VÍA SACRA

ARMADURA DE DIOS

EJERCICIO DE LA VIA SACRA

Devotísimo por su objeto y muy provechoso por sus indulgencias.
ACTO DE CONTRICIÓN.
Omnipotente Dios, Trino y Uno, porque eres infinitamente bueno, te amo sobre todas las cosas, y por lo mismo me duele, me avergüenzo y me pesa de haberos sido ingrato. Arrepentido de mis culpas, te propongo de veras la enmienda; ayúdame con tu gracia.
ORACIÓN PREPARATORIA.
Amabilísimo Padre, postrado ante tu soberana pero dulce Majestad, te pido y espero tu bendición para meditar con fruto los dolorosos pasos de la Pasión de mi Redentor Jesús, verdad infinita; confiado en tu palabra, los ofrezco en satisfacción de mis pecados; suplico, Señor, me concedas todas las indulgencias que la piadosa madre Iglesia tiene asignadas á este devoto ejercicio. Las aplico por todas las necesidades mías y de mis prójimos, por el socorro espiritual y corporal de todos los hijos de la Iglesia; por los eclesiásticos, y en especial por los sacerdotes, y más en particular por los que la gobiernan; por los que están en gracia y en pecado; por los vivos y difuntos, y porque se cumpla en todo Tu Santísima Voluntad.
Así preparado da un vuelo con la imaginación a Jerusalen para ver con los ojos del alma al dulce y dolorido Redentor en cada uno de los pasos que vas leyendo. Y si eres tan feliz que allí te encuentres con su afligida Madre, ella te llenará de la unción que es propia en esta meditación.
Padre nuestro, Ave María, Gloria.
PRIMERA ESTACIÓN
LA SENTENCIA DE CRUZ.
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Pongamos la consideración en casa de Pilatos, y veremos á nuestro humildísimo Jesús que después de rigorosamente azotado, coronado de espinas, burlado con injurias, salivas y bofetadas, se pronuncia contra El la más injusta sentencia. Que lo crucifiquen, pide el pueblo. Que muera sin causa, dice el juez. – (Pausa).
¡Oh Pacientísimo Jesús! Que no satisfecho con permitir te desgarrasen en la columna, quisiste estar como reo delante del inicuo juez, atado con cadenas, oyendo la sentencia de muerte que contra ti pedía el ingrato pueblo, suplícote me concedas que imite tu mansedumbre, sufriendo con gusto las injusticias que se me hagan, y que es tu rectísimo tribunal me presente sin las prisiones de la culpa, para oír de tu misericordia sentencia de vida eterna. 
Señor, pequé: ten misericordia de mí. Pecamos y nos pesa: ten misericordia de nosotros. 

Bendita y alabada sea la Pasión de nuestro Redentor Jesús, y los dolores de su Santísima Madre María Señora nuestra, concebida sin mancha de pecado original, desde el primer instante de su ser natural. Amén.

Padre nuestro, Ave María, Gloria.
SEGUNDA ESTACIÓN
LE CARGAN LA CRUZ.
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Mira, alma: apenas se profiere la sentencia, cuando los ingratos judíos arrebatan de allí al inocentísimo Jesús, le desnudan la vestidura vieja y asquerosa que le habían puesto por burla y mofa; le visten su propia túnica, para que todos le conozcan y desprecien; le vuelven á poner la corona con inhumana crueldad y le cargan en sus lastimados hombros una pesada cruz. –(Pausa).
Humildísimo Jesús que resignado á la voluntad de tu Eterno Padre te abrazaste gustoso con la cruz: como obedientísimo hijo la llevaste hasta el Calvario, para ser crucificado en ella por nuestras culpas. Ruégote, Maestro mío, que por Ti, y en reparación de mi ingratitud, busque y gustoso me entregue á toda mortificación para que, valiéndome aquí por verdadera penitencia, alcance los eternos premios que has prometido á los que padecen por Tí. 
Señor, pequé: ten misericordia de mí. Pecamos y nos pesa: ten misericordia de nosotros. 

