P. CERIANI: SERMÓN DE LA FIESTA DEL CORPUS CHRISTI

CORPUS CHRISTI

En aquel tiempo dijo Jesús a las turbas de los judíos: Mi carne verdaderamente es comida, y mi sangre, verdaderamente bebida, quien come mi carne y bebe mi sangre, en mi mora y yo en él. Así como vive el Padre que me envió, y yo vivo por el Padre; así, el que me come, también vivirá por mí. Éste es el pan que ha bajado del cielo. No sucederá como a nuestros padres, que comieron el maná, y murieron. Quien coma este pan, vivirá eternamente.

Solemnizamos hoy la gran Fiesta del Corpus Christi.

Para nuestra edificación y aumento de nuestra piedad eucarística, tomo algunos capítulos del libro de Monseñor Manuel González, el Obispo de los Sagrarios Abandonados, que lleva por título ¿Qué hace y qué dice el Corazón de Jesús en el Sagrario?

¿Qué hace?

El Corazón de Jesús está aquí

Estar en el Santísimo Sacramento significa venir del Cielo todo un Dios, hacer el milagro más estupendo de sabiduría, poder y amor para poder llegar hasta la ruindad del hombre, quedarse quieto, callado y hasta gustoso, lo traten bien o lo traten mal, lo busquen o lo desprecien, lo alaben o lo maldigan, lo adoren como a Dios o lo desechen…

Eso es estar el Corazón de Jesús en el Santísimo Sacramento; poner en actividad infinita un amor, una paciencia, una condescendencia tan grandes por lo menos como el poder que se necesita para amarrar a todo un Dios al carro de tantas humillaciones…

Sabedlo, demonios que queréis perdernos, enfermedades que ponéis tristeza en nuestras vidas, contrariedades, desengaños, que arrancáis lágrimas a nuestros ojos, pecados que nos atormentáis con vuestros remordimientos, cosas malas que nos asediáis, sabedlo, que el Fuerte, el Grande, el Magnífico, el Suave, el Vencedor, el Buenísimo Corazón de Jesús está aquí, en el Santísimo Sacramento.

Padre eterno, bendita sea la hora en que los labios de vuestro Hijo unigénito se abrieron en la tierra para dejar salir estas palabras: Sabed que yo estoy todos los días con vosotros hasta la consumación de los siglos.

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El Corazón de Jesús está escuchando

Esta es otra de las constantes ocupaciones del Corazón de Jesús en el Santísimo Sacramento. ¡Escuchar siempre!

Hay tres cosas que no las hace nadie en el mundo: escuchar siempre, escuchar a todos y escuchar todo. Nadie puede llegar a poseer toda la fuerza de cabeza, de corazón y hasta de sensibilidad que se necesita para escuchar siempre, a todos y todo.

Y, sin embargo, nuestra sensibilidad, nuestro corazón y nuestra cabeza reclaman, piden con exigencia siempre un oído benévolo.

Sabedlo bien, almas que tenéis algo que contar y no encontráis quien os escuche, sabed que en el Santísimo Sacramento hay quien escuche siempre, a todos y todo.

¿No os acordáis? Lo mismo buscaban al Maestro a la caída de la tarde para que bendijera y curara a los enfermos, que a media noche cuando dormía, para que aplacara los vientos y los mares; lo mismo le pedían en las glorias de la transfiguración que en las ignominias de la calle de la Amargura y del Calvario… Siempre, siempre escuchaba.

Lo mismo escuchaba al discípulo ingenuo que preguntaba para saber, que al fariseo taimado que le preguntaba para sorprenderlo, lo mismo a la muchedumbre que lo cercaba, que al cieguecito mendigo del camino, lo mismo a su Madre Inmaculada, que a la mujer pecadora; escuchaba a todos.

La petición de la fe que hablaba sólo con el corazón en la hemorroísa y en Zaqueo; el llanto reprimido de los penitentes y el mal pensamiento de sus enemigos; el Hosanna del triunfo, y el falso testimonio, y el grito de la blasfemia del Pretorio y del Calvario… ¡Todo, todo lo escuchaba!

