ALEGRÍA DE MORIR
UN CARMELITA DESCALZO
CAPITULO XXXIV
EL ALMA DE AMOR
PIDE A DIOS
LA MUERTE
San Juan de la Cruz, tan lleno de dulce y callada mansedumbre, hace resaltar el vehemente deseo que tienen de la muerte algunas almas y la grandeza y gloria de aquel trascendental momento, de una manera tan delicada, tan luminosa, con tanta belleza y tan vehemente amor, que ensancha el corazón de alegría y pone fuego en el espíritu, presentando el encanto de la muerte y el gozo con que la esperan y reciben esas almas ofrecidas al Señor.
En sus poesías, de extraordinaria belleza, alaba el Santo la suavidad de la muerte, y con no menor unción y realismo y más categóricamente la describe en prosa.
Y contrasta y sorprende su firmeza y atrevimiento con la mansedumbre y dulzura de su persona y con el dominio que tenía de su palabra. Son en esto sus afirmaciones más atrevidas y más vehementes que las de Santa Teresa de Jesús, con tener ella carácter más vivo y abierto e impetuoso.
Cuando San Juan de la Cruz habla del amor de Dios y de la atracción de sus altísimas perfecciones, es pura ascua que irradia fuego en sus palabras; parece que sale de sí mismo y se desborda de entusiasmo radiante por el conocimiento que tenía de la grandeza de Dios e inflamado por el ansia de poseer el cielo.
El amor que hacía brotar estos deseos le hacía ver también toda la hermosura de la muerte santa y pide al Señor que se la mande pronto para entrar por esta puerta maravillosa en la posesión de la infinita sabiduría.
El fuego del divino amor, que abrasaba su corazón, le hace ser santa y confiadamente osado en sus peticiones al Señor; el cariño da atrevimiento y seguridad. San Juan de la Cruz ama con todas sus fuerzas al Creador; no puede estar ya separado, de Él. Le seduce, está enamorado de la hermosura infinita, nada puede compararse a la atracción de la belleza y del amor divino.
El Santo deja salir de sus labios un himno dulcísimo a la muerte, como Santa Teresa, pero con mayor fuerza y vehemencia y con más decisión.
Con frase atrevida y cortante, que casi parece increíble conociendo al Santo, todo humildad y dulzura, dice al Señor:
Oye, mi Dios, lo que digo,
que esta vida no la quiero.
Describe luego la maravilla y belleza de la muerte, como degustando de antemano la dulzura que le espera, y con pensamiento de ángel más que de poeta entona el canto más sentido y alto a la muerte envidiable de las almas que se extinguen de amor. Dice suplicante:
Sácame de aquesta muerte,
mi Dios, y dame la vida;
no me tengas impedida
en este lazo tan fuerte;
mira que muero por verte,
y mi mal es tan entero
que muero porque no muero.
Lloraré mi muerte ya
y lamentaré mi vida
en tanto que detenida
por mis pecados está.
¡Oh mi Dios!; ¿Cuándo será
cuando yo diga de vero
vivo ya porque no muero? (1).
Gustemos ahora nosotros de las enseñanzas que nos da sobre las circunstancias de la muerte de amor. Veamos cómo la siente él, la desea, la describe y se la pide al Señor.
El alma, dice, se siente herida muriendo con heridas de amor. Se llaman heridas espirituales de amor, las cuales son al alma sabrosísimas y deseables; por lo cual querría ella estar siempre muriendo mil muertes a estas lanzadas, porque la hace salir de sí y entrar en Dios (2).
Esta alma se queja amorosamente a Dios no porque la hubo herido…, sino porque la dejó así penando de amor y no la hirió más valerosamente, acabándola de matar para verse y juntarse con Él en vida de amor perfecto (3).
De muy buena gana se iba el alma del cuerpo en aquel vuelo espiritual, pensando que se la acababa ya la vida y que pudiera gozar de su Esposo para siempre y quedarse al descubierto con Él (4).
El Santo ha gustado, por modo maravilloso y muy extraordinario, el abisal deleite del trato con Dios y quedó empapado y ebrio en tan sobrenatural e indecible dulcedumbre. Había recibido noticias intelectuales de puro espíritu en la esencia de su alma, comunicadas por el mismo Dios, sobre las perfecciones divinas. No tenían los sentidos capacidad para recibir tan altas y luminosas verdades, y menos para exteriorizarlas con ideas y palabras humanas.
Queriendo comunicar los efectos tan sublimes que producen en el alma, no se contenta con decir que causan un abisal deleite, sino que anota cómo el alma ya apenas puede continuar viviendo en la tierra, atraída y subyugada por la tan sobre-excedente hermosura y grandeza de Dios. Todo lo de la tierra mucho bajo le parece y lo encuentra oscuro y feo ante el destello de beldad y de luz comunicado por Dios.
Mientras llega la visita del Señor, busca su compañía en la soledad, para estarle totalmente ofrecida y en continuo ejercicio de perfecto amor.
(1) San Juan de la Cruz, Poesías. Coplas del alma que pena por ver a Dios.
(2) San Juan de la Cruz, Cántico Espiritual, canción I.
(3) San Juan de la Cruz, Cántico Espiritual, canción I.
(4) San Juan de la Cruz, Cántico Espiritual, canción XIII.
