ALEGRÍA DE MORIR
UN CARMELITA DESCALZO
CAPITULO XXXVII
HORIZONTES DE LUZ INEXTINGUIBLE
Alguno verá como nuevas y algo extrañas ciertas ideas que aquí he hecho resaltar; pero no hay nada nuevo, y todo lo someto a la censura de la Iglesia.
Ni son ideas originales mías, son verdades de la teología, expuestas en los autores ascéticos, aunque pocas veces consideradas bajo el aspecto que aquí aparecen.
La alegría de Jesucristo en sus sufrimientos llevó a su Madre bendita y lleva a sus Santos por el sufrimiento gozoso.
¿Qué autor ascético no ensalza el regalo del dolor? Si le gozaron los Santos, ninguno tanto como Jesús en su vida y Pasión.
Tampoco yo reparaba apenas en esta alegría de Jesús ni en la alegría de misma muerte. Fue la providencia amorosa del Señor quien guió mis pasos a aquella pobre y santa ermita medio escondida entre follaje, donde vivía el bueno del solitario, que era santo y sabio; dulcemente me habló de estas verdades y me dijo cuanto voy a recopilar en estas últimas páginas, pero con una suavidad y encanto que yo no podré expresar.
Vamos a la soledad, junto a la fuentecica, que mana gota a gota, y a la sombra de unos madroños escuchemos sus enseñanzas.
«Amar es darse, es ofrecerse, es estar al servicio del Amado, es entregarse en correspondencia de agradecimiento y amor. Uno se da y se ofrece según la intensidad del cariño.»
«A esta soledad me vine, lo dejé todo y me ofrecí a Dios sólo. Veía era todo nada ante Dios, y sólo Él me importaba, y yo quise ser todo suyo. En Él tengo mi pensamiento y mi corazón. Por abrazarme con Dios en vida, escogí morir a todo y acepté la muerte antes de que llegase.»
«Esta soledad viva es mi mundo para mí, y no quiero otro, sino es el Cielo, ni le hay de mayor belleza ni de más alegre luz. Vivo en Dios y para Dios; Él me llena. Mi alma voluntariamente se ofreció al Señor y se ofrece continuamente a Él, encendida en amor. Porque nadie hay semejante a Él, le ofrezco mi vida con todo cuanto me pertenece y he recibido de su misericordiosa mano, pero le ofrezco principalmente mi vida.»
«Ofrecer a Dios la vida, es, además de vivir para Él sólo, abrazar la muerte y como instada a que venga para ser transformados en gloria y ver claramente la infinita perfección.»
«Aquí ofrezco continuamente mi vida a Dios en agradecimiento a que Él me la ha dado, ya todos cuantos beneficios me ha hecho ya que me ha creado para su cielo, lo cual será vivir perpetuamente en Dios mismo. La vida que aquí gozo es la más parecida a la eterna, porque aquí veo que estoy en Dios y Dios está en mí; que amo a Dios y Él me ama como en el Cielo.»
«Ofrezco mi vida a Dios, porque quiero amarle con amor perfecto, vivir de amor de Cielo y gustar de las inefables misericordias y perfecciones del Señor.»
«Aquí ofrezco continuamente mi vida presente y millones de vidas que tuviera; todas juntas las pondría en sus manos, y siento la ilusión, bendita ilusión, de poderle ofrecer el martirio en testimonio de amor, para alabanza y gloria suya y para que todos le amen. No me canso de repetir: Oh Amor, que todos te amen.»
«¡Qué dulce me es saborear en este silencio los salmos de David!: Alma mía, alaba al Señor, porque es tan bueno, porque es eterna su misericordia (1). Ensalzarte, he, oh Dios mío y Rey mío, y bendeciré tu santo nombre desde ahora, y por los siglos de los siglos… Las generaciones todas celebrarán tus obras y pregonarán tu poder infinito… A boca llena de continuo hablarán de la abundancia de tu suavidad inefable y saltarán de alegría por tu justicia… Cantará mi boca las alabanzas del Señor (2). Todo bendiga al Señor y yo le ofrezco mi vida, como el don más preciado que tengo y como señal de que Él es mi Único amor.»