Bendita y alabada sea la Pasión de nuestro Redentor Jesús, y los dolores de su Santísima Madre María Señora nuestra, concebida sin mancha de pecado original, desde el primer instante de su ser natural. Amén.
Padre nuestro, Ave María, Gloria.
TERCERA ESTACIÓN
LA PRIMERA CAÍDA

5TO

Mira aquel lugar donde nuestro humildísimo Jesús, debilitado por la sangre que le faltaba y fatigado con el peso, da en tierra con la santa cruz. ¡Ay! ¡Con que rigor tratan aquí a la Majestad humillada! En vez de ayudarle, le dan de puntapiés, le tiran la soga del cuello, le arrastran de los cabellos y barba, se burlan y ríen de su poder; pero el pacientísimo Jesús espera en tierra que alguno compasivo le ayuda a levantar… Ve, alma, si quieres cargar la cruz con él. (Pausa).
¡Oh mi amado Maestro! Que fatigado con la cruz quisiste caer en tierra, para mostrarnos el gran peso de nuestras culpas cargada sobre tus hombros: ruégote, Dios mío, que con tu gracia me levante del abismo de mis miserias y que purificado mi espíritu con la mortificación de mis pasiones, no caiga más es mis pasados delitos, a fin de que, abrazado de tu cruz, camine contigo al cielo por el camino de tus mandamientos. 
Señor, pequé: ten misericordia de mí. Pecamos y nos pesa: ten misericordia de nosotros. 

Bendita y alabada sea la Pasión de nuestro Redentor Jesús, y los dolores de su Santísima Madre María Señora nuestra, concebida sin mancha de pecado original, desde el primer instante de su ser natural. Amén.
Padre nuestro, Ave María, Gloria.
CUARTA ESTACIÓN
ENCUENTRO DE SU DOLOROSA MADRE
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Considera el lugar donde nuestro dulcísimo Jesús encontró a su afligida Madre, traspasada de dolor. Más ¡ay! ¡Que tristísimos sentimientos se repetirían en aquellos dos amantes corazones! ¡Cual quedaría el hijo, viendo la angustia de su amorosa Madre! ¡Y cual quedaría la Madre, al ver que el dueño de su corazón, que la había enseñado a amar, iba penetrado de dolor y cubierto de heridas!.(Pausa).
¡Oh Madre la más afligida y triste! Por aquel amargo dolor que sentiste encontrando a tu amado hijo Jesús afeado, escupido, azotado, coronado de espinas y cargado con la cruz, te suplico, tristísima Señora, me alcances por tus dolores que cuando yo vea la imagen del Crucifijo me penetre de sentimiento y de confusión, viendo que con mi culpas he puesto en tan triste estado a tu dulcísimo Hijo. ¡Oh dulcísima Madre mía, dígnate aplicarme el ofrecimiento que allí hiciste al Eterno Padre! Sí, mi buena Madre, así lo espero del grande amor que nos tienes. 

Señor, pequé: ten misericordia de mí. Pecamos y nos pesa: ten misericordia de nosotros. 


Bendita y alabada sea la Pasión de nuestro Redentor Jesús, y los dolores de su Santísima Madre María Señora nuestra, concebida sin mancha de pecado original, desde el primer instante de su ser natural. Amén.
Padre nuestro, Ave María, Gloria.
QUINTA ESTACIÓN
EL CIRINEO LE AYUDA A LLEVAR LA CRUZ
4TO
Prosigue su penoso camino nuestro Redentor; pero se le grava con tal viveza la imagen de su afligida Madre, que por el mucho amor que la tiene se cubre de una mortal congoja, se aflige, entristece y se rinde hasta experimentar los desconsuelos de la muerte. Temeroso los verdugos que se les muriese en el camino, y por el gran deseo que tenían de crucificarle vivo, alquilan al CirIneo para que le ayude a llevar la Cruz. Mira, alma, ¿quieres tu llevar la Cruz con Él? Si le ayudas, en pago te ofrece el Cielo. (Pausa)
¡Oh misericordiosisimo Padre! Luz, guía y camino del Cielo, que con tanta caridad, cuanto más se avergonzaban de seguirte con la cruz, Tú nos convidas con ella en la persona del CirIneo: ruégote que por tu infinita piedad me alientes con tu gracia para que con todo afecto me entregue a cargar contigo la cruz que quisieres darme. En tus manos me pongo: dame, si, primero la meditación de tus tormentos para llevarla con gusto. Si, Padre Santísimo, cumpla yo siempre tu adorable voluntad, porque con solo esto seré yo tu discípulo. ¡Ah! ¡Si lo mereciera! 
Señor, pequé: ten misericordia de mí. Pecamos y nos pesa: ten misericordia de nosotros. 

