P. CERIANI: SERMÓN DEL JUEVES SANTO

JUEVES SANTO

El Jueves Santo la Santa Iglesia, por medio de la Santa Liturgia conmemora la Institución de la Sagrada Eucaristía, como Sacrificio y como Sacramento.

Es una oportunidad bien precisa para reflexionar en qué consiste el dogma de la Santísima Eucaristía, y completar lo que ya hemos visto el pasado Cuarto Domingo de Cuaresma.

Como sabemos, este dogma se resume en reconocer y confesar la presencia verdadera, real y sustancial del Cuerpo y la Sangre de Jesucristo en la Hostia y en el Cáliz consagrados por el sacerdote.

¡Misterio insondable del amor de Dios, así como de su inmensa sabiduría y su omnipotencia!

Razón decisiva para el católico consecuente: este misterio es dogma de fe; como tal lo enseña y lo venera la Iglesia, que es infalible en su doctrina, como lo es Dios.

Por lo tanto, debo creerlo y acatarlo sumisa y profundamente.

La Sagrada Escritura, San Pablo en su Primera Carta a los Corintios, nos enseña: Yo aprendí del Señor lo que también os enseñé a vosotros, esto es, que el Señor Jesús en la noche en que fue entregado tomó el pan, y dando gracias, lo partió y dijo: Tomad y comed, esto es mi Cuerpo, que será entregado por vosotros; haced esto en memoria de Mí. Asimismo, tomó el cáliz después de haber cenado, diciendo: Este cáliz es el nuevo Testamento en mi Sangre. Haced esto, cuantas veces lo bebiereis, en memoria de Mí. Porque cuantas veces comiereis este pan y bebiereis este cáliz, anunciaréis la muerte del Señor hasta que venga.

Lo mismo que hemos oído referir a San Pablo, lo narra San Mateo: Cenando ellos, tomó Jesús el pan, lo bendijo, lo partió y lo dio a sus Discípulos, y dijo: Tomad y comed, esto es mi Cuerpo. Y tomando el cáliz, dio gracias y se lo dio diciendo: Bebed todos de él, porque esta es mi Sangre del nuevo Testamento, que por muchos será derramada para remisión de los pecados.

Y San Marcos lo refiere casi con idénticas palabras: Estando ellos comiendo, tomó Jesús el pan, y bendiciéndolo lo partió, se lo dio y dijo: Tomad, esto es mi Cuerpo. Y tomando el cáliz, dando gracias, se lo alargó y bebieron de él todos. Y les dijo: Esta es mi Sangre del nuevo Testamento, que por muchos será derramada.

Y San Lucas repite idéntica relación: Habiendo Jesús tomado el pan, dio gracias, y lo partió y se lo dio diciendo: Esto es mi Cuerpo, que es dado por vosotros; haced esto en memoria de Mí. Y asimismo tomó el cáliz, después de haber cenado, diciendo: Este cáliz es el nuevo Testamento en mi Sangre, que será derramada por vosotros.

Basta de testimonios bíblicos, que algunos más podrían citarse. Discurramos sobre los que acabamos de aducir. Jesucristo, según ellos, llama a lo que tiene en sus manos Cuerpo suyo y Cáliz de su Sangre… y son, por lo tanto, su verdadero Cuerpo y su verdadera Sangre, sino es que no deseamos apostrofar de embustero al Hijo de Dios.

Y que no me salgan aquí con interpretaciones modernistas, heréticas; porque la simple crítica humana nos fuerza a admitir por únicas verdaderas las del Magisterio de la Iglesia.

¿Quién podía saber mejor el sentido en que habló Cristo: los protestantes del siglo XVI, o los Apóstoles que vivieron con Él; los protestantes del siglo XXI a los primeros cristianos que conocieron a Jesús y trataron con los Apóstoles?

Es indudable que el testimonio de los Apóstoles y de los Padres Apostólicos vale infinitamente más que el de los herejes, protestantes o modernitas.

San Pablo decía a los católicos de su tiempo, que el que indignamente comiera aquel pan o bebiera aquel vino se haría reo, no de aquel pan o de aquel vino, sino del Cuerpo y la Sangre del Señor, y comería y bebería su propia condenación, porque no habría distinguido el Cuerpo y la Sangre del Señor de otro común alimento.

Luego, el Apóstol veía en el pan y vino consagrados la realidad misma del Cuerpo y Sangre de Jesucristo.

+++

Cierto, nos dirán algunos, el argumento es concluyente en cuanto a Cristo; mas Cristo consagró una sola vez… ¿Son por ventura Cristos los sacerdotes que vienen desde entonces ocupando su augusto ministerio?

En los textos citados vemos de qué modo encargó Jesucristo a los suyos que hagan lo mismo que Él hizo en memoria de Él. Esto equivale a dar plenos poderes y plena autoridad; de modo que los sacerdotes, al consagrar, lo hacen in persona Christi, en la Persona y con la autoridad y poder de Jesucristo.