«Dios se comunica inefablemente al alma que hace el silencio en su corazón y quiere oírle y llena más al alma que con más perfección se le ha ofrecido y que se ha puesto en sus manos más determinada y confiadamente.»
«Dios se comunica al alma por gracia y por amor, y con su gracia pone en el alma el principio de la vida eterna.»
«Pero cuando Dios se entrega al alma del todo es en la muerte. Por ella Dios llena al alma totalmente de su perfección y la hace sentir lo divino de su gloria. El alma empieza en la muerte una vida nueva, es levantada a un conocimiento nuevo y dotada de una actividad desconocida, sin trabajo y con altísimo deleite. Es el momento de entrar en la gloria, y en ese mismo instante verá a Dios y empieza a conocer con un conocimiento nuevo tan sobre todo lo que se puede soñar en la tierra, que no es posible formar comparación ni idea proporcionada de Él».
«Estaba el alma atada, prisionera en la oscuridad y sufrimiento de la cárcel, y Dios rompe las ligaduras y la levanta a su luz y a su gloria. Con la muerte empieza la vida dichosa de sabiduría y de triunfo. El alma se dio a Dios ofreciendo su vida, y el Señor, al aceptarla, la llena de Sí, de su luz y de su amor infinito.»
«En la Imitación de Cristo leemos esta misma verdad: Miserable soy como encarcelado y preso con grillos, hasta que tú me recrees con la luz de tu presencia y me pongas en libertad y me muestres tu amigable rostro» (3).
«He venido a gustar las dulzuras de esta soledad, escogiendo morir al mundo ya todos sus bienes y noticias; muerte voluntaria a lo que disipa y apega a lo terrenal para vivir las grandes verdades de Dios y su amor. Aquí la vida es hermosísima, si de verdad se dejan las cosas y aficiones de la tierra. Por esta voluntaria muerte se aparta uno de las amistades y compañía de los hombres, y dejando los bienes materiales, se llega a vivir con el mismo Dios.»
«Aquí deseo y pido al Señor que mi último acto en la tierra sea de amor a Él realizado con todas mis fuerzas».
«Aquí, mi recuerdo son los habitantes del Cielo; ellos me acompañan y Dios me llena el corazón. ¡Bendito sea el Señor, que me trajo a la soledad!»
«Por la muerte del cuerpo, Dios me recibirá en su gloria y me dará gozo infinito. ¡Cómo deseo y pido ese momento! ¡Oh muerte!, ¿cuándo me sonreirás y te oiré decir: Vente conmigo? Yo te diré: Bien venida seas, que me conduces a Dios. El Señor me recibirá como la madre a su pequeñín, para llenarle de besos y caricias; para calentarle en su pecho y transmitirle su vida. Goza la madre prodigando cariño a su hijo y dándole alimento de su pecho, y Dios, en su infinita bondad, me comunicará de su infinito gozo, me vestirá de su luz, teniéndome en Él y llenándome de su amor. Dios me recibe en la muerte para transformarme, para sobrenaturalizarme.»
«¡Oh amable muerte! ¿Cuándo me cobijarás en los pliegues de tu manto y estrechándome en tus brazos me llevarás a mi Dios? ¿Cuándo, Dios mío, veré la luz de tu rostro y entraré en tu gloria?»
«Alábente, Señor, todas tus misericordias y bendígante todos tus santos. Ellos publicarán la gloria de tu reino y anunciarán tu poder infinito (4). Mi alma eternamente te alabará y cantará tus infinitas misericordias en compañía de tus bienaventurados. Con la muerte de este cuerpo mío, que ahora se mortifica, empezará la vida gloriosa de mí alma y mi felicidad completa. Con la muerte temporal, empezará la vida eterna y feliz.»
«¡Qué amable es la muerte! La fe me la presenta llena de atractivos y encantos. El amor me la pinta como es: llena de luz y belleza.»
«Muerte, tus labios besaron los de Jesús y tus dedos cerraron cariñosos los ojos de María. Ellos te sonrieron y tú los abrazaste. Abrázame a mí con aquel mismo abrazo y con el mismo amor.»
