P. CERIANI: SERMÓN DEL SEGUNDO DOMINGO DE PASCUA

SEGUNDO DOMINGO DE PASCUA

En aquel tiempo, dijo Jesús a los fariseos: Yo soy el pastor, el Bueno. El buen pastor pone su vida por las ovejas. Mas el mercenario, el que no es el pastor, de quien no son propias las ovejas, viendo venir al lobo, abandona las ovejas y huye, y el lobo las arrebata y las dispersa; porque es mercenario y no tiene interés en las ovejas. Yo soy el pastor bueno, y conozco las mías, y las mías me conocen, —así como el Padre me conoce y Yo conozco al Padre— y pongo mi vida por mis ovejas. Y tengo otras ovejas que no son de este aprisco. A esas también tengo que traer; ellas oirán mi voz, y habrá un solo rebaño y un solo pastor.

Este Segundo Domingo de Pascua es llamado del Buen Pastor.

Por medio de esta hermosa alegoría, Nuestro Señor se da a conocer en lo más íntimo de su ser y de su misión.

Consideremos algunos de los principales atributos del Buen Pastor: fiel amigo, seguro maestro, eficaz protector, de poderosa fortaleza, firme esperanza, el mejor consuelo y fuente de la alegría.

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En Jesús, el Buen Pastor, hallaremos el más fiel Amigo

La amistad es una de las más apremiantes exigencias y a la vez una de las más dulces satisfacciones del corazón humano.

Nuestro corazón necesita comunicarse a otro, así en sus alegrías como en sus tristezas; y esta comunicación afectuosa se llama amistad.

¿Queremos amistad verdadera? Tengamos por amigo al Buen Pastor. A ningún otro corazón podemos arrimarnos con más cierta seguridad de ser correspondidos.

Es Él amigo constante que no abandona. No es como los amigos del mundo, que sólo nos sirven tal vez en la prosperidad, y que nos olvidan en la aflicción.

La amistad del Corazón de Jesús es firme para los que le aman, hasta la muerte y más allá de la muerte. Él velará como fiel amigo junto a nuestro lecho de agonía, y será nuestro fiador en la presencia del supremo Juez.

Busquemos, pues, esta amistad, única que no puede salirnos mentirosa.

Muchos amigos tuvo nuestra alma en este mundo, o muchos, por lo menos, se han llamado tales. ¿Lo han sido de veras? Nunca lo han sido para como promete serlo el Buen Pastor.

Los amigos del mundo encubren, muchas veces, bajo halagüeñas palabras la frialdad o quizás las miras interesadas. Son inconstantes, mudables, egoístas. Los más firmes no pueden resistir a la separación forzosa que impone la muerte.

¿Quién fiará su corazón a tan vanas amistades?

No así el Buen Pastor; y no obstante, ¡cuán pocos son sus amigos, sus ovejas fieles!

El mundo tiene concurridos a todas horas sus centros de disipación y de maldades, y el Buen Pastor apenas encontrará quien le haga amorosa compañía.

Seamos de estos pocos… Seamos amigos del Buen Pastor para siempre; y que esta amistad no se acabe nunca, ni con la muerte.

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En Jesús, el Buen Pastor, hallaremos el más seguro Maestro

Los hombres buscan para sí aventajados maestros, y tienen por sumo honor y gran dicha hacerse discípulos suyos y aprender de sus labios las ciencias humanas.

A menos costa y con menor fatiga podemos nosotros encontrar en el Sagrado Corazón de Jesús el más seguro maestro.

Dos clases de lecciones nos da este divino Preceptor: unas exteriores, por medio de la voz de la Iglesia; otras interiores, por medio de su secreta inspiración.

¿Y qué enseña? Grandes verdades, máximas de vida eterna, consejos de salvación, prudencia celestial.

Adoctrinados por este Maestro divino, se han visto en la Iglesia de Dios hombres y mujeres sin letras admirar y confundir a los sabios, y dejar establecidos monumentos de profunda ciencia interior, no adquirida en las escuelas, sino en el trato y familiaridad con este Buen Pastor.

Maestro de verdad…, libro siempre abierto para quien desee penetrar sus secretos…

Cátedra santa, donde ni Moisés, ni los Profetas, ni los filósofos, sino el mismo Dios, dicta lecciones de verdad a los discípulos de su Corazón.

Pidamos al Buen Pastor haga dóciles nuestros corazones para que reciban tan divinas enseñanzas, y las sigan, y las practiquen con toda fidelidad.

¿A quién hemos escuchado muchas veces en nuestra vida? A maestros de seductoras palabras, que nos han guiado por caminos de perdición. Han sido nuestros maestros el mundo con sus necias máximas, las pasiones con su maligna sugestión, la vanidad, el amor propio, la ira y demás apetitos desordenados.

