DOMINGO INFRAOCTAVA DE LA ASCENSIÓN
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: Cuando venga el Paráclito, el que Yo os enviaré del Padre; el Espíritu de verdad, que procede del Padre, Él dará testimonio de Mí: y vosotros daréis testimonio, porque desde el principio estáis conmigo. Os he dicho esto, para que no os escandalicéis. Os echarán de las sinagogas y vendrá la hora en que, todo el que os matare, pensará hacer un servicio a Dios. Y harán esto con vosotros, porque no han conocido al Padre ni a Mí. Pero os he dicho esto para que, cuando llegue dicha hora os acordéis de que yo os lo dije.
Este Domingo, Infraoctava de la Fiesta de la Ascensión, es llamado Domingo de los Testigos.
En efecto, ya en la Epístola del día de la Fiesta hemos leído: Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que descenderá sobre vosotros; y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda la Judea, en Samaría y hasta los confines de la tierra.
Como ya sabemos, testigo viene del griego, y significa mártir. De donde concluimos dar testimonio por medio del martirio… Domingo de los Testigos, de los Mártires.
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Para nuestra edificación y deleite, vamos a retomar el texto del Evangelio según San Juan desde un punto anterior y destaco en azul la parte que trae el Evangelio de hoy. Para el comentario seguiré especialmente la exégesis de San Agustín.
Primero el texto de San Juan, desde el Capítulo 15, 18-27 hasta el Capítulo 16, 1-4:
“Si el mundo os odia, sabed que a mí me ha odiado antes que a vosotros. Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero, como no sois del mundo, porque yo al elegiros os he sacado del mundo, por eso os odia el mundo. Acordaos de la palabra que os he dicho: El siervo no es más que su señor. Si a mí me han perseguido, también os perseguirán a vosotros; si han guardado mi Palabra, también guardarán la vuestra. Pero todo esto os lo harán por causa de mi nombre, porque no conocen a Aquel que me ha enviado.
Si yo no hubiera venido y no les hubiera hablado, no tendrían pecado; pero ahora no tienen excusa de su pecado. El que me odia, odia también a mi Padre. Si no hubiera hecho entre ellos obras que no ha hecho ningún otro, no tendrían pecado; pero ahora las han visto, y nos odian a mí y a mi Padre. Pero es para que se cumpla lo que está escrito en su Ley: Me han odiado sin motivo.
Cuando venga el Paráclito, que yo os enviaré de junto al Padre, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre, él dará testimonio de mí. Y también vosotros daréis testimonio, porque estáis conmigo desde el principio.
Os he dicho esto para que no os escandalicéis. Os expulsarán de las sinagogas. Pero viene la hora en que todo el que os mate piense que da culto a Dios. Y esto lo harán porque no han conocido ni al Padre ni a mí. Os he dicho esto para que, cuando llegue la hora, os acordéis de que ya os lo había dicho”.
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Los discípulos del Señor no debemos temer el odio del mundo, antes bien debemos soportarlo pacientemente.
¿Por qué el mundo odia a los discípulos de Jesús?
Enviados a predicar el Evangelio, los discípulos se encontrarán con los tremendos obstáculos del error y de las pasiones de los malos, que se levantarán enfurecidos contra ellos. Y es que no le place al error ser confundido, ni ser reprimidas las pasiones; menos aún si de poderosos se trata.
Jesucristo da las razones de este odio:
Primera: Es el propio ejemplo de Jesús, a quien están íntimamente unidos los discípulos.
Sabed que me aborreció a mi antes que a vosotros. Yo, inocente, Hijo de Dios, gran bienhechor del mundo, os he precedido en ser objeto del odio de los mundanos; es natural que me sigáis vosotros, mis heraldos y colaboradores.
Segunda: La oposición irreductible entre ellos y el mundo.
Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo que es suyo; porque cada cual se goza en lo que se le asemeja.
Mas porque no sois del mundo, desde el momento en que os halláis unidos a mí para combatir al mundo, yo os escogí del mundo, entresacándoos de los hombres malos por la fe y la santidad de vida, por eso os aborrece el mundo, porque mi selección ha provocado entre vosotros y ellos un antagonismo profundo; os separa la diversidad de condición, el temor y displicencia de la corrección, la saña de la envidia y de la emulación.
San Juan Crisóstomo dice: Es prueba de virtud ser odiados por el mundo; por lo mismo, debiera entristecernos el amor del mundo, pues ello sería revelador de nuestra maldad.
Tercera: Es como un desarrollo de la primera razón y un argumento a fortiori sacado de las relaciones que hay entre Él y sus discípulos: son sus siervos, sus familiares, sus discípulos, sus amigos.
En diversas ocasiones se lo ha repetido: Acordaos de mi palabra, que yo os he dicho: El siervo no es mayor que su señor.
