FIESTA DE SAN PEDRO Y SAN PABLO
En aquel tiempo: Vino Jesús a las cercanías de Cesarea de Filipo, y preguntó a sus discípulos, diciendo: ¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre? Ellos dijeron: Algunos, Juan el Bautista, otros, Elías, y otros, Jeremías, o alguno de los profetas. Jesús les dijo: «¿Y vosotros quién decís que soy yo?». Simón Pedro respondió: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo». Jesús le respondió: «Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo te digo que tú eres Pedro; y sobre esta roca edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. Y te daré las llaves del reino de los cielos. Y todo lo que ates en la tierra, quedará atado también en los cielos; y todo lo que desates en la tierra, quedará desatado también en los cielos».
Celebramos hoy la Fiesta de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo.
¡Oh, Roma feliz, consagrada por la sangre gloriosa de dos Príncipes! Así reza el Himno de las Vísperas de esta fiesta de San Pedro y San Pablo.
¡Oh, Roma feliz!, hermoseada y engalanada con la sangre de San Pedro y de San Pablo, tú aventajas de manera única a las demás bellezas del mundo. A ellos dos debes toda tu verdadera y única grandeza, porque por ellos recibiste, providencialmente, al cristianismo; y por ellos, de capital del Imperio Romano llegaste a ser el centro del mundo cristiano, origen de la Cristiandad, la Ciudad Eterna, la Ciudad Santa…
¡Oh, Roma feliz!… También nosotros debemos alegrarnos con esta fiesta, y considerar que, por la prédica apostólica, Roma pasó a ser de maestra del error, discípula de la Verdad; y de centro de corrupción se transformó en propagadora de la moral de Cristo Redentor. Cuanto más tenazmente se hallaba encadenada por el diablo, tanto más admirablemente fue liberada por Cristo.
El Papa San León Magno, en un magnífico sermón, así lo expresa:
“San Pedro y San Pablo son, ¡oh Roma!, los dos héroes que hicieron resplandecer a tus ojos el Evangelio de Cristo, y por ellos, tú, que eras maestra del error, te convertiste en discípula de la verdad.
He ahí esos dos Apóstoles que te elevaron a tal grado de gloria, de suerte que la supremacía que te viene de la religión divina, se extiende más allá de lo que jamás alcanzaste con tu dominación terrenal; debes menos conquistas al arte de la guerra que súbditos te ha procurado la paz cristiana.
Por otra parte, convenía muchísimo para el plan divino que muchos reinos estuviesen unidos en un vasto imperio a fin de que la predicación tuviese fácil acceso y pronta difusión entre los pueblos sometidos al gobierno de una misma ciudad.
Pero, a la vez que esta ciudad dominaba sobre casi todas las naciones, era esclava de todos sus errores; y por cuanto no rechazaba ninguna falsedad, creía ser en alto grado religiosa.
De suerte que Jesucristo la libertó tanto más maravillosamente, cuanto más estrechamente la había encadenado el demonio”.
Tenemos que trasladarnos a aquella época e imaginarnos que el Imperio Romano encerraba en su seno el materialismo, el humanismo y, con ellos, la idolatría y las falsas religiones. Además, vicios y pecados monstruosos desmoronaban esa sociedad, a la par que el estado o gobierno era erigido en religión, mientras distracciones de todo tipo alejaban al hombre de Dios. Sí, Roma dominaba a todos los otros pueblos; pero era dominada por los errores y vicios que de ellos asimilaba.
Para colmo de males, Más allá del paganismo y de la idolatría, el judaísmo había profanado la religión revelada por Dios para preparar la venida del Mesías. Por este motivo, los jefes religiosos del pueblo judío terminaron negando al Salvador.
