiza en la Fe, humildemente sumisa a la misma.

Fides quærens intellectum, indica, pues, un pensamiento activo, siempre en el camino recto, dirigido como está por el Espíritu Santo; pero siempre avanzando, y siempre aumentando su suma de vida; es predicación viva y activa, celosa, conquistadora, generando constantemente hijos para Dios, y haciendo entrar o crecer la vida sobrenatural en las almas.

¡Ésa es la lección! Esta no es una función automática y ciega; no es un acto de administración realizado mecánicamente y según reglas matemáticas y brutales; es el acto vital de la Iglesia, que extrae la Fe de su seno y la introduce en las almas.

Es la Iglesia, fecunda y viva, produciendo en las almas la vida de la Fe mediante su palabra, que es semilla viva, y que lleva en las almas la Palabra de vida, el Verbo, y el Espíritu Santo, espíritu de vida.

La naturaleza humana no puede tolerar un estado intelectual en el que todo le sea explicado y comprendido y en el que no haya nada más que buscar, nada más capaz de provocar esa sana curiosidad, esa ansiedad, esa necesidad de trabajo, que es un elemento muy esencial de su vida.

Además, es en los misterios divinos donde precisamente encuentra las razones más convincentes, las inspiraciones más poderosas de todas las virtudes; y, si comprendiera todo, ya no se sentiría provocada a ese sacrificio de sí misma y de sus deseos, que es la sustancia de todo acto de virtud.

Estos misterios divinos, cuyas profundidades no ve, son para ella la fuente de sus mejores y más elevados sentimientos, de sus más puras devociones, así como los manantiales que brotan de las laderas de las montañas sólo son inagotables a condición de que escondan bien sus profundidades en las entrañas de la tierra.

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Viniendo a los comienzos, los Apóstoles no podían cambiar la doctrina que habían recibido del Salvador; pero había que predicarla, formularla, explicarla, desarrollarla y ordenarla; además, si fuera necesario, también adaptarla a las circunstancias y sacar de ella los remedios a las deficiencias de cada sociedad… No fue lo mismo predicar en Atenas que en América, África u Oceanía…

Pero los Apóstoles no tuvieron ni la necesidad, ni las ocasiones oportunas, ni el tiempo para explicar esta doctrina hasta en sus más mínimos detalles y sus últimas consecuencias.

Tuvieron que contentarse con predicar los puntos principales –capita doctrinӕ–, dejando a la Iglesia, que no murió con ellos, la tarea de explicar los puntos secundarios y de responder a las preguntas de detalle.

Así pues, después de la muerte de los Apóstoles quedaron muchos puntos oscuros e indefinidos.

¿Cómo los definiría la Iglesia?

Esta obra no se realizaría sin la intervención de la Providencia; y, como Dios sabe que el hombre es naturalmente olvidadizo, y que los hombres tienen poco interés en tratar de desentrañar cuestiones doctrinales, Dios les obligó a explicar su Dogma, a aclarar los puntos que permanecían oscuros en su Revelación y a refutar los errores que iban apareciendo.

Y para ello desató las dudas y las herejías que, atacando la doctrina cristiana sobre estos diversos temas, obligaron a la Iglesia a aclarar lo que no estaba claro, definir lo que era controvertido, condenar lo que era erróneo.

Y es en este sentido que hay que entender las palabras de San Pablo: Oportet et hæreses ese: “Porque es menester que haya entre vosotros herejías (o disensiones) para que se manifieste entre vosotros cuáles sean los probados”.

No es que sea necesario, sino que es inevitable, porque Jesús anunció que Él traería división, y que en un mismo hogar habría tres contra dos; y a veces hay que odiar a la propia familia para ser discípulo de Él.

De ahí que el ideal de paz entre los que se llaman hermanos, no siempre sea posible; y que a veces los Apóstoles enseñen e impongan la separación.