Bendita y alabada sea la Pasión de nuestro Redentor Jesús, y los dolores de su Santísima Madre María Señora nuestra, concebida sin mancha de pecado original, desde el primer instante de su ser natural. Amén.
Padre nuestro, Ave María, Gloria.
SEXTA ESTACIÓN
FINEZA DE LA VERÓNICA Y SU RECOMPENSA
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Hé aquí el lugar donde la Verónica, viendo a su amado Jesús tan ensangrentado, empolvado y afeado con salivas el rostro en tanto grado que siendo la hermosura del cielo no tenía figura de hombre, se llega con intrepidez y amor, y sin reparar el qué dirán, le ofrece un paño, le enjuga las lágrimas le  alivia el tormento. El Señor la corresponde con darle su imagen, impresa en tres dobleces de un lienzo.- (Pausa).
¡Oh mi dulcísimo Jesús! Que por haberte aliviado en algo aquella devota mujer, limpiando las inmundas salivas, sangre y sudor de tu rostro le diste en recompensa la imagen de tu pasión: suplícote, Señor, limpies mi alma de las inmundicias de la culpa, y estampes en ella un viva y continua representación de tus tormentos, para que meditándolos con dolor, consiga los frutos de la cruz. 
Señor, pequé: ten misericordia de mí. Pecamos y nos pesa: ten misericordia de nosotros. 

Bendita y alabada sea la Pasión de nuestro Redentor Jesús, y los dolores de su Santísima Madre María Señora nuestra, concebida sin mancha de pecado original, desde el primer instante de su ser natural. Amén.
Padre nuestro, Ave María, Gloria.
SÉPTIMA ESTACIÓN
LA SEGUNDA CAÍDA
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Sigue, alma, a tu Redentor en su afrentoso padecer. Mira cómo se multiplican los tormentos, se alarga el camino, se le debilitan las fuerzas, y aunque va tan abrazado de la cruz, le falta el Cirineo, le carga mayor peso en la herida mortal del hombro, y su delicadísimo cuerpo con el dolor se inclina, se rinde y cae debajo del cruz.- (Pausa).
¡Oh mi dulcísimo Jesús! Que deseando enseñarnos a recelar de nuestras fuerzas, aun cuando llevemos la cruz con gusto, quisiste caer con ella aunque te ayudaba el Cirineo: te suplico que pues me has permitido gloriarme en la cruz de mi estado, no me permitas caer en la vana confianza que tu repruebas. Y si por mi flaqueza alguna vez caigo, Dios mío, levántame con tu gracia para perseverar en tu servicio. 

Señor, pequé: ten misericordia de mí. Pecamos y nos pesa: ten misericordia de nosotros.