Y así sigue viviendo en el Santísimo Sacramento: escuchando a todos y todo. Con una gran diferencia entre su manera de escuchar y la que suelen tener los hombres; éstos acostumbran a escuchar sólo con el oído, a lo más con la cabeza.

El Jesús del Santísimo Sacramento escucha con su oído, porque lo tiene para eso, y con su cabeza, porque siempre atiende y entiende, y sobre todo con su Corazón…, ¡porque ama…!

Y pensar que en muchas Misas y Acciones de Gracia no hay quien le hable…

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El Corazón de Jesús está esperando que los suyos le dejen entrar

Vino a los suyos, y los suyos no le recibieron… De estas palabras del Evangelista San Juan se deduce que una de las ocupaciones del Corazón de Jesús en la Sagrada Eucaristía es esperar que los suyos le dejen entrar.

Quiso Dios, lleno de bondad, de generosa delicadeza, visitar la tierra. Y el que era Señor y Dominador universal, se hizo Peregrino del Amor, y se puso a llamar a las puertas de las casas de la tierra…

¡Qué pena, Dios mío, que después de ese delicioso Vino a los suyos haya tenido que escribir el Evangelista el tristísimo, el desolador Y los suyos no le recibieron!

Y desde la primera puerta que no lo deja entrar en Belén, ¡cuántas se le cierran en su vida Eucarística, de Santísimo Sacramento!

De cuántas asambleas, escuelas y hogares desde entonces hasta ahora, se ha podido escribir como de la posada de Belén: ¡No hay sitio para Jesucristo! Desde entonces hasta ahora, ¡cuántos hombres se pasan la vida escribiendo en la puerta de sus almas con sus obras y muchos hasta con sus palabras: ¡No hay sitio!

Y si eso lo hicieran sólo los que no lo conocen… Pero, ¡Jesús mío!, ¿tan abiertas te tenemos las puertas los que te conocemos y los que sabemos que estás llamando? ¡Yo también te he hecho pasar días enteros y noches muy largas llamando a mis puertas sin dejarte pasar…!

Otras veces lo dejamos entrar, pero sin atrevernos a abrirle de par en par las puertas, ni a dejarlo andar por toda la casa… Tenemos como miedo de que visite todo nuestro corazón, todo nuestro pensamiento, toda nuestra sensibilidad… Podemos decir que todo Jesucristo ha entrado en nuestra alma, pero no en toda nuestra alma. ¡Le reservamos rincones…! ¡Rincones de sensualidades no mortificadas, de caprichos no vencidos, de intenciones no rectas, de aficiones no ordenadas…!

Señor, Señor, ¿qué clase de amor es este amor tuyo que se pasa la vida en esperar que lo dejen entrar y que, cuando ha entrado no se ocupa más que en temer que lo echen fuera…?

Señor, ¿y qué clase de amor es éste que se estila entre los hombres, que no se ocupa más que en cerrarte las puertas para que no entres o echarte a la calle cuando has entrado…?

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El Corazón de Jesús está quejándose

En ese dolor, suma de todos los dolores que se llama la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo, cuatro veces se lee en el Evangelio que se quejó el Varón saturado de oprobios.

La primera, de sus tres íntimos, que se duermen: ¿No pudisteis velar una hora conmigo?

La segunda, de Judas, que lo vende y traiciona: Amigo, ¿con un beso entregas al Hijo del hombre?

La tercera, del esbirro del tribunal, que le abofetea: Si he hablado mal, dime en qué, y si bien, ¿por qué me hieres?

Y la cuarta, de su Padre, que le priva de su presencia sensible: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?

Estas cuatro quejas tan serenas y reposadas, que más parecen lamentos que quejas, han sido arrancadas de los labios y del Corazón de Jesucristo más que por cuatro dolores distintos por uno solo manifestado bajo cuatro formas: ¡El abandono!

Ésa es la gran pena del Corazón de Cristo, ése es el dolor que flota sobre el mar sin fondo ni riberas de dolores en que se anega su Corazón.

