
Redención
Señor, Tú me has guiado por ásperos caminos,
por páramos desiertos e hirientes pedregales;
llevo en mi piel la huella de cardos y de espinos
y han azotado mi alma violentos temporales.
He deambulado a ciegas con la muerte en los hombros
y se han mustiado muchos de mis preciados sueños;
he trascendido montes de huesos y de escombros
y andado sobre ascuas e incandescentes leños.
Pero fiel y piadoso, Tú has estado conmigo
mientras, ciego y rebelde, yo arrastraba mi cruz.
Por tristes largos años fui mi propio enemigo:
una lámpara seca sin aceite y sin luz.
Mas Tú, terror de lobos y buen pastor de ovejas,
enderezaste el rumbo de mi peregrinar
y me libraste un día de las oscuras rejas
tras las que languidecen los que olvidan amar.
Y hoy que en tus manos pongo, Señor, toda mi vida
–ungido por tu gracia y dócil a tu ley–
te ruego que perdones cada humana caída
de este pródigo hijo que hoy retorna a tu grey.