«¿Se puede huir del abrazo que el padre bueno da a su hijo, ausente durante largo tiempo, cuando vuelve de cumplir un encargo del padre, llamado por él para hacerle entrega de su cuantiosa herencia y tenerle con él en su mismo palacio, recibiendo honores y viviendo su misma vida de amor?»
«¿Se horroriza, por ventura, la esposa cuando llega el momento de vivir ya con el esposo escogido, que es todo bondad, para habitar en el más suntuoso palacio y con inmensas riquezas? ¿No lo deseaba y su anuncio la llena de un contento que no puede reprimir ni ocultar?»
«¿Se entristece, acaso, el viajero culto, que busca maravillas de ciencia o de arte, cuando le conducen por caminos nuevos y de sorprendente belleza a colecciones artísticas fabulosas o a laboratorios perfectísimos?»
«Y al que ha luchado en los duros trabajos de una mina, ¿no le salta el corazón cuando llega el momento de tener en sus manos el codiciado mineral o las piedras preciosas?»
«Y cuando el joven rey va a ser coronado entre el aplauso y las aclamaciones de su pueblo, ¿no marcha lleno de ilusiones a su reino y al trono?»
«¡Oh muerte buena y amable! Más desea tu llegada el alma amante que el avaro los tesoros y el hombre de mundo las comodidades, los honores, los aplausos y la salud. Porque tú llevas a Dios y por ti comunica el Señor la sabiduría y la felicidad eterna.»
«El momento de la muerte es el de recoger el fruto multiplicado de cuanto durante la vida se sembró; la eternidad es la riquísima y continua recolección.»
«¡Oh mi Dios, infinito amor, que a través de la muerte vienes por mí para llevarme a Ti! ¡Cómo te desea el alma mía!»
«Quiero, en cuanto de mi nada depende, daros la gloria que yo pueda tributar, ofreciéndoos esta joya de mi vida, que no dudo la guardaréis en el Cielo con vuestros tesoros»
«Con el Profeta David digo: Alma mía, bendice a tu Dios y todo cuanto en mí hay bendiga al Señor. Bendice al Señor, alma mía, y no quieras olvidar ninguno de sus beneficios (5). Bendígante, Dios mío, tus misericordias»
«Mi alma codicia ser ya toda vuestra y para Vos y canta con los bienaventurados vuestra gloria. Quiero, en mi pequeñez, entonar, Dios mío, mi alabanza, unida al himno de amor y de agradecimiento de Jesucristo y unir mi amor al suyo.»
«Como Él os ofreció por amor su vida de riqueza inapreciable, en acción de gracias por la creación entera y en expiación de los pecados del mundo, os ofrezco yo la mía por sus manos, y unido a Él quiero cantaros el himno de la expiación, de la inmolación y del agradecimiento. Es todo lo que tengo. Recibídmelo de las manos de Jesús, que os lo ofrece por mí y conmigo la Virgen sin mancilla, Madre mía.»
«No dudo que Vos lo recibiréis en expiación de mis pecados y que me conduciréis a vuestra gloria. Bendito seáis»
«Viviré feliz para siempre. En vuestra misericordia confío. Con mi muerte en vuestro amor, empieza mi verdadera vida y los años eternos. ¡Quiero amaros ahora con todas mis fuerzas para amaros más y conoceros mejor eternamente!»
Allí a mi Vida junto
y en luz resplandeciente convertido (6).
«Este mi pobre entendimiento será inmensamente levantado y enriquecido por el poder y sabiduría infinita y entenderá lo que al presente no le es posible y conocerá ya clarísimamente sin dudas ni vacilaciones. Allí verá siempre la luz nueva, altísimas verdades y bellezas de Dios y también las verdades del mundo que nunca llegarán a alcanzar los sabios en la tierra. Allí viviré en la luz de Dios, iluminado por Él. Allí empezaré a entender con esa luz mundos nuevos y hermosuras nuevas; conoceré la sutil belleza de la esencia de las cosas, ahora por todos ignoradas, y conoceré sus más recónditas propiedades y misterios; las causas que rigen el universo y los caminos de la Providencia para gobernarles. Allí tendré clarísimo conocimiento de la belleza y magnitud de las almas y del mundo del espíritu; mi entendimiento verá y admirará con esta luz divina, en el mayor gozo, insondables magnificencias de los inescrutables misterios de Dios. Allí estaré viendo siempre y comprendiendo siempre con toda seguridad y certeza, con descansadísimo y deleitable gozo, preciosas y altísimas verdades de Dios y nuevas maravillas de sus obras.»