Este era el cuadro religioso-político-social-cultural en el cual se tuvieron que mover San Pedro y San Pablo. La situación no podía ser más desalentadora para aquellos hombres que tenían por misión predicar la nueva buena del Evangelio…; esa doctrina y esas costumbres que venían a poner fin al paganismo y a la idolatría; que venían a restablecer la verdadera revelación, saneando la corrupción judaica y llevándola a la perfección del cristianismo.
Imaginemos por un instante la situación; procuremos formarnos una idea de esa sociedad a la cual llegaban estos dos campeones de la Cristiandad para anunciar la verdad del Evangelio.
Y no plantearon una “batalla cultural”, sino que, cumpliendo con el mandato divino, predicaron la Verdad, administraron los Sacramentos y sometieron los pueblos al cetro de Cristo Rey.
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Y ahora, tratemos de indagar cuáles fueron las virtudes características de esos dos Apóstoles, cuya fiesta celebramos y por cuya prédica Roma, de sede del error, pasó a ser la cátedra de la Verdad, y, de letrina de todos los vicios, se convirtió en fuente de santidad y pureza.
Es muy importante que hagamos el esfuerzo por conocer las virtudes que más se destacaron en San Pedro y San Pablo… Y ¿por qué?, me preguntarán ustedes. Puesto que la situación de la sociedad moderna, la situación religiosa-política-social-cultural de la moderna sociedad es muy parecida a la de aquella en la cual predicaron nuestros Santos Apóstoles.
En efecto, la verdadera y única religión, la religión católica, hoy ha sido profanada, adulterada, corrompida.
El hombre moderno, por otra parte, rechaza a Cristo, detesta su doctrina y su moral. La sociedad contemporánea está infectada de neopaganismo, de idolatrías, de falsas religiones; en una palabra, del culto del hombre que las resume a todas.
Vivimos en el paganismo y en la corrupción; pero es peor aún, porque todo esto se presenta bajo el título de progreso, de adelanto, de civilización… y, además, porque aquellos eran simplemente paganos, ¡mientras que éstos son apóstatas!
Para peor de males, la Roma católica, maestra de la Verdad y propagadora de la Moral cristiana, ha vuelto a ser discípula del error y esclava de la inmoralidad. La Roma actual, que debería alegrarse en esta fiesta y celebrar el triunfo de la verdad del Evangelio y de la religión católica sobre la mentira y la falsedad de todas las sectas, esa Roma moderna es hoy centro de la falsedad y difusora de los vicios. En su locura ecumenista se impregna de los errores de todas las falsas religiones y se hace líder en todo el mundo de esa última herejía que es el humanismo, el culto del hombre, bajo la forma de una religión universal sin dogmas ni dioses. Al igual que la Roma Imperial, asume los errores de todas las humanas religiones porque no quiere rechazar su falsedad.
Nuestra Señora lo anunció en La Salette: “Roma perderá la fe y se convertirá en la sede del anticristo”…
Monseñor Lefebvre lo denunció en reiteradas oportunidades:
Homilía del 29 de junio de 1987:
“Roma está en tinieblas, en las tinieblas del error. Nos es imposible negarlo. No es un combate humano. Estamos en la lucha con Satanás. Debemos ser conscientes de este combate dramático, apocalíptico en el cual vivimos y no minimizarlo. En la medida en que lo minimizamos, nuestro ardor para el combate disminuye. Nos volvemos más débiles y no nos atrevemos a declarar más la Verdad.
La apostasía anunciada por la Escritura llega. La llegada del Anticristo se acerca. Es de una evidente claridad. Ante esta situación totalmente excepcional, debemos tomar medidas excepcionales”.
Entrevista de septiembre de 1987:
“Hemos llegado, yo pienso, al tiempo de las tinieblas… Yo pienso que verdaderamente vivimos el tiempo de la preparación a la venida del Anticristo. Es la apostasía, es el desmoronamiento de Nuestro Señor Jesucristo, la nivelación de la Iglesia en igualdad con las falsas religiones.
La Iglesia no es más la Esposa de Cristo, que es el único Dios.