Bendita y alabada sea la Pasión de nuestro Redentor Jesús, y los dolores de su Santísima Madre María Señora nuestra, concebida sin mancha de pecado original, desde el primer instante de su ser natural. Amén.
Padre nuestro, Ave María, Gloria.
OCTAVA ESTACIÓN
CONSUELA A UNAS PIADOSAS MUJERES.
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Mira a nuestro Divino Maestro que, aunque rendido y fatigado, se para a consolar a aquellas piadosas mujeres que lloraban su pasión. “No lloréis por mí, las dice; llorad sobre vosotras y vuestros hijos: si esto acaece a mí, que soy árbol verde y cargado de virtudes, reflexionad ¿qué sucederá a vosotras, sarmientos secos, el día de las venganzas?”- (Pausa).
¡Oh mi amado Maestro! Que en medio de tus congojas enseñas a aquellas almas que lloran tu pasión no se aflijan por tí sino por sus culpas y las ajenas, concédeme benignísimo que con fervorosas lágrimas entristezca mi corazón para que con las aguas de mi llanto lave las culpas con que tengo indignada a la Justicia. Haz que por tu Pasión consiga perdón el día de la cuenta, y suba contigo a la patria celestial. 
Señor, pequé: ten misericordia de mí. Pecamos y nos pesa: ten misericordia de nosotros. 
Bendita y alabada sea la Pasión de nuestro Redentor Jesús, y los dolores de su Santísima Madre María Señora nuestra, concebida sin mancha de pecado original, desde el primer instante de su ser natural. Amén.
Padre nuestro, Ave María, Gloria.
NOVENA ESTACIÓN
LA TERCERA CAÍDA AL SUBIR AL CALVARIO
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Mira, alma, a tu amado Jesús en lo más penoso del camino. La subida al monte Calvario era áspera y pedregosa. Sube y se fatiga; le gritan, impelen y apuran: pero la debilidad crece; el cuerpo se inclina; pisa la túnica y cae en la cruz, se lastima la boca, se baña en sangre. ¡Ay, dolor! Queriéndose levantar vuelve a caer de nuevo y se le renuevan todas las llagas ¡Oh! ¡Cuánto pesan nuestras recaídas!– (Pausa)
¡Oh mi buen maestro! Que en la penosa subida al monte Calvario y en tus repetidas caídas nos enseñas la firmeza y resolución con que debemos llevar la cruz de los trabajos, y aunque por la aspereza caigamos alguna vez, nos levantemos animosos y con humilde confianza te sigamos hasta el fin: suplícote, Maestro mío, que con tu gracia abrace los desabrimientos del padecer en mi estado. Concédeme que desfallezca, que no recaiga: que te imite aquí para gozarte en el cielo.
Señor, pequé: ten misericordia de mí. Pecamos y nos pesa: ten misericordia de nosotros. 
Bendita y alabada sea la Pasión de nuestro Redentor Jesús, y los dolores de su Santísima Madre María Señora nuestra, concebida sin mancha de pecado original, desde el primer instante de su ser natural. Amén.
Padre nuestro, Ave María, Gloria.
DÉCIMA ESTACIÓN
LLEGA AL CALVARIO Y LE DESNUDAN.