Hemos escuchado estas lecciones, y hemos permanecidos sordos a los suaves consejos de la ley divina.

Digamos al Buen Pastor: Hablad ahora, Señor; hablad, divino Maestro, que vuestro fiel discípulo os escucha. Hablad a lo íntimo de mi corazón desde las profundidades del vuestro; oiga yo vuestra voz, y aprenda de ella los secretos de la vida eterna que nadie más me puede enseñar. Sordo quiero ser en adelante a todos los que hasta hoy me han seducido y engañado.

Maestro divino, admitidme en la escuela de vuestro Corazón, de donde han salido tantos y tan aprovechados discípulos.

Ignorante soy; hazte cargo de mi ignorancia, compadécete de mi cortedad. No quiero por maestro más que a Ti; enséñame a hacer siempre tu santa voluntad.

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En Jesús, el Buen Pastor, hallaremos la más eficaz protección

Rodeados como estamos de enemigos, lobos rapaces, incluso disfrazados con piel de ovejas, necesitamos a todas horas celoso y vigilante protector.

Y es manifiesto que son muchos los tales enemigos, y son poderosos, y nos aborrecen de muerte.

Todo lo que es enemigo de Jesucristo, lo es por consecuencia de nosotros los cristianos. Tenemos, pues, en frente nuestro a todo el poder del infierno, y servimos de blanco a sus ataques, ora de persecución, ora de seducción.

El ejército del mal, que inspira invisiblemente Satanás, y visiblemente acaudillan los representantes de éste sobre la tierra, llena el mundo, incluso al interior mismo de la Iglesia. Le sirven para la propaganda de sus ideas la imprenta y la elocuencia; ejecutan sus órdenes muchos gobiernos; le prestan ayuda extraviados talentos.

No hay acontecimiento alguno de cuantos presenciamos que no sea como un hecho de armas en favor o en contra de la causa de Dios; y, por consiguiente, que no tenga pública o secreta relación con la suerte eterna de cada uno de sus amigos.

Porque, así como todo lo ha puesto Dios a nuestro servicio para salvarnos, así todo lo pone en juego el demonio, nuestro enemigo, para perdernos.

Toda la rabia del infierno contra Dios la descarga contra nosotros, ya que contra Dios se reconoce impotente.

¡Pobre de nosotros, hechos de continuo objeto de tan fieras arremetidas! ¿Hay esperanza de salvación para el hombre, en medio de tan obstinado empeño para que la pierda?

Sí, tenemos un protector más fuerte que todos nuestros enemigos, y es seguro que nada puede el infierno entero contra quien a tal asilo sepa acogerse.

Cobijémonos en el Sagrado Corazón del Buen Pastor. Digamos con seguridad: El Señor es mi protector, no temeré cualquier cosa que pueda hacer contra mí el enemigo. El Señor es defensor mío; ¿qué puede espantarme? Si se levantan contra mí armados escuadrones, no temerá mi corazón; si se libra contra mí recia batalla, en el Buen Pastor pondré mi confianza.

¡Detente, el Sagrado Corazón de Jesús está conmigo!

¡Corazón adorable de Jesús! Ved cómo está mi alma de continuo asediada, víctima de tenaz persecución, vacilante tal vez ya y próxima a caer en manos de sus enemigos. Están mundo, demonio y carne contra mí, y yo solo contra todos ellos. Pero no solo, no, sino contigo, mi único amparo, mi protector y fortaleza.

Levántense en mi corazón tempestuosas pasiones; haga brillar el mundo a mi alrededor sus más poderosos atractivos; oiga el continuo griterío de los que persiguen de muerte a Ti, a tu Iglesia y a tus amigos. Caigan a mi diestra mil, y diez mil a mi siniestra, no me tocarán a mí los dardos del perseguidor. Clamaré al Buen Pastor, y me oirá; conmigo estará en el riguroso trance, y me sacará salvo, y aun con eso mismo me glorificará.

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En Jesús, el Buen Pastor, hallaremos la más poderosa fortaleza

En nada se conoce tanto la profunda miseria del hombre como en su debilidad. Nuestra alma ha quedado, después de la culpa original, tan flaca y endeble, que cualquier embate del enemigo basta para derribarla, si no tiene al lado una fuerza superior que la sostenga.

Puede, asimismo, tan poco para obrar el bien, que cualquier leve dificultad la desalienta y acobarda.

¿Queremos ser fuertes en medio de esta nuestra debilidad? Acudamos a buscar la fortaleza en el Sagrado Corazón del Buen Pastor.

Allí fueron a buscarla los Santos, criaturas débiles y de carne flaca como la nuestra; y gracias a eso fueron fuertes y obraron maravillas.