El abandono de la amistad humana, en la soñolienta desidia de sus íntimos y en la perfidia de Judas; el abandono de la justicia humana, en la insolente bofetada; y el abandono de los consuelos de Dios, en el abandono de su Padre…

¡Siempre el abandono poniendo la gota más amarga en el cáliz de sus amarguras!

Recojamos y saboreemos esta enseñanza: Para María Santísima, para las otras Marías y para San Juan no se lee en el Evangelio que tuviera Jesús una queja en su Pasión… Eso quiere decir que Jesús contó con ellos en la hora de sus abandonos…

¿Seguirá contando con nosotros en esa hora sin término de abandonos de Santísimo Sacramento por la que aún está pasando?

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¿Qué dice el Corazón de Jesús en el Santísimo Sacramento?

Delante del Santísimo Sacramento hay tiempo de hablar y tiempo de callar. Hablemos cuanto queramos; pero después callemos cuanto podamos; en silencio exterior e interior esperemos; ya recibiremos respuesta… ya oiremos…

El Corazón de Jesús en el Santísimo Sacramento tiene algo que decirnos. Como a Simón, el fariseo desatento que lo convidó a comer, nos dice: Tengo algo que decirte.

Y antes de que le respondamos, como aquél, Maestro, di, detengámonos un poco a saborear esas palabras. ¡Dicen tanto al que las medita, que ellas solas calmarían más de una tempestad y disiparían más de una tristeza…!

Comprendamos el afectuoso interés que revela ese tener Él, El Hijo de Dios, que decirnos algo a nosotros… ¡Él a nosotros! ¿Podemos medir toda la distancia que hay entre esos dos puntos? Pues tampoco podremos apreciar todo el valor de ese interés que tiene Él en hablarnos…

Una comparación nos dará idea aproximada de lo que significa ese interés. Veamos…, ¿hay mucha gente en el mundo que tenga interés en decirnos algo? La casi totalidad de los hombres no tienen nada que decirnos… son muy pocos los que tienen que decirnos algo que nos interese, que nos haga bien…

Nosotros tan insignificantes, para quienes casi nadie en el mundo tienen ni una palabra ni un gesto de interés, sabemos, que el Rey más sabio, rico, poderoso y alto nos espera en el Santísimo Sacramento para decirnos, a cada uno, con un interés revelador de un cariño infinito, la palabra que a cada hora nos hace falta.

Y ¡que todavía haya aburridos, tristes, desesperados, despechados, desorientados por el mundo! ¿Qué hacen que no vuelan al Santísimo Sacramento a recoger su Palabra, la palabra que para esa hora suprema de aflicción y tinieblas les tiene reservada el Maestro bueno que allí mora?

Y ¡tiene tanto valor esa Palabra! Alma creyente, busca la Palabra que para ti, sólo para ti tiene guardada en su Corazón para cada circunstancia de tu vida el Jesús del Santísimo Sacramento.

No tienes más que pronunciar con el alma estas dos palabras: Maestro, di… Y sumergida en un gran silencio, no sólo de ruidos exteriores, sino de tus potencias, sentidos y pasiones, espera la respuesta suya. Que te la dará, no lo dudes…

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Tanto tiempo con vosotros, y ¿no me habéis conocido?

¿Por qué Jesús fue tan poco conocido de sus amigos?

En el Evangelio encontramos un contraste que salta a la vista y hiere el corazón… En una misma página encontramos hombres que no conocían y ansiaban conocer a Jesús, y hombres que debían conocerle y no le entendían.

Los amigos no comprendían lo que expresamente para ellos les decía, y le arrancaban quejas tan tristes como aquellas de su última noche de vida mortal: Tanto tiempo con vosotros, ¿y aun no me conocéis?

En cambio, el cieguecito del camino de Jericó y el publicano Zaqueo, que no le conocían, porque nunca le habían visto, le piden verle y conocerle.

Y ¿por qué éstos, que vienen de lejos, le conocen tan pronto y tan bien, la primera vez que le miran? Uno y otro tuvieron la feliz ciencia de su ignorancia. Uno por ser ciego y otro por ser chico, sabían que sin Él no podían verle. Ambos pidieron vista con la oración perseverante de su humildad

¿Hubieran encontrado las confidencias de Jesús aquella cerrazón de inteligencia de sus amigos, si éstos hubiesen imitado al ciego y a Zaqueo?