Luego, deberán correr la misma suerte que Él en las funciones de su ministerio apostólico: Si a mí me han perseguido, también os perseguirán a vosotros.
Y así como yo, aunque escasos, he tenido mis seguidores y discípulos, así también vosotros lograréis el odio de los muchos, y os seguirán los menos: Si mi palabra han guardado, también guardarán la vuestra.
Cuarta: Es el mismo Nombre, es decir, la misma Persona de Jesús, representada por su Nombre.
Él vino a destruir las obras de Satanás, a vencer el mundo; por lo mismo, todo lo que represente la persona y la acción de Jesús será objeto del odio del mundo y de su instigador, Satanás: Mas todas estas cosas os harán por causa de mi nombre.
Esto significa que en vosotros me odiarán a mí, en vosotros me perseguirán; y no guardarán vuestra palabra, precisamente porque es mía.
De hecho, los Apóstoles atribuyeron al Nombre de Jesús, del que se gloriaban, las persecuciones que sufrieron.
Por tanto, quienes a causa de este nombre persiguen, son tanto más desdichados, cuanto más dichosos son quienes a causa de este nombre son perseguidos, como dice en otro lugar: Dichosos quienes padecen persecución a causa de la justicia. Esto, en efecto, significa a causa de mí o a causa de mi nombre.
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La causa del odio que tienen los mundanos al Nombre de Jesús es, en definitiva, el desconocimiento de su misión: Porque no conocen a Aquel que me ha enviado.
El desconocimiento de Dios y de su Cristo, he aquí la causa del odio que el mundo tiene a los discípulos de Jesús.
Porque, ¿qué bienes no ha traído el Hijo de Dios al mundo? ¿Qué males no ha curado o aliviado?
La implantación del Evangelio, con toda la fuerza de su verdad y toda la eficacia del bien obrar que predica, haría de la tierra un paraíso anticipado, en que las inevitables miserias en que es fecunda la vida humana en todos los órdenes no servirían más que para estimularnos al bien y para hacernos añorar la definitiva felicidad de la gloria.
Pero no es así ahora, pues la ignorancia de Cristo y de su obra es la que, no sólo lleva a los hombres al precipicio de todo error y de toda perversión moral, sino al sumo error y perversión de perseguir a Cristo en la persona y en la obra de sus continuadores.
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Odio injusto y gran pecado del mundo al odiar a los discípulos de Jesús, como lo declara el Señor en lo que sigue.
Este pecado es el de incredulidad, es la ceguera voluntaria, la obstinada resistencia a inclinar la inteligencia ante Dios, autor de ella, y no creer.
Pecado gravísimo y universalísimo… ¿Viviríamos acaso en un mundo pagano por sus costumbres, si no fuese antes pagano de pensamiento?
Pero la luz es clara; la voz es fuerte: no hay excusa para el gran pecado.
Del odio que profesa a Cristo, el mundo no puede alegar ninguna excusa; porque él mismo es el culpable de la ignorancia que tiene de Cristo.
Si no hubiera venido, ni les hubiera hablado, no tendrían pecado, porque a nadie puede imputársele a culpa lo que de ningún modo pudo saber.
Mas ahora no tienen excusa de su pecado: son incrédulos porque quieren serlo, después de haber visto mis doctrinas y milagros.
Y por su incredulidad, me odian.
Si buscamos de quiénes ha dicho esto, hallamos que pone muy expresamente delante de los ojos a los judíos.
Estos, pues, persiguieron a Cristo, cosa que el Evangelio indica evidentísimamente; a los judíos habló Cristo, no a otras gentes; quiso, pues, que en ellos se entienda el mundo que odia a Cristo y a sus discípulos.
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No se trata del pecado en general, sino de cierto gran pecado… y éste es que no creyeron en Jesucristo, quien vino precisamente para que se crea en Él. Si no hubiese venido, no tendrían, evidentemente, este pecado. Su venida ha resultado tan saludable para quienes creen, cuanto desastrosa para quienes no creen.
En cambio, esos a quienes no ha venido y a quienes no ha hablado tienen excusa, no de todo pecado suyo, sino del pecado de no haber creído en Cristo.
Pero en ese número no están hoy esos a los que ha venido por medio de los discípulos; cosa que sigue haciendo mediante su Iglesia.
Quienes murieron antes que viniera en y por la Iglesia, pudieron tener esta excusa. Pudieron, lisa y llanamente; pero no por eso pudieron evitar la condena, pues quienes sin la Ley pecaron, también sin la Ley perecerán, y quienes en la Ley pecaron, mediante la Ley serán juzgados, como enseña San Pablo escribiendo a los Romanos. Tenemos la ley natural, la ley mosaica y la ley evangélica…
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Este pecado es gravísimo, y lleva consigo el rechazo del mismo Dios; porque habiendo acreditado Jesús su misión divina, con palabras y obras, mejor que ningún profeta, el que le rechaza y odia, odia también y rechaza al Padre que le envió: El que me aborrece, también aborrece a mi Padre.