Recorramos la historia de la Iglesia, y veremos tiernas jóvenes, débiles ancianos burlarse de todo el poder de los enemigos de Cristo, y hacerse superiores a los halagos, a los tormentos y a la muerte.

Los claustros y los desiertos, la vida doméstica y las mismas cortes y campamentos están llenos de hombres y mujeres que en la flor de su edad, y en medio de todas las seducciones, fueron fuertes para renunciarlo todo y seguir a Jesucristo hasta elevarse a la mayor santidad.

Nada hicieron ellos que no lo podamos nosotros, si nos procuramos los mismos auxilios.

¿Dónde se hallan éstos?

Acudamos al Buen Pastor.

Somos débiles porque queremos. Sí, porque queremos. ¿Qué disculpa tendría el niño que no pudiese levantarse del suelo por no querer alargar su mano a la que le tiende su buena madre?

Por esto son frecuentes nuestra caídas y tropiezos, por esto sentimos abatimiento y desconfianza ante la más pequeña dificultad.

Quizás, para mayor desgracia, hemos presumido algo de nuestro propio valer, y con necia arrogancia hemos creído poder prescindir de todo amparo…

Acudamos al Buen Pastor, nuestro poderoso auxilio, y esteremos salvados. Nada podrán contra nosotros los más fieros enemigos, nada las más borrascosas pasiones. Sentiremos agilidad, ligereza, facilidad para toda obra buena y para todo costoso sacrificio.

¡Oh Buen Pastor, fortaleza de los débiles y caídos! Nuestro corazón anda de continuo desalentado, y acude a Ti para que lo sostengas. Danos la mano, Señor, como la diste a tantos que por Ti se levantaron del lodo y subieron a la cumbre de la virtud, como la diste a la Magdalena, a Pablo, a Agustín.

¿Qué podría el más valeroso, si Tú le abandonas?

Pero ¿qué no podrá el más débil, si Tú le fortaleces?

¡Oh Buen Pastor, fortaleza nuestra! Hacednos fuertes contigo, para que reinemos contigo eternamente victoriosos.

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En Jesús, el Buen Pastor, hallaremos la más firme esperanza

Vanas son las esperanzas del mundo, y desgraciado quien confía en ellas.

Pasa la juventud, se cambia la fortuna, caen las ilusiones, se entibia la amistad, nada, en una palabra, queda en pie de cuanto parece algunas veces confortar al hombre en su breve paso por este valle de lágrimas.

Y, sin embargo, el pobre corazón humano necesita algo firme y permanente en qué sustentarse para no caer en los horrores de la desesperación.

¿En qué, en quién podrá, pues, fijar su esperanza?

Todo se pasa, ha dicho Santa Teresa de Jesús… Todo se pasa, es verdad; pero Dios no se muda…

He aquí, pues, el centro fijo en que debemos colocar nuestras esperanzas los que deseamos asentarlas en algo seguro e inmutable.

¡Oh Buen Pastor de nuestra alma! Todo se escapa y desaparece a nuestro amor, dejándonos vacíos y desolados. Sólo Tú permaneces eternamente como faro de luz y norte resplandeciente para el corazón que Te ama. ¡Que nos falte todo, Dios mío, pero que no nos faltes Tú!

¡Sagrado Corazón de Jesús, Nuestro Buen Pastor, en Ti ponemos nuestra esperanza, y no seremos confundidos!

Promesas seductoras del siglo, que tantas veces habéis engañado nuestra alma, ya os consideramos por lo que realmente sois, polvo, sombra, nada…

¿Qué puede prometerse quien pone sus esperanzas en el polvo y en la nada?

Sí, la vida humana está llena de muchos y crueles desengaños… Pobre alma nuestra, que en tantos objetos ha querido alcanzar su felicidad, sin que hayan logrado calmar sus ansias… Pobres mortales, buscando la dicha en las criaturas, y no hallándola en ninguna de las cosas criadas…

Establezcamos nuestro corazón en el amor del Buen Pastor, único que puede calmar nuestro anhelo, único que no defraudará nuestras esperanzas.

¡Corazón de Jesús! Sedlo todo para nosotros, pues de Ti lo espera todo nuestro afligido corazón.

¡Oh Buen Jesús…, cuán sosegado descansa el que lo espera todo de Ti y nada fuera de Ti!

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En Jesús, el Buen Pastor, hallaremos el mejor consuelo

El pecado ha hecho de este mundo, que debía ser un paraíso anticipado, un verdadero valle de lágrimas. Las espinas con que a cada paso tropezamos nos punzan dolorosamente y nos arrancan frecuentes gemidos.