Por el momento, es una apostasía más material que formal, más visible en los hechos que en la proclamación. No puede decirse que el Papa es apóstata, que ha renegado oficialmente de Nuestro Señor Jesucristo; pero en la práctica, se trata de una apostasía”.
Conferencia en el Retiro Sacerdotal, el 4 de septiembre de 1987:
“Yo digo: Roma ha perdido la fe, mis queridos amigos. Roma está en la apostasía. Estas no son simples palabras, no son palabras vacías las que digo. Es la verdad. Roma está en apostasía. Ya no podemos tener confianza en ese mundo, salió de la Iglesia, salieron de la Iglesia, salen de la Iglesia. Es seguro, seguro, seguro”.
Homilía del 30 de junio de 1988:
“Saben bien, queridos hermanos –seguro que se lo han dicho–, cómo León XIII en una visión profética que tuvo, dijo que un día la Sede de Pedro sería la sede de la iniquidad. Lo dijo en uno de sus exorcismos, en el “exorcismo de León XIII”. ¿Es hoy? ¿Mañana? No sé. En todo caso ha sido anunciado.
No solamente el Papa León XIII ha profetizado estas cosas, sino Nuestra Señora.
Las apariciones de Nuestra Señora del Buen Suceso.
Esta Virgen milagrosa profetizó para el siglo XX. Dijo a esta religiosa claramente: «Durante el siglo XIX y la mayor parte del siglo XX, los errores se propagarán cada vez con más fuerza en la Santa Iglesia, y llevarán a la Iglesia a una situación de catástrofe total, ¡de catástrofe! Las costumbres se corromperán y la Fe desaparecerá». Nuestra impresión es que no podemos dejar de constatarlo.
Además, ustedes conocen las apariciones de la Salette, donde Nuestra Señora dijo que Roma perderá la Fe, que habrá un eclipse en Roma; eclipse, adviertan lo que eso puede significar viniendo de parte de la Santísima Virgen.
Y finalmente el secreto de Fátima, más cercano a nosotros. Sin duda que el tercer secreto de Fátima debía hacer alusión a estas tinieblas que han invadido Roma, estas tinieblas que invaden el mundo desde el Concilio”.
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Nuestro amigo y corresponsal, Jorge Doré, lo ha resumido en una espléndida poesía, que lleva por título Eclipse y dice así:
Frío de altares llenos de inmundicia,
homilías cargadas de veneno,
encíclicas bastardas, herejías
y execrables rituales bajo el cielo.
Sacrilegios, diabólicas agendas
incubadas en cónclaves malditos,
pastores exultantes de anatemas
que carcomen el sacro contenido.
Mentiras, subterfugios, trampas, lazos,
de un corrupto y perverso magisterio
que retiene a su grey bajo el engaño
de un mundano y apócrifo evangelio.
Sínodos de taimados burladores
de Cristo y de Su Iglesia. Viles misas.
Adoración de pan. Consagraciones
y sacramentos vanos como espinas.
Es el hombre elevándose a sí mismo
a un olimpo sincrético y pagano
donde habrá de reinar el Anticristo
mientras Nuestro Señor es humillado.
Roma: nefasto eclipse de la Iglesia,
de la Iglesia de Cristo que hoy perdura
–de acuerdo a Su inviolable y fiel promesa–
en contadas y sacras catacumbas.
¡Salid de en medio de ellos, que ya es hora
de despertar de nuestro amargo sueño!
Y no miréis atrás. Ha muerto Roma.
Que los muertos entierren a sus muertos.
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Por todo esto se nos hace necesario, indispensable, poseer las mismas virtudes que animaban el celo apostólico de los Bienaventurados Pedro y Pablo.
Vengamos, pues, al tema: ¿Cuáles fueron esas virtudes fundamentales? La FE y la FORTALEZA.