«Oh amable muerte, por ti me pone el Señor en la vida verdadera y eterna; me introduce en la hermosura de la verdad y en el gozo del amor. Desde el momento de tu visita, si estoy preparado, empezaré mi vida; saldré de la oscuridad y entraré en la luz; dejaré la ignorancia y seré lleno de sabiduría; dejaré los hombres, muchas veces egoístas e incomprensivos, y entraré en la amistad de los bienaventurados, con los cuales todo es armonía y caridad; dejo este valle de lágrimas y entraré en la Patria feliz.»
«El altísimo entendimiento del alma de Jesucristo, en soberano entender, inmensamente superior a todos los entendimientos creados, estará siempre viendo más a Dios»
«El entendimiento de la Virgen, porque tuvo más santidad, más humildad, más amor a Dios que todos los demás hombres, entenderá y verá en la luz de Dios inmensamente más que los otros entendimientos criados, después del entendimiento de Jesús. Verán las inteligencias angélicas y las de los bienaventurados tan dilatadamente y con tanta felicidad, cuanta sea la capacidad que tengan, y ésta será en los Ángeles según las perfecciones que Dios les dio, y en los bienaventurados, según las virtudes que practicaron y el amor y la santidad que adquirieron en la tierra. El más santo, más conocerá y gozara más.»
«¡Cómo quiero yo, Dios mío, amaros con todas mis fuerzas! Ayuda y fortalece mi voluntad. También mi entendimiento, aunque pobre ahora, será levantado e iluminado y verá las magnificencias de tus misericordias; al entrar en la gloria veré ese mundo sobrenatural, beberé inteligencia de Ti mismo, fuente de toda verdad. También yo entenderé en el Cielo, no según hayan sido mis estudios y aficiones, sino según haya sido mi amor al Señor; me uniré al entender y al amar de mi Señor Jesucristo y de la Virgen, su Madre, y de todos sus escogidos. ¡Oh dichosa compañía! Te amaré y entenderé, Dios mío, eternamente, y todas las cosas en Ti Dame aquí amor sin límites para verte allí sin medida. Alma mía, ama a tu Dios, vive las virtudes. Al entrar en la gloria, después de la muerte, empezará mi vida en Ti, oh padre Celestial, y en Ti seré feliz toda la eternidad.»
«Ahora me enseña la fe y la teología que Dios está en mí, infinito como es; está en todas las cosas todo y perfectísimo y está en mi alma. Sé que Dios me ama y que estoy en Dios. Pero nada veo y nada siento. Roto dichosamente el velo de mi cuerpo por la muerte santa, seré levantado, transformado, y lleno de luz del Cielo, me veré ya glorioso en Dios, me sentiré feliz en el infinito gozo de Dios, beberé placeres de la esencia divina.»
«¡Qué sobrenatural y sin igual grandeza será la entrada en el Cielo con la muerte santa!»
«Ahora, Dios mío, has tenido la bondad y predilección de escogerme para que me ofrezca a Ti, viva sólo para Ti, y te alabe en el desierto. Te adoro, Señor, te adoro, te alabo y te pido por mí y por todos los hombres, mis hermanos. No me pertenezco ya; soy tuyo y de las almas necesitadas. Me has escogido para ofrecerte, en esta soledad y silencio, mis oraciones y tu sacrificio por la salvación de todos y para tu gloria.»
«Ahora sólo te veo en la oscuridad de la fe; no tengo tu luz, pero sé que tu omnipotencia está conmigo. Has tenido la especial delicadeza de escogerme para servirte y amarte aquí en tu presencia y estar en este recogido silencio en Ti y amando contigo por todos los que no te aman. Muy pronto llegará la esperada muerte a romper el hilo que me ata y volaré a Ti y seré entonces iluminado con tu gracia, te verá mi alma, te alabaré ya delante de tu rostro descubierto, y empezará mi dicha. ¡Oh muerte!, cómo te desea el amor para llegar y poseer el Amor. Mi alma suspira por tu llegada.»