Por lo tanto, de nada necesita tanto el hombre durante esta vida mortal, como de consuelo.

Consuelo necesitamos en los contratiempos de la fortuna, en los dolores de la enfermedad, en la pérdida de los que amamos, en las dudas de la conciencia, en todos los momentos de la vida y en el muy crítico y angustioso de nuestro último trance.

¿Dónde mejor podemos buscar este consuelo que en el muy dulce y consolador Corazón del Buen Pastor?

¿No han salido de Él aquellas tan tiernas y amorosas palabras: Venid a Mí todos los que andáis trabajados y afligidos, y Yo os aliviaré?

¡Oh Buen Pastor!, único verdadero Consolador de los corazones angustiados, ¿a quién iremos sino a Ti en nuestras horas de amargura y desasosiego?

Cuando los intereses mundanos no aprovechan, cuando los amigos se alejan, cuando las fuerzas faltan, ¿a quién acudiremos sino a Ti, fuente inagotable de todo consuelo?

Y, no obstante, es Jesús el postrero a quien acudimos en nuestras horas de tribulación.

Primero buscamos los amigos de la tierra que ese Buen Pastor…

Primero buscamos un desahogo en el pasatiempo mundano, que en la dulce intimidad con el compasivo Consolador…

¿No llevamos ya bastantes desengaños? ¿Qué herida o qué dolor nos ha calmado el mundo? ¿Qué bálsamo hemos encontrado en él para endulzar las amarguras de la adversidad? ¿No vemos que el mundo no gusta de consolar a los que padecen, sino adular a los dichosos? ¿Qué vamos a buscar en ese mundo que no nos comprende?

Sólo hay un asilo seguro para los corazones heridos, y es el herido Corazón del Buen Pastor… Sólo Él tiene consuelos para nuestro pobre corazón.

Alejaos, humanas consolaciones…; vanas, inconstantes, mentirosas…

A Ti, Buen Pastor, únicamente busco; en vuestro Corazón penetro, y allí quiero permanecer…

¡Oh Dios de todo consuelo! En Ti y sólo en Ti espera hallarlo nuestro desolado corazón.

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En Jesús, el Buen Pastor, hallaremos la fuente de la alegría

Servid a Dios con alegría, dice la Sagrada Escritura; y en efecto, la alegría del corazón ha sido siempre el distintivo de los verdaderos servidores de Dios.

Los Santos, en medio de sus más rigurosas austeridades, han sido alegres. Nunca la tristeza fue virtud, sino más bien tentación y peligro para el alma cristiana.

Pero, ¿dónde encontraremos verdadera alegría? Causas de turbación y tristeza las hallamos por doquier, y parece punto menos que imposible sustraerse a ellas.

Vayamos a depositar nuestras congojas en el adorable Corazón del Buen Pastor, y encontraremos en Él la fuente de la verdadera alegría.

Descarguémonos allí del peso de nuestras inquietudes, por medio de una perfecta resignación a la santa voluntad de Dios. No tardaremos en oír resonar en el fondo de nuestro corazón aquellas dulces palabras que tan a menudo dirigía el Salvador a sus Discípulos: ¡La paz sea con vosotros!

Nuestra alma tiene necesidad del Buen Pastor para sacudir el peso abrumador de sus perpetuas tristezas. Todos buscamos la alegría, pero erramos por lo común el camino para encontrarla.

El mundo la promete continuamente; pero bien sabe él que no la puede dar. Sus alegrías son ruidosas y alborotadas; pero ni llenan el corazón, ni duran más que breves momentos. El rostro de los mundanos es casi siempre como una máscara alegre que oculta un corazón devorado por el tedio y el desasosiego, y quizá por el remordimiento.

El gozo interior es únicamente propiedad de la buena conciencia. Cuando, pues, nos hallemos tristes, examinemos nuestro corazón, y veremos que siempre nace nuestra tristeza de alguna secreta falta de virtud.

¡Oh Buen Pastor, que eres en el Cielo la Alegría de los Ángeles y Santos, y en este mundo la de vuestros amigos! Por Ti sonreían alegres en sus tormentos los Mártires, en sus penitencias los Anacoretas, en sus humillaciones los seguidores de vuestra ley…

Por Ti espero sonreír hasta en las amarguras de mi última agonía.

Habla, oh Buen Pastor, a mi alma con aquella tu voz conmovedora, y se estremecerán de júbilo mis entrañas, y disfrutaré ya en este mundo las anticipadas alegrías del Paraíso…

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Yo soy el Buen Pastor, y conozco a mis ovejas, y mis ovejas me conocen…

Yo soy su fiel amigo, su seguro maestro, su eficaz protector, su poderosa fortaleza, su firme esperanza, su mejor consuelo y su fuente de alegría…