Nosotros también, en estos momentos de crisis, en medio de la situación dramática de la sociedad y de la Iglesia, debemos tener una FE profunda, firme, y una FORTALEZA férrea, inquebrantable.
Sólo de este modo podremos resistir la avalancha de la revolución anticristiana y sólo así seremos capaces de preparar el Reino de Nuestro Señor Jesucristo.
¡Qué hermoso programa de vida! ¡Qué emotivo ideal! Así como un día ellos dos entraron en Roma para derribar todos los ídolos y para restaurar todas las costumbres; de la misma manera nosotros, en nuestras ciudades, estamos obligados a decapitar los modernos tótems y establecer los cristianos estilos de vida.
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Ante todo la FE…, esa virtud por la cual adherimos, asintiendo firmemente, a las verdades enseñadas por la Iglesia como reveladas por Dios.
La FE de San Pedro, que le llevó a exclamar:
«Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo»
«Señor, ¿a quién iremos? Tú sólo tienes palabras de vida eterna, y nosotros hemos creído y sabemos que Tú eres el Santo de Dios»
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La FE de San Pablo, que pudo decir:
«Poseyendo aquél espíritu de fe, como dice la Escritura, creí y por eso hablé… también nosotros creemos y por eso hablamos»
¿Y de qué hablaba?
«No nos predicamos a nosotros mismos, sino a Cristo Jesús como Señor»
«Predico a Jesucristo y Este crucificado»
¿Y Cómo predicaba?
«No me avergüenzo del Evangelio»
«La palabra de Dios no está encadenada»
«Predica a tiempo y a destiempo»
La FE audaz de San Pedro, que anunciaba a Jesucristo ante los judíos de este modo:
«He aquí que pongo en Sión una piedra angular, escogida y preciosa. Esta es la piedra desechada por vosotros los edificadores; la cual ha venido a ser piedra angular. El que en ella crea nunca será confundido. Preciosa para vosotros los que creéis, mas para los que no creen, esa misma ha venido a ser roca de tropiezo y piedra del escándalo. Y no hay salvación en ningún otro, pues debajo del cielo no hay otro nombre dado a los hombres por medio del cual podamos salvarnos»
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La FE de San Pablo, que en medio de aquella sociedad se animó a afirmar:
«Es necesario que Él reine»
«Restaurar todas las cosas en Cristo»
Y confesó paladinamente a Nuestro Señor, incluso a costa de ser despreciado:
«Estoy constituido para la defensa del Evangelio»
«Ay de mí, si todavía pretendiese agradar a los hombres; si aún tratase de agradar a los hombres, no sería siervo de Cristo».
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Esa Fe activa, operante, fructífera de los Santos Apóstoles, ¡qué lejos está del ecumenismo actual!, que se avergüenza de la verdad y pide mil perdones al error.
Estas confesiones claras y fuertes, ¡qué lejos están del indiferentismo, de la apostasía generalizada a los cuales asistimos!
Pero, ¡qué lejos están también de nuestras miserias, de nuestra falta de generosidad, de nuestra mediocridad, de nuestra tibieza…! ¡Qué falta de FE tenemos! ¡Cómo nos falta la FE!
Aquella era la fe que movía a estos Santos Apóstoles, columnas de la Iglesia, fundamentos de la Cristiandad.
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Y para profesar esta fe, para predicar esta doctrina, estuvieron dotados de una FORTALEZA inconmovible, inquebrantable.
FORTALEZA, esa virtud que enardece el apetito irascible y la voluntad para que no desistan de conseguir el bien arduo o de rechazar el mal difícil, incluso cuando esté en peligro la vida.
El acto principal de la FORTALEZA es el martirio, es decir, el sufrir voluntariamente la muerte en testimonio de la FE.
Y San Pedro y San Pablo practicaron la FORTALEZA y todas las virtudes conexas a ella hasta derramar su sangre, uno por la crucifixión y el otro por la degollación, en profesión de FE en Jesucristo y su Iglesia.