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Ya estamos en la cumbre del Calvario. Contempla el lugar donde mandan á Jesús soltar la cruz y desnudarse. Pero pareciéndoles que se demora, se arrojan sobre Él como rabiosos lobos; le arrancan el manto, le sacan la túnica por la cabeza con tal furia que enredándosele en la corona con los tirones que le dan, le derriban en tierra y le arrastran hasta quebrarle las espinas, cuyas puntas quedan internadas en su sagrada cabeza. Queda el divino Salvador desnudo, destilando sangre y temblando de frío y vergüenza. – (Pausa).
¡Oh purísimo Esposo de vírgenes! que por mi desenvoltura sufriste ser desnudado delante de un pueblo insolente hasta quedar hecho una viva llaga por estar pegada la túnica con la sangre seca de los azotes: ruégote, honestísimo dueño mío, me obligues con tus auxilios á desnudarme, no sólo de todo traje indecente sino hasta de mi voluntad, para que revestido de tu gracia, sin más querer ó no querer que el tuyo, me vista con recato, aborrezca la impureza y ame la honestidad que es joya del cielo. 
Señor, pequé: ten misericordia de mí. Pecamos y nos pesa: ten misericordia de nosotros. 
Bendita y alabada sea la Pasión de nuestro Redentor Jesús, y los dolores de su Santísima Madre María Señora nuestra, concebida sin mancha de pecado original, desde el primer instante de su ser natural. Amén.
Padre nuestro, Ave María, Gloria.
UNDÉCIMA ESTACIÓN
LA INHUMANA CRUCIFIXIÓN.
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Barrenada la cruz y preparados los clavos, comienza el sacrificio. Mandan con burla al inocente Jesús se extienda sobre la cruz para enclavarle. Obedece gustoso. Le crucifican. Mas ¡ay, dolor! ¿Pero cómo? A fuerza de martillo le clavan una mano, cuyos golpes llegan hasta el alma y resuenan en el corazón de su afligida Madre; mas como por haberse encogido el cuerpo no alcanzase la otra mano y pies al barreno, le tiran con fuertes sogas hasta descoyuntarles los huesos. Queda el moribundo Jesús en mortales agonías. Pero más, dan vuelta la cruz; se sientan encima para remachar los clavos ¡qué inhumanidad! El rostro pegado á un suelo de huesos asquerosos. Las espinas de la frente y cerebro oprimidas entre el suelo y la cruz, dí, si puedes ¿dónde se enterrarían? – (Pausa).
¡Oh Pacientísimo Jesús! Que, no satisfecho tu amor con llevar la cruz con tanto dolor hasta el Calvario, quisiste quedarte en ella clavado de pies y manos con grandísimo dolor tuyo y de tu afligida Madre: suplícote mi Dios, que con tu gracia se penetre tanto mi corazón de tu compasivo amor, que ya no extienda mis pies y manos á maldad alguna; que si ingrato te ofendí, ya en adelante sólo me ejercite en obras de caridad y penitencia para alcanzar el cielo que nos mereciste en la cruz.
Señor, pequé: ten misericordia de mí. Pecamos y nos pesa: ten misericordia de nosotros. 
Bendita y alabada sea la Pasión de nuestro Redentor Jesús, y los dolores de su Santísima Madre María Señora nuestra, concebida sin mancha de pecado original, desde el primer instante de su ser natural. Amén.
Padre nuestro, Ave María, Gloria.
DUODECIMA ESTACIÓN
LEVANTAN LA CRUZ Y MUERE