Es natural que así sea, por la consubstancialidad de la naturaleza de ambos. Pero se puede dar el caso de los judíos que decían amar a Dios y aborrecían a Jesucristo con odio mortal. Esto resulta de no reconocer a Cristo como Dios; y no reconocerlo como tal, es voluntaria ceguera mental. Por esto decía Jesús que la vida eterna está en el conocimiento de Dios y de su Enviado Jesucristo.
Tanto más cuanto que les ha dado tales signos de credibilidad que han superado a los de los enviados de Dios que le precedieron, y que ellos han visto con sus propios ojos: Si no hubiese hecho entre ellos obras que ningún otro ha hecho, no tendrían pecados: mas ahora las han visto, y me han odiado a mí y a mi Padre.
Con todo, esta protervia y obstinación del mundo no debe admirar a los discípulos de Jesús, porque no hacen con ello sino realizar una profecía que estaba consignada en los Libros Sagrados de la Antigua Ley: Más para que se cumpla lo que está escrito en su ley: Que me aborrecieron gratis, es decir, sin motivo, sin causa alguna.
Las palabras están tomadas del Salmo 68, 5, que se refiere especialmente al Mesías.
Lo mismo vale para aquél que hoy en día no cumple con la ley natural… y vive contra la naturaleza… Recordemos que los diez mandamientos son expresión de la ley natural…
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Este odio del mundo contra Cristo no debe intimidar a los discípulos ya que, contra ese espíritu y contra la incredulidad que lo engendra (contra esos que han visto y han odiado…), opondrá Jesús el testimonio evidente e irrefutable del Espíritu Santo, que se pronunciará en favor de Cristo y de sus discípulos, con obras de verdad y de poder: Pero cuando viniere el Consolador que yo os enviaré del Padre, el Espíritu de verdad, que procede del Padre, él dará testimonio de mí.
Esta descripción del divino Espíritu, del Espíritu Santo, es profundamente teológica: Jesús envía personalmente al Espíritu Santo según su misión temporal; y, por lo mismo, Jesús se dice a sí mismo Dios, pues nadie puede enviar a Dios sino Dios mismo.
Le llama Espíritu de Verdad, porque es la Verdad misma y el Maestro de toda verdad. Dice que procede del Padre, en lo que significa la procesión eterna del Espíritu Santo, que procede del Padre y del Hijo… el celebérrimo Filióque de nuestro Credo.
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Nadie podrá resistir al testimonio de tal Espíritu; y hasta los mismos discípulos serán testigos irrecusables en favor de Cristo: Y vosotros daréis testimonio, porque habéis sido testigos oculares de mi vida, de mis enseñanzas, de mis milagros, de mi muerte y resurrección…, porque desde el inicio estáis conmigo…
Luego, si no damos testimonio de Jesús, no estamos con Jesús. Porque es cosa natural que se manifieste uno como es; y que deponga siempre que sea preciso en favor de aquel o de aquello que ama. Debemos dar testimonio de Jesús, pensando como Él, hablando como Él, obrando como Él quiere que pensemos, hablemos y obremos.
Debemos darlo cooperando en su obra, que es la dilatación del Reino de Dios, en la forma que podamos y según la medida de nuestras fuerzas.
Debemos darlo particularmente ante el odio con que el mundo persigue o desprecia a Jesús, a fin de que no se interprete como cobardía nuestra conducta, que en este caso redundaría en agravio del mismo Jesús.
Para ello hay que estar profundamente unidos con Jesús; porque si Él informa toda nuestra vida, por toda ella traslucirá la virtud de Jesús.
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La incredulidad de los mundanos y su odio contra Cristo y contra ellos, podría escandalizar y hacer vacilar la fe y la intrepidez de los discípulos; tanto más cuanto que las antiguas profecías pintan el Reino Mesiánico como obra de un triunfador magnífico.
Jesús dice que les ha prevenido a tiempo para que no desfallezcan: Esto os he dicho, para que no os escandalicéis; no debe causar extrañeza lo que se ha previsto.
Y les concreta proféticamente las inverosímiles persecuciones que tendrán que sufrir por parte de su mismo pueblo:
– Os expulsarán de las sinagogas, teniéndoos como apóstatas de la religión, excomulgados y vitandos.
– Llegarán a más todavía; como os tendrán por seductores y falsos profetas, de quienes era lícito y agradable a Dios derramar la sangre, cualquiera que ponga sobre vosotros las manos y os quite la vida creerá hacer un sacrificio agradable a Dios: pero viene la hora en que todo el que os mate piense que da culto a Dios.