Haced esto en memoria de Mí… Por lo tanto, no es Él solo quien puede hacer la Consagración de la Eucaristía que acaba de instituir; luego, la Iglesia tiene poder para hacer, por delegación, lo que Cristo verificó por autoridad propia. Y como, según la sana filosofía, el que obra por delegación se considera como la misma persona cuya autoridad representa, luego, la Iglesia es Cristo en este particular. Y los sacerdotes consagran In Persona Christi… En nombre de Cristo. Esta expresión caracteriza de forma específica la relación fundamental del sacerdocio sacramental o ministerial con Cristo.

Misterio de fe llama la Iglesia a este Sacramento (misteterium fidei).

La razón me dice que es posible.

La fe me enseña que es verdadero.

¡Pan del cielo! ¡Hostia santa! ¡Augusto Sacramento del altar! ¡Seáis por siempre y por todos nosotros bendito, alabado y glorificado! Amén.

Jueves Santo es el gran día del Señor, porque es la gran solemnidad del Santísimo Sacramento y del Sacerdocio Católico. Suyos son, ciertamente, todos los días, y no hay uno entre los del año que no le pertenezca con rigorosa propiedad. Cada día se ofrece en la Santa Misa; cada día se da en la Sagrada Comunión; cada día es visitado por devotos fieles en su solitario tabernáculo…

El culto del Santísimo Sacramento es el culto de todo el año, el verdadero himno incesanteque la tierra eleva de continuo al trono de Dios Padre. Mas, así como en todas partes está Dios, y sin embargo tiene ciertos lugares especialmente consagrados, donde quiere recibir más particular homenaje; así, aunque todos los días del año son días del Santísimo Sacramento, hay dos que son más especialmente suyos, y en que pide ser honrado y festejado con muestras de especial amor.

Son el gran día de hoy, Jueves Santo, y la gran fiesta del Corpus Christi, la augusta solemnidad de la Santa Eucaristía.

Tres Jueves hay en el año que resplandecen más que el sol: Jueves Santo, Corpus Christi y la Ascensión del Señor.

+++

El Sacrificio de la Última Cena, el de la Cruz y el de la Misa son, en cuanto a la sustancia, un solo y mismo Sacrificio, porque el mismo Cristo que se ofreció en la Cena es el que poco después se ofreció en el Calvario y el que se ofrece ahora cada día en el Sacrificio de nuestros altares.

Hay sólo distinción en cuanto al modo, porque el Sacrificio de la Cruz fue cruento, o sea con derramamiento de Sangre; y el de la Última Cena y el de la Santa Misa son incruentos, o sea sin efusión física de Ella, consistiendo el Sacrificio en la separación sacramental del Cuerpo y de la Sangre por las palabras de la doble Consagración, aunque bajo ambas especies está, por concomitancia, Cristo todo entero, con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad.

No hay, pues, acto más agradable a Dios Padre, ni que más desagravie su bondad o aplaque su justicia, que esta Víctima Santa, cotidianamente ofrecida por el sacerdote sobre el altar.

Si a nuestra humana flaqueza fuese posible ofrecer continuamente tan santo y adorable Sacrificio, sería este el colmo de la adoración y el homenaje más sublime que en la tierra se podría tributar a la Divinidad. ¿Puede ser verdad este ofrecimiento continuo, que parece tan sólo un hermosísimo sueño? Sí, lo es; tal como lo anunciara el Profeta Malaquías, el Sacrificio continuo es un hecho: Jesucristo se ofrece sin cesar, en todas las horas del día, por manos de sus sacerdotes. Se cumplen aquellas magnificas palabras que dijo Dios por boca del Profeta: Desde Levante a Poniente es grande mi Nombre entre las naciones, y en todo lugar se sacrifica y se ofrece al Nombre mío una Hostia pura.

No hay momento alguno en que el Padre Celestial no vea en manos de sus criaturas, los sacerdotes, esta ofrenda de expiación que intercede por todos los hombres; ni hay momento alguno en que el Corazón benignísimo de Nuestro Salvador Sacramentado no demande por nosotros gracia, misericordia y perdón.

+++

El Cielo es el palacio real de Jesucristo; el mundo el pedestal de su trono; pero el residencia de sus más tiernos y regalados amores es el Sagrario del Altar, la Santa Eucaristía.

No soportaba su Corazón dejarnos, y se puso como a discurrir maravillas para quedarse acá en nuestra compañía. Se le llamaba a ocupar la diestra del Padre, pero su amor le retenía entre nosotros, a quienes no quería desamparar.

El amor le sugirió el medio de conciliar estos, al parecer, inconciliables extremos.

Reina, pues, glorioso en el Cielo, y vive a la par amorosa, humilde, sencillo, familiarmente nuestro, acá entre nosotros.

Como en los días de su visible presencia entre los hombres, se deja visitar y recibir en nuestro propio corazón.