12DO

He aquí, alma compasiva, el último suplicio de nuestro divino Maestro. No poca distancia arrastran la cruz y en ella pendiente al Hijo del Eterno Padre, hasta dar con un hoyo donde para más afrenta la plantan con mofa, risa y algazara. Más ¡ay dolor! Que al dejarla caer se estremece todo el lastimado cuerpo, se renuevan las llagas, se rasgan las heridas de los clavos y vierte hilo a hilo hasta la última gota de sangre. Se burlan de su poder, y entre angustiosísimas congojas muere exhalando un dulce y triste clamor. ¡Ay! Muere Jesús, y muere por mi… –(Pausa)
¡Oh Dios y hombre, Criador, Redentor y maestro: mueres solo porque yo me salve! ¿Cuándo te pagaré esta fineza? Ayúdame, señor: mi alma desfallece en el conocimiento que te debe y no sabe pagar. Enciende mi corazón en tu amor. Haz que mirándote siempre en la cruz mortifique mis pasiones y viva en continuo dolor de mis ingratitudes. ¡Ea, Padre amabilísimo! Desde esa cruz en que mueres encomiéndame a tu dulce Madre, discúlpame con tu Eterno  Padre, admíteme en tu reino. Pequé es verdad: perdóname como al buen ladrón: no me arrojes por ingrato; sostenme en tu servicio, ponme junto a ti, haz que persevere junto a la cruz con María, mi madre, hasta alabarte con ella en el cielo. Amén.
Señor, pequé: ten misericordia de mí. Pecamos y nos pesa: ten misericordia de nosotros. 
Bendita y alabada sea la Pasión de nuestro Redentor Jesús, y los dolores de su Santísima Madre María Señora nuestra, concebida sin mancha de pecado original, desde el primer instante de su ser natural. Amén.
Padre nuestro, Ave María, Gloria
DÉCIMA TERCIA ESTACIÓN
DESCENDIMIENTO DEL SAGRADO CUERPO
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Acabadas las penas de Jesús con su muerte, siguen las de María. Allí cerca miraba esta afligida Madre a su difunto Hijo, triste y sola, sin tener quien lo bajase de la cruz. Le alivia Dios esta pena enviándole dos discípulos ocultos que lo desenclavan, Pero ¡Ay! Que sentimiento al ver en sus brazos difunto al Hijo querido de sus entrañas que tan tiernamente amaba! ¡Qué doloridos coloquios! ¡Qué tiernos ayes no exhalaría! ¡Como correrían las lagrimas sobre aquel frio cadáver mientras registraba las llagas, besaba las heridas y desenredaba el pelo amasado con sangre seca! –(Pausa)
¡Oh desconsolada Señora! Por aquel dolor que sentiste viendo muerto en tus brazos a tu dulcísimo Hijo y amado Esposo Jesús, por aquella humilde resignación que ofrecías a la divina Justicia este ensangrentado cuerpo, te suplico, piadosa Madre, me alcances de tan amante Hijo, que mi alma se encienda en tiernos afectos de dolor y amor siempre que medite la Pasión. Pídele a mi dulce Maestro que cuando lo reciba vivo en mi pecho le trate con el mismo amor y respeto que tú; que con El me abrace para imitar la reverencia y amor con que tu le abrazaste muerto. Amén.
Señor, pequé: ten misericordia de mí. Pecamos y nos pesa: ten misericordia de nosotros. 
Bendita y alabada sea la Pasión de nuestro Redentor Jesús, y los dolores de su Santísima Madre María Señora nuestra, concebida sin mancha de pecado original, desde el primer instante de su ser natural. Amén.
Padre nuestro, Ave María, Gloria
DECIMOCUARTA ESTACIÓN
ULTIMO DESCONSUELO Y SOLEDAD DE MARÍA
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Los motivos de tristeza llueven como tempestad sobre el afligido corazón de María. ¡La oscuridad de la noche, la soledad del monte, la necesidad de enterrar a su amado Hijo, tener que dejar sepultado aquél Cuerpo Santísimo sin culto ni adoración alguna de parte de los hombres! ¡Ay! ¡Hasta donde penetraría este dolor! ¡Qué suspiros tan tristes! ¡Qué amargo llanto! ¡Con que compasivos ojos miraría la cruz, el sepulcro, sus brazos donde le acababa de tener. 
 Sumergida en un mar de penas, sin más compañía que sus lágrimas, baja por el mismo camino donde pocas horas antes le había visto ir padeciendo.- (Pausa)
¡Oh dolorosísima Virgen María! Por la inconsolable aflicción en que quedaste, viendo ya sepultado a tu dulcísimo Hijo Jesús, por aquella melancólica tristeza con que te retiraste a llorar tu soledad, te ruego, mi dulce Madre, me alcances de mi Redentor Jesús que siempre viva triste por haberme apartado de su gracia con mi torpe ingratitud. Que llore las veces que le he recibido sin disposición, que cuando le reciba en mi pecho no sea con la frialdad de piedra como el sepulcro, sino con los incendios de amante como la Magdalena. Alcánzame, Señora, que así como su conformidad supo ahogar en el pecho los sollozos de la Pasión, así merezca yo reprimir mi genio en los insultos de mis prójimos. Pido, en fin, que seas mi Maestra, mi Abogada y mi Madre, para que me enseñes a imitar a Jesucristo, servirle hasta el fin de mi vida y amarle en la eternidad. Amén.

Señor, pequé: ten misericordia de mí. Pecamos y nos pesa: ten misericordia de nosotros. 
(Se concluye por seis Pater noster y seis Ave María, diciendo un Gloria en cada uno)

 

Fuente: Guía del Alma en la Devoción a los Sagrados Corazones de Jesús y de María, bajo la Protección del Glorioso Patriarca San José, Patrono de la Iglesia Católica. Sexta Edición. Santiago de Chile. Año 1892.
 
(Transcripción íntegra del original por: Apostolado Digital del Sagrado Corazón, 2015)