Ambos practicaron la fortaleza, la magnanimidad, la paciencia, la longanimidad, la perseverancia y la constancia. Los dos repudiaron la pusilanimidad, la impaciencia, la estrechez de alma, la inconstancia.
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La FORTALEZA de San Pablo, que hacía soportar al Apóstol de las Gentes todo tipo de pruebas en la proclamación del Evangelio.
De este modo escribía a sus discípulos:
«Nos presentamos en todo como ministros de Dios; con mucha paciencia en las tribulaciones, en necesidades, en angustias; en azotes, cárceles, sediciones, en fatigas, desvelos, ayunos; en honra e ignominia, en calumnias y buena fama; tenidos por impostores, siendo veraces; como desconocidos, aunque bien conocidos; como quienes no tienen nada, aunque lo poseemos todo»
La FORTALEZA de San Pedro, que al salir del Sanedrín, donde había sido azotado, exultaba de alegría de haber sido hallado digno de padecer algo por Nuestro Señor.
La FORTALEZA de San Pablo, que detalla una lista impresionante de sufrimientos padecidos a causa del Evangelio:
«Cinco veces recibí de los judíos cuarenta azotes menos uno; tres veces fui azotado con varas; una vez apedreado; tres veces naufragué; un día y una noche pasé náufrago en el mar; viajes frecuentes; peligros en ríos, de salteadores, de los de mi raza, de los gentiles, en ciudad, en despoblado, en el mar, entre falsos hermanos; noches sin dormir; hambre y sed; frío y desnudez».
Como conclusión de todo esto, San Pablo afirma:
«He peleado el buen combate, he terminado mi carrera, he guardado la FE»
Esa FORTALEZA sólida como la roca de los santos Apóstoles, ¡qué lejos está de la religión débil y mortecina que nos ofrecen desde el Concilio Vaticano II!, preludio de todas las componendas que las autoridades actuales de la iglesia conciliar pactan con las falsas religiones y sus ídolos, así como con los gobernantes neopaganos, apóstatas modernos…, así como de las componendas de la Neo Fraternidad con las autoridades de la iglesia conciliar…
Pero, ¡qué lejos también de nuestras debilidades y compromisos con la sociedad moderna y sus exigencias…!
¡Qué necesidad tenemos de la FORTALEZA apostólica!
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Los Santos son modelos a quienes debemos imitar.
La fiesta de San Pedro y San Pablo será fructuosa para nosotros, si sabemos imitar esas virtudes apostólicas.
Nosotros, aquellos que adherimos o queremos adherir con todo nuestro corazón a la Roma católica, guardiana de la fe y de las tradiciones necesarias al mantenimiento de la misma; nosotros, los que adherimos a la Roma eterna, maestra de sabiduría y de verdad; nosotros, que rechazamos seguir a la Roma de tendencia neomodernista y neoprotestante que se ha manifestado en el Concilio Vaticano II y después del Concilio en todas las reformas inspiradas en él, nosotros, pues, debemos poseer las mismas virtudes que hicieron de San Pedro y de San Pablo las columnas de la Iglesia Católica.
En estos momentos de crisis y ante las dificultades para permanecer católicos de verdad, debemos imitar a los Santos Apóstoles en su Fe y en su Fortaleza.
Meditemos en silencio sobre las virtudes de estos santos y recurramos a su intercesión para implorar un aumento de FE y de FORTALEZA para nosotros mismos, para nuestras familias, para nuestros centros de Misa, sus sacerdotes y sus feligreses…
Recurramos a Nuestra Señora, a la Reina de los Apóstoles, a la Virgo fidelis, a la Virgen poderosa como un ejército en orden de batalla, para que nos alcance del Altísimo un aumento de FE y de FORTALEZA y nos conceda la gracia de vivir y de morir por Cristo y por su Iglesia.