Sabiendo que lo más íntimo que tiene el hombre y lo más unido a sí es su alimento, hasta ese punto ha querido hacer estrecha su unión con nosotros, y alimento ha querido ser bajo apariencias de pan y de vino, que después de la Consagración son su Cuerpo adorable y su Sangre preciosísima.

No conversaban más familiarmente con Él los Apóstoles de lo que podemos nosotros conversar con el divino Jesús en la quietud de su amoroso Tabernáculo.

No le besaba los pies más regaladamente la Magdalena, ni le representaban con mayor confianza sus males el ciego y el tullido y el leproso, ni le confesaban con más desahogada expansión sus extravíos Zaqueo y la Samaritana, ni se colgaban con más tierna libertad de su cuello los niños a quienes tanto amaba, ni con más sosegado abandono descansaba sobre su pecho castísimo el enamorado Juan.

Todas esas confianzas de la más pura amistad, todas esas intimidades de su amante Corazón, las concede generoso al más ruin, al más ingrato de sus devotos nuestro sacramentado Jesús.

Las desea, las anhela, las exige.

Se pudiera pensar, ¡oh suprema humillación!, se pudiera creer que las necesita! Y no es Él, no, quien las necesita, sino nosotros, sus infelices criaturas; nosotros, miserables hambrientos, que de una a otra puerta vamos mendigando luz, amor, consuelos, pasando de largo tal vez por delante de la de este Buen Amigo, que no cesa de clamar: Venid a mí todos los que estáis fatigados, y yo os aliviaré.

Abiertas nos están las puertas… Amor se pide tan sólo; y amor se da en cambio; pero amor del Cielo, amor de todo un Dios.

+++

¡Bendito, alabado y adorado sea en todo tiempo el Santísimo Sacramento del Altar!

Pero en este día y esta noche sea más ferviente la devoción, más puro el amor, más repetido el obsequio, más completo el desagravio.

¡Que nadie falte!

Fue realmente delicado el amor de nuestro buen Jesús al instituir para nuestro consuelo y compañía el Sacramento dulcísimo del altar.

Puesto el ingenio de todo un Dios, como hemos indicado, a discurrir maravillas con qué hacerse accesible al hombre y darse enteramente a él, se podría muy bien asegurar que llegó en esto a lo sumo de la fineza.

Así se ve que, con ser la Sagrada Eucaristía lo más sublime que posee entre sus misterios el Catolicismo, es, no obstante, lo más fácil de alcanzar.

Cuesta más visitar las reliquias famosas de los Santos, cuesta más recorrer los lugares consagrados por los recuerdos de la fe… Nada cuesta menos que visitar, hablar y recibir a Cristo sacramentado.

Lo que sí exige, y por menos no pasa, es amor, fidelidad, culto perpetuo del alma, encendida adoración.

Eso se humilla a pedir a sus viles criaturas.

Eso se humilla a pedir como si lo necesitase.

Humillación es pedirlo, sabiendo que muchos se lo han de negar…

Y sucede que tanta fineza de amor se paga frecuentemente con olvido y descortesía.

Y todos, todos, hasta los que más amigos nos llamamos de nuestro sumo Bien, hemos de reconocernos culpables de haber sido con El más de una vez, más de cien veces, groseros y malcriados.

¡Ved cómo oímos la Misa y tal vez cómo la celebramos!

¡Ved cómo entramos y permanecemos en su templo, que al fin casa suya es!

¡Ved cómo cruzamos indevotos y distraídos ante su Sagrario, sabiendo que allí vive, desde allí nos ve, allá nos llama!

¡Ved cuán larga se nos hace cualquier rápida preparación y acción de gracias al recibirle en la Comunión!

¡Cuán largos nos parecen quince minutos de visita en su presencia, ante la que debiera parecemos corta la eternidad!

¡Oh! ¡si nuestro buen Dios para hacerse querer hubiese solicitado, como hacen los hombres, el medio tan común de hacerse desear, y para eso hubiese permitido que sólo con dificilísimas condiciones se le visitase y recibiese! ¡Oh!, si sólo existiese una Hostia consagrada en el mundo, y esta sólo una vez se pudiese adorar, y sólo a costa de arduos viajes y después de costosísima preparación… ¡Cómo apreciaríamos entonces la grandeza y singularidad de tan inmenso beneficio!

¡Hoy le duele a nuestro buen Dios la prodigalidad de su propio amor! ¡Se vuelve contra Él mismo su propia generosidad!

¡No lo permitamos!

El día y la noche del Jueves Santo convida a un serio examen de nuestra conducta con relación al Santísimo Sacramento. Meditemos las delicadezas de su amor, aunque sea para sonrojarnos y enmendarnos de nuestras habituales groserías.

Comulguemos con más leales disposiciones…

Adoremos con más fervorosa devoción…

Hagamos de todo esto el firme propósito para lo restante del año y de la vida.

Esto pide la verdadera y firme devoción que debe profesar todo buen cristiano al Santísimo Sacramento.

¡Sea bendito y alabado el Santísimo Sacramento del Altar!

¡Sea por siempre bendito y alabado Jesús Sacramentado!