El fanatismo de Saulo y de los fariseos contra la primera generación cristiana demostraría poco después la verdad de la profecía.
Cuando esto suceda, que no teman los discípulos por culpa suya alguna, porque todo ello será obra de la obcecación voluntaria de los enemigos de Dios y de su Cristo: Y os harán esto, porque no conocieron al Padre, ni a mí.
Como dichas a nosotros debemos tomar estas palabras, por cuanto no es poco lo que hemos de sufrir en nuestro testimonio por Jesucristo y sus intereses, que son los de su Iglesia.
Y deben alentarnos en nuestros decaimientos, pensando que, si Jesús premia un vaso de agua que se dé en su nombre, cuánto más lo que por Él suframos en nuestro honor, en nuestra tranquilidad, en nuestros intereses, en nuestros esfuerzos.
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Termina Jesús este fragmento diciéndoles que les previene todo lo que ha de ocurrirles:
– primero, para que cuando llegue la hora de la tormenta los reconforte el recuerdo de la predicción;
– y luego, para que en el cumplimiento de la profecía tengan un motivo más de fe y de esperanza: Os he dicho esto para que, cuando llegue la hora, os acordéis de que ya os lo había dicho.
Notemos que no asevera: «Y» viene la hora…, sino «Pero» viene la hora… (sed venit hora); como si, tras esos males, predijese algo bueno.
En efecto, Sed, en latín, es una conjunción que se utiliza para cambiar el rumbo de las ideas.
Pero, en castellano, es una conjunción adversativa, que se utiliza para contraponer a un concepto otro diverso o ampliativo del anterior.
¿Qué significa, pues, Os expulsarán de las sinagogas. Pero viene la hora?
Es como si hubiese dicho: Ellos os separarán, ciertamente, pero yo os reuniré…
O también: Ellos os separarán, ciertamente, pero viene la hora de alegría vuestra…
¿Qué hace ahí esa palabra que asegura y consuela: “Pero viene la hora, como si tras la tribulación les prometiera la consolación, siendo así que parece que debió decir de manera indicativa: «Y» viene la hora…, tras la tribulación, mayor tribulación?
Porque, aunque predijo que iba a venir tribulación sobre tribulación, no consolación tras tribulación, no dice: «Y» viene…. ¿Qué es lo que viene?: Viene la hora, la de que todo el que os mate suponga él ofrecer a Dios homenaje.
¿Entonces, qué?
Parece que ha querido que entendieran —y de lo entendido se gozasen— que ellos, cuando los arrojasen los judíos de las sinagogas, iban a adquirir para Cristo a muchos…; tantos que no bastaría expulsarlos, sino que sería necesario matarlos, no fuese que, con su predicación, convirtieran a todos al nombre de Cristo y los apartasen de la observancia del judaísmo.
De hecho, esta razón los había inducido a matar al mismo Jesucristo.
Así pues, en estas palabras hay este sentido: Os expulsarán de las sinagogas; pero no temáis la soledad, ya que, separados de la congregación de ellos, congregaréis en mi nombre a muchos; tantos que ellos, temerosos de que se abandonen el Templo y la Ley Antigua, os matarán; y, al derramar vuestra sangre, estimen ofrecer ellos un homenaje y culto a Dios.
¡Oh error horrendo! Para agradar a Dios golpear a quien complace a Dios; y, tú que lo hieres, abates el templo vivo de Dios, para que no sea abandonado el templo lapídeo, del cual no quedará piedra sobre piedra…
¡Oh execrable ceguera! Pero ésta aconteció parcialmente en Israel, para que entrase la totalidad de las gentes.
Irritados por esto los judíos, fueron réprobos y ciegos; pues tenían celo por Dios, pero no según conocimiento…; y creyendo ofrecer homenaje y culto a Dios, asesinaban a los hijos de Dios.
Pero los reunía el Crucificado que, antes de ser asesinado, los había instruido acerca de estos hechos futuros, para que a los ánimos ignorantes y desprevenidos no los turbasen males imprevistos, aunque iban a pasar pronto; sino que, preconocidos y aceptados pacientemente, los condujesen a los bienes sempiternos.
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El Espíritu Santo es fuente de paciencia y fortaleza. Ese consolador, o abogado o sostén, había sido necesario al irse Cristo. De aquí, pues, se deriva este significado: que, mediante el Espíritu Santo, iba a hacerlos mártires suyos, esto es, testigos suyos, de forma que, por obrar en ellos, tolerasen cualesquiera asperezas de persecuciones e, inflamados por ese Divino Fuego, no se enfriasen respecto de la caridad que debían predicar.
Preparemos desde ya la gran Fiesta de Pentecostés que, Dios mediante, celebraremos el próximo domingo.