«He venido a este retiro amoroso para prepararme mejor y estar más atento a la llamada de Dios. Tú, oh Señor, en divino silencio me acompañas, vives en mi corazón y pones verdades y sentimientos que trascienden a cielo. Te amo; para Ti es todo mi corazón. ¡Oh dulcísima compañía la tuya!»
«Despiértanme en este silencio de paz, en los amaneceres primaverales, innumerables pajarillos que madrugan para alabarte a Ti; aquí recogen mi espíritu y me despiertan a tu amor los callados rumores de la naturaleza y el susurro de los árboles y las aguas del cercano riachuelo. Todos cantan tus alabanzas con alegría, ¿y no te cantaré yo lleno de gozo, Señor? Cantan las aves el paso de la oscuridad a la luz por la misteriosa alegría que en la naturaleza pone la llegada de los primeros rayos del sol; ¿y no te cantaré yo, Sol eterno de mi alma? De ellos aprendí a entonar alabanzas, oh Señor mío, y a esperarte con ardiente deseo. Aquí aprendí con la naturaleza, enseñado por Ti, la grandiosidad y hermosura encerradas en el momento de la muerte; y que no es la muerte triste, sino amable y preciosa con belleza de virgen y con ternura de madre. Aquí me comunicaste el deseo no merecido de ir a Ti, de ver tu hermosura y de entrar en tu gloria. A Ti canta mi alma, Dios mío; canta tu bondad y grandeza y te espera. A Ti bendice mi alma, porque con la muerte me sacarás de esta oscuridad para levantarme hasta tu luz. ¡Oh Bondad infinita, Amor eterno y siempre nuevo! Con el salmista digo: ¡Dios mío, oh mi Dios!, a Ti aspiro y me dirijo desde que apunta la aurora. De Ti está sedienta el alma mía… ¡Y de cuántas maneras lo está también este cuerpo mío! Más apreciable es que mil vidas tu misericordia; por esto se ocuparán mis labios de alabarte continuamente» (7).
«Mandad pronto, Criador mío, vuestra mensajera para que me lleve a Vos y me revistáis de vuestra luz, me deis de vuestra vida y colméis de gozo.»
«¿Quién no te amará, bienhechora muerte, pues nos trasladas a tan alta vida?»
«Es sobremanera dulce y consolador morir en gracia, reclinar la cabeza sobre el seno acogedor de la muerte, invocando a Dios y haciéndole actos de amor y de entrega, para despertar en el claro día de la eternidad entre las alabanzas de los bienaventurados que cantan a su Criador.»
«Nada hay en la tierra más halagüeño y placentero, nada de mayor ilusión y grandeza que pensar en la entrada triunfante en la gloriosa patria y ser introducidos en la luz inmarcesible y perenne, hundiéndose felicísimamente y para siempre en la claridad de Dios, piélago de toda perfección, para siempre amar con gozo exultante.»
«El placer de morir amando a Dios es tan inmenso, que sólo los enamorados del Señor, iluminados por la luz de la fe y fortalecidos por una gracia especial, pueden vislumbrarlo. Lleno de contento, me encanta repetir con San Juan de la Cruz: «El alma no sólo una muerte apetecería por verla (la grandeza y hermosura de Dios) para siempre, pero mil acerbísimas muertes pasaría muy alegre por verla sólo un momento, y después de haberla visto, pediría padecer otras tantas por verla otro tanto» (8). Y con Santa Teresa de Jesús, mi madre: «Muérase en ese paraíso de deleites. Bienaventurada tal muerte, que así hace vivir» (9), o con el Venerable Padre Nieremberg: «La Majestad (de Dios) es sobre todo pensamiento, y su hermosura es mayor de lo que se puede pensar. Bien se puede pensar una hermosura tal, que por sólo verse un instante se podían padecer eternamente los tormentos del infierno; pues si esto se puede pensar, y Dios es más de lo que se puede pensar» (10), ¿no merece su hermosura amar la muerte?»
