FIESTA DEL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS
El mes de junio trae cada año invariablemente a la memoria del pueblo cristiano el recuerdo del Sagrado Corazón de Jesús. Le está consagrado este bendito mes; esta es, pues, su devoción peculiar.
¡El Sagrado Corazón! ¡Hermosísima idea para herirle en lo vivo al mundo actual! Pues, ¿de qué está enfermo él sino de tristísima y angustiosísima enfermedad del corazón? Del corazón enfermo y corrompido le han venido todos los daños.
Mucho sabe el mundo actual, mucho ha investigado, mucho ha llegado a comprender, mucho puede… Y, sin embargo, no es feliz.
Su mal está en la cabeza, que yerra por extravío o por ignorancia… y su mal está en el corazón, que ama el error porque le halaga.
El corazón del hombre fue creado para que, con sus buenas obras, lo acabase de labrar a imagen y semejanza de su Dios. Pero lo ha hecho en sentido inverso; es decir, ha empezado por hacerse dios suyo la vil materia, y luego ha puesto todo su empeño en asemejarse a esta tan grosera divinidad.
No es su corazón como el de Dios, pero ni siquiera como de mero hombre, que por lo menos debía ser. Menos que hombre va resultando el hombre desde que, llamado a celestial perfección, ha desdeñado tomar por nivel de su talla moral la perfección del mismo Hijo de Dios.
Mas he aquí que, en los últimos tiempos, el divino Salvador, como última llamada a los corazones decadentes, empobrecidos, envilecidos, se ha dignado revelarles más al descubierto las sublimidades de su divino Corazón.
Como si le dijese Jesús al mundo: Mira en ti lo que eres, contempla en Mí lo que debes ser.
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Dios se manifiesta constantemente en su Iglesia del modo más adecuado a las necesidades de Ella. Cada manifestación suya es siempre en la historia un verdadero rasgo de oportuna realidad.
Examinemos bajo este punto de vista la devoción al Sagrado Corazón de Jesús.
El primer error del mundo moderno es lo que podríamos llamar la adulteración, la falsificación de la divina Persona de Jesucristo.
Se le tiene por algunos, a Nuestro Señor, como un mito o tipo de leyenda, sin más existencia real que la que han tenido los fabulosos personajes de la mitología.
Por otros, como un filósofo simplemente tal, que con mejor fortuna que los demás ha dejado fundada una escuela llamada Cristianismo.
Algunos le toman únicamente como reformador político y social, como el gran demócrata.
Ante esos delirios en que lo necio compite con lo blasfemo, la Iglesia católica nos ofrece en el culto del Sagrado Corazón de Jesús la idea exacta, genuina y evangélica de su divina personalidad, mostrándonos en Él al Verbo del Padre, la Segunda Persona de la Trinidad Santísima, revestida de nuestra carne, ofreciendo su Sangre por conquistarnos los derechos del Cielo, y derramando a raudales de su purísimo Corazón gracia, luz, consuelos, ejemplos y enseñanzas.
Honrar, pues, el Sagrado Corazón de Jesús es honrar su carácter divino y sobrenatural, en oposición a la falsificación naturalista y racionalista que de Él pretende hacer la impiedad.
Además, las tendencias más pronunciadas en el hombre moderno son un orgullo que sólo puede calificarse como merece llamándosele satánico; un egoísmo tan brutal, que podría decirse verdadera idolatría del yo; y todo esto, no reconocido como defecto o flaqueza humana, sino elevado a doctrina, formulado como sistema, como el culto de lo material, de lo rastrero, en oposición a toda elevación del espíritu y del corazón; la abdicación de toda aspiración, de toda tendencia, de toda esperanza que no se refiera a lo que se palpa con las manos y se goza con el cuerpo.
Pongamos a la vista del hombre moderno el Corazón modelo, haciéndole leer en este libro abierto lo que es abnegación, lo que es respeto, lo que es caridad, lo que es aspiración al Cielo, lo que es desprendimiento de la tierra, y tantas otras cosas de las que el mundo parece haber perdido hasta el vocablo con que se nombran…
El levantamiento de corazones decaídos y degradados sólo puede efectuarse en nombre y por la atracción de un Corazón humano que, por el misterio de la Encarnación, es a la vez Corazón divino.