La separación definitiva de unos y otros sólo será en la consumación de los siglos. Entretanto, en la lucha se manifiesta y se corrobora la Fe de los que de veras son de Cristo.

Pero, ¡qué desgracia sería quebrantar esta Fe o permitir que la enfermedad de la duda entre en ella!

Una de las mayores fortalezas de la Iglesia es la certeza y seguridad que da y el estado de convicción, sin temor al error y sin admitir dudas, en el que ella exige que el espíritu del hombre se establezca; y esta fuerza es, a la vez, una fuerza divina y humana.

Sacúdanla, permitan que entre la duda, y se habrá destruido la Fe por la cual vivió el cristiano y que es en él la fuerza de Dios; se habrá destruido en este pequeño ámbito el poder de la Iglesia y de la vida cristiana.

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Repito que Dios desató las dudas y las herejías que atacaron la doctrina cristiana sobre diversos puntos y obligaron a la Iglesia a aclarar lo que no estaba claro, a definir lo que era controvertido y a condenar lo que era erróneo.

Los Apóstoles, bajo la guía del Espíritu Santo, enseñaron las verdades esenciales de la Fe.

Luego, la Iglesia ha ido desarrollando y profundizando en estas verdades, manteniendo la esencia apostólica.

La intervención providencial es especialmente impactante cuando vemos que la herejía misma en sus ataques a la Fe sigue un plan completamente teológico y, en cierto modo, razonado, que es, en sus líneas generales, el de la propia escolástica.

En efecto:

) Durante los tres primeros siglos, el diablo atacó el fundamento mismo de la doctrina cristiana, la existencia y la autoridad de la Iglesia, de tal manera que la obligó a defender, afirmar y justificar su misión y sus derechos.

Esto es lo que surge de toda la gran lucha de las persecuciones, que es como la primera controversia teológica.

Además, esto es lo que el infierno atacará, más o menos, en todos los tiempos, para evitar que la Iglesia se olvide de sí misma y renuncie a sus prerrogativas.

Y, como veremos en los próximos domingos, esto es nuevamente lo que el infierno ataca hoy más que nunca.

Sin embargo, lo acontecido fue con provecho para la Iglesia; ya que estos ataques le han dado la posibilidad de explicar más formalmente sus derechos.

2°) Cesa la sangrienta persecución, y el demonio inicia su ataque contra el dogma central del cristianismo, el de la Encarnación del Verbo o, lo que reviene a lo mismo, la divinidad de Jesucristo.

Ésta es la herejía de Arrio.

La Iglesia explica y define su doctrina sobre la Encarnación.

Después de este primer ataque, la herejía impugna un dogma más cercano al de la Encarnación y que deriva de ella, el de la Unión Hipostática de las dos naturalezas, divina y humana, en una sola persona.

Aquí se condena a Nestorio; pero no se revela un nuevo dogma, sino que se define un nuevo punto.

Un poco más tarde llega Eutiques, que combate a Nestorio y cae en el extremo opuesto, niega un dogma que es, en cierto modo, hermano del anterior, y que deriva, como él, de la Encarnación, el dogma de la Distinción de las dos Naturalezas en Jesucristo.

La Iglesia hace por él lo que hizo por Nestorio, lo condena.

Y de aquí resulta el tratado completo sobre la Encarnación.

3°) De este tratado fluye inmediatamente, como de su fuente, el de la Gracia, pues Nuestro Señor es Autor de la Gracia por su encarnación y su muerte.

También, casi al mismo tiempo, llegó Pelagio, quien negó el Pecado Original y la necesidad de la Gracia para la salvación.

La Iglesia definió estos dos puntos.

Quedaba por ver si esta Gracia, cuya necesidad la Iglesia definió, era obligatoria sólo para completar o también para comenzar la obra de la salvación, es decir, si un acto realizado sin la Gracia podía merecerla.