«Yo aquí, en silencio y admiración, te amo, Dios mío; te amo más que a todas las cosas y más que a mí mismo. Por Ti lo he dejado todo. La vida religiosa es morir al mundo y a todos para vivir en Dios. Por Ti, porque fueses conocido y amado de todos, por ir a Ti y vivir la luz de tu misericordia en el goce de la verdad, mil vidas que tuviera las pondría todas juntas en tus manos y desearía darte la vida por el martirio en testimonio de mi amor heroico. Te amo; para Ti es mi corazón. Porque sois infinitamente amable e inmensamente bueno, poderoso y justo, os ofrezco mi vida, y mil vidas que tuviera pondría en Tus manos.»
«Muera yo en Ti, Señor, para que reciba tu vida, para que venga tu luz y me envuelva, me ilumine y transforme.»
«Dentro de mi alma tengo escrito por el Espíritu Santo cómo enseñáis lo inmenso e inefable de vuestras perfecciones a los que os aman y mueren por veros; cómo les mostráis que nada puede haber semejante a Vos y les hacéis sentir que sois infinito en suavidad, para luego de abrasarles en ansias de poseeros, decirles estas regaladas palabras que hacen presentir el Cielo de verdad; siendo como soy, tan sobre todo cuanto puede existir, «yo soy tuyo y para Ti, y gusto de ser tal cual soy para ser tuyo y para darme a Ti» (11). «¿Se podrá considerar el gozo, alegría y deleite que el alma tendrá con este tal prisionero, pues tanto tiempo había que lo era ella de Él, andando de Él enamorada?» (12). »
«Llenad, Dios mío, mis potencias y mi alma toda de Vos; haced que siempre esté ardiendo en vuestro amor. Quiero, enseñada por vuestra luz, repetiros siempre: ¿Quién como Vos? Todo para Vos. Sólo para Vos. Desearía, si fuera para vuestra gloria, ser millones de veces mejor de lo que soy, para poderos ofrecer más, y tal cual soy y cual pudiera ser, gozo en ser para Vos y totalmente vuestro.»
Así me hablaba el santo ermitaño; así me encendía en deseos de amar a Dios, y así en su compañía le ofrecí yo mi vida, y calladito dentro de mi corazón repetía sus palabras: «yo soy por vuestra misericordia vuestro y quiero ser siempre vuestro. Lo soy aquí, en mi retiro, sintiéndome, en mi nada, más grande que el mundo y quiero ser vuestro en el Cielo. Gustosísimo os ofrezco todos mis actos, mi entendimiento, mi voluntad, mi vida, mi cuerpo, mi alma. Espero aquí, en vela de amor, a vuestra mensajera la muerte, heraldo de vuestra llegada.»
«Vos, Padre mío celestial, llevaréis mi nada al Cielo. Os la ofrezco y pongo en vuestras manos por medio de Jesús y de la Virgen mi Madre.»
¡Recíbeme, Señor! Hoy, que piadosa
te ofrezco los afectos de mi amor,
tiéndeme ya tu diestra generosa,
¡recíbeme, Señor!
Que en mí, Señor, se cumplan las palabras
que impulso dieron a mi ardiente fe;
con ellas, ¡dulce bien!, mi dicha labras,
y hasta que un día la gloria me abras
con ellas viviré.
No sea confundida en mi esperanza,
ya que he cifrado en Ti todo mi amor;
y pues quien fía en Ti todo lo alcanza,
recíbeme en tus brazos sin tardanza,
¡recíbeme, Señor! (13).
(1) Salmo 106.
(2) Salmo 144.
(3) La Imitación de Cristo, lib. III. Cap. XXXI.
(4) Salmo 106.
(5) Salmo 102.
(6) Fray Luis de León. A Felipe Ruiz. (Poesías.)
(7) Salmo 62.
(8) San Juan de la Cruz, Cántico Espiritual, canción XI.
(9) Santa Teresa de Jesús, Conceptos del amor de Dios, cap. VI.
(10) V. P. Juan Eusebio Nieremberg, De la hermosura de Dios y su Amabilidad por las infinitas perfecciones del Ser divino. Lib. II cap. V, pág. 11.
(11) San Juan de la Cruz. Llama de amor viva, canción III.
(12) San Juan de la Cruz. Cántico Espiritual, canción XXXI.
(13) José Santaló, A su hermana Carmelita, Hermana María Luisa Gonzaga.