Para que el hombre pudiese salir del cieno de la miseria y elevarse a regiones más nobles acercándose al Creador, Dios se ha dignado acortar en cierto modo las distancias humanándose, poniéndose en contacto con nosotros para mejor atraernos y levantarnos.
Estudiemos, pues, el Sacratísimo Corazón de Jesús como modelo de amor, de humildad, de mansedumbre, de paciencia y de celo.
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El Sagrado Corazón de Jesús, modelo de amor
¿Qué motivos han inducido al Buen Jesús a darnos su Sagrado Corazón? Sólo motivos de amor.
Porque nos ama se hizo hombre, porque nos ama sufrió Pasión y muerte, porque nos ama quiso quedarse en la Eucaristía, porque nos ama se dignó manifestarnos, en estos últimos tiempos, las riquezas de su adorable Corazón.
¿Y a quién ama? A criaturas ingratas y culpables, indignas de ocupar uno solo de sus pensamientos.
Nos ve como somos, pobres, infelices, llenos de corrupción y de pecado.
Por nuestra suma miseria nos ama…, con un amor misericordioso…
¿Y cómo nos ama? No como aman los hombres, ni como aman los Ángeles, ni como ama la misma Santísima Virgen María.
Nos ama como sólo Él puede amar; con amor eterno, infinito, divino; amor del Corazón de Dios.
¡Oh pobre corazón nuestro! ¡Qué nobleza la nuestra! ¡Somos amados a pesar de nuestra miseria por el Corazón de Dios! ¿Conocemos hasta qué punto nos ha engrandecido Dios haciéndonos objeto de su amor?
¿Y qué pide el Corazón de Jesús a cambio de este amor? No pide nuestra vida, nuestra salud, ni nuestras riquezas.
Pide sólo el amor de nuestro corazón. Pide sólo ser amado, no como merece Él, sino como podemos amar nosotros con nuestro pobrecito corazón. Con una gotita del nuestro, se contenta Él, a trueque del océano que nos da del suyo.
Tengo sed, clama desde este Sagrario, como desde la Cruz… Tengo sed de vuestro amor… ¡He aquí el Corazón que tanto ha amado a los hombres!…
No nos hagamos sordos a este grito amoroso del Corazón de Jesús… Amemos al Sagrado Corazón…
¿Y cómo se le ama? Se le ama guardando su ley, procurando seguir sus inspiraciones, buscándole amigos que le quieran, ganándole almas, evitándole injurias y menosprecios, desagraviándole por ellos.
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El Sagrado Corazón de Jesús, modelo de humildad
Siendo Jesucristo Dios, y como tal potentísimo y excelso, no le bastó hacerse niño en las entrañas de una Mujer, y nacer luego en una cueva de animales, y trabajar más tarde en un taller, y morir, finalmente, como reo miserable en una cruz.
Aún después de su existencia mortal vive glorioso en el Cielo, es verdad; pero en la tierra vive humillado y abatido.
Contemplémosle en el Santísimo Sacramento.
Ha escogido para vivir entre nosotros las apariencias más modestas. Se deja encerrar como prisionero en el fondo de nuestros pobres tabernáculos, en nuestras iglesias desiertas y abandonadas.
No ha mudado la condición llana y sencilla; no ha dejado sus humildes maneras, a fin de que se acercasen a Él sin temor los pobres y pequeñuelos, y aprendiesen de Él sencillez y humildad los vanos y orgullosos.
¡Humildísimo Jesús! Enseñadnos esta santa virtud de la humildad.
Nuestro pobre corazón es todo al revés del Sagrado Corazón, tan sencillo y tan humilde.
Está lleno de vanidad, presunción, necio orgullo, insaciable amor propio.
Busca siempre el aplauso y la alabanza, sobresalir y brillar, oscurecer a los demás, hacerse superior a todos.
No, no son estas las lecciones del humildísimo Corazón.
Jesús nos quiere humildes para con Dios, para con nuestro prójimo y para con nosotros mismos.
Para con Dios, reconociéndonos siervos y discípulos suyos, acatando sin murmurar todas sus disposiciones, sujetándonos sin réplica a su dulce providencia, agradeciendo como cosa suya todo lo que de bueno haya en nosotros.
Para con el prójimo, portándonos como si fuésemos el menor de todos ellos, sufriéndolos con caridad, tratándolos con dulzura, perdonando sus injurias, huyendo sus aplausos y alabanzas.
Para con nosotros mismos, teniéndonos por lo que somos, criaturas miserables, indignas del polvo que pisamos, del cielo que contemplamos y del aire que respiramos; conociéndonos infelices pecadores, que sólo por la divina compasión no ardemos ya en los infiernos.
¡Corazón humilde de Jesús! Dadnos ese espíritu de perfecta humildad, para que consigamos sentarnos un día en el trono que reserváis a vuestro lado a los humildes como Vos.
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El Sagrado Corazón de Jesús, modelo de mansedumbre
Admiremos la suma mansedumbre y benignidad de este adorabilísimo Corazón.
Nunca dejó de mostrarse manso y cariñoso, para que en Él aprendiésemos los encantos de esta celestial virtud.
Con este carácter le habían ya de antemano retratado los Profetas; con este mismo le vieron después, y nos lo describieron los Evangelistas.
Veamos cómo trataba a los pobres e ignorantes, cómo recibía a los pecadores, cómo bendecía a los niños.
Muy contadas veces se pinta el enojo en su rostro, para darnos a entender que, si la indignación es buena alguna vez, casi siempre son preferibles la suavidad y mansedumbre.
No se notan en Él ademanes imperiosos, ni se le oyen palabras de desdén, ni se le observa malhumor o fastidio.
¡Con qué dulzura tolera la rudeza de sus primeros discípulos! ¡Con qué palabras tan suaves alienta a la Magdalena! ¡Qué acentos tan delicados emplea con el mismo apóstol traidor! ¡Con qué serena majestad contesta al interrogatorio de Pilatos!
¡Oh benignidad y mansedumbre del Corazón adorable de Nuestro Jesús! ¿A quién no enamoran y atraen tan suaves encantos? No nos cansamos de admirar en Él esta delicada virtud.
Pero ¡ay!…, que a nuestro corazón se le hace siempre duro y difícil el practicarla… Nuestras palabras, rostro, ademanes traspasan muy a menudo las reglas de la caridad que Él nos ha impuesto en el trato con nuestros hermanos.
La hiel de nuestro corazón rebosa frecuentemente en nuestros labios. Tratamos a nuestros superiores con altivez, a nuestros iguales con indiferencia, a nuestros inferiores con dureza. Somos en la prosperidad altaneros, y en la aflicción malhumorados. Confundimos muchas veces la viveza del celo con los arranques del amor propio.
Pidamos al Sagrado Corazón la dulce caridad y afectuosa mansedumbre que han sido siempre el sello y distintivo de los Santos.
Sea igual y serena nuestra actitud, sin arrebatos ni decaimientos, sin ruidosas alegrías ni enojosas displicencias.
Vea nuestro prójimo en nuestro rostro y en nuestras palabras y acciones la suavísima imagen del mansísimo Corazón de Jesús.
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El Sagrado Corazón de Jesús, modelo de paciencia
Si queremos conocer a fondo la inagotable paciencia del Sagrado Corazón de Jesús, contemplemos cómo se dignó manifestarse a su devota, Santa Margarita María, herido por la lanza, coronado de espinas, clavada en su centro la cruz. He aquí las insignias del Sagrado Corazón, he aquí su escudo de armas.
Se diría que para eso solo vino al mundo, para padecer.
¿Y qué padece? Dolores cruelísimos, así en el cuerpo como en el alma.
En el cuerpo, pobreza, persecución, azotes, bofetadas, espinas, cruz.
En el alma, perfidias, ingratitud, tristeza, agonía mortal, abandono de los suyos.
Tal es la amarga historia de su vida pasible y mortal.
¿Y cómo padece? Callando, sin lanzar la menor queja, sin mostrar iracundo el rostro, sin manifestarse cansado por tanto sufrir.
Aún hoy, en este Santísimo Sacramento, si padecer pudiera, no sería para Él el Sagrario trono de gloria, sino Calvario de nuevos e ignorados dolores.
Consideremos sino cómo le tratan los hombres… ¡Con qué odio le blasfeman unos! ¡Con qué desprecio le miran otros! ¡Con qué frialdad y negligencia los más! ¡Con qué tibieza los mismos que se dicen amigos suyos! ¡Cuán pocos con verdadero amor!
¡Pobre Jesús…, tan sufrido y tan paciente!
Enseñad a mi enfermo corazón el secreto de esta heroica paciencia.
¡Cuánto me confunde, oh buen Jesús, esta consideración!
Vos, inocente, no os cansáis de padecer por mí; yo, criminal, ni un instante me avengo a padecer por Vos. Insoportable se me hace cualquier pequeña aflicción; la menor de vuestras espinas acaba con mi escasa paciencia.
Y, no obstante, Vos queréis que padezca, y hasta me lo aconseja mi propio interés.
Me habéis colocado en este valle de lágrimas, donde desde la cuna hasta la sepultura me acompaña la tribulación. Quiera o no quiera el hombre, es este su patrimonio.
La salud, la fortuna, las inclemencias del tiempo, la rareza de nuestro carácter son fuente perenne de desazones y desabrimientos.
Es necesario sufrir; he aquí la sentencia que desde el nacer traemos escrita sobre la frente. Sufrir, pues, con paciencia, como Vos, es el único modo de hacer suave y llevadera esta necesidad.
Contemplaré vuestro Corazón herido y coronado de espinas, para más alentarme a sufrir con paciencia mis penas.
Alzaré los ojos a ese cielo que ha de ser mi recompensa, para no desfallecer en los presentes combates.
Vos lo habéis dicho, y escrito está…, sólo se va al Cielo por el camino de la cruz…
¡Feliz quién la abrace con Vos en esta vida, para recoger con Vos sus dulces frutos en la eternidad!
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El Sagrado Corazón de Jesús, modelo de celo
Se entiende por celo un deseo ardiente de la gloria de Dios y de la salvación de las almas, y una actividad siempre en movimiento para conseguir estos objetos.
¿Quién podrá debidamente ponderar cuáles fueron este deseo y esta actividad en el Sagrado Corazón de Jesús?
Un solo pensamiento era el suyo, uno solo el que le hacía palpitar noche y día: glorificar al Padre celestial y salvar al mundo.
Si predica, si obra milagros, si anda a pie largas jornadas, si toma parte en los banquetes de los pecadores, si se transfigura glorioso en el Tabor o se deja aplastar como un gusano por sus enemigos, si muere por fin o si resucita, todo obedece a un solo plan, todo tiene por blanco un solo objeto: glorificar a Dios, salvar al hombre.
El celo por esta empresa le tenía siempre ocupado y le hacía hablar de sus próximos sufrimientos como de gloriosos triunfos.
Al dirigirse a Jerusalén la última vez, para ser allí preso y crucificado, se admiraban los discípulos de que llevase el paso más apresurado que de costumbre.
Era su celo ardentísimo que le traía como fuera de sí a la realización de sus constantes deseos.
¡Cómo contrasta esa actividad ardorosa del Corazón de Jesús con la frialdad ordinaria del nuestro!
También el nuestro se mueve, se agita, se acalora, se enciende; pero ¿es por la gloria de Dios? ¿es por el bien de nuestros hermanos? ¿O es, al contrario, por viles intereses del momento, por sutiles puntos de honra, por miserables competencias de amor propio?
¡Ah! que el celo que nos devora no es tal vez sino ambición, codicia, vanidad, esto es, el celo del mundo.
¿Qué hacemos, en efecto, por la honra divina? ¿Cómo sentimos sus injurias? ¿Cómo nos esforzamos en evitarlas o siquiera en repararlas?
Si estuviesen tan amenazados nuestros intereses como lo están siempre los de Dios, ¿estaríamos tan tranquilos y sosegados como estamos ahora en presencia de la guerra que se le hace?
No seamos de aquellos que, con su flojedad y malos ejemplos, contribuyen a esa deshonra de la Religión y ruina de las almas.
¡Oh Señor! Dadnos una centella, una centella sólo, de ese fuego abrasador que consumió vuestro Corazón; dádnosla para que experimentemos como Vos la santa pasión de vuestro celo.
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Sacratísimo Corazón de Jesús modelo de amor, ten misericordia de nosotros.
Sacratísimo Corazón de Jesús modelo de humildad, ten misericordia de nosotros.
Sacratísimo Corazón de Jesús modelo de mansedumbre, ten misericordia de nosotros.
Sacratísimo Corazón de Jesús modelo de paciencia, ten misericordia de nosotros.
Sacratísimo Corazón de Jesús modelo de celo, ten misericordia de nosotros.