Llegan los semipelagianos; y sus invenciones obligan a la Iglesia a declarar que la Gracia es tan necesaria para comenzar como para terminar… Gracia necesaria, suficiente y eficaz…

4°) Luego, otras herejías, menos importantes, vienen una tras otra, pero con menor rapidez, sea porque lo más urgente ya estaba hecho y se podía esperar, sea porque Dios quería dar tiempo a la Iglesia para organizar su disciplina.

Sin embargo, el ciclo de las herejías se completó en la Edad Media con la cuestión de los Sacramentos como medios de conferir la Gracia.

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Si analizamos la relación que existe entre la Fe Católica y las herejías, vemos que la verdad se extiende mucho más allá del error; es más amplia y capaz de abarcar mucho más.

Y esto es debido a su esencia. Porque la Verdad es Dios, que es uno e infinito.

Somos nosotros quienes hacemos verdades particulares, quienes construimos en esta infinitud departamentos, divisiones; pero, en sí, es una, y cuanto más se sintetiza, más se acerca al centro de esta esfera.

A medida que uno se aproxima al centro de una circunferencia, abarca un mayor número de sus radios.

Por el contrario, el error es estrecho y dividido, mezquino; sus puntos de vista son constreñidos. Y sólo puede permanecer en su falsedad con la condición de conservar sus semejanzas y, con ellas, sus recursos para engañar.

Por muy vasto que sea el error, nunca llega a la verdad.

Por esto es que, para un programa de estudios, debemos comenzar primero por la verdad para estudiar y no lo falso para refutar.

La verdad no debe encogerse, descender y encerrarse con su enemigo en estos pequeños puntos de vista…; no debe contentarse con restablecer lo que se niega…

La verdad debe elevarse y ver las cosas, no desde el pequeño punto de vista del error, sino desde el gran punto de vista de Dios y de la Iglesia.

Si el teólogo debe tomar la contradicción de las proposiciones condenadas, es para preservar su Fe, pero no para guiar e inspirar sus estudios, su exposición, su contemplación.

Ese otro método estrecharía los horizontes teológicos…

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La historia de las herejías muestra que los hombres siempre se han equivocado por haber querido ser demasiado sabios, por haber buscado, fuera de la Iglesia, la regla de la verdad.

Este descuido de las partes más profundas de la teología, y esta ligereza, esta superficialidad de visión, son en gran medida responsables de los errores fundamentales que se han producido y cuya causa es precisamente que, al no examinar más el interior, se permitió que nociones falsas se deslizaran, entraran y persistieran.

Todas las sectas, todas las herejías, todas las religiones falsas, ya sean totales o parciales, todos los sistemas de filosofía y de ciencia, contienen algunos fragmentos dispersos y separados de la verdad universal.

Ahora bien, la teología católica tiene la pretensión, divinamente autorizada, de ser la suma de toda la verdad religiosa.

Es la verdad religiosa viva e íntegra; sustancia de la religión auténtica, infalible y completa; que contiene todo lo que es verdadero en todas las demás, y no lo contiene disperso ni separado, sino unido al cuerpo integral de la Verdad y viviendo de su vida.

La Religión Católica cree toda la Verdad, todas las verdades que las sectas creen en verdades dispersas.

La Religión Católica refuta, rechaza y condena todos los errores de las falsas religiones.

Las sectas separadas de la Iglesia Católica no son más que negaciones; y se diferencian unas de otras, respecto a las creencias, sólo en que tienen algunas verdades menos.

Cuántas discusiones modernas podrían terminarse y cuántas teorías quedarían refutadas con estas simples palabras de San Atanasio: Todo el que quiera salvarse, es preciso ante todo que profese la Fe católica. Pues quien no la observe íntegra y sin tacha, sin duda alguna perecerá eternamente … Esta es la Fe católica, y quien no la crea fiel y firmemente no se podrá salvar.

Dios mediante, el domingo próximo continuaremos con este apasionante tema e introduciremos la cuestión del falso ecumenismo.