Cuánto hubieran aprovechado, si, en vez de responder a sus intimidades con encogimientos de hombros y frialdades de cara de quien no se entera, hubiesen contestado con la sencilla y humilde súplica del ciego de Jericó: Señor, que veamos, que somos muy chicos de corazón y de cabeza para entender eso que nos dices…

¡Cuántas veces hemos pasado con la misma cara fría y el mismo espíritu indiferente delante del Señor y de sus mensajeros!

¡Cuántas veces hemos desperdiciado palabras suyas, intimidades suyas!, por no reconocer lo grosero, lo torpe o lo impuro de nuestra vista y oído, y no ponernos a pedirle con la humilde insistencia de un mendigo: Señor, que yo te vea, que yo te oiga…

De ahí provienen esa superficialidad que padece nuestra piedad…; ese no conocerle a pesar de tratarle…

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No temáis, soy yo

¡Es tan humano el miedo! Nos visita con tanta frecuencia el dolor, y nos acostumbramos tan poco a su visita… Pudiera decirse que nuestro corazón anda siempre entre el dolor del mal que se va y el miedo del mal que viene.

Es el Evangelio, el feliz descubridor de los secretos del Corazón de Jesús, el que nos da una nueva lección de valor; aún más, de alegría en el padecer.

El Evangelio atribuye muchos de nuestros miedos y angustias a nuestra falta de vista y de oído… Sí…, allí vemos escenas de grandes sufrimientos por no querer ver ni oír a Jesucristo…

Era la noche que había seguido al gran día de la multiplicación de los panes y de los peces; los discípulos estaban en la barca y el viento les era contrario; por la madrugada, Jesús, andando sobre las aguas, se llega hasta ellos, quedándose fuera del navío. Sus discípulos se alarman, se asustan y gritan tomándolo por un fantasma.

El buen Maestro sobre las aguas, les habla y les dice: Confiad, soy yo, no temáis.

A pesar de esas palabras tan consoladoras y tan características de Él, ellos siguen encogidos por el miedo y no se atreven a responderle.

Jesús lleva más adelante su condescendencia. Entra en la barca y manda enmudecer al viento, que obedece. El estupor de los discípulos sube de punto.

Y así, callados y encogidos ellos por el miedo y triste Él de la desconfianza de los suyos, pasaron la madrugada en el mar hasta llegar al ser de día a las orillas de Genesaret, en donde desembarcaron. Y entonces, dice San Marcos, lo conocieron…

Estudiemos esa escena y veremos en ella retratadas muchas escenas de nuestra vida.

En aquélla había una contrariedad verdadera, real; la del viento tempestuoso que ponía en peligro sus vidas. Y de esa contrariedad ni se quejan ni se preocupan. En cambio, lo que les preocupa y acobarda y pone fuera de sí hasta dar gritos, es el fantasma y la voz del fantasma y el poder del fantasma, que anda por las aguas sin sumergirse y que serena los vientos…

¡Pobre limitación humana! ¡Pobre fe que tan pronto olvida o que tan poco penetra!

¿Cómo explicar ese misterio, o, mejor, esa aberración? El Evangelista apunta con pena que el corazón de aquellos hombres estaba obcecado.

¿Y nosotros? Se nos ha presentado tantas veces en medio de la noche de nuestros dolores el Médico divino para curarlos y lo hemos tomado como fantasma, obstinándonos en no dejarlo ejercer su caritativo oficio…

Nos ha dicho tantas veces el confía, soy Yo… queriendo serenar las tempestades de nuestro espíritu y le hemos respondido con gritos de protestas y de miedo…

¿No nos parece que es tener a Jesucristo por un fantasma, creerlo tan cerquita de nosotros en el Santísimo Sacramento y dejarnos devorar y consumir por nuestras penillas, como si éstas fueran más fuertes y poderosas que Él?

¿No nos parece ofuscación funestísima del corazón, saber que, en lugar de dejarse envolver y ahogar por las olas de la tribulación, con sólo aplicar un poquito el oído al Santísimo Sacramento y quedarse allí en paz y silencio se oye el Confía, soy Yo, no temas?

No imitemos a los discípulos que necesitan la luz del día para conocer al Maestro; imitemos a los que, buscándolo con humildad y paz del corazón en el Santísimo Sacramento, acaban por verlo y oírlo de día y de noche… siempre…

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Descansad un poco

No siempre es movimiento lo que manda el Corazón de Jesús. El mismo que dice Levántate, Anda, Sígueme, es el que ordena a los suyos: Descansad un poco.

¡Qué interesantes enseñanzas ofrecen estos descansos del Evangelio y las ocasiones en que se mandaban! Unas veces se da esa orden después de un día de muchos milagros; otras, después de grandes ovaciones y exaltaciones, ora a continuación de cansancios y ahogos apostólicos, ora en presencia de persecuciones dolorosas.

¿Qué significa eso? ¿Qué enseña ese acudir al descanso antes y después de los grandes triunfos de su misericordia sobre nuestra miseria, de su poder sobre nuestras ingratitudes?

Ese descansad un poco no es el dormir sin cuidado de los discípulos de Getsemaní, ni es tampoco el volver la cara atrás mientras se lleva la mano puesta sobre el arado, de los inconstantes, ni el enterrar el único talento para no tener que explotarlo, de los desconfiados… ¡Nada de eso!

El descansad un poco, que precede o sigue a las grandes acciones evangélicas, es un laborioso descansar, para reconcentrar la actividad que se quita al cuerpo en el alma, y que ésta vea, oiga y se entregue más enteramente a su Dios.

¡Qué bien se ve a Dios con los ojos cerrados, sin ver caras, ni de amigos ni de enemigos, sin ver bellezas de tierra que distraen, ni fealdades de acciones que inquietan!

¡Qué bien se oye a Dios con los oídos tapados para no dejar pasar al alma ruidos, ni de halagos ni de perfidias!

¡Qué bien se siente a Dios en el alma cuando con voluntad firme y entendimiento dócil se dice a sentimientos e ideas, a afectos y a recuerdos, a ilusiones y a sueños: atrás, que ahora está el alma con Dios!

Y ése es el descansad un poco del Santísimo Sacramento…

Descansemos un poco ante el Santísimo Sacramento. Cerrados los ojos, los oídos, la memoria, la imaginación y el pensamiento para todo lo de fuera, y estar sólo con Dios…

Por lo menos, esos ratos de descanso ante el Santísimo Sacramento, nos servirán para que apreciemos clara y distintamente la parte de Dios y la parte nuestra en nuestro trabajo…

¡Es tan fácil que la agitación nos quite la vista de lo que pone Dios y ponemos nosotros, y nos induzca a confusiones y a equivocaciones lamentables!

Descansemos un poco; y veremos cómo el reposo precipita al fondo de nuestra conciencia las miserias y torpezas de la parte del hombre y hace flotar las maravillas de misericordia y gracia de la parte de Dios…

No es poco saber en cada obra que hacemos, en cada beneficio o persecución que recibimos, cuál es la parte de Dios, para agradecerla y secundarla, y cuál la parte nuestra para corregirla, si es defectuosa, reforzarla, si es débil, anularla, si es perjudicial, o guardarla perseverante, si es buena…

No nos cansemos de descansar… A descansar un poco todos los días en el Santísimo Sacramento… A estar a solas con Dios… Trabajemos con todo nuestro cuerpo y corazón…, pero, no nos olvidemos el trabajar de rodillas…, esto es, de descansar un poco

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No olvidemos que el Sagrado Corazón de Jesús está en la Sagrada Eucaristía; que está allí escuchando, esperando que los suyos le dejen entrar, a veces quejándose…

Recordemos que allí tiene algo que decirnos; nos reprocha el mucho tiempo que lleva con nosotros y no le conocemos; y nos reanima diciendo: No temáis, soy yo, descansad